La movilización del pueblo y los trabajadores este segundo semestre enseña una tendencia claramente instalada: la aspiración de transformar las bases fundantes de este modelo. Hay un sector importante del pueblo trabajador cuyas demandas apuntan, no precisamente contra el sistema capitalista (mundial) como tal, sino de forma más focalizada contra el modelo chileno, este régimen […]
La movilización del pueblo y los trabajadores este segundo semestre enseña una tendencia claramente instalada: la aspiración de transformar las bases fundantes de este modelo. Hay un sector importante del pueblo trabajador cuyas demandas apuntan, no precisamente contra el sistema capitalista (mundial) como tal, sino de forma más focalizada contra el modelo chileno, este régimen de democracia burguesa restringida, elitista y represiva y este patrón de acumulación capitalista sumamente liberalizado, flexibilizado y rapaz.
El detonante de esta lucha de resistencia es el simple hecho de que las condiciones inmediatas de existencia son insoportables para la clase trabajadora. En el fondo, un acumulado de experiencias de lucha reivindicativa en la fase post-dictadura ha conseguido madurar, poco a poco, la conciencia de clase de aquella franja movilizada del pueblo.
Dicha tendencia se revela, con grados desiguales de profundidad, en el desarrollo del movimiento No + AFP; el paro de trabajadores y trabajadoras del sector público; en alguna medida, el auge del movimiento Ni Una Menos y la instalación de la demanda feminista; la huelga de los trabajadores de Homecenter Sodimac que, a su vez, ha ayudado a visibilizar otras huelgas como las de Pizarreño y SENAME; y la derrota del Partido Comunista en las elecciones a dirección del Colegio de Profesores a manos de Mario Aguilar (Partido Humanista) y la «Disidencia». El vector común en todas estas coyunturas es una relación de hostilidad y rechazo consciente al modelo, es decir, a las lógicas mediante las cuales la burguesía y el bloque en el poder concentran toda la riqueza, explotan a destajo, destruyen el medio ambiente, discriminan y asesinan a las mujeres, difunden una cultura de la degradación humana y además, para hacerlo se valen de manera burda y grosera de la institucionalidad política, los instrumentos de la «democracia» (la justicia, las leyes, las facultades del gobierno) y los partidos del sistema dominante, todo lo cual está profundamente deslegitimado.
Ahora bien, ¿cuáles y cómo son los medios y las herramientas que los movimientos de masas han usado para luchar? Es evidente que los métodos principales de lucha por los que ha optado se ubican en el campo de la acción directa de masas, la huelga alegal y la organización de hecho, sin respaldo institucional, por la base, relativamente abierta y, claramente en el caso del No + AFP, con un componente interesante de articulación territorial. Lo anterior sucede porque abunda un descreimiento profundo hacia todo lo que pertenece, representa o se asemeja a las instituciones-organismos del Estado y el gran capital, y por el mismo carácter cerrado de la democracia excluyente y restringida, lo que en buena medida obliga y marca la preferencia de los movimientos de masas de luchar y organizarse al margen de la legalidad. Para no dejarlo fuera, a pesar de que obedece a lógicas históricas y culturales propias, independientes de la clase trabajadora chilena, este contexto objetivo también es el que enfrenta el Pueblo Mapuche y explica en gran parte sus dinámicas fundamentales de lucha radical y directa contra el Estado, las fuerzas represivas y los capitales.
Como un paréntesis pertinente, el fenómeno al que hacemos alusión se vio expresado en las pasadas elecciones municipales, en las cuales la tendencia mayoritaria fue en primer lugar a la abstención, y en segundo lugar al «voto conservador». En síntesis, lo que hay a la base de estos resultados es: a) que existe una porción gigante (mayoritaria) del pueblo desafecta políticamente, que no asiste a votar pero tampoco se organiza ni se moviliza por nada; b) que la derecha tiene un «voto duro» mucho más regular que ningún otro sector; c) que la base votante concertacionista es potencialmente disputable por fuerzas «ciudadanistas», socialdemócratas o reformistas alternativas (lo que demuestra el caso de Sharp en Valparaíso), dado el nivel de deslegitimación del bloque (Nueva Mayoría o Concertación) y el descontento de su base social tradicional; y d) lo que más nos interesa destacar, que el movimiento de masas, cada vez más consciente, cada vez más contestatario, no se vuelca ampliamente a votar por las alternativas de izquierda, lo cual queda claramente demostrado, al menos, en esta elección municipal, la anterior presidencial y la anterior municipal. Lo que vemos en escena es un movimiento de masas que considera, más o menos, que no le sirve ser representado en este tipo de legalidad, por más promesas de «cambio por dentro».
Sin embargo, y hay que decirlo con todas sus letras, es igualmente evidente que como movimiento de masas no hemos encontrado los caminos que nos conduzcan a ganar lo que queremos. De manera abundante, casi exclusivamente, solo conocemos de derrota tras derrota. El enemigo es recio, está fuertemente articulado y concentra todo el poder, la legalidad burguesa no nos deja espacio en la práctica y la lucha social directa, digna desde donde se le mire, suele terminar en duros reveses. ¿Por dónde entonces avanzar?
Con la humildad que corresponde, porque la respuesta solamente es correcta luego que los hechos así lo verifican, creemos que una alternativa posible es avanzar precisamente en la articulación orgánica del movimiento de masas, desde abajo, desde las bases. En esta fase donde persiste la atomización, la fragmentación, la dispersión y la desorientación de los sectores que luchan, la única respuesta razonable pareciera ser el avanzar en la unidad de todos los movimientos del pueblo trabajador. Pero, y esto es lo novedoso, esa unidad solo va a ser concreta en la medida que sea una unidad organizada, es decir, un esfuerzo organizativo por construir un instrumento de articulación del movimiento de manera horizontal, democrática, de hecho o alegal, solidaria, desde las bases y asentada en los territorios y las organizaciones naturales de la clase trabajadora.
En estricto rigor, mientras el movimiento de masas no esté articulado orgánicamente a través de un instrumento de integración y unidad de masas (social), no puede hablarse propiamente de un movimiento sino meramente como concepto abstracto. La unidad de nuestra clase y la solidaridad efectiva de clase estará regida y atravesada por la organización, y esa organización solo será concreta cuando realicemos, más allá de los buenos deseos hacia mi par, un trabajo práctico mancomunado o coordinado entre los distintos sectores de la clase proletaria que, hasta ahora, se encuentran luchando por separado. En otras palabras, la unidad del movimiento es el ejercicio concreto del trabajo político en común. Aunque el nombre es lo que menos importa, entendemos este instrumento necesario como un Congreso de los Pueblos o Congreso de los Trabajadores y los Pueblos.
Ignacio Abarca, militante de Izquierda Guevarista de Chile