Un libro como «La obra del miedo», de Gutmaro Gómez Bravo, y Jorge Marco, solo tiene un camino: su llegada al mayor número posible de lectores, la difusión generalizada haciéndose partícipes de ello ustedes mismos, y pasando a formar parte como otros tantos libros necesarios como bibliografía y texto de estudio de la Historia Contemporánea […]
Un libro como «La obra del miedo», de Gutmaro Gómez Bravo, y Jorge Marco, solo tiene un camino: su llegada al mayor número posible de lectores, la difusión generalizada haciéndose partícipes de ello ustedes mismos, y pasando a formar parte como otros tantos libros necesarios como bibliografía y texto de estudio de la Historia Contemporánea en los centros de enseñanza; nadie puede negar la importancia del conocimiento del pasado para la formación de la conciencia social. «La obra del miedo» conecta con la Justicia Histórica, concepto que engloba el establecimiento de la Verdad y la Reparación; y la Reparación corresponde cumplirla a los gobernantes y otras partes del Estado, que no va a ser el que nos impuso el fascismo ni su continuador, ahí están en la proximidad del tiempo sus raíces saliendo del fascismo; es por eso que nunca, quienes forman éste Estado, desarrollan, fomentan, defienden la justicia y la igualdad sociales: ellos guerrearon contra la legalidad republicana e impusieron la injusticia. Mientras crece la conciencia republicana, «La obra del miedo» abre el camino del conocimiento de la Verdad Histórica, y ayuda a construir la conciencia social de quien lee.
Se abre el libro con un primer dato que es muestra escalofriante, y aun así pequeña, de lo que va a sacar a la luz con posterioridad: en 1938, Franco, tras negarse a todo posible acuerdo de paz con el gobierno democrático, declara que ya tienen fichadas a 2.000.000 millones (dos millones) de personas para castigar. En 1944, los responsables fascistas del denominado «Servicio de Recuperación de Documentos» cuentan con 3.000.000 millones (tres millones) de personas fichadas; son las fichas que les sirvieron para las farsas que llamaban «juicios» militares y del «Tribunal de Masonería y Comunismo». Y en esa cifra no se contaban las personas fichadas por los «Servicios de Información y Policía Militar» (SIMP), ni por las delegaciones de «Información y Vigilancia de Falange», ni por la Guardia Civil, ni por la Policía Secreta, ésta última precedente de la Dirección General de Seguridad del franquismo (DGS). ¿Puede imaginar las multitudes prisioneras, condenadas, perseguidas, amenazadas por el fascismo durante 40 años?.
Con la violencia de los golpistas la realidad del pueblo trabajador se vio trastocada desde el primer momento, durante y después de la guerra. Los militares dispusieron de listas y fichas con las que encarcelaban y fusilaban en su acción terrorista contra la democracia; tomaban ciudades y pueblos y dejaban miles de republicanos asesinados a su paso. Los asesinos seguían las indicaciones de Franco: «En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática del territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los Ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios». Estos actos, calificados hoy como genocidio, crímenes de Lesa Humanidad, contaban con la animación y la participación de la Iglesia Católica empezando por su jerarquía; de la convivencia entre fascismo e Iglesia salieron las palabras de Franco declarando la guerra como «finalidad» para «la redención de los habitantes» y otras tantas católico-fascistas. Otro general fascista, Mola, daba instrucciones a los asesinos: «… la acción a de ser en extremo violenta», la intención era paralizar la capacidad de respuesta de los seguidores del gobierno democrático.
Señalada la primera parte del golpe, los dirigentes fascistas indicaron que la segunda parte debía conllevar el exterminio político y cultural de los republicanos para terminar con la identidad colectiva de la clase trabajadora, a esa segunda fase del genocidio seguiría, mediante la tortura, la cárcel, y el aislamiento, la recuperación religiosa de los que denominaban «confundidos» o «débiles». Junto a toda esta planificación, conforme el territorio iba siendo ocupado y para la generalización del terror, incorporaban a la población civil en la práctica de sus crímenes y mediante la denuncia anónima, de esta manera, por un lado, trataban de impedir todo atisbo de reconocimiento entre los iguales, y por otro, buscaban disolver en el pueblo su propia deshumanización, núcleo de su poder. Los autores de «La obra del miedo» aportan, entre otros, los documentos que repartían entre los porteros de cada casa de vecinos y entre personas escogidas para que rellenasen con la acusación sobre quiénes conocían como participantes a favor de la República, y de quienes sospechaban que tuviesen o hubiesen tenido actitudes u opiniones favorables al gobierno republicano, o cuando menos no eran declaradamente fascistas, con el objeto de ir a por ellas. Las fichas, repartidas conforme entraban en los pueblos y las ciudades, debían ser entregadas en puntos que figuraban en las mismas fichas en un máximo de 24- 48 horas para que la persecución de los republicanos fuese efectiva.
