La imagen de Chile que hábilmente se está vendiendo al extranjero es la de un modelo a seguir. Crecimiento económico, Tratados de Libre Comercio con muchísimos países del mundo, privatizaciones, apertura total al comercio mundial, poca industrialización y finalmente uno de los únicos dos Acuerdos de Asociación Estratégica vigentes en la […]
La imagen de Chile que hábilmente se está vendiendo al extranjero es la de un modelo a seguir. Crecimiento económico, Tratados de Libre Comercio con muchísimos países del mundo, privatizaciones, apertura total al comercio mundial, poca industrialización y finalmente uno de los únicos dos Acuerdos de Asociación Estratégica vigentes en la región con la Unión Europea. «El Jaguar de América Latina» parece vivir uno de los momentos de mejor esplendor económico de su historia, también gracias a la fuerte demanda de cobre sobre todo proveniente desde China.
Cuando los grandes medios de comunicación, los académicos y los políticos nos relatan este cuento tan entretenido se olvidan de contarnos el otro Chile, «el Chile chico», hecho de niñas y niños en riesgo social, familias enteras comiendo en los comedores populares, los sin techo de las vegas, los pobladores en las tomas (las favelas chilenas), los familiares de los desaparecidos que todavía buscan verdad y justicia, los mapuches y sus activistas defensores en huelga de hambre, los objetores de conciencia de la Red Chilena de Objeción de Conciencia que luchan para que (en un país todavía en cierta medida «militarizado») se les reconozca el derecho a pensar y a servir la patria sin armas… Se olvidan de contarnos la tragedia de Antuco y las cotidianas muertes al interior de las Fuerzas Armadas, que prontamente son etiquetadas como suicidios.
Todas estas son imágenes que casi nunca aparecen en los medios europeos y, también por esta razón, no es casual escuchar oraciones como «Chile está bien». Sin duda Chile se encuentra en una posición privilegiada, respecto a otros países, pero Chile también sigue siendo uno de los países más desigual del planeta: según los datos del Human Development Report 2007/8 del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas, Chile es el país número 13 en el mundo por desigualdad entre ricos y pobres. Es difícil pensar que a esta grande desigualdad se acompañe un alto grado de desarrollo, pero la estabilidad de las instituciones y el bajo grado de organización de la sociedad civil y de los movimientos sociales ayudaron a que esta imagen de Chile fuera predominante.
Sin embargo, en los últimos años se está viviendo un cierto despertar por parte de los ciudadanos y las organizaciones sociales: el Foro Social Chileno hoy en día ya es una realidad. Nació en 2004 en respuesta a la cumbre de la Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC) y en aquel entonces las movilizaciones llevadas a cabo por los manifestantes fueron duramente reprimidas por carabineros. Este año se realizará la tercera edición.
En el mes de marzo de 2006 se cerró el capitulo de la toma de Peñalolen, la más grande de la historia chilena (1700 familias, por un total de 14000 personas) gracias al trabajo incesante de sus habitantes organizados que obtuvieron por parte del gobierno nuevos bloques de casas donde vivir y el compromiso que en el terreno desalojado se construya el «Parque del Encuentro», 24 hectáreas que suplirán la falta de áreas verdes públicas en la comuna: 2,5 m² por habitante, mientras el estándar internacional establece un mínimo di 9 m².
En agosto de 2007, el gobierno anunció que el ex centro de tortura Yucatán, en la calle Londres (pleno centro de la capital) será la sede del Instituto de los Derechos Humanos, una decisión que premia la constancia y la lucha del Colectivo 119 así como de las otras asociaciones de familiares de las víctimas de la dictadura.
Pero quizás el movimiento que más impresionó la sociedad chilena haya sido el movimientos de estudiantes secundarios que en mayo 2006 se despertó nuevamente pidiendo reformas a corto y medio plazo. «Actores Secundarios» es un interesantísimo documental sobre el movimiento estudiantil de los primeros años ochenta: en aquel entonces las peticiones de los estudiantes se centraban en el derecho a tener Centros de Alumnos elegidos democráticamente, pero lo que se pedía para los colegios en realidad se estaba pidiendo para la sociedad chilena. Quemar la foto de la directora significaba quemar la foto del dictador, y reivindicar más democracia en los colegios significaba luchar para el fin del régimen pinochetista. En aquel entonces los secundarios no tuvieron miedo en salir a la calle y enfrentar cara a cara el sistema. Hubo presos y muertos pero los estudiantes de secundaria se convirtieron en verdaderos actores principales marcando el principio de un declino que se concretizará con el referéndum de 1988. Las imágenes de este documental son poco conocidas en el extranjero, pero tampoco en Chile parecen ser muy famosas.
