De acuerdo con la última encuesta de CIS, los políticos constituyen el tercer problema del país, por detrás del paro y la crisis económica. Resulta obvio que paro, crisis y políticos son tres aspectos del mismo problema. No es que se trate de algo parecido al misterio de la santísima trinidad, sino que los ciudadanos […]
De acuerdo con la última encuesta de CIS, los políticos constituyen el tercer problema del país, por detrás del paro y la crisis económica. Resulta obvio que paro, crisis y políticos son tres aspectos del mismo problema. No es que se trate de algo parecido al misterio de la santísima trinidad, sino que los ciudadanos han puesto el efecto, lo más palpable, delante de la causa, y es meridianamente claro que el paro es un efecto de la crisis económica, y que el paro y la crisis son un efecto del «buen hacer», en el peor sentido de la expresión, de los políticos; de los actuales y de los que les precedieron. En mi opinión, la situación es evidente y grave y los encuestados han dado certeramente en el clavo. Como un matiz importante, yo hubiera cambiado el orden, porque pienso que con unos políticos competentes y honestos, ni la crisis ni el paro hubieran llegado a los niveles actuales. Si se erradicase la causa, desaparecería el efecto. Ahora bien, ¿por qué los ciudadanos piensan que los políticos son un grave problema de nuestra sociedad? Esta sería una buena pregunta. En primer lugar, no creo que la respuesta estribe en la ideología; después de todo, los políticos que dominan o han dominado el poder son todos de derecha, cuando no de ultraderecha; sólo buscan el poder para luego conservarlo. Entonces, ¿son ineptos? ¿son corruptos? ¿son mentirosos? ¿son una mezcla de estas lindezas? Estas son las primeras preguntas que me vienen a la cabeza, aunque cabrían también otros adjetivos. En todo caso, resulta difícil distinguir entre estos términos.
Los políticos tienen obviamente otra percepción de esta opinión ciudadana. Preguntada hace unos días Esperanza Aguirre en un programa de radio sobre qué pensaba acerca de la opinión de los ciudadanos sobre los políticos, esta «buena señora» respondía que la razón es que los políticos tienen que mejorar el mensaje que trasmiten a la población. Tengo la impresión de que las cosas no van por ahí. Sobran charlatanes, políticos capaces de hacer un buen discurso de la banalidad y la mentira. Lo que pasa es que ya no engañan a nadie. Si uno se molesta en buscar en Google «corrupción» «Esperanza Aguirre», se encontrará con unas 158.000 entradas. Obviamente, no todas se refieren directamente a esta señora y muchísimas son irrelevantes, pero si el lector se preocupa de indagar en estas entradas se encontrará con titulares de periódicos tales como estos:
– Esperanza Aguirre es presidenta gracias a la corrupción.
– La familia de Esperanza Aguirre, beneficiada por el trazado del AVE a Lleida.
– Esperanza Aguirre destituye a su consejero de Deportes, salpicado por la corrupción.
– ¿Dimitirá Esperanza Aguirre por el Watergate madrileño? ¿Y por la corrupción de su entorno?
– Aguirre despreció un informe sobre corrupción en el PP
En esta misma búsqueda, uno encuentra la siguiente dirección web:
http://www.20minutos.es/
en la que el internauta podrá comprobar el largo alcance de la corrupción urbanística. Si se busca nuevamente en Google el tópico «corrupción de España» se encuentran 1.340.000 entradas, entre las que aparecen jugosos artículos sobre el estado del «arte» (por ejemplo, el de la Wikipedia», sin ir más lejos). Con esto, no pretendo afirmar que todos los políticos son unos corruptos; sin duda hay muchísimos honestos (en particular, muchos de los que no tienen acceso al poder), pero el número de corruptos es sobradamente amplio como para desprestigiar con fundados motivos a la llamada clase política. Todo esto es obvio, cualquier ciudadano es consciente de ello, porque la corrupción, está en nuestro entorno, a todos los niveles, y es sin duda uno de los motivos por los que la ciudadanía opina que los políticos son un problema. Sin embargo, Esperanza Aguirre, o aún no se ha enterado (¿es esto ineptitud?) o no dice lo que piensa (¿se llama a esto mentir?).