Frente a la tesis de algunos historiadores de que el golpe militar desató a grupos de «incontrolados» fascistas, los autores, con una aportación de datos abrumadora, vienen a probar que la violencia estaba programada en diversas fases y fue siempre dirigida y organizada. Tras el verticalismo del ejército, venían organizaciones paramilitares fascistas compuestas de señoritos y lacayos, creadas en ciudades y pueblos para dar el segundo golpe tras haber asesinado a los republicanos más visibles y haber dejado en la mayor indefensión al conjunto del pueblo, y se enumeran algunas bandas paramilitares que sembraban el terror: la Guardia Montada Rural de Sevilla, los Caballeros de la Coruña, los Españoles Patriotas de Córdoba y Granada, la Guardia Cívica Nacional de Melilla, la Milicia Ciudadana de Vitoria, la Guardia Cívica de Vigo, la Escuadra Negra de Granada, la Defensa Ciudadana de Badajoz…, todas las bandas fascistas estaban bajo supervisión del ejército. En las bandas fascistas se encuadraban los militantes de la CEDA, Acción Católica, Renovación Española, etc, todos los derechistas excepto los de Falange y los carlistas, que disponían de sus propias organizaciones terroristas. Tras la extirpación de los republicanos en cada lugar, finalmente impondrían un programa de recatolización sustanciado en el premio y el castigo a presos y familiares, uno a uno y familia a familia para hacer más profunda la obra del miedo, la obra fascista de cohesión social. Todas estas operaciones de castigo tenían como finalidad el exterminio de la identidad de clase y cultura política de los obreros y campesinos, imponiendo con ello el catolicismo que encabezaba las «comisiones de limpieza» cuyos asesinatos colectivos los convertían en escena a la vista de la población. Ese es el mundo que trajeron a los trabajadores con su golpe de Estado, el mundo al revés que teorizaban y además pusieron por escrito en su Código de Justicia Militar emitido el 17 de Julio de 1945.
Además de todo esto, desde Abril de 1939 a Enero de 1940 al menos tuvieron en las cárceles 1.000.000 de presos: 500.000 prisioneros en campos de concentración, 90.000 prisioneros en Batallones de Trabajadores, al menos 47.000 prisioneros en Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, y 300.000 en las cárceles, son los datos de que se dispone, falta documentación y los que se dan no cuentan con los que la Dirección General de Seguridad. La cifra presos, aun en estas condiciones, es reconocida como la más alta en toda Europa después de la 2ª Guerra Mundial, solo la Alemania nazi llegó a tener más presos contando con que eran presos de todas las naciones que invadía, mientras que aquí solo eran prisioneros de los pueblos del Estado español.
Hay que añadir el que entre 1939 y 1944 la cifra de muertos por enfermedades y hambre alcanzan, hasta donde se ha podido conocer, 150.000 presos, sin contar los suicidios; otro de los daños al pueblo trabajador fue el causado a las familias trabajadoras, entre estas se extendía la mortalidad infantil, la tuberculosis, el tifus, el paludismo, la sífilis, causando innumerables muertes.
La conducción de los presos al catolicismo estuvo a cargo de la Compañía de Jesús y la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, que establecieron la condena, fuese cual fuese, como un derecho divino «por la violación del orden sagrado». Para su labor represiva emplearon técnicas de tortura, aislamiento del preso, y mensajes individualizados de premio y castigo en comida, comunicación, destinos…; si se «convertían» debían hacer de chivatos y arrepentirse públicamente, entregando a su familia y vigilando el entorno. El terror en cada casa, en cada persona, haciendo del silencio y el olvido la tabla de salvación.
En 1944 sacan un Código Penal (año en el que inauguran la cárcel de Carabanchel, la mayor cárcel del fascismo), y en ese Código Penal siguen considerando a los presos republicanos como seres inferiores. Solo en el texto de 1948, como consecuencia de la salida de la segunda Guerra Mundial, mencionan la condición humana de los presos, aunque seguían negando su posible vuelta a la sociedad.
