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Los Santos de los narco-paramilitares

Fuentes: Rebelión

Francisco Santos y Juan Manuel Santos, tienen muchas cosas en común, empezando por su parentesco, su apellido, su profesión y sus ideas. Fachito, llamado así por su alineamiento con la extrema derecha, fue vicepresidente en el gobierno del narcopara Álvaro Uribe Vélez y en el cual se ocupo de disculpar los crímenes de los militares […]

Francisco Santos y Juan Manuel Santos, tienen muchas cosas en común, empezando por su parentesco, su apellido, su profesión y sus ideas.

Fachito, llamado así por su alineamiento con la extrema derecha, fue vicepresidente en el gobierno del narcopara Álvaro Uribe Vélez y en el cual se ocupo de disculpar los crímenes de los militares y escuadrones de la muerte, de atacar a las ONGs de derechos humanos y de condenar el narcotráfico, siendo a la vez un adherente del narcoparamilitarismo colombiano.

Su hipocresía no le impidió atacar a ciertos actores y modelos por su adicción a la cocaína (omitió a políticos del planeta), olvidando que él mismo fumaba largos porros de marihuana, como el que se fumo junto a su esposa María Victoria en Ámsterdam, cuando en 1997 le concedió una entrevista a la periodista Petra Koning de la revista holandesa VRIJ, para chillar por su suerte de ex secuestrado de los paras, como es su cínica costumbre.

Fachito, quien jamás a derramado una sola gota de sudor para ganarse el pan de cada día (nació y ha vivido con la herencia de su familia y los negocios del diario el tiempo y sus negociados) no tuvo ningún inconveniente y no hizo ningún esfuerzo para reunirse con jefes del paramilitarismo, cuando fungía disque como periodista, para pedirles, o mejor exigirles la urgente creación de un escuadrón de la muerte en la capital de la república, Bogotá, para cuidar los intereses de la oligarquía capitalina.

Este escuadrón paramilitar fue creado con el apoyo de grandes personalidades de la empresa, la política y las finanzas bogotanas, pero curiosamente se sabe muy poco de sus criminales andanzas y del dinero del narcotráfico que se lavo en grandes empresas y comercios de la capital. Fachito tendrá que contarnos la verdad algún día.

Es por estos motivos que no fue ninguna sorpresa para mí ver a Fachito en la palestra pública hace un mes largo, pidiendo enfurecidamente toda la represión del mundo contra el estudiantado colombiano que demanda reivindicaciones justas, como una educación gratuita y de calidad. Este energúmeno personaje mostró su real faceta, así, por orden y presión de los de su clase, se haya disculpado por sus palabras en un momento de enojo, según él, pero que solo reflejan la realidad de su estirpe y convicción.

Y seamos honestos con nuestra realidad, ganas no le faltan a la oligarquía colombiana de bombardear, desaparecer o eliminar físicamente a los estudiantes por su osadía, así como lo hacen con los campesinos e indígenas en las regiones apartadas del país. Pero es que una cosa es eliminar campesinos desprotegidos y otra cosa estudiantes de las principales capitales que no están tan solos ni desprotegidos.

Por su parte el hoy presidente Juan Manuel Santos, un poco más comprometido con el periodismo, aun cuando empresarial, (existen dos clases de periodista: el que se dedica a hacer dinero y el que se dedica a la información) decidió también devenir un brillante político, después de sus reuniones con jefes criminales del narcoparamilitarismo a quienes apoyo en sus «justas luchas» y los invito a tomarse la capital de la republica.

Gracias, no tanto a su talento o capacidad, sino a su apellido y status salto a la palestra de los ungidos en política y fue nombrado ministro, pues un cargo mas bajo hubiese sido un ultraje a su abolengo. Nombrado ministro decidió de una vez y por todas renunciar al mundo de las letras (y los números en el periodismo) para dedicarse a esa terrible pero a la vez honorífica labor de devenir mártir, es decir, un servidor de la patria, un servidor de los colombianos. ¡Qué talentoso hombre!

Pero además de haber acompañado al presidente Pastrana por medio mundo, cuando éste salió a pedir limosnas para su ‘Plan Colombia’, (Plan Colombia que Pastrana presentó como un Plan meramente social y no militar, pero que años después confesaría al diario l Espectador que gracias a él, el ejército se fortaleció militarmente) el ministro Santos en conjura con otros potentados y narcoparas se oponían a los diálogos entre el gobierno y los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, mientras que saboteaban los diálogos del Caguán entre las FARC y el gobierno de Pastrana al cual él pertenecía en calidad de ministro. Santos hace parte de esa inmensa franja de poder que no desea la paz ni sabe que es dialogar.

