Abrumado por circunstancias incontrolables, el Gobierno griego se prepara para otra crisis financiera que promete ser tan terrible como la última en 2015.
El primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, anunció, el 12 de septiembre, que Atenas ha hecho un acuerdo de armas «sólido» que «reforzará las fuerzas armadas» y creará un «escudo nacional».
Sin embargo, más allá de la máscara de confianza de Mitsotakis, se está gestando una pesadilla que probablemente perseguirá a Grecia durante los próximos años. Hace cinco años, cuando Atenas dejó de pagar su deuda, en gran parte con países e instituciones europeos, Francia y Alemania se apresuraron a estrangular aún más al humillado país vendiéndole todavía más material militar.
La historia se repite. Esta vez la crisis involucra la disputa duradera del país con Turquía por las aguas territoriales. Invocando la solidaridad europea, los franceses están, una vez más, impulsando su equipo militar sobre la asediada y económicamente débil Grecia. En consecuencia, esta última está lista para comprar 18 aviones de combate Rafale de fabricación francesa, cuatro helicópteros de la marina, nuevas armas antitanque, torpedos de la marina y misiles de la fuerza aérea.
Si bien el Gobierno griego presenta la medida como una demostración de fuerza en caso de un futuro conflicto militar con la vecina Turquía, las armas francesas intensificarán la vulnerabilidad de Grecia frente a los dictados políticos franceses, ahora y en el futuro.
Esto es parte de un patrón más amplio de Francia. El presidente francés, Emmanuel Macron, vuelve a asumir el papel de salvador. Últimamente ha asumido el papel de reconstruir la devastada Beirut tras la explosión masiva de agosto. A cambio espera, de hecho exige, la aquiescencia política de todas las fuerzas políticas del Líbano.
Sin embargo la crisis en Grecia es diferente. El conflicto turco-griego del Mediterráneo oriental es multifacético puesto que involucra a muchos actores regionales, todos compitiendo por el mismo premio: algunos dividendos en los depósitos masivos de gas natural recién descubiertos. Si bien el conflicto se presenta como una continuación de las prolongadas hostilidades entre Turquía y Grecia, en realidad, esta última no es más que una pequeña faceta de un nuevo gran juego, cuyo resultado podría cambiar por completo la dinámica en todo el Mediterráneo.
Si bien la OTAN se está desmoronando, debido en parte a las políticas aislacionistas de la actual Administración estadounidense, los países europeos, como Francia e Italia, están actuando de forma independiente de la alianza militar occidental una vez unificada.
Europa está perdiendo la posición que una vez fue estratégicamente dominante en la región mediterránea. Después de años de invertir en el conflicto libio de una década, es probable que los países europeos se vayan a casa con las manos vacías.
Durante años Francia ha respaldado a las fuerzas con base en el este del general libio Khalifa Haftar, mientras Italia apoyaba al Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN) en Occidente. Los dos miembros de la OTAN, que políticamente se enfrentaban abiertamente, esperaban que el resultado de la guerra de Libia les proporcionara fuerte influencia militar, política y económica.
Sin embargo las noticias recibidas de la región son claramente contrarias, en el sentido de que Turquía y Rusia, que sólo recientemente hicieron valer sus derechos sobre Libia, son quienes ahora controlan el destino de este país. No solo Ankara y Moscú son los principales agentes de poder en Libia (Rusia apoya a Haftar mientras que Estambul respalda al GNA), es probable que también den forma al futuro de Libia. En su segunda ronda de negociaciones en Ankara el 16 de septiembre, los dos países aprobaron un alto el fuego en Libia como parte de un proceso político que, eventualmente, debería estabilizar al país en guerra.
La ironía es que hasta hace relativamente poco Turquía y Rusia estaban en discordia. El conflicto en Siria había llegado a un punto en 2015 en el que la guerra parecía inminente. Esto ha cambiado, ya que ambos países vieron una oportunidad sin precedentes derivada de la relativa ausencia de Washington como actor directo en los conflictos de la región, junto con la desunión y el conflicto interno entre Europa y la OTAN.
Con el tiempo surgieron más oportunidades en Libia y, finalmente, en el Mediterráneo oriental. Cuando Francia e Italia mostraron entusiasmo en una alianza emergente entre Israel, Grecia y Chipre en torno al proyecto del gasoducto EastMed, Turquía se abalanzó para contrarrestar esto con una alianza propia. En noviembre de 2019 Turquía y el GAN de Libia firmaron un Memorando de Entendimiento que amplió las áreas de influencia de Turquía en el Mediterráneo y obligó a Francia a enfrentar otro desafío para su liderazgo en la región.
Además Turquía, envalentonada, amplió su búsqueda de gas natural en el Mediterráneo para cubrir un área masiva que se extiende desde la costa sur de Turquía hasta la costa noreste de Libia. Dado que la OTAN no pudo presentar un frente unificado, Francia avanzó sola con la esperanza de mantener un statu quo geopolítico que ha gobernado el Mediterráneo durante décadas.
Ese statu quo ya no es sostenible en tiempos que -con seguridad- se redactará un nuevo contrato político, especialmente porque la naturaleza de la alianza turco-rusa se está volviendo más clara y promete ser duradera.
Es probable que los intereses mutuos entre Turquía y Rusia culminen en una alianza real si las negociaciones en curso rinden dividendos duraderos. Al otro lado de esa posible coalición están las potencias europeas reacias y rebeldes lideradas por la egoísta Francia, cuya visión estratégica ha sufrido un duro golpe en Libia como lo hizo en Siria años antes.
El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, lidera ahora la diplomacia rusa para encontrar una solución no militar al conflicto turco-griego. Esto, en sí mismo, es una indicación de la creciente destreza de Rusia en una región que hasta hace muy poco estaba dominada únicamente por la OTAN.
Ramzy Baroud es periodista y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El último “Estas cadenas se romperán: historias palestinas de lucha y desafío en las cárceles israelíes” (Clarity Press, Atlanta). Además es investigador senior no residente en el Centro para el Islam y Asuntos Globales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
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