Otro ejemplo de estas «cualidades políticas» lo tenemos en el presidente del gobierno del reino, el «flamante» Zapatero. Según él, no había crisis, sólo deceleración, cuando el más tonto veía donde nos estábamos metiendo. Iba a acabar con el paro, ¡menos mal! La recuperación económica se debería haber producido ya montones de veces; ahora, de acuerdo con su nueva profecía, estamos, una vez más, en la antesala de la recuperación. ¿Es esto ineptitud o falsedad? Sus medidas para la recuperación son dignas de premio Nobel: eliminar el impuesto del patrimonio, dar 400 euros a todos y cada uno de los españoles para incentivar el consumo (a Botín le ha arreglado la vida con esta dádiva), dar 2500 euros por nacimiento (lo mismo al rico que al pobre), dar dinero a los bancos, repartir dinero a los ayuntamientos para que levanten las aceras (pan para hoy y hambre para mañana), y próximamente, subir el IVA. A esto se suma la banalidad de un discurso que repite machaconamente: «vamos a salir de la crisis». Evidentemente, los disparates los cometen los torpes. Obviamente, Rajoy tampoco aporta nada constructivo o inteligente. El denigrante espectáculo que dan diariamente los políticos con sus constantes acusaciones acompañadas de un lenguaje ordinario es un reflejo palpable de estos problemáticos personajes.
¿Cuál es la causa de este problema? Se supone que la democracia es un sistema que permite elegir a los mejores para gobernar. Lo que ocurre es que el funcionamiento de los partidos políticos y la elección de los gobernantes en nuestro país no reúnen los mínimos exigidos a una democracia. La participación de los ciudadanos en la vida política es mínima y esta mediatizada por la imposición de listas electorales cerradas y bloqueadas que impiden una elección directa, subordinando las personas elegidas al poder de los partidos. Ello, unido a la financiación de éstos por el Estado y las grandes empresas, y a su funcionamiento antidemocrático, en los que una cúpula detenta todo el poder, ha generado una partidocracia, en el que la participación del ciudadano se limita a echar una papeleta en una urna para elegir entre unos pocos partidos, que son asociaciones de cuadros de dirigentes o de personas arribistas con aspiraciones a llegar a ser profesionales de la política. ¿Pueden salir elegidas de este modo personas realmente preparadas para dirigir el país? La experiencia indica que generalmente no. Los ciudadanos eligen a personas trepadoras que en una lucha sin cuartel se abren paso hacia la cúpula dirigente del partido. Es fácil comprobar como de este modo alcanzan el poder y ocupan puestos de alta responsabilidad personas profesionalmente fracasadas, que, para respaldar su charlatanería están, eso sí, los grandes bancos y empresas, de los que los políticos son lacayos, y por supuesto, los medios de comunicación de masas. El resultado es una política fácil que ha conducido a la postre a una profunda crisis económica, específica de nuestro país y muy difícil de revertir. Asimismo, ha conducido a una crisis deplorable en el nivel educativo que favorece por supuesto los planes de los arribistas del sistema, pero que está contribuyendo de manera eficaz al hundimiento del país.
¿Cuál es la solución al problema? Sería una buena pregunta a los ciudadanos encuestados por el CIS. ¿Cuántos contestarían que es necesario un «salvador de patrias» para salir de esta situación? Probablemente muchos. Ahí reside una parte de la gravedad del problema, que el futuro político puede ser de una ultraderecha descarnada, sin caretas, que sin duda goza de muy buena salud. Solo una izquierda real, preparada y unida puede parar esta hecatombe, aunque lograr que la crisis la paguen los ricos sería un auténtico milagro.
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