Más conocida resultó ser la película «Machuca» (2004), de Andrés Word, grabada en parte en la toma de Peñalolen, que en realidad en los años setenta todavía no existía, pero que para la realidad actual representaba perfectamente el panorama de pobreza y la idea de desigualdad que se quería presentar. La única y última vez que estuve en la toma, había un cartel que decía «se buscan comparsas»; así es, comparsas, verdaderos pobladores para representar una realidad falseada por la pantalla. En la película se revive un programa (en realidad de no grande éxito) promovido por el gobierno de la Unidad Popular: el objetivo de este «experimento educativo» era hacer convivir chiquillos pobres y chiquillos ricos en el mismo colegio. Este programa, así como la nueva amistad entre Machuca y Gonzalo, se rompe con la llegada de los militares. «Machuca» nos presenta el mundo de la educación en Chile, en los años setenta, pero este mundo no se aleja mucho de la situación actual. La profunda desigualdad de la sociedad chilena se refleja perfectamente en el sistema educativo y, sin duda, el mismo sistema educativo, que se ha ido implementando en los últimos 18 años, ha aumentado mucho esta desigualdad.
Pocas horas antes que terminara la dictadura el viejo Pinochet se encargaba de dejar su marca estampada en el ámbito de la sociedad, que más que ningún otro, sienta las bases del futuro de un país. El 10 de marzo de 1990 la junta militar aprobaba la «LOCE», Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, con los aplausos de la derecha, del Opus Dei, de los Legionarios de Cristo y del empresariado. La LOCE significa liberalismo en ámbito educacional: anula casi totalmente el papel del Estado en el sistema educativo, resalta la «libertad de enseñanza» por encima del derecho a una educación de calidad y transforma la educación en otro sector más de la economía chilena, privatizándolo y dejándolo sujeto a las leyes del mercado. A partir de 1990 cuatro de cada cinco alumnos adicionales, en la educación básica y media, empezó a estudiar en un colegio particular subvencionado y solo uno en un colegio público: «de esta manera, la proporción del alumnado en el sistema público ha bajado de 2/3 a menos de la mitad, mientras el particular subvencionado aumentaba de 1/3 a más del 40%. La mitad del financiamiento adicional fue destinada al sector particular subvencionado, que inicialmente abarcaba 1/3 de la matrícula» [Riesco, 2006]. Si pensamos que a comienzo de los años ’80 casi el 80% de los estudiantes iba a colegios públicos y ahora el 50% (el 40% a colegios particulares subvencionados y el 10% a colegios privados), es evidente el intento de favorecer al sistema privado más que al sistema público. Pues supuestamente, gracias a la competencia, tendría que haber mejorado la calidad de la enseñanza, pero lamentablemente así no fue. La modificación de la LOCE está al centro del programa que ha movilizado a los estudiantes en todo el país, a partir de mayo 2006. El objetivo de estas movilizaciones era cambiar el sistema educacional «mercantilista» que se ha establecido en Chile. Para los estudiantes el derecho a la educación tiene que ser reafirmado y debe prevalecer sobre la libertad de enseñanza. Los estudiantes secundarios vuelven a ser protagonistas y las calles de la principales ciudades del país se llenan de dibujos de «pingüinos». ¿Por qué les llaman así? Los uniformes que los secundarios llevan los hacen parecer a los pingüinos, sobre todo cuando salen del colegio y todos juntos esperan la micro. Parecen pingüinos que para protegerse del frío se quedan todos bien juntitos. ¿Por qué todos los estudiantes llevan una uniforme? En seguida contestaríamos que ésta es una manera para no crear desigualdades entres los chavales y para que ellos se sientan todos iguales. Pero luego te das cuenta que es simplemente una manera muy formal de esconder las diversidades, en realidad muy visibles. Cada colegio tiene su propio uniforme, y claro, los uniformes de los colegios más ricos no se parecen nada a los más pobres. Una segunda gran diferencia la hacen los complementos: pulseras, zapatillas, reloj, móvil, mochilas, gorros. Son estos pequeños objetos, juntos a los rasgos y modos de los chiquillos, que marcan la diferencia. Es una lastima decirlo, pero se nota muy bien quien proviene de una familia rica o de una familia pobre. Entonces ¿por qué seguir llevando estos uniformes?
