En casi todo el mundo la gente ya no quiere a los partidos políticos. Sin embargo, los que somos un poquitín antiguos estábamos acostumbrados a que en Chile fueran muy importantes. Tanto los partidos como el movimiento sindical y popular en general; tenían una tradición tremenda. En el siglo XX podemos remontarnos por lo menos […]
En casi todo el mundo la gente ya no quiere a los partidos políticos. Sin embargo, los que somos un poquitín antiguos estábamos acostumbrados a que en Chile fueran muy importantes. Tanto los partidos como el movimiento sindical y popular en general; tenían una tradición tremenda. En el siglo XX podemos remontarnos por lo menos a 1920, con Recabarren y con la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Para ocuparse de política había que militar en algún partido y todos los jóvenes de Izquierda de entonces nos metíamos a alguno: Comunista, Socialista, MIR y… no había muchos más. Y también se transitaba fácilmente de uno a otro. Pero como se decía entonces «son contradicciones en el seno del pueblo».
Pero ahora nadie los quiere, más bien los detestan. Eso pasa en todas partes por diferentes razones, pero mejor pensemos en Chile. ¿El desprestigio de los partidos políticos indica que ya no se necesitan, que es mejor buscar otras formas de organización? Yo diría que siempre es bueno que la gente se agrupe alrededor de una plataforma o programa veraz y comprensible para todo el pueblo.
Como estamos hablando de los partidos de Izquierda, me voy a referir principalmente al Partido Socialista, que es el más importante dentro de la Concertación -después de la Democracia Cristiana, naturalmente- y que está allí desde el principio.
Este partido no es el de Salvador Allende, ni de Eugenio González, ni de Eugenio Matte ni de tantos otros que hicieron honor a su militancia. Es un partido que tiene el nombre y el timbre del PS, pero nada más.
¿Por qué digo esto? Veamos: en los años 80 ya existía un gran movimiento popular que estaba arrinconando a la dictadura. La gente no aguantaba más. Nadie podía ignorar las atrocidades cometidas por Pinochet y sus secuaces, que se conocían en el mundo entero. Después del atentado contra el dictador se desató una represión feroz. Pero fue tan feroz que hasta los gringos se preocuparon. En el National Security Archive obran documentos desclasificados que señalan que en noviembre de 1986 los estadounidenses se dieron cuenta de que Pinochet ya no era funcional a sus intereses. «Este hombre tiene las manos llenas de sangre», le dijo el secretario de Estado George Shultz al presidente Ronald Reagan». Y así fue como los gringos comenzaron a presionar a Pinochet y a la oposición «no comunista», para que se sentaran a negociar.
Los socialistas y la Democracia Cristiana aceptaron la negociación propuesta y supervisada por los yanquis. A los que habían estado luchando ni les preguntaron o sencillamente los engañaron y les aseguraron que «la alegría ya viene». Quizás esas negociaciones eran convenientes y necesarias, pero allí debía haberse desarrollado un tira y afloja, que es lo que se hace en cualquier negociación.
Pero de tira y afloja no hubo nada. Aflojaron todo: la impunidad de Pinochet y de sus esbirros, la entrega del cobre y todas las riquezas naturales, la conservación y el fortalecimiento del modelo neoliberal, el desmantelamiento de las organizaciones populares, en fin, todo. Los pinochetistas y los observadores gringos casi no lo podían creer, pues obtuvieron victorias que ni soñaban. ¿Por qué lo hicieron los opositores? Quizás por miedo a que los jóvenes que estaban luchando y jugándose la vida cada día les comieran la color y los dejaran fuera del gobierno y de sus prebendas. O bien lo hicieron por ambiciones, porque se sabían derrotados y quisieron recuperar el protagonismo perdido. Porque en el exilio estos «dirigentes» en general lo habían pasado bastante bien y los antiguos revolucionarios habían aprendido a ser socialdemócratas.
La pruebas están a la vista, pero si quieren más aquí están: las declaraciones de doña Viviana Betancourt, militante socialista, ex intendenta de Aysén, quien reconoció que fue estrategia y política de los gobiernos de la Concertación el desarticular las organizaciones sociales y sindicales y bajarle el perfil a sus demandas.
El que les entregó el cobre a las empresas trasnacionales no fue Pinochet, por cierto, sino Patricio Aylwin, el primer presidente de la Concertación. Y el que salvó a Pinochet cuando estaba preso en Londres fue José Miguel Insulza, entonces ministro de Relaciones Exteriores y militante del PS.
