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Malestar contenido y movilización social

Fuentes: Rebelión

La manifestación del descontento en Chile había sido algo vetado y casi tabú, tanto para la clase política, como para la población que, desde el inicio de la transición, dejó de esperar que la alegría llegara. Cuando esta manifestación se producía, la autoridad política le daba por lo general cierta legitimidad, como una lógica propia […]

La manifestación del descontento en Chile había sido algo vetado y casi tabú, tanto para la clase política, como para la población que, desde el inicio de la transición, dejó de esperar que la alegría llegara. Cuando esta manifestación se producía, la autoridad política le daba por lo general cierta legitimidad, como una lógica propia de la «democracia» recién adquirida. Sin embargo, en la práctica, hacía todo lo posible para que la movilización no se convirtiese en un poder alternativo que ejerciese presión sobre el Estado y sobre las concepciones ideológicas neoliberales que han tendido a cuasi naturalizarse en el Chile actual. Todo esto se convertía en una curiosa tolerancia represiva, que de ese modo intentaba velar por la «gobernabilidad» y la autorregulación del mercado.

Esta lógica de (des)legitimación y criminalización de los movimientos sociales que estuvo tan presente durante los gobiernos de Concertación y que por supuesto, tuvo su mayor expresión durante la Dictadura, se ha mantenido hasta hoy.

Las movilizaciones estudiantiles de este año 2011 vuelven a poner en el tapete el poco interés que ha mostrado la clase dominante de nuestro país por proyectar una sociedad más integrada. En lo que refiere al sistema educativo­, esto se ve reflejado en los nulos cambios que trajo consigo la Ley General de Educación, aprobada en agosto de 2009, tras un feliz acuerdo entre la Concertación y la Derecha.

Esta ley no planteó un cambio estructural que apuntase a transformar un sistema educativo «conscientemente estructurado en clases sociales » (Informe OCDE :2004) .

A la clase dominante le conviene este modelo, pues legitima −por la pura inercia que supone una poco cierta autorregulación del mercado− su posición de poder y exclusividad.

No le conviene, por eso mismo, ampliar realmente las oportunidades y darle espacio en escalada no a individuos, sino a grupos que, organizados, puedan presionar hacia el prometido chorreo, de manera más planificada y con perspectiva país.

Todavía hoy −como ayer− seguimos escuchando en referencia a las manifestaciones estudiantiles, el mismo discurso que ha mantenido la autoridad frente a todo tipo de movilizaciones de este tipo: como lo dijo la ex – Ministra de Educación, Mariana Aylwin frente al Mochilazo, «vamos a seguir conversando, con quienes no vayan a paro». Como lo señaló el también ex – Ministro de Educación, Martín Zilic durante la Revolución Pingüina, sólo conversaría con los liceos y colegios que no estuviesen movilizados. Del mismo modo lo plantea el hoy Ministro de Educación, Joaquín Lavín: «son una minoría», «son vándalos que quieren imponer su visión». Oídos sordos y palabras vacías de una clase política que desconoce cuán deslegitimada se encuentra ante la población, ya que ha mantenido por años un sistema político que impide la inclusión de visiones divergentes -sean estas añejas o nuevas- pero al menos distintas al discurso hegemónico y al relato único sobre la sociedad y el mercado.

Con esto se busca encauzar las demandas aminorando la presión y reorientando el conflicto, despolitizando por este medio las movilizaciones que intentan hacer una crítica profunda y estructural.

Del mismo modo, el Ministro Lavín ha calificado de ideologizado el debate planteado por los estudiantes, desorientando a todos aquellos que no comprenden que en sus palabras y sus ofertones de política pública también está presente un discurso profundamente ideológico. Existen dos visiones divergentes de sociedad que se enfrentan y sin embargo, una de ellas, representada por una sociedad regida absolutamente por el mercado, se cree totalmente libre de ideología. En este segundo tipo de sociedad lo que está ausente no es la ideología, sino la mera discusión política ante la imposibilidad −por parte de los actores− de generar discursos articulados, debido a que se encuentran situados en espacios cada vez más atomizados, donde sólo el individuo tiene cabida.

El discurso único instalado, sin embargo, no ha impedido la discusión de base, principalmente levantada por aquellas generaciones que no han aprendido aún a creer en los preceptos del neoliberalismo; jóvenes que aún se encuentran en contextos en que la discusión (y la ilusión) respecto del futuro de la sociedad aún tiene cabida; que encuentran espacios para la reunión y la articulación aún no invadidos del todo por las lógicas del mercado.

Estos jóvenes interpelan a la sociedad y la obligan a hacerse cargo del malestar instalado; un malestar que la clase política desconoce. Un malestar que pregunta de manera permanente si el camino impuesto a la fuerza es el único camino posible. Si el «desarrollo» destructor del medio ambiente, si el «progreso» de alto crecimiento económico y alta desigualdad social condimentado por una política antidelincuencia represiva y estigmatizadora es coherente; si las relaciones sociales desintegradas por lógicas de mercado, son ajustables a otro discurso que tiende a la recuperación de los mercados como entidades anexas a la sociedad, que tiende a la participación, a la inclusión y a la puesta en duda de las jerarquías mantenidas por la tradición y el poder del dinero.

De esa forma, el individuo, autoculpabilizado por su imposibilidad o por los grandes sacrificios que le significan competir en el mercado, retorna al colectivo para buscar respuestas que le den sentido a la complejidad en que se encuentra inmerso. Aborda otra forma de construir sociedad y democracia desde lo público. Se vuelve sujeto de cambio y siente la posibilidad de debatir e influir sobre su propio futuro.

¿A dónde nos llevarán estos movimientos sociales? Es complejo saberlo. Difícilmente podrán movimientos sociales con pocos recursos y organización difusa e inestable romper con una lógica de acumulación instalada a nivel mundial y que cuenta con recursos inacabables y la anuencia de la mayoría de los Estados y las principales potencias mundiales. Sin embargo, estas dinámicas conllevan un aprendizaje y tienden a detener la dislocación producida por la extrema intromisión del mercado en las relaciones sociales. Es justamente de este modo que la sociedad se defiende -a veces más y a veces menos- de sus propios engendros.