Cuando vivía en Chile me preguntaba qué puede significar la palabra «uniforme» en una sociedad que ha vivido 17 años de dictadura y 18 años de democracia o democracia entre comillas, una democracia formal, muy estable pero que poco hizo para resolver las enormes desigualdades del país. Una sociedad que todavía no se ha quitado de encima mucho de lo que la junta militar dejó en sus años. ¿Puede el uniforme significar la voluntad misma de encajar a los estudiantes y así a la educación en esquemas establecidos desde los cuales no se puede salir?
Cuando la Presidenta Bachelet en su primer discurso oficial en el Parlamento, la esperada cuenta pública del 21 de mayo, afirmó que no toleraría actos vandálicos, daños a las cosas o personas [Bachelet, 2006], recordaba fehacientemente las imágenes de los enfrentamientos entre manifestantes encapuchados y carabineros en la protesta del primero de mayo y los 1.200 secundarios presos en la primera gran manifestación, el 10 del mismo mes. Sin embargo, Bachelet nunca imaginó que sus palabras pudieran provocar una reacción tan decidida de los estudiantes: miles de colegios tomados en todas las regiones; el apoyo de los padres que llevan comidas a los hijos que ocupaban los colegios, la solidaridad de los profesores y el gran aporte de los universitarios. La del martes 30 de mayo de 2006 fue la manifestación más grande en la historia del movimiento estudiantil secundario. Una gran manifestación que se suma a las de los años ochenta cuando los secundarios no tenían miedo a enfrentar a la dictadura, cara a cara y por la calle. Tan brutal fue la respuesta de los carabineros que la misma presidenta, mirando las imágenes por la tele tuvo que expresar su «indignación» y prometer la remoción del coronel Osvaldo Jara, a cargo de las Fuerzas Especiales de los Carabineros. El jueves primero de junio Bachelet reconoce que «la movilización de los estudiantes secundarios ha puesto la mirada de toda la sociedad en la educación y sus desafíos. Esta es una gran oportunidad para generar nuevos y más amplios consensos«, pero también reacciona con decisión y, con sus modos de «mamá latinoamericana», contestando a las peticiones de los secundarios. La oferta es buena: duplicar el presupuesto para la educación y comprometerse con la deroga de la LOCE200 es algo más que simples palabras, es la voluntad de un cambio de fondo en la educación del país, un cambio que sin la fuerza de los estudiantes habría demorado todavía mucho tiempo. Este cambio tenía que salir del diálogo constructivo entre las partes y es por esta razón que se creó el Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación, formado por 74 miembros (seis estudiantes secundarios), que debería plantear una revisión de la educación en Chile. Un «consejo ciudadano» como se define él mismo, y no un organismo legislativo [CAP, 2006]. Pese a las diferentes visiones que coexistieron en el Consejo, éste concuerda en el hecho de que «se requieren cambios sustantivos en la institucionalidad educativa, los que deben comenzar con una ley sustitutiva de la actual LOCE» y afirma también que «es necesario fortalecer el derecho a la educación» [CAP, 2006]. Sin embargo, en las propuestas de la Presidenta no se hablaba de cambiar el sistema de descentralización, que profundizó las desigualdades entre comunas ricas y pobres y cristalizando una de las características menos democrática del sistema chileno: la escasa movilidad social. El mismo Consejo Asesor criticó la municipalización de la educación afirmando la necesidad de modernizar y fortalecer técnicamente la «administración y gestión de la educación de propiedad pública, hoy en mano de los municipios«, corrigiendo «las inequidades en el acceso a los recursos que genera el actual sistema de financiamiento, por las distintas capacidades financieras de los municipios y por el financiamiento compartido» [CAP, 2006]. El obstáculo principal para el diálogo entre el gobierno y los estudiantes seguía siendo la gratuidad total de los medios de transporte. Según el gobierno los costos son demasiado altos, «166 mil millones de pesos al año. Eso es equivalente a 33 mil nuevas viviendas sociales o atender 230 mil niños más en salas cuna. Es mucho dinero«. «Mi deber como Presidenta – añadió la Bachelet – es atender las necesidades de todos los sectores» [Bachelet, 2006b]. El gasto público en educación en el 2006 estaba en el orden del 4% del PIB mientras a principios de los años 1970 alcanzó el 7%. El coste de las ofertas presentadas por la Presidenta está alrededor de los 60 millones de dólares [Fazio, 2006], cuando una empresa minera puede remesar al exterior utilidades por 300 millones de dólares a la semana [Riesco, 2006b].
