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Sobre la “novela” Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías

Mañana en la batalla piensa en Marias

Fuentes: Rebelión

La celebrada novela de Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí , ya en sus tres primeras líneas, nos da la medida de la prosa del autor: «Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuer­da». Claramente […]

La celebrada novela de Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí , ya en sus tres primeras líneas, nos da la medida de la prosa del autor: «Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuer­da». Claramente dice que recuerda el nombre del rostro, que no es, evidentemente, lo que quería decir. El resto del párrafo, de la página, de las páginas, continúa pleno de anacolutos, faltas de concordancia, expresiones mal em­plea­das, confusiones en el significado de las palabras, etc. Lógi­camente, no podemos señalarlas todas. De hecho, señalar todos los fallos de Marías requeriría la transcripción completa de la obra, con numeración al margen cada cinco líneas y abundantes notas a pie de página, como si se tratase de una edición comentada del Poema del Cid o de la Divina Comedia , mutatis mutandis , claro. Pág. 9.- «…y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros». Léase esta frase en su contexto: lo que quería decir Marías es exactamente lo contrario a lo que dice: que no creemos eso. id.- «…a los vivos y al que se muere (vivo también hasta ese momento, Marías) les avergüenza a menudo la forma de su muerte posible ( sic ) y sus apariencias, también la causa». Típica torpe construcción mariasna, que hace el texto casi ininteligible, a continuación de la cual viene una larga y poco imaginativa ristra de previsibles circunstancias para el óbito, con la cual pretende Marías -quien suele llenar sus «novelas» de comentarios y relaciones que nada tienen que ver con las mismas- sacarle los colores a los posibles morituri . Pág. 11.- «Como suele suceder la primera vez que sucede». Id.- En medio de tan destartalada redacción, propia de quien escribe como habla y habla como piensa y piensa entre tartamudeos mentales; más concretamente, al cabo de tres bien anacolutadas líneas, la frase «resulta que se hizo daño» no sabe el lector si se refiere al narrador en primera persona, a otro personaje o a los humanos en general. Id.- Varias veces habla, en estas páginas, de «estar contan­do». Del contexto se deduce que se trata de una forma del verbo contar como sinónimo de «narrar». Pero el caso es que Marías lo emplea como si lo fuese de «echar cuentas». Id.- No hay que decir, después de lo visto en otras obras del autor, que los signos de puntuación está puestos en estas páginas -en todo el libro- donde buenamente ha querido la suerte (o la desgracia).

Cuando Marías descubre una palabra -en este caso, remoto -, se entusiasma y la emplea varias veces casi seguidas. Para una persona dotada de sensibilidad, en todos los contextos en que aquí la emplea, lejano hubiese resultado más literario y significativo. Pág. 12.- «…(pero cómo podía yo llamar al marido, y además estaba de viaje, y ni siquiera sabía su nombre completo). La mujer que se está muriendo es un portento. No sólo hace gestos con la mano, también los hace con la nuca. Id.- «cuerpo nuevo», cuando el contexto evidencia que quería decir «nuevo cuerpo». Pág. 14.- Al sostén sin tirantes (?) lo llama el metafórico Marías «un vestigio del verano». Id.- «aquella cama de su matrimonio (sé que algunas mujeres usan a propósito tallas menores para realzarse)». Lo mismo, dicho de otra manera, no constituiría un típico ingrediente de la plasta verificable que es la prosa de Marías. Tan ufano como nos ha dicho que él sabe que algunas mujeres usan sujetadores de talla menor a la suya, nos informa poco después de que «estar mal da pereza». Lo que se aprende leyendo a este muchacho !

