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Los poetas oscuros

Fuentes: Rebelión

Unos versos del poeta chino Bei Dao, escritos a principios de los 80, proponen esta imagen: “solo quizá un cementerio podría / cambiar en ciudad este desierto”. Y digo imagen, pese a la rotundidad sentenciosa, casi aforística, porque la propia racionalidad del pensamiento opera como salto, ejerciendo un poder de realidad al modo que ocurre en Rimbaud. Nada que explicar en el desierto ni en la ciudad, en los muertos ni en los vivos, ni en la sorda desesperación que los pronuncia. Bei Dao trabaja con imágenes enérgicas, secas y rodeadas de vacío, que se niegan a componer pasta, sucediéndose como cápsulas que solo una enunciación sencilla enlaza. Sin puntuación muchas veces, se concentran, a la vez que se hacen imprecisos en ellas los límites entre realidad y sueño, pasado y presente, las cosas vividas y las perdidas; tal vez la musicalidad que los críticos chinos anotan en esta poesía lubrifique de alguna manera aislamiento y deslizamiento, aunque a los ojos de quien lee traducciones la extrañeza es extrema y, en su intensidad y nitidez, fija la atención. Fragmentación y densidad, “la vida se ha desmigado en la tupida hierba”. Pensamiento y mirada inclementes, sin desarrollo ni relato.

Quizá por todo esto se empezó a llamar a Bei Dao, a Mang Ke y otros, “los poetas oscuros”; vagos, difíciles, los encontraba la crítica oficial. Pero trasluce el choque ahí latente otro más profundo. El enorme peso de la tradición en la literatura china tal vez podría compararse solo con el que se da en la lengua árabe, de modo que con frecuencia las tensiones poéticas se funden con las políticas. Así fue en el Movimiento del 4 de Mayo de 1919, cuando las manifestaciones contra los restos del antiguo régimen enquistados en la nueva República (nacida en 1912) acabaron nombrando un impulso de modernización poética que reivindicaba el uso del baihua (literalmente habla blanca: popular, habla real) y transformó el curso de la poesía china. El manifiesto pionero de Hu Shi, “Mi humilde opinión sobre la reforma literaria”, creció a la vera de los textos de Pound en la revista Poetry, en una hermosa historia de intercambio –tal vez desconocido por ellos mismos–, pues Pound alimentaba su poética con sus primeras traducciones de Li Bai, el gran clásico chino. La onda del “4 de Mayo” se extendió hasta el triunfo de la revolución en 1949. Y se encierra ahí el irónico secreto de por qué la poesía moderna china ha conectado mejor con su tradición clásica que los pastiches tradicionalistas impulsados por la cultura oficial, antes y después de la revolución. Se encierra ahí, y en el papel desestabilizador, crítico, de la lengua que adquieren las traducciones.

Cuenta Bei Dao que, al cambiar la estructura social a partir de 1949 (precisamente el año de su nacimiento) y como había ocurrido en Rusia, muchos escritores buscaron trabajo como traductores y esa práctica fue generando “una forma lingüístico-literaria disociada del discurso oficial; al fin de los años 60, el comienzo de una literatura no oficial pudo solo darse sobre la base de esta forma. Nuestras primeras obras estuvieron profundamente marcadas por ella”. Una segunda modernización, pues, otra ola de choque. Tras el fin de la Revolución Cultural, al principio de la llamada reforma, que ha conducido al sistema actual, se produjo el movimiento del Muro de la Democracia, los carteles que se pegaban en un lugar próximo a la plaza Tian’anmen; allí, en las paredes, en 1978, Bei Dao y otros compañeros fundaron la revista Jintian (Hoy), y fueron subiendo sus poemas al muro. Ellos mismos encabezaron la marcha por la libertad de expresión que, en la noche del 1 de octubre de 1979, concretó la entidad del movimiento. El verso de Bei Dao: “Yo-no-lo-creo”, que pertenece a su poema “La respuesta”, se convirtió en lema reproducido incansablemente en los muros de la capital. La revista fue pronto prohibida; el poeta vive en el exilio desde 1989.

Pero quería fijarme en esta historia paralela: el “4 de Mayo”, el Muro de la Democracia, movimientos políticos simbolizados por los poetas que practican una ruptura con la tradición, que radicalizan su expresión, los poetas oscuros. Qué ajenos parecen sus poemas murales a los tópicos persistentes sobre la poesía social y su claridad. Una persona que asistió a una lectura de Bei Dao en una universidad del sur de China, me contaba cómo este había llegado por carreteras secundarias desde Hongkong, su residencia estos últimos años; era una universidad especializada en ciencias, y la multitud de estudiantes le acogía afectuosa como un héroe, pero las preguntas después versaban sobre su poesía.