En «La obra del miedo», de Gutmaro Gómez Bravo, y Jorge Marco, se observa documentadamente como formaron su Estado los fascistas, hasta el 80% eran puestos que ocuparon fascistas participantes en la guerra, y el 20% restante quedaron para adeptos reconocidos, y como una de las partes importantes de ese Estado instituyeron los «Juzgados», además del Juzgado Militar Especial, del Juzgado Militar Especial de Funcionarios…, los «Juzgados», donde llevaban a cabo su farsa fascista, los extendieron por todo el territorio, pueblos y ciudades, para dar alguna cobertura a la labor de exterminio de los defensores de la legalidad democrática; en Madrid, por ejemplo, cada distrito tenía su propio «juzgado», algo que habían hecho desde el primer día en las ciudades ocupadas nada más comenzar el golpe, y continuaron después de la guerra. La Delegación Nacional de Servicios Documentales, que crearon en 1944 para disponer de las fichas de los antifascistas, establecida en Salamanca, siguió en funcionamiento hasta 1977; esta Delegación fue creada por el fascista Ulibarri a semejanza de los órganos nazis de represión. La sucesión vendría dada desde las más altas instituciones.
Pero durante la guerra los fascistas españoles inspiraron a los nazis, lo que ustedes saben de los nazis, los nazis lo copiaron de los fascistas españoles, su trato en las prisiones y campos de concentración, el hambre, los castigos, la propagación de las enfermedades… Es poco conocido el caso de los pueblos creados por los asentamientos de las familias de los presos republicanos en las proximidades de los centros y campos de esclavitud de los Batallones de Trabajadores.
Sobre este particular, los autores del libro hacen referencia a la labor de investigación realizada por José Luis Gutiérrez Molina sobre las empresas que los fascistas crearon a costa de la mano de obra esclava, además de otras empresas ya existentes que también explotaban a los presos enriqueciéndose, empresas que forman parte del grupo de las más importantes hoy en día de todo el Estado, otras han cambiado de nombre, y otras se han unido entre sí, destacan: Dragados y Construcciones, Banús, A. Marroquín, San Román, Huarte, Hermanos Nicolás Gómez, Construcciones ABC, Bacbock-Wilcox, Carbones Asturianos, Constructora Naval, Industrias Egaña, Cementos Porland-Ibérica, Cementos Asland, Metro Madrid, Elizarran, … Ni el Estado ni los empresarios fascistas han tenido que pagar por sus delitos, cuando en todo el mundo, y en el caso de los trabajadores esclavos tanto en Alemania como en Japón debieron cumplir con penalizaciones económicas dictadas por los Tribunales.
Para dar fe de su carácter fascista nada más ganar la guerra, el 6 de Junio de 1939 varios generales golpistas visitan a Hitler, van darle las gracias por la ayuda nazi; ese mismo día miles de fascistas legionarios españoles desfilan ante el rey Víctor Manuel III en Roma, y al día siguiente son recibidos por Mussolini, y el 11 de Junio 3.300 legionarios encabezados por Serrano Suñer, ministro de Franco, son recibidos por el capo de la Iglesia Católica, Pío XII, en su entonces reciente Estado Vaticano, creado en acuerdo con los fascistas italianos, el jefe de la Iglesia Católica los bendice, los alaba y los alienta, toda una muestra de su carácter. En el momento actual el fascismo formando parte de amplias áreas del poder sigue presionando para mantener el miedo y la injusticia, el miedo siempre lo han empleado como alimento de la desmovilización social, en relación con este propósito los autores recuerdan el caso del juez Garzón, que a pesar de ser un personaje tan discutido entre los defensores de la Memoria Democrática, los fascistas han buscado perseguir a través suyo cualquier iniciativa de recuperar la sociedad republicana de justicia e igualdad.
Hasta aquí una pequeña muestra del tesoro histórico para la memoria democrática que guarda el libro. Léanlo, difúndanlo, coméntenlo, su contribución será siempre reconocida como una ayuda inestimable a la Memoria Democrática, con todo lo que ella proyecta.
Título: La obra del miedo.
Autores: Gutmaro Gómez Bravo, y, Jorge Marco. Prólogo: Julio Aróstegui.
Editorial: Península.
PD. Martes 19 de Julio a las 19,30 Mitin en el Ateneo de Madrid por la resistencia del Pueblo Español en defensa de la República y contra 75 años de Impunidad del franquismo (1936-2011).
Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@
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