¿De verdad es tan difícil gastar más en educación? O la educación ¿no es una prioridad? Y seguro no es un problema de recursos porque hay recursos y muchos. El precio del cobre ha subido tanto que los excedentes del cobre en 2006 han alcanzado niveles inesperados. ¿Aprovechó el país esta nueva riqueza? La Presidenta hizo un llamado a la prudencia en el manejo de estos excedentes, y por cierto los que más la felicitaron fueron los grandes empresarios chilenos y extranjeros que nuevamente verán crecer sus ganancias con nuevas inversiones en el extranjero.
El 9 de junio la Asamblea decide terminar con las tomas: por una razón o por otra la situación vuelve a la normalidad: la experiencia de los políticos y los titulares de la prensa ayudan a cerrar el capítulo y a llevar otra vez adentro de las instituciones los debates y las decisiones que ahora inevitablemente hay que tomar. Esteban Lizana, vocero del Lastarria, fue el que más se enojó con los voceros de la ACES, les acusó de «arrancarse con los tarros» al exigir un tan alto porcentaje de representación en el Consejo Asesor Presidencial como nueva exigencia para terminar con las protestas [La Nación, 2006f]; él y sus compañeros de colegios estaban seguros que si la Asamblea hubiese aceptado la propuesta de junio de la Presidenta «habría pasado a la historia de manera gloriosa» [La Nación, 2006e].
Hubiese aceptado o no, creo que los estudiantes en general han pasado a la historia, tanto como lo hicieron sus padres en los años ’80. Así lo reconoce por ejemplo Jorge Pavez, Presidente Nacional del Colegio de Profesores de Chile: «la sociedad toda debe estar agradecida por la gran lección que nos han dado: de democracia, de educación, de constitución de sujetos sociales y políticos, de audacia, de responsabilidad ciudadana» [Pavez, 2006]. El movimiento de los pingüinos ha interesado toda la opinión pública, llevando la educación al centro de la agenda política y poniendo al gobierno de Michelle Bachelet ante su primera crisis de gobierno.
A finales del año escolar el caso de corrupción en Chile Deportes y la tragedia de los militares muertos en Cañete dejaron a los pingüinos en segundo plano. El 11 de diciembre de 2006 el Consejo Asesor presentó su informe final, donde aparecía un diagnóstico general de la educación, los puntos más urgentes para solucionar y se planteaban algunos cambios que sin embargo tendrían que concretarse con el trabajo conjunto de gobierno y congreso. Sin embargo, con la muerte de Pinochet, pocos se dieron cuenta.
En 2007 los estudiantes vuelven al coro, vuelven a jugar un papel más secundario aunque sigan con esporádicas tomas o manifestaciones. Están presentes, pero ahora el debate se ha trasladado entre las salas del palacio. El 2007 ha sido el año de las discusiones al interior del Gobierno y del Congreso y de varios proyectos de Ley: el 9 de abril de 2007 la Presidenta sometió a la Cámara de Diputados el Proyecto de Ley que establece la Ley General de Educación y deroga la vieja LOCE. Solamente el nombre de este proyecto denota el cambio: educación y no enseñanza. En su mensaje Michelle Bachelet subraya que el concepto más restrictivo de enseñanza «representó una involución respecto a la tendencia histórica abierta en 1920, cuando al aprobar la ley de obligatoriedad del nivel primario, se introdujo el concepto de Educación en reemplazo del tradicional concepto de Instrucción» [Bachelet, 2007]. El proyecto es sin duda un paso adelante aunque no se ponga bien el acento donde según estudiantes, profesores y profesionales de la educación habría que ponerlo para cambiar el actual sistema discriminatorio y excluyente presente en el país: volver a un sistema de educación público de calidad. Además, nada cambia con respeto a la municipalización: el proyecto no recoge las indicaciones del Consejo Asesor de poner término a este sistema. Este es un tema muy importante porque si por un lado parece que el Estado quiera retomar un rol principal, por otro deja a los municipalidades las mismas facultades que antes. ¿Es de creer que se vayan perpetuando las mismas desigualdades que antes?