Aun asumiendo el poeta que la etiqueta que los nombraba era una maniobra de desvalorización, lo oscuro se dibuja como lugar en los versos de Bei Dao: “He cerrado la puerta / está oscuro en el corazón del poema”, “que me dejen todavía sentarme / en la oscuridad, como / sentado en el corazón de un amigo”. Habitación íntima y cálida, propia y compartida, corazón de la vida. Espacio de conocimiento y transformación: “es la oscuridad la que conduce al relámpago de los clásicos”. Es posible que haya en sus imágenes una raíz simbolista, que objetos y emociones tiendan entre sí un hilo; pero no es lo que se desprende de la lectura: lo onírico, lo expresionista, lo prieto en la síntesis del pensamiento se ofrecen enseguida al lector como fragmentos privados, personales, de la realidad, y esta es siempre referencia del poema. Es, de nuevo, la sencilla cualidad rimbaudiana de conservar vivo lo propio al tiempo que se entrega para compartir.

“Estoy en busca –dice Bei Dao– de lo que Antonio Machado llamaba el cuerpo conductor de la melancolía, se trata de un proceso de ajuste ininterrumpido de acordes y de fijación de los sonidos”. Escribir sería esa búsqueda formal de una materia conductora. Las imágenes que en ella se constituyen parecen venir de la memoria, de la experiencia, y tienen siempre un sesgo existencial: la vida es de uno mismo, pero no de uno solo, hay otras vidas contiguas; hay un entrar y salir en las personas gramaticales o en la impersonalidad, una línea continua que se mueve entre el yo y el ellos sin interrumpirse. Lo personal es lo ajeno, y viceversa. Si las feministas norteamericanas mostraron que lo personal es siempre político, en la poesía de Bei Dao (pese a que este seudónimo, con el que firma, significa Isla del Norte), lo político se hace siempre personal.

Las imágenes, los poemas son elegíacos, evocan una pérdida marcada por una temporalidad vertiginosa, que genera pasado sin cesar: “en el momento de abrir y cerrar la puerta / el amigo se ha vuelto irreconocible”. De este modo, cualquier posibilidad parece alojarse en lo perdido, permanecer virtual, mientras la sensación de vivir se satura de irrealidad. Las imágenes, los poemas son también desesperados, al borde de un fatalismo a veces sarcástico, como en la estampa que representa el futuro con alguien que baja un tobogán en “la posición del sabio”. En este mundo incurablemente personal, la reflexión en torno al yo adquiere una dureza que, en la limpidez de sus perfiles, podría considerarse ascética. El exiliado, que se ve forzado a hablar chino con el espejo, no obtiene ese único reflejo sin embargo: “bebo agua en el espejo transparente / y veo al enemigo dentro”. “No somos inocentes”: el poder y la doblez están repartidos entre todos. Y los datos que convierten en leyenda al escritor exiliado sirven al análisis de ese fenómeno erosivo: “me siento en mi destino / como un pequeño burócrata / alumbrando la patria abandonada”, “la llama humilde / se convierte en un tigre en tierra extranjera”, “atención a las exégesis: / a las enormes flores de plástico / en la orilla izquierda de la muerte”, “una vez pronunciado tu nombre / se aleja para siempre de ti”. Y en la ascética conciencia y rechazo de este proceso parece crecer la convicción de que el exilio ofrece un preciso modelo de la vida humana: en su falta de realidad, en el vacío y la retórica del vacío, en la pérdida de sentido y el contrapeso de idealización, en la desgracia vestida de mito. Vivir, en el vitalismo fatalista de Bei Dao (que no renuncia ni a un minuto de vida, pero nunca espera nada), sería algo así.

Lecturas.–

Bei Dao, Au bord du ciel (antología). Traducción al francés de Chantal Chen-Andro. Strasbourg, Circé, 1994.

       –– Paisaje sobre cero. Traducción de Luisa Chang. Madrid, Visor, 2001.

       –– Paysage au-dessus de zéro (antología). Traducción al francés de Chantal Chen-Andro. Belval, Circé, 2004.

       –– Olas (novela). Traducción de Dolors Folch. Barcelona, Península, 1990.

Michelle Loi, Roseaux sur le mur. Les poètes occidentalistes chinois, 1919-1949. Paris, Gallimard, 1971.

Ezra Pound, Cathay. Traducción de Ricardo Silva Santisteban. Barcelona, Tusquets, 1972.

       –– Personae (Los poemas breves). Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Madrid, Hiperión, 2000.

Eliot Weinberger, “Bei Dao”, en www.arquitrave.com, nº 23, 2006.

       –– “La invención de China”, en: Las cataratas. Edición de Aurelio Major. Barcelona, Duomo, 2012.

Liu Xiaobo, No tengo enemigos, no conozco el odio. Traducción de Juan T. Ruiz. Barcelona, RBA, 2011.

Antología de la poesía china moderna, 1918-1949. Edición de Blas Piñero Martínez. Madrid, Hiperión, 2013.

El camino de China hacia la modernidad. Javier Martín Ríos (ed.). Granada, Comares, 2015.

(Este texto ha sido publicado en tamtam press)