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Entrevista a Tomy, caricaturista colaborador de Rebelión.

Los trazos del muchacho de Barajagua

Fuentes: Juventud Rebelde

Foto: Roberto Suárez Aunque estudió Agronomía, la caricatura constituye el sentido de su vida. Su nombre es referencia obligada a la hora del recuento de la caricatura en Cuba. Ha participado en tres festivales mundiales. Asegura que estos movimientos no deben desaparecer En sus venas corre sangre mambisa. Estudió Agronomía por la idea asociada de […]


Foto: Roberto Suárez


Aunque estudió Agronomía, la caricatura constituye el sentido de su vida. Su nombre es referencia obligada a la hora del recuento de la caricatura en Cuba. Ha participado en tres festivales mundiales. Asegura que estos movimientos no deben desaparecer

En sus venas corre sangre mambisa. Estudió Agronomía por la idea asociada de que todo campesino debía ser agrónomo. Siente un especial cariño por Barajagua, su pueblo natal: «un lugar muy primitivo», del oriente del país, donde vivía prácticamente toda la familia. Por cierto, numerosa.

Fue en este pueblito, del municipio holguinero de Cueto, donde el niño estableció una relación muy íntima con la naturaleza, esa que le brindó el zumo de las plantas y las frutas para dar color a sus primeros trazos. En la soledad del paisaje campestre, el pequeño encontró la paz que lo ayudó para que afloraran todas sus ideas.

Con el tiempo sus trazos se perfeccionaron y la vocación se consolidó. Tomás Rodríguez, Tomy, como cariñosamente lo llaman, disfruta que sus caricaturas recorran la Isla y el mundo. Y junto a ellas va el creador. Los motivos, siempre amparados por su talento, son variados: ha viajado en calidad de jurado de concursos, de conferencista y como invitado a eventos internacionales, entre los que se encuentran tres festivales mundiales de la juventud y los estudiantes.

«Comencé a interpretar el entorno que me rodeaba a partir del dibujo como forma de expresión principal. Esto me obligó a crear mis propios medios. Utilizaba el barro, y a la orilla del río -hoy seco como consecuencia de la sequía- preparaba la superficie donde más tarde pintaba», dice al recordar sus inicios.

Las primeras orientaciones las recibió en una escuelita rural, a través del maestro Eduardo Suárez, quien estaba muy interesado en ayudar a los niños campesinos. «Él estimulaba las vocaciones de cada uno y hasta nos facilitaba los materiales».

Entre el llano y las lomas de la Sierra Maestra se ubicaba el hogar donde vivía Tomy, acompañado de sus padres y seis hermanos menores.

«Un territorio en que eran comunes los enfrentamientos entre los rebeldes y los casquitos de la tiranía -cuenta-. Por tal motivo mi papá tomó la decisión de trasladarnos. Así salimos hacia un lugar más seguro, donde permanecimos cerca de un año. Fuimos inicialmente a la casa de un amigo suyo y luego para un barracón de haitianos donde ocupamos uno de los cuartones. El sitio, algo apartado, era transitado constantemente por los rebeldes. De modo que solía dibujar postales que luego obsequiaba a esos hombres que tanto admiraba.

«Allí recibimos la noticia de la fuga de Batista. Cuando regresamos a la casa, nos encontramos la vivienda ametrallada y los animales muertos».

-Después del triunfo, ¿qué hiciste?

-En 1959 tenía unos diez años. Las escuelas reabrieron y seguí estudiando. Allí nos llegaba la revista Mella, una publicación de aquellos primeros años, y donde Virgilio Martínez era uno de los ilustradores. Así que empecé a distribuir la revista con el interés de quedarme con un ejemplar.

«Luego me incorporé a la Campaña de Alfabetización. No fue fácil, con 12 años, convencer a la familia de que ya era capaz de tomar decisiones y ser independiente. Al terminar de alfabetizar continué mis estudios y como era campesino elegí Agronomía. Pero un día, poco antes de graduarme, decidí consagrarme a la caricatura».

-¿Cómo sucedió eso?

-Mientras cumplía el Servicio Militar conocí al caricaturista Manuel Hernández. Él estaba en una Unidad Militar adonde yo iba a copiar gráficos. Cuando Manuel vio mis trabajos me estimuló tanto que desde ese momento comencé a colaborar en algunos periódicos.

«La caricatura fue la manera más directa que encontré para expresar todas las vivencias de mi vida campesina. Mi trabajo tiene una fuerte influencia de aquellas historias que siendo niño escuchaba a los mayores. Eran anécdotas contadas con pasión que recreaban las guerras independentistas. Mi bisabuelo, Quintilio de Zayas, fue mambí, y en la zona se dio a conocer por su enérgica lucha contra los españoles».

-En otras ocasiones me has comentado que te identificas con cada momento de la Revolución…

-Sí, me emociona escuchar el Himno de la Alfabetización, o la fabulosa canción compuesta por el Grupo de Experimentación Sonora a los jóvenes de la Columna Juvenil del Centenario -hoy Ejército Juvenil del Trabajo (EJT)-. Junto a esos muchachos que fueron a Camagüey a repoblar la provincia, fundamos el periódico Bayardo, donde hice de diseñador, fotógrafo y caricaturista.

