Madrid ha visto sus calles llenas de personas que reclamaban justicia social, derechos humanos, democracia real, transparencia, verdad y trabajo. Eran los indignados, los que están hartos y necesitan otra realidad, otro modelo de sociedad. Saben que es un problema humano, algo que los hombres pueden y deben arreglar, algo que tiene que ver con […]
Madrid ha visto sus calles llenas de personas que reclamaban justicia social, derechos humanos, democracia real, transparencia, verdad y trabajo. Eran los indignados, los que están hartos y necesitan otra realidad, otro modelo de sociedad.
Saben que es un problema humano, algo que los hombres pueden y deben arreglar, algo que tiene que ver con el respeto a los demás y con la verdadera convivencia y relación entre los seres humanos. Saben que la solución está en nuestras manos y que podemos dar un cambio real.
Madrid ve ahora sus calles abarrotadas de jóvenes que cantan «felices» a Jesús, que llevan en sus caras, en sus ropajes y en sus palabras una lección bien aprendida, un mensaje preparado que no se preocupan de analizar, que les fue inoculado vía catequesis, que pretenden convencernos que todo es maravilloso si seguimos a Jesús, olvidándose de que el auténtico mensaje de Jesús está lleno de amor, pero también de sacrificio, de renuncia, de dolor, tal como El lo vivió y tal como debe ser vivido.
Detrás de los jóvenes está la Iglesia, la Iglesia estancada, la Iglesia que los utiliza para tratar de demostrar al mundo que sigue viva, que todavía no se ha muerto, pero todos sabemos que es mentira porque sus parroquias están vacías, porque de todos esos jóvenes la mayoría no se reconocen practicantes, y… ¿cómo se puede seguir a Jesús sin practicar? ¿Acaso su vida fue una clase teórica?
Los indignados, con los pies en la tierra, pretenden transformar la realidad social, la que involucra directamente al ser humano, la que se vive y se sufre a diario. Son conscientes de que los culpables de esta situación son los poderes, sobre todo el económico, pero también el religioso y todos los demás, porque vampirizan al ser humano.
Los jóvenes «cristianos» pasan por Madrid de vacaciones, la realidad social no les afecta, su compromiso es teórico. Ellos ven la vida a través del cristal coloreado del Vaticano, sin preguntarse si Benedicto y compañía son en realidad unos impostores que los están utilizando. Se necesita algo más que buen rollo para plantarse esa pregunta.
Los indignados debaten, sin líderes que impongan sus condiciones, lo que deben hacer, las condiciones del camino que está sin dibujar, que hay que crear.
Los jóvenes cristianos son guiados como borregos al son de una marcha creada por Rouco y los suyos. Idolatran y cantan canciones a un líder que es la personificación de la gran mentira que atenaza a la humanidad.
Los indignados son expulsados, apaleados y encarcelados por exigir lo que es suyo, lo que es de todos. Sufren, como dijo Jesús, «la persecución por parte de la justicia».
Los jóvenes cristianos son recibidos como «ángeles» del Señor. La ciudad se para, Madrid se rinde a sus pies. Los poderes les bendicen y les ofrecen lo mejor, aunque nos pertenezca a todos.
Tal vez por eso es fácil saber dónde se manifiesta lo auténtico, dónde se expresa la realidad de estos tiempos. Es fácil, muy fácil, saber con quien se sienta Jesús a compartir el pan y el vino, porque, al fin y al cabo, la historia es una copia de sí misma, y esto ya ocurrió en Palestina hace dos mil años cuando Jesús prefirió compartir su tiempo con las prostitutas o los desheredados en vez de hacerlo con los que besaban los pies al Sanedrín y se bajaban los pantalones ante el poder romano.
Ahora Madrid, España y el mundo entero, ya tiene donde escoger, la cara y la cruz de una misma realidad, lo que nace de lo auténtico y lo que apesta a más de lo mismo.
Pero los «niños del Vaticano» se marcharán con sus canciones, sus uniformes y sus caras de ángeles tarados, y los indignados volverán a las calles, porque la realidad que vivimos no la va a cambiar la presunta fe, sino la lucha diaria y la expulsión de sus pedestales de los falsos dioses y de aquellos que se aprovechan de la ignorancia humana.
Porque, y estas son palabras de la Iglesia española, «los indignados tienen problemas con sus almas», mientras que los «niños del Vaticano» reflejan en sus rostros la «paz interna» de quien vive drogado por la mentira y sometido a la represión de una dictadura espiritual.
Y Jesús volverá a ser crucificado en la Puerta del Sol porque Rouco y sus adeptos vendieron su alma al poder y dieron la espalda al amor y a la justicia.
Allá ellos.