Que la vida puede ser más agradable si dejamos de estar permanentemente compitiendo, liberándonos de ese machismo dañino.
Estos días he estado “liado” con los San Fermines. He visto un encierro en un balcón, otro en la entrada de la plaza y una corrida, además de otras muchas ocupaciones lúdicas y de restauración con los precios disparados.
Es evidente que el toro y todo el mundillo que le rodea, son el alma de los San Fermines y será casi imposible desprenderse de ese elemento, al menos a medio plazo. Lo digo por quienes albergan expectativas antianimalistas a este respecto.
Unas fiestas que tienen unas extraordinarias implicaciones económicas, pero también políticas, sanitarias y sobre todo lúdicas, de diversión hasta niveles inimaginables, Tienen igualmente su parte negruzca, de abusos de toda índole o agresiones sexuales, pero eso no es tema para hoy. En estas líneas, querría compartir con mis lectores/as una reflexión, SOLO UNA, a propósito de una pregunta que, quizá, algunas personas se pueden plantearse ¿Por qué hay muy pocas mujeres, excepcionales sin duda, que corren el encierro?
Me refiero, claro, en el encierro real, no al de andar antes por la calle Estafeta o entrar en la plaza a los pocos segundos de oírse el chupinazo. Tambien convendría distinguir entre los corredores profesionales y aquellos amateurs y aficionados.
Cosmovisión masculina
Soy consciente de que me voy a meter en un jardín harto complicado y que me caerá “la del pulpo”, pero me voy a permitir reflexionar sobre ese elemento, en el conjunto de otros aspectos similares y relacionados entre si, configurando una cosmovisión masculina de una parte importante de varones, porque no incluye a todos, por fortuna. En todo caso, puede ser inspirador un debate sobre estos asuntos.
De las observaciones atentas y de las fotos que he tomado en uno de los encierros en la calle Estafeta y otro en el foso de la plaza, en efecto, son muy raras las mujeres que se ven en el recorrido y algo menos en el segundo escenario. Hay más que hace 25 años, obvio. Por el contrario, en la corrida es omnipresente la presencia del varón, que copa todo el protagonismo, tanto él como su cuadrilla, jugándose una cornada de efectos letales, en presencia de miles de personas.
Pues bien, seguramente ante esta pregunta habrá quienes intenten responderla a partir de la historia, de las desigualdades entre los sexos, de la testosterona, de la mayor fuerza física, del valor o simplemente “de los cojones que hay que tener para estar delante de los toros”.
Porque, a mí al menos así me lo parece, hay que tener mucho valor para meterse en una carrera de velocidad endiablada, delante de una manada de toros bravos, arriesgando una cogida que puede ser fatal, con niveles de cortisol por las nubes y con la emoción de si me cogerá o no me cogerá ese impresionante morlaco de más de 500 kg que, con un simple movimiento de su cabeza, puede arrojarlo varios metros para luego patearlo o empitonarlo como si nada, como si fuera un peluche.
Seguramente estamos ante un complejo proceso neuropsicológico que genera dosis elevadas de adrenalina, con el cerebro obnubilado por el peligro, en modo alerta, a tenor del riesgo que comporta, mientras dura la fugaz carrera. Emoción a raudales.
Y tengo la impresión de que la mayoría de los que lo hacen, en particular los fines de semana, no pocos con alcohol y sustancias hasta las cejas, no tienen ni los conocimientos necesarios, preparación física o las habilidades adecuadas para salir airoso de ese trance. Algunos de esos, tienen toda la pinta de ser unos incautos cuando no irresponsables y, desde luego, desconocedores de lo que en ese momento se está ventilando. Aun así, saltan los controles y se adentran en la vorágine. Siempre me sorprende que no haya más heridos, por eso el parte diario de los lesionados leves y graves es uno de los momentos más esperados por toda la ciudad, justo después de que suene el segundo chupinazo que avisa de que el peligro ya pasó.
¿Pero es solo una cuestión de testosterona y de cojones? Trataré de responder a la pregunta inicial a partir de considerar ese rasgo del comportamiento masculino, en el contexto de otro tipo de conductas tradicionalmente más propias de los varones, que se incluyen en ese término tan manido de machismo. Y que conste que no estoy llamando machistas a los corredores, lo quiero dejar bien claro para evitar interpretaciones torticeras.