Pero fuera de desmovilizar al pueblo hicieron todo lo necesario para imponer su política sin contrapesos: acabaron con toda la prensa independiente que hubo incluso durante la dictadura y le dieron todos los avisos gubernamentales a El Mercurio y a su cadena; dejaron al país sin medios de comunicación que dijeran la verdad, propiciaron una política de estupidización de la gente. A nuestro pueblo tan politizado, tan inteligente, tan crítico y propositivo, lo transformaron en un pueblo dócil y asustado.
Lo peor que hicieron fue difundir la política del miedo: miedo a que vuelvan los militares, miedo a que te asalte un delincuente común, en circunstancias que Chile es uno de los países más seguros de América, miedo a perder el trabajo y no poder pagar las deudas.
Con ese pueblo indiferente y amedrentado pudieron afirmar el modelo que ya habían hecho suyo: el modelo neoliberal que inició Milton Friedman precisamente en el Chile de la dictadura y que se expandió por el mundo.
Ya el gobierno no manda, mandan las empresas nacionales e internacionales dueñas de nuestras riquezas. ¿A algo de esto le podríamos llamar «contradicciones en el seno del pueblo?». No, por favor, estos señores ya no tienen nada que ver con el pueblo.
Por eso hay que mostrarles que el pueblo soberano somos nosotros y que vamos a actuar como tal. Ya basta de que nos tengan usurpada nuestra soberanía. La vamos a recuperar, vamos a hacer una Asamblea Constituyente y muchas cosas más. En eso consiste crear poder popular.
¿Cómo hacerlo? En primer lugar, dejar a un lado a esos partidos. El nombre que tengan no importa, no es el nombre lo que los convierte en partidos de Izquierda ni menos en revolucionarios. Crear nuevas organizaciones, pero dejarnos de grupos y grupúsculos, que ya hay demasiados. En Chile parece predominar una tendencia centrífuga. Se forma un partido o partidito de veinte personas y luego se pelean y se dividen en dos de diez y luego en cuatro de cinco y así sigue. Y esto pasa porque son organizaciones nacidas de arriba para abajo, nacidas de los militantes fulano y perengano que se fueron de un partido y decidieron crear otro para ellos.
Pero las cosas suelen cambiar más rápido de lo que se cree. Ahora tenemos que unirnos porque en ello va el futuro de Chile, de América. Lo mismo tienen que hacer las izquierdas de todos los países. También por el futuro del mundo y del planeta. El capitalismo, neoliberalismo o como quiera llamarse, ya tocó fondo. Hay que sustituirlo por otro sistema y hacerlo pronto, de otro modo nos vamos todos al despeñadero. Cuando hay una crisis cambian las cosas. Hagamos que sea para bien. Durante la dictadura se unieron, se apoyaron y se ayudaron compañeros de todas las tendencias democráticas. En los campos de concentración pasó lo mismo, allí no hubo diferencias políticas, todos eran hermanos.
La organización política no puede nacer de arriba para abajo porque va a ser igual a lo que ya hay. Tiene que desarrollarse la lucha de masas, la lucha de las organizaciones sociales y ellas crear su propia expresión política unitaria, honesta y democrática. Algunos dicen que es un camino muy largo. Yo no lo creo. La necesidad crea el órgano y ahora la necesidad de un órgano político que represente los intereses del pueblo es tan grande, que se va a tener que crear bastante rápido.
En el último tiempo Chile ha madurado. Hay hechos que de repente resultan detonantes y modifican la conciencia de la gente. En este caso ha sido la corrupción generalizada. Alrededor de hechos escandalosos ha estallado una indignación que estaba sumergida y ahora comienza a manifestarse en muchos aspectos: la lucha de los maestros, de los estudiantes, la de los ex presos políticos, de los trabajadores contra una reforma laboral injusta. La que se expresa en las redes sociales. Todas deben converger en una sola: este modelo es criminal, hay una terrible desigualdad, la riqueza existe pero beneficia a unos pocos, los partidos políticos de Izquierda y de derecha se burlan del pueblo.
Un órgano político debe darse alrededor de un programa, por mínimo que sea, que no fortalezca las instituciones existentes sino que las debilite, las vaya corroyendo hasta que se derrumben. No esperemos nada de este gobierno, creemos nuestra organización y el poder popular desde abajo. No estamos solos, lo mismo están haciendo en Grecia, en España, en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador. Hasta el Papa está diciendo ahora que el consumismo, el capitalismo salvaje y la manera irresponsable de conducir la política y las finanzas han contribuido a deteriorar lo que llama la casa de todos, la Madre Tierra. Este Papa es un hombre inteligente y se da cuenta de los peligros que amenazan al planeta y a la especie humana.
El miedo ya no se justifica, atrevámonos y agrupémonos todos.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 833, 24 de julio, 2015