Gracias a los esfuerzos de este traicionero político y sus compinches, los diálogos con el ELN nunca se dieron y por el contrario los ataques de las Fuerzas Armadas se intensificaron en el norte del país, en donde se deberían llevar a cabo estos encuentros entre los subversivos y el gobierno. Por su parte las negociaciones entre gobierno y la guerrilla de las FARC al sur del país, sufrían los embates de los amigos de la guerra. La mafia colombiana con el visto bueno de los Estados Unidos, ya había comenzado su trabajo de hormiga para llevar a la primera magistratura del Estado a uno de sus capos. Estábamos a finales del siglo XX y principios del XXI.

El talentoso Santos nunca acabará de sorprendernos, pues ocurre que uno de sus más grandes amigos y compadre se llama Víctor Carranza Niño, apodado candorosamente el zar de las esmeraldas por la gran prensa colombiana, una de las prensas más libres del mundo. ¡Qué honor ser colombiano!

El amigazo del hoy presidente de una parte de los colombianos, no sólo sobrevivió a otra de las horribles guerras que han azotado al país, la ‘Guerra Verde’, sino que con toda la barbarie que le caracteriza, logró liquidar a sus más severos enemigos y apoderarse del negocio de las esmeraldas (riqueza que pertenece a todos los colombianos) implantando a la vez el terror en la región del departamento de Boyacá, donde se encuentran las minas de esta piedra verde. No contento con esta proeza, Carranza, el gran amigo del político Santos, se lanzó al lucrativo negocio del narcoparamilitarismo, conformando escuadrones de la muerte en varias regiones del país y aumentando su fortuna en varios miles de millones de dólares, gracias al tráfico de cocaína y al robo de tierras a campesinos desprotegidos.

Para rematar, pero sin terminar con esta larga historia, ocurre que uno de los pocos honestos y valerosos jueces que todavía existen en Colombia, ordenó la captura del ‘zar de las esmeraldas’ y no por zar, sino por narcotráfico, paramilitarismo y crímenes cometidos por su band,a en la cual aparece también su hermano menor. El juez, con pruebas en la mano y a pesar de presiones y amenazas ,puso tras las rejas a estos criminales.

El problema, además del peligro en el que incurría la vida del valeroso juez, consistió en que tan pronto fue hecho prisionero Carranza, el hoy presidente Santos, llamó a la una de la mañana a la residencia del entonces Fiscal General de la Nación Alfonso Gómez Méndez, para pedirle o más bien exigirle su pronta intervención para la liberación de su amigo Víctor Carranza, honorable hombre de negocios. Corría el mes de febrero de 1999.

Aunque al parecer el Fiscal no accedió a tan monstruosa demanda, tampoco denunció al político Santos por su deshonesta exigencia. Meses después una jueza ligada a la mafia Marcela Fernández pondría en libertad al criminal, su hermano y compinches, argumentando falta de pruebas en el expediente que rebosaba de testimonios de familiares de víctimas y ONGs como el Centro de Investigación y Educación Popular – CINEP.

No es sorprendente pues, que el ex ministro de guerra del narcotraficante nº 82, y hoy presidente de unos cuantos colombianos se vanaglorie de la horrible matanza que efectúo su ejército en el hermano país del Ecuador, atice la guerra y se jacte también de tener la llave de la paz en Colombia (¿?)

Los Santos tienen muchas cosas oscuras de su vida que aclararle al país y deberían abstenerse de tildar a la subversión de bandidos o narcotraficantes, cuando en realidad son ellos los sindicados entre muchos, muchos otros políticos y periodistas.

 

NOTA : Es bastante deprimente para todo un pueblo, para toda una nación el plegarse a los designios de una banda mafiosa que a punta de cañones y bombas se erige en los dueños del país y en los conductores del destino de cuarenta y cinco millones de colombianos (as), de los cuales mas de la mitad viven en condiciones inhumanas. La mayoría somos nosotros. ¿Por qué no actuar en consecuencia?

 

(*) Sergio Camargo es periodista y escritor, autor entre otros libros, de: Democracia Real Universal y El Narcotraficante N° 82 Álvaro Uribe Vélez. Ha sido director de la revista Universo Latino y autor de numerosos artículos sobre la realidad latinoamericana y mundial. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.