Consiguientemente, ese rasgo de extremada competitividad y riesgo es, siempre en mi opinión, un ejemplo clarividente del mandato cultural imperante en nuestra sociedad, de ahí su poder y generalización.
¿Qué le lleva a un hombre a arriesgar su vida entrometiéndose en actividades de alto riesgo para su salud, como es el que concita este artículo? Tal vez la fama, protagonismo, salir en la TV y ser objeto de comentario fugaz, autoafirmarse como hombre, competir con el de al lado, sentir los escalofríos del cortisol y la adrenalina, y de la dopamina al conseguir el objetivo, deporte que te obliga a prepararte todo el año, involucrarse en empeños difíciles, vivir un par de minutos de gloria, demostración de la hombría, de su poder… en tantas y tantas actividades riesgosas en las que los hombres participan. No sé la respuesta y puede que confluya un poco de todo. Cada cual tendrá sus prioridades.
En consecuencia, ese predominio casi absoluto de los varones en este tipo de eventos es, a mi juicio, un elemento más del conjunto de características conductuales del modelo de masculinidad dominante en nuestra cultura occidental.
Mandato cultural.
Es claro que aprendemos a comportarnos como se nos exige, por el hecho de pertenecer a un sexo u otro. Desde el momento del nacimiento, la evidencia física de tener genitales diferentes es el inicio de un proceso dimorfo de influencias de toda índole, por parte de las numerosas agencia educativas que van modelando eficientemente el comportamiento desde ese preciso momento, atribuyendo de una manera un tanto arbitraria e interesada, diferentes características según el sexo y que, en el hombre, ha ido cristalizando a través del tiempo en un modelo de competitividad y rendimiento, características muy propias de ese machismo cultural que hemos mencionado más atrás. En las chicas este modelo es bien diferente.
Es cierto que ha habido cambios en las últimas décadas, con no pocas dificultades, a tenor de que ese mismo patrón tradicional, sigue estando vigente ya que es ensalzado y promovido por gran parte los/as políticos/as de la derecha y todos/as de la ultraderecha cavernaria, con demasiada frecuencia.
Este proceso de aprendizaje se ha venido haciendo desde muy antiguo transmitiéndose, de generación en generación, los valores dominantes al uso, razón por la que son tan difíciles de modificar. Por ejemplo, la conducta sexual es paradigmática de esto que trato de decir ya que el mandato obliga a estar siempre dispuesto, dar la talla, cumplir en la cama, tener siempre una erección a demanda, dejarla satisfecha… en fin, tareas imposibles de mantener desde cualquier punto de vista y reforzadas por las películas sexuales que denomino pornoviolentas. La pornografía no ha hecho más que incorporar y amplificar, distribuyéndolos a escala mundial, estos valores, reforzando su aprendizaje exitosamente a través de la excitación y el placer sexual, refuerzo natural de un impacto como pocos.
Vano empeño por el que algunos hombres luchan denodadamente y acaban perdiendo, como no puede ser de otra manera. Insatisfechos. Incapaces de disfrutar. Carne de cañón para clínicas privadas y empresas farmacéuticas de píldoras de colores que se hacen de oro aprovechándose de las miserias e inseguridades masculinas, capaces de ingerir cualquier fármaco para cumplir con ese patrón tradicional de no desaprovechar ninguna oportunidad de la caza y captura. Y les aseguro que aquí hay un negocio extraordinario, si bien no se trata solo de una cuestión cuantitativa.
Estoy convencido de los numerosos destrozos, en todos los órdenes de la vida, que provoca el machismo a mujeres y a hombres. Aunque es absolutamente cierto que los hombres tenemos unos privilegios extraordinarios, también lo es el que, tales prerrogativas, no son gratis. Tienen su precio. Y lo pagamos sin duda alguna. Yo creo que, con creces, aunque otras personas dirían que no es para tanto, incluso manifiestan sentirse ofendidas por tal aseveración.
Afirmo, en consecuencia, que no sale de balde seguir a pies juntillas ese modelo masculino, impuesto en nuestra cultura durante siglos, en muchos ámbitos de su comportamiento varonil.
