En Chile un falso manto de normalidad democrática pervive a los crímenes de lesa humanidad. Se condena a torturadores, civiles y militares, encarcelando a responsables como el general Manuel Contreras, ex director de la DINA, y a sus lugartenientes. Pero su detención se debe a la perseverancia de quienes han sobrepasado el umbral del dolor […]
En Chile un falso manto de normalidad democrática pervive a los crímenes de lesa humanidad. Se condena a torturadores, civiles y militares, encarcelando a responsables como el general Manuel Contreras, ex director de la DINA, y a sus lugartenientes. Pero su detención se debe a la perseverancia de quienes han sobrepasado el umbral del dolor infligido en la tortura o la muerte de un familiar desaparecido y no por el buen hacer de los gobiernos de la concertación por la democracia. Estrechez de voluntad política. Así, la conciencia y la justicia quedan en manos del ciudadano y se identifican con el pueblo mutilado, desprotegido y abandonado a su suerte por una parte importante de su elite política dizque de centro-izquierda, socialdemócrata, o simplemente progresista. Gentes del pueblo deambulan por los juzgados, las ventanillas de ministerios y los despachos de abogados pidiendo papeles, mostrando heridas, reviviendo penas hasta el infinito. Mientras tanto, leyes de amnistía, amparo militar, jueces corruptos y fiscales cómplices encubren un orden putrefacto donde las víctimas son objeto cotidiano de tortura sicológica bajo el tópico de vuelva otro día.
El equilibrio democrático roto el 11 de septiembre de 1973 no se ha restablecido. En Chile la máxima ‘leyes iguales para todos, justas, buenas y que se cumplan’ es una quimera. Los verdugos disfrutan una libertad fiada, seguros de que nunca pagarán por sus delitos. Algunos chivos expiatorios son suficientes dentro de una sociedad espectáculo. El primer informe sobre violación de los derechos humanos, conocido como Retigg, 10 años más tarde resulta haber sido cercenado y manipulado. Se ocultaron declaraciones de víctimas y se protegió a torturadores. Todo un modelo de comisión de la verdad y reconciliación. El último informe Valech intenta superar este déficit; aun así, muchos quedan fuera y no se les reconoce la condición de torturados y víctimas de la tiranía. Suma y sigue… Por estas razones, las heridas de las torturas y las demandas de justicia transforman los testimonios y las demandas de fin de impunidad en manifestación de dignidad. Por encima de dolor y laceración, las heridas abiertas deben cerrar por un solo camino: rescatar la verdad y la memoria histórica. En ello se juega la condición humana. Ideales de paz, igualdad, libertad y democracia negados bajo el eufemismo del perdón. Es necesario recuperar la memoria histórica, se trata de luchar contra la barbarie.
Sin embargo, frente a estos principios se han opuesto maldad e inquina. Acusados de vulnerar una transición ejemplar, las víctimas son consideradas escoria, piltrafas humanas. En muchas ocasiones excluidas de las negociaciones y los acuerdos sobre derechos humanos, son los convidados de piedra. Se ríen de ellos. No son pocos quienes los tachan de traidores por defender y airear los trapos sucios de la transición pactada y hacer de los derechos humanos un argumento de principios. Mejor es callar. Guardar silencio. Seguir defendiendo a ultranza el cumplimiento de la ley sitúa el fin de la impunidad y el cumplimiento de la ley en el mismo saco que la presencia de los torturadores que campan libres por las calles. Ambos desestabilizan. Son un problema para la gobernabilidad. Así, los derechos humanos entran en consideraciones estéticas. Gobernantes timoratos han perdido su dignidad política y no quieren recuperar su conciencia, su pasado, ni dar un futuro digno a la sociedad en la que viven. Prefieren ser los actores de su propia farsa y vivir una continua mentira social, cuyo coste es imprevisible en el medio y largo plazos. Nunca el oprobio unió tan claramente la mente calenturienta de tanta vocación mediocre con la complicidad y falta de voluntad política de una elite que se obstina en negar la verdad y tergiversar los hechos. Han pasado 17 años para realizar más que gestos. Pero aún hay presos políticos en las cárceles en Chile, y torturadores en las calles. Estos se sienten protegidos por la acción indecente de una elite que convive, cena, festeja, hace el amor y veranea con ellos.
En Chile unos quitaron vidas, violaron y disfrutaron del dolor ajeno. Contaban con un arsenal de tecnologías para dicho objetivo. La solución final se vislumbró en sus retinas cada vez que operaban en la tortura. A diferencia de los nazis, no ocultaron sus fines. Lo practicaban en sitios visibles. Las casas de tortura se hicieron famosas. Tres Alamos, Cuatro Alamos, Villa Grimaldi, Venda Sexy, Colonia Dignidad, Tejas Verdes. Sin olvidar los campos de concentración improvisados donde se afinaron detenidos, seleccionando víctimas. Control, miedo, terror. La tiranía impuso su doctrina. Dispara si se resiste. La guerra sicológica. En Chile, salvo los ingenuos, los adeptos al régimen y sus hacedores negarán la violación de los derechos humanos. Dirán que es una farsa del comunismo internacional para desprestigiar al país. Cadáveres en los ríos, las calles, detenidos desaparecidos adscritos a la prensa amarilla. Violencia callejera, delincuencia común. Así, Chile entró en la etapa más oscura de su historia contemporánea. Ahogada en sangre de una de sus mejores generaciones del siglo XX. Irrepetible. Cantantes, poetas, deportistas, artesanos, trabajadores, sindicalistas, amas de casa, jóvenes del pueblo, físicos, ingenieros, maestros, actores. No de otra manera se entiende la quema de libros, el cierre de universidades, la expulsión de sindicalistas, el fusilamiento masivo. El odio en las sesiones de tortura y la racionalidad en su ejecución. Son muchos los otros torturadores. Siquiatras, médicos, enfermeras, sicólogos, odontólogos, técnicos en dolor. Ellos han quedado impunes o simplemente han desaparecido de la lista. Hoy ejercen como médicos, tienen sus clínicas particulares y el colegio de médicos les mantiene su licencia. Logro de la transición. Los sobrevivientes de las torturas les siguen sus pasos y se rebelan ante la impunidad. Protestan públicamente frente a sus casas, sus clínicas, son las llamadas funas. Pero la ley no se cumple y la justicia no se administra. Es necesario mantener el respeto a las víctimas de tanta injundia, tal vez sea bueno realizar una funa periodística. Una columna en periódicos de toda América Latina donde se expongan nombres y ocupaciones actuales de los torturadores civiles y militares que han sido camuflados y cuya vida se entremezcla con nuevas identidades y el consentimiento de los gobiernos y sus servicios de inteligencia. Es obligado acabar con esta mascarada para no perder la dignidad que sigue en manos de los luchadores contra la impunidad.