«Siento que he aprovechado las oportunidades que se me han dado en cada momento: alfabetizar, organizar un periódico, pasar un curso en una Academia Militar, trabajar en la microbrigada, e incluso, en una etapa más avanzada, cumplir misiones internacionalistas en Angola y en Nicaragua. Son vivencias muy enriquecedoras».

-También asististe a los dos festivales celebrados en La Habana, y al de la República Popular Democrática de Corea. ¿Cómo fueron esos eventos?

-Antes te cuento que siendo muy joven fui candidato a delegado del IX Festival, que se celebró en Argelia, aunque finalmente nuestra delegación no asistió.

«El XIII Festival, celebrado en Pyongyang en 1989, fue muy especial. Tuvo lugar en un momento muy importante en las relaciones de Cuba y la República Popular de Corea. Fidel había visitado tres años antes esa nación, y nuestro país, en solidaridad con ellos, no había asistido a las Olimpiadas de 1988 celebradas en Seúl, Corea del Sur. Estos antecedentes hicieron que los anfitriones sintieran un cariño muy grande por nosotros. Y constantemente nos daban pruebas de ello.

«Dos meses antes del Festival partió para Pyongyang una avanzada de la delegación oficial. El grupo lo integrábamos unas 20 personas. Entre ellos estaban la colega Marina Menéndez, funcionarios de la Unión de Jóvenes Comunistas, un carpintero, un cocinero, en fin, personas que de alguna forma garantizaríamos la preparación de la Casa Club.

«Mi tarea consistía en adaptar el Palacio de Pioneros -una construcción maravillosa de mármol- a un ambiente tropical que diera la sensación de estar en Cuba. Diseñar todo aquello fue difícil. Pero con el empleo de mucha información gráfica preparamos un lugar fabuloso, que incluía hasta salones de protocolo».

-¿Qué función tenía la Casa Club?

-Una de sus funciones era la de recibir diariamente la visita de varias delegaciones, en horarios que se extendían desde la mañana hasta la noche. Allí, un miembro de la presidencia de nuestra comitiva daba una explicación pormenorizada de Cuba y del rol de los jóvenes en la sociedad, se contestaban las preguntas y luego recorrían la instalación.

«Montamos varias exposiciones -entre ellas una con mis caricaturas-, de carteles, de fotografías, que permitían que los amigos de otras latitudes se llevaran una idea general de la Isla. Las instantáneas reflejaban desde la belleza de nuestros paisajes hasta la vida de los habitantes de un poblado rural.

«Durante estos encuentros intercambiábamos regalos. Recuerdo que me volví un especialista en las caricaturas personales; a diario hacía muchas para obsequiar».

-Incluso se reunieron con el presidente Kim Il Sung.

-Sí, tuvimos la posibilidad de entrevistarnos dos veces con él. En una ocasión en el Palacio Presidencial y luego en la Casa Club, donde se hizo una foto con toda la delegación cubana. Nadie esperaba una sorpresa así.

-¿Qué otros detalles recuerdas?

-La preparación que tenían los coreanos. Hubo actividades donde orquestas nacionales tocaban música cubana, nos sorprendieron porque lo hacían muy bien. También incorporaron a miles de jóvenes y niños en las coreografías y desfiles. No sé de dónde salía tanta gente, pero eran muchos. El espectáculo final, realizado en un estadio modernísimo, fue algo muy novedoso, en el que emplearon hasta rayos láser y fuegos artificiales que duraron horas.

-¿Qué recuerdas de los festivales celebrados en Cuba?

-El XI, que se hizo en 1978, fue algo impresionante. Cuba realizó un esfuerzo enorme. Pero se logró un festival muy bien organizado que contó con una participación masiva.

«Las vivencias fueron muy intensas, desde la inauguración hasta la clausura en el Parque Lenin, que fue grandiosa. El ambiente era muy festivo, se escuchaba música por toda la ciudad y la alegría se hizo contagiosa.

«El del año 97 transcurre en otras circunstancias. En medio del período especial Cuba decide rescatar el movimiento de los festivales, que parecía desaparecer con el derrumbe de la URSS. Como el país atravesaba una situación económica difícil el pueblo acogió en sus hogares a los delegados.

«Aun cuando no he estado en otros eventos de este tipo, me inserto en la vorágine de cada uno de ellos, porque el trabajo en el periódico te mantiene al tanto de las circunstancias. La caricatura funciona mucho en los jóvenes, porque ellos, con su inquietud y su dinámica, necesitan que se les dé una información muy compactada y directa».

-¿Qué sentido tiene para ti la realización de estos eventos?

-Yo he asistido a tres festivales de este tipo, en los que me di cuenta de la fuerza que tiene la juventud. A los jóvenes erróneamente se les trata como conflictivos, y se piensa que no enfrentan los problemas con seriedad. Sin embargo en estos eventos me demostraron la madurez que han alcanzado y me enseñaron que ellos son fuente de ideas renovadoras.