Algunos datos de interés
Es sabido que los delitos cometidos por hombres son muchísimo mayores que los efectuados por mujeres, que no llegan ni al 10%. También sabemos que, de los homicidios y asesinatos resueltos, se constata que ellos mueren asesinados en reyertas y en las mujeres por la violencia de género, en los que el protagonista es el caballero. Así mismo conocemos que el porcentaje de hombres asesinados es sensiblemente mayor que el de mujeres.
Dado que tanto el asesino como el asesinado son mayoritariamente machos, la conclusión es obvia: nacer hombre tiene mucho más riesgo que nacer mujer. Además de que los hombres – en parte por nuestros poco saludables hábitos de vida – nos morimos antes, nos matamos entre nosotros. La cárcel está llena de hombres que matan a otros hombres por demostrar su hombría. Parece que el dicho manido de que el hombre que es un lobo para el hombre, se cumple en este caso a pies juntillas, siendo un fenómeno planetario que puede variar en los variopintos países en que las víctimas puedan ser jóvenes o que pertenezcan a estratos desfavorecidos. ¿Cuántos mandatarios toman la decisión de declarar una guerra a otro país, dirigido a su vez por otro del mismo sexo? Lo más cerca Putin y Zelenski. Da la impresión de que la violencia machista es parte de la normalidad.
Aparte de los homicidios, dedicamos mucho tiempo a luchas, peleas, broncas y agresiones entre hombres. Para ver quien tienen más poder y huevos. No he visto a ninguna mujer peleándose antes y después de un partido de fútbol. Seguramente habrá alguna, si bien es cierto que se observa un incremento de conductas agresivas entre mujeres jóvenes en la última década, pero sigue siendo anecdótico en comparación con lo que ocurre entre chicos.
Y, en este contexto, planteamos nuestra pregunta inicial ¿Cuántas mujeres, amable lector/a, has visto corriendo delante de una piara de toros bravos? O chicas que quedan exclusivamente para pegarse, para hacerse daño, fenómeno este excepcional. Mucho más si hay alcohol de por medio, o drogas, en cuyo consumo también lo petamos los tíos. ¿La testosterona o el machismo? o ¿ambas cosas a la vez?
Accidentes de coches para ver quien corre más o posee el motor de más caballos y por tanto más potente. Competir por las mujeres, a ver quién folla más, quién la ha desvirgado antes o “roto el culo”, como dicen ahora ciertos grupos juveniles, quién dura más en el coito o quién la tiene más larga. Siempre empeñado en destacar y ganarle al otro hombre, al precio que sea. Homínido total. ¡Qué empeño más estéril! ¡No me digan que esto no es lamentable!
Por tanto, el modelo tradicional de hombre es un modelo de competitividad y rendimiento, con el resto de los hombres. Se trata de demostrar, desde la más tierna infancia, quién es más machote, quien tiene más cojones. Y esto, a no dudar, tiene un coste extraordinario. El macho es duro, tiene que aguantar lo que sea, no expresa emociones, reprime sus sentimientos, no llora. No es tierno ni dulce. Defiende con furia, si fuera menester, sus creencias frente a otros hombres. Controla a su pareja considerada de su propiedad. Sin embargo, lo dramático del caso es que, esta cultura, fomenta la muerte de hombres que quieren demostrar a sus víctimas que son más hombres que ellas. ¡Qué importa eso después de muertas!
Los datos de violencia de genero son ya insoportables y no dejan de crecer: En España, se acercan a 1200 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2004. Ya sé que eso tambien ocurre en otros países, incluso que tienen tasas más elevadas, porque el machismo está presente en todos ellos, en particular las religiones monoteístas, de dios varón y con representantes en la tierra, al menos los que tienen poder, también varones.
A pesar de los cambios acontecidos en las últimas décadas, parece que cuesta cambiar esas creencias de vigilancia y maltrato a la mujer: “Mi marido me pega lo normal”, hemos escuchado alguna vez en la consulta, reflejando un ansia de control sobre ellas.
Y algunos lo hacen no solo porque pueden, sino -y esto es muy relevante a mi parecer- porque se creen con ese derecho a hacerlo, que es lo que hay, dicen o que ella se lo merece. Algo similar ocurre con el fenómeno de la prostitución: ellas en su mayoría, pobres y jóvenes, se ven obligadas a fingir deseo y prestar sus oquedades corporales para que él se corra dentro de las mismas, por unos cuantos euros. Y a eso lo llaman, con frecuencia quienes se benefician de esa desigualdad, libertad y empoderamiento femenino. Tela.