El proyecto del gobierno ha abierto un gran debate y la oposición, que hasta este momento se había quedado en un segundo plano (a veces defendiendo por intereses o ideológicamente un sistema perdido), vuelve a ser un actor más en el escenario hasta presentar su propia propuesta para la nueva Ley General de Educación, para contrastar el camino comenzado por el gobierno. Y así hay tiempo para un nuevo acuerdo entre los partidos políticos de la Concertación y de la Alianza antes de que empiece el 2008, el «año de la educación», según la Presidenta. Sobre todo un acuerdo que posibilite una rápida tramitación de la nueva Ley General de Educación en el Congreso.
Los críticos de este pacto, los que habían luchado por un cambio más profundo durante los últimos dos años, afirman que la vieja estructura de mercado no se cambia, pero sí se regulará a través de las instituciones públicas y se controlará más también a través de la comunidad educativa, de manera que todos los actores jueguen un papel en la construcción de una educación de calidad. ¿Poco o mucho? ¿Se podía haber hecho más? ¿El sistema chileno permite ir más allá de este pacto?
Responder a estas preguntas ahora no es fácil, hay que esperar de ver como seguirá el proceso legislativo en el Parlamento. Sin embargo, la lucha de los secundarios ha dejado su marca, al lado de la que dejó el viejo Pinochet. Una marca distinta y más profunda. Hasta este momento, los jóvenes siempre habían estado al margen de la sociedad post-dictadura. Su insatisfacción se expresaba en una total indiferencia hacia la política. Se hablaba de la «generación no estoy ni ahí», que reflejaba perfectamente el individualismo y el conformismo presentes en toda la sociedad chilena [Gómez Leyton, 2006; p. 115]. Sobre todo porque después de la caída de Pinochet el movimiento estudiantil se disgregó, los estudiantes empezaron a mirar más hacia dentro de los colegios que hacia fuera, donde seguían los mismos problemas sociales que antes. Durante la transición pasó la idea de que ya no era necesario movilizarse y que los gobiernos de la Concertación podía resolver todo desde arriba. Pero la actual generación de jóvenes se preocupa mucho de su futuro, de la cosa pública, de la política y sobre todo ha entendido que puede jugar un papel determinante y protagónico en su gestión. En este sentido las protestas de los pingüinos son dirigidas también a la sociedad civil adulta que se ha olvidado de luchar para mejorar el futuro de sus hijos y «se ha dedicado a vivir hedonísticamente el presente neoliberal» [Gómez Leyton, 2006; p. 115].
Los estudiantes supieron unir a las reivindicaciones económicas y de mejoramiento de las infraestructuras en los colegios con el cuestionamiento del edificio entero del sistema educativo y su expresión más concreta, la LOCE, una de las leyes de amarre heredada por el régimen dictatorial. La horizontalidad del movimiento, el apoyo de otros actores sociales en todas las regiones, la claridad de sus demandas, su madurez cívica a pesar de que los actores son chiquillos menores de edad y por esta razón todavía no tienen derecho al voto, la organización en las tomas y en las movilizaciones, el utilizo de Internet, de los blogs de los correos electrónico para difundir sus reivindicaciones, la manera de representación en la ACES sin dirigentes o liderazgos sino simplemente voceros, el alto nivel de adhesión social que provocan, sorprendieron al país entero y en particular a la clase política que a partir de la transición a la democracia había marginado a los jóvenes afuera de la esfera pública [González, Cornejo y Sánchez, 2006].
Los pingüinos nos han mostrado la otra cara de la moneda: un país de profundas desigualdades, donde los carabineros parecen todavía actuar según una lógica militar y de represión de un, no bien identificado, «enemigo interno»; donde las instituciones quizás no estén verdaderamente preparada para un «gobierno ciudadano», pero tienen que confrontarse con un nuevo despertar que poco a poco se hace evidente. ¿Cambiará la imagen del país?
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