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Los sembradores de odio

Fuentes: Rebelión

A la Galicia por-nacer. Si caminásemos poco a poco e hiciésemos más pedagogía con el discurso lingüístico, el interesado laberinto, ruido y confusión mediática sobre esa peligrosa lengua llamada gallego y los peligrosos sujetos que insisten en garantizarle más visibilidad, pasaría del estado paranoico al estado metafísico, del estado metafísico al estado ético-normativo, y del […]

A la Galicia por-nacer.

Si caminásemos poco a poco e hiciésemos más pedagogía con el discurso lingüístico, el interesado laberinto, ruido y confusión mediática sobre esa peligrosa lengua llamada gallego y los peligrosos sujetos que insisten en garantizarle más visibilidad, pasaría del estado paranoico al estado metafísico, del estado metafísico al estado ético-normativo, y del estado ético-normativo al estado positivo. Dicho en rigor: haríamos más sociolingüística comparada, más investigación, y dejaríamos de tratar a la lengua gallega como si fuese un balón de fútbol al que se le pueden dar patadas a capricho a golpe de marketing político-identitario. No de otro modo, con investigación, con un discurso público bien fundamentado, con una comunicación social valiente, se puede contrarrestar al racismo, incluso en su dimensión lingüística.

En el año 2001, bajo la presidencia de José María Aznar, se ratificó el contenido de la Carta Europea de las lenguas regionales y minoritarias – en rigor, convendría denominarlas minorizadas -. Este documento, impulsado en el año 1992 por el congreso de Europa, con rango de tratado internacional, fue aprobado por las cortes generales. Entre los compromisos que adquirió por aquel entonces el estado se encuentra la garantía de una educación en las lenguas regionales o minoritarias (…) correspondientes en todos los niveles del sistema público de enseñanza.

El 22 de Febrero del 2010, en Santiago de Compostela, Simone Klinge, miembro del secretariado de la Carta Europea de las lenguas, afirmó con rotunda serenidad:

«España no cumple con los compromisos que ha firmado».

Simone, experta en sociolingüística, recordó que los preceptos ratificados por España implican, entre otras obligaciones, las de la «existencia de una educación integralmente en gallego». Además, afirmó que «impartir en gallego un 50% de las clases no encaja con los niveles del tratado asumidos por España en 2001, por lo menos en lo referente a la educación y a las instituciones educativas».

Leyendo las bases de la carta, me llama la atención el siguiente punto:

«Promocionar los idiomas minoritarios (…) en la vida pública y privada»:

Digo que me llama la atención por lo siguiente: porque el hecho de considerar también el espacio privado y doméstico como un espacio a tener en cuenta en la promoción y visibilidad de las lenguas minorizadas debería motivar a etnógrafos, antropólogos documentalistas y fotógrafos a trabajar conjuntamente en la creación de una perspectiva que visibilice las tensísimas relaciones de poder que se manifiestan en una convivencia social, lingüística y cultural que, en la historia contemporánea de Galicia, tuvo y tiene muy poco de armónica o pacífica.

No basta con la retórica jurídica. No basta con el análisis socio-lingüístico. No basta, tampoco, con el lenguaje verbal. La mirada etnográfica del antropólogo, el documental y la fotografía pueden ayudar a desvelar, con más precisión y menos maniqueísmo, el eterno retorno del odio recíproco entre los buenos indígenas defensores de la lengua débil, que consideran al castellano como un elemento ajeno a su ser o incluso un elemento colonizador, frente a los malos indígenas colonizados por el estado español – así, en abstracto – que consideran al castellano como un elemento complementario o propio a su ser.

Es urgente y necesario acabar, en este campo, con lo que Olga Rodríguez llama la asfixiante tiranía del pensamiento binario.

Qué duda cabe que bajo los términos bilingüismo, trilinguismo o polilinguismo hay mucho de propaganda política. La mayor parte de los políticos que mencionan estos términos no los practican. Quiero decir, con esto, que hay mucho bilingüe en el Reino de Galicia, en concreto en San Caetano, que más que hablar en dos idiomas parece hablar en un extraño idioma al que convendría llamar castelego: un extraño ser que ha ido desenvolviéndose con el paso de los años y del que no sabemos aún si es gallego o castellano, pues resulta prácticamente imposible saberlo. En mis tiempos, en rigor, se le llamaba castrapo, a secas. Ahora, para huir del problema, se inventa la categoría de híbrido y santas pascuas. Las confluencias líquidas y sin contenido están de moda, tanto en el ámbito político como en el lingüístico : de lo que se trata no es de mezclar a los seres conservando su singularidad, sino de mezclarlos por mezclarlos y a la deformidad resultante llamarle hibridaje o mestizaje. Me temo que no simpatizo mucho con el método, no.

Personalmente, sigo convencido de que una política del reconocimiento recíproco de la diversidad intrínseca en el mapa lingüístico-cultural de la península no tiene sentido si no existe el deseo y la predisposición recíproca de conocerse. Uno puede reconocer al otro sin desear conocerlo, y viceversa, y en ese reconocimiento existir simplemente el miedo y la negativa silenciosa a abrir canales recíprocos de diálogo y comunicación inter-cultural. Al fin y al cabo, no es otra cosa que una estrategia de poder más.

La península ibérica, como geografía, y España, como estado, seguirá columpiándose durante décadas en este absurdo clash of cultures interno. Es muy posible que algún día nos cueste caro si no ponemos freno a posibles emergencias de odio inter-étnico. Y aquí, precisamente, en este contexto, en esta situación, es donde el movimiento pacifista puede y debe hacer pedagogía intercultural en todos los ámbitos. En la calle. En las escuelas. En la universidad. En los medios. Cualquier lugar es válido para contrarrestar posibles re-emergencias de odio inter-étnico.

No corresponde, de ningún modo, a ninguna administración política -en rigor, al poder institucionalizado-, responder a las delicadas, complejas y atávicas preguntas del ser humano. Ni la identidad, personal y colectiva, ni el futuro, ni el presente, ni el pasado son monopolio interpretativo de una administración o de un partido político.

El humanismo como crítica democrática, no como adorno retórico o erudición libresca, tiene que dirigirse a los sujetos, a las personas con voluntad y predisposición de examinar y analizar los fundamentos de su práctica cotidiana y profesional. Ya somos lo suficientemente mayorcitos para caer en la cuenta de que bajo todo testimonio de inhumanidad existe siempre el colaboracionista rol de los intelectuales en la justificación verbal de la misma.

«Pero, desde el momento en que, falto de carácter, corre el criminal a buscar una doctrina, desde el instante mismo en que se razona el crimen, prolifera como la sinrazón misma, toma todas las fuguras del silogismo. De solitario que era, como el grito, se ha hecho ahora universal como la ciencia. Juzgado ayer, hoy, dicta la ley».

Así empezaba Albert Camus «El hombre Rebelde», y desde aquí podríamos empezar nosotros, la Galicia Partisana, a construir el fundamento, ni absolutamente racional, ni absolutamente afectivo, ni absolutamente estético, de un universalismo cultural, político y moral válido para todos los tiempos.

Esta es mi elección, y desde ella, sí, vivo, pienso, creo, escribo y camino.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.