La violencia sexual es el ejemplo vivo de ese machismo al que nos estamos refiriendo.
Una muestra terrible de esta obsesión machista es lo que se conoce como “violencia vicaria” cuando el agresor-asesino utiliza a sus hijos/as menores, matándolos, para conseguir su objetivo final: hacer el máximo daño a la madre privándola de lo que más quiere. Hay igualmente casos de mujeres, pero en menor cantidad. La violencia psicológica de la que no hablamos ahora está, seguramente, más extendida de lo que a primera vista pudiera parecer, aunque en este extremo es probable que no haya tanta desproporción entre sexos. Tal vez la maldad parece más propia de los dos sexos que de uno solo.
En cualquier caso y de cara al futuro, señalaría que hay un modelo tradicional bien conocido y otro modelo más igualitario al que anhelan llegar los varones más comprometidos y en donde les esperan muchas mujeres con los brazos abiertos. No obstante, algunas de las más radicales no acaban de ver muy bien tal anhelo, con lo que eso de los brazos abiertos parece más bien una quimera, porque necesitan el enfrentamiento.
Considero que ese escenario igualitario, todavía es minoritario y lo comprobamos en las conferencias y cursos que impartimos o en la propia sociedad. En el medio de los dos hay otro modelo que, a nuestro juicio, es el predominante: el de aquellos chicos que, aspirando a la igualdad, se ven atrapados en una cultura que ha promovido la desigualdad durante siglos, divergencia que parece formar parte de su ADN. Hombres que no acaban de digerir el imparable ascenso de las mujeres y que vayan teniendo más presencia y poder en la vida.
Algunas consideraciones educativas
Diferentes informes sobre la juventud española, ponen de manifiesto el mantenimiento de determinados valores machistas acordes a los tiempos de Internet, como por ejemplo el que los chicos tiendan a llevar a cabo conductas de control sobre su pareja, en aspectos como el uso del móvil, de la ropa o de su conducta en la calle con otros chicos. Igual que sus padres, aunque con otros elementos propios de los avances tecnológicos. O considerar que no existe la violencia de género, creencia que suscriben una cuarta parte de la juventud española. De ahí nuestra insistencia permanente en poner el foco en la educación, como alternativa más adecuada a esta situación. No es la panacea, pero es uno de los pocos recursos disponibles. Pienso que la cárcel y la rehabilitación son insuficientes.
Con todo, la situación cambiará cuando los hombres tomemos conciencia de que, siendo machistas, además de hacer un enorme daño e infringir un gran dolor a otras personas, de ser infelices, nos estamos perdiendo cosas muy hermosas. Que una relación más igualitaria y empática con una mujer es algo más difícil, pero mucho más gratificante. Que la vida puede ser más agradable si dejamos de estar permanentemente compitiendo, liberándonos de ese machismo dañino. Que querer ser más hombre que otro, es una soberana estupidez que no conduce a ninguna parte. Que es absurdo y estéril demostrar la masculinidad por medio de la violencia.
Como botón de muestra, el agresor sexual se priva de una de las experiencias más maravillosas de la vida: hacer el amor con alguien que deseas y que se entrega sin contrapartidas, del mismo modo que lo hace el otro/a. De mutuo acuerdo. Con empatía. Por la única satisfacción de dar y recibir placer generosamente.
Hay que empujar el cambio. Todas las manos son pocas. Sería deseable usar el poder que tenemos, que tradicionalmente se lo hemos arrebatado a las mujeres, no para hacer daño al otro o a la otra, sino para acercarse y limar las desigualdades. Compartir ese poder con las mujeres, negociando su uso. Dialogando. En este caso, más que ser hombre o mujer, lo importante es ser persona, que tiende la mano a la que está a su lado, empatizando con ella y tratar de ayudarle en la medida de lo posible. Y eso no solo no es una debilidad, sino un bello signo de humanidad que nos honra como especie.
Concluyo, con el impermeable puesto para que me resbalen mejor los improperios e insultos, que uno de los perjudicados del machismo es el propio hombre y que mientras los hombres no tomemos conciencia de ello, poco avanzará el proceso de igualdad y equidad entre mujeres y hombres.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/machismo-testosterona-y-los-toros-de-san-fermin
Sobre el autor: José Luis GarcíaDoctor en Psicología y especialista en Sexología