Incansable, diminuto, invisible, el tiempo tiene esa extraña costumbre de estar siempre transcurriendo. Caen y caen los segunditos, que se convierten en minutos, en horas, en días y años, pronto se cumplirán 30 desde el día en que esas oscuras balas disparadas por la dictadura penetraron en el cuerpo de los hermanos Vergara. Los años […]
Incansable, diminuto, invisible, el tiempo tiene esa extraña costumbre de estar siempre transcurriendo. Caen y caen los segunditos, que se convierten en minutos, en horas, en días y años, pronto se cumplirán 30 desde el día en que esas oscuras balas disparadas por la dictadura penetraron en el cuerpo de los hermanos Vergara. Los años se amontonan, y Luisa Toledo, su madre, sigue de pie. De pie está, aunque una pena, una pena que ya es costra en el alma, le dobla las rodillas en el silencio de las noches.
Ella, la madre, que los bañó en las aguas de su útero, que tomó sus manitos de niños y los invitó a recorrer la vida, que los alimentó con la leche que mágicamente brotó de sus pechos, ella, su madre, no volvió a experimentar nunca más el calor de sus presencias. No volvió a escuchar sus voces, ni a mirar sus ojos, ni a tocar las manos. Nunca, nunca más. Rafael y Eduardo, sus hijos, cometieron aquel condenable crimen que les costó la vida: no acomodarse al pensamiento único.
¡En que Banco de la Justicia Universal se pagará a la madre el dolor que sintió aquel día en que la muerte, vestida de verde y cargando un fusil, le robó a sus dos hijos!, aquel miserable día en que le apagaron los colores, las primaveras y los cantos, aquel remoto día que ella quisiera borrar, porque desde ese día sus ojos nunca más volvieron a encenderse, su alma se atestó de ruidos y el corazón de tristeza, de la tristeza más honda y penetrante que puede experimentar un ser humano: la muerte de un hijo, de Rafael y Eduardo, sus dos hijos.
Yo no sé qué piensa quien pide que olvide, que perdone, que de vuelta la página. Yo no entiendo como alguien que no vivió eso, alguien al que no le rajaron el pecho y le mutilaron la vida, puede pretender algo así.
Es cierto, han pasado 30 años, y si, vivimos en otro Chile. Pero el tiempo tiene leyes, sobre todo una: lo que fue, fue, y lo que fue es que a Luisa Toledo le arrebataron a sus hijos.
Yo no puedo pedirle nada, señora Luisa, solo puedo mirarla de lejos y admirar la fuerza interior que la mantiene en pie. De pie está, aunque sé que una pena le dobla las rodillas en el silencio de la noche. ¡Pero nadie puede verla, que nadie lo sepa! Porque usted es la dignidad tomando el cuerpo de una mujer, y la dignidad no se quiebra, la dignidad transforma la tragedia en valentía.
Galeano decía que las madres de plaza de mayo son un ejemplo de salud mental, usted también lo es, señora Luisa, por que usted también se negó a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria. No solo eso, también es ejemplo de fuerza, de tenacidad, de dignidad, porque usted se negó pactar con los asesinos de sus hijos, usted despreció esas leyes que dejaron cuando le arrebataron la justicia. Usted sigue de pie, por que usted es fuerza, aunque sé que cuando sale a recorrer las calles de su población, una silenciosa lágrima recorre sus mejillas, mientras, de reojo, observa el mural que recuerda a Rafael y Eduardo, sus dos hijos robados por la muerte.
Y yo sé que usted rápidamente limpia esa lágrima, levanta su pecho de mujer digna, disipa esa espesa amargura que revolotea en su garganta, y entonces, cansada, vuelve a levantar la voz que resucita la memoria.
Poco queda para la conmemoración de los 30 años del asesinato de los hermanos Vergara Toledo, otra vez se levantaran las barricadas en las poblaciones, el fuego será portada de diarios, la prensa mostrará como se enfrentan carabineros versus pobladores.
Y como todos los años, poco se hablará del trasfondo de esta fecha, nadie nombrará a los asesinos: Alex Ambler Hinojosa, Jorge Marín Jiménez, Francisco Toledo Puente y Mauricio Muñoz Cifuentes (misteriosamente absuelto de cargos).
Poco se hablará del montaje del asalto al almacén y como mintió la prensa de la época. Tampoco dirán lo que concluyó la comisión Rettig: «Rafael Vergara fue ejecutado por agentes estatales, y no carabineros, estando ya herido y en poder de quienes lo mataron, en violación de sus derechos humanos. Respecto de su hermano, Eduardo Vergara, no pudiendo la Comisión determinar las circunstancias precisas en que se produjo el enfrentamiento ni la participación que él hubiera tenido, considera que pereció víctima de la situación de violencia política».
Pero sí se hablará de los asaltos, enfrentamientos, balas y barricadas. Y si, probablemente esos niños que devolverán el plomo de carabineros saben poco de la historia de este país, pero en vez de seguir condenándolos, tratándolos de delincuentes, de vulnerables, de esa cosa que llaman «riesgo social», y otras etiquetas que lo único que hacen es seguir alimentado la frustración y la rabia, enseñémosle de la historia, contémosle que sucedió en Chile, procuremos así que ellos se sientan parte de una historia común, animada por esfuerzos y logros, pero también por grandes errores y tragedias.
Y cuando el día pase, cuando se apaguen las barricadas, y el aire disipe el humo, y carabineros vuelva a sus cuarteles, y la gente a sus rutinas, usted, señora Luisa, otra vez será azotada por esa penetrante angustia que seguirá transformando en valentía, en orgullo y dignidad. Porque usted será para siempre la madre de Rafael, Eduardo y Pablo, y sus hijos seguirán siendo sus hijos. Porque nadie ni nada puede romper el lazo más sagrado de todos: ser madre.
En fin, lo que fue, fue, y seguirá siendo. En vez de olvidar, lo que nos queda es aprender de la historia, para hacerla y no padecerla. Y para gritar con todas las fuerzas: ¡Nunca Más!
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