Id.- Pero no son éstas las únicas aclaraciones que hace. Hay otras, que afectan a la trama de la novela o vonela . Cuando conoció y trató un poco a la mujer, se dio cuenta de que era consi­derada, «(pero entonces no sabíamos que se estaba muriendo)», entre parén­tesis inútiles -incorrectos-, como tantas veces. Pág. 15.- Esta página, como tantas otras, es una sucesión de frases mal construidas y de comas mal puestas o ni siquiera pues­tas. Tales primores, que se prolongan como decimos, le sirven a Marías para enumerar con minucia, mas sin asomo de arte, todos los objetos que hay en la habitación. Cuando Marías no hace digresiones, hace enumeraciones de objetos o de posibles sucesos. La cosa es no enfrentarse con el problema de hacer novela. Para esto tendría que construir un espa­cio y plasmar un tiempo, algo para lo que no está capacitado. Pág. 16.- Construcción mariasna e interpretación mariasna del significado del adjetivo menor : «la postura dejaba las bragas al descubierto y esas bragas a su vez las nalgas en parte, eran unas bragas menores». Pág. 17.- Continuación de lo anterior, no sólo en lo que se refiere al contenido, también en la torpeza de la forma: «Pensé estirarle y bajarle la falda por un repentino recato y para que no se le arrugara tanto, pero no podía evitar que me gustara lo que veía y era dudoso que fuera a seguir viendo – en aumento – si ella no mejoraba». Id.- «…el nuevo desconocido cuerpo». ¿Serán las especulaciones de Marías acerca de por qué Marta plan­cha o no plancha y cuándo lo hace lo que entusiasma a sus foro­fos? Id.- «…el nombre de pila [del marido], que su mujer ha men­ciona­do natural e intolerablemente varias veces…» ¡Intolerablemente! Pág. 18.- «…a la mañana siguiente le esperaba trabajo , está en viaje breve de trabajo «. Id.- «…se ausentaba unos minutos en la cocina.» Id.- Una digresión de dos páginas y media sobre la manera de hablar de los niños pequeños en general y de uno (de menos de dos años) en particular, que intuye que Marías está en su casa para algo más que cenar y decide guardar el sitio y el honor de su padre. Pág. 20.- «darme el convencimiento». Id.- Que traten los apologetas de Marías de situar formal y conceptualmente el paréntesis que, en la parte inferior de esta página, contiene las palabras «(o tal vez era iluminada)». Durante varias páginas, Marías intenta hacer creer al lector que un niño de menos de dos años hace esfuerzos por no dormirse, para vigilar a su madre e impedir que se acueste con -como dice García Posada- «uno de nuestros mejores novelistas». Leyendo estas patocha­das, escritas, para colmo, en una prosa torpe y deslabazada, recuerdo páginas de A la recherche du temps perdu y me pregunto: quienes, como Cabrera Infante, consideran a Marías un gran prosista ¿qué considerarán a Gbriel Miró? Pág 22.- «…volvió la cara hacia mí más como intención que como hecho». Mariasna manera de decir: «quiso volver la cara hacia mí, pero no pudo». Id.- «con su voz escasa». Marías siempre elige el menos lite­rario de los adjetivos de que dispone. Pág. 22-23.- «…yo quedaría exento de responsabilidad y dejaría de ser testigo (la responsabilidad tan sólo del que acierta a pasar, no otra)…» Quien se ha empezado a acostumbrar al funcio­namiento de la confusa mente de Marías, casi adivina lo que quiso decir, aunque él no haya completado la expresión de las ideas. Pág. 23.- «Hay cuatro o cinco personas en la vida de cada uno que deben estar enteradas de cuanto nos ocurre al instante». Fíjate bien, Marías, en donde deberías haber situado instante : «…que deben estar enteradas al instante de cuando nos ocurra». Id.- «…y la espalda desnuda, sin accidentes». Pág. 25.- «…algún estudiante con gafas leería renglones […] para el examen inútil de la mañana, olvidado todo al salir del aula». Lo que sin duda quería señalar como inútil es el apren­dizaje, el estudio, no el examen. (Está en plena y poco imaginativa enumeración de la clase de gente que podía estar despierta a aque­lla hora. Ya lo dije: digresiones, enumeraciones y suposiciones.) Pág. 26.- «…un joven que arrastraría sus tacones altos por la costumbre aún no arraigada». Pero cuánta torpeza, Santo Cielo! Cómo se arrastran los tacones altos por la costumbre?, piensa el lector, antes de caer en la cuenta de que lo que quería decir Marías es que el joven arrastra los tacones porque aún no está acostumbrado a llevarlos. Id.- «Algunos amantes se estarían despidiendo […] «el uno abusado y el otro intacto». ??? Id.- Sobre los mismos supuestos amantes, Marías hace una aclaración que el lector no puede menos que agradecerle: «es él quien se va, o ella». Como son dos y están en la puerta de uno de ellos, es seguro que si no se tiene que ir él, se tiene que ir ella. Marías no se equivoca nunca al hacer estas precisiones. Id.- Nos amenaza con enumerar -eso sí, enriquecida la enumeración por el caudal imaginativo de su númen, su sentido poético y su sentido del humor- todo lo que puede estar ocurriendo en Madrid en aquel momento. Id.- «la noche inaugural memorable fue sólo una [¿cómo iba a haber dos o más noches inaugurales, Marías?] y se perdió en seguida [su recuerdo más bien ¿no?], engullida por las semanas y los repe­titi­vos meses que la sustituyen» [sustituyeron, ¿no?]. Y ahora empieza a perorar sobre una posible riña que puede estar sucediedo en alguna parte y durante la cual uno estampa una botella «contra la mesa de quien mal le hace». Luego habla de un asesinato, o quizá un homicidio etc. Pura antinovela. Pág. 27.- ¡Horror! Marías calcula que también estarán ocu­rriendo cosas en Londres y en el mundo entero. ¿Nos las va a con­tar? No. Porque son cosas «de las que jamás tendremos constancia ni yo ni Marta». Pág. 28.- ¡Astuto Marías! Tiene sus truquillos para no equivo­car­se. Ya veíamos que, de dos que se despiden cabe un portal, él asegura que o se va el uno o se va el otro. Esta página se inaugura con la afirmación de que un personaje ve, desde una ventana, «a una mujer medio vestida y medio desnuda». Pág. 29.- «…caminando un poco para desentenderme, antes de coger un taxi». Sin duda quería decir «desentumecerme». Pág.31.- «…el niño seguía casi dormido, o eso me dije». Id.- «su leve ceño se debía a su despertar indeciso, o eso me dije».

Pág. 32.- Marías entra en el cuarto del niño, que está a oscu­ras. Por eso se da en la cabeza con un avión de juguete (no iba a ser de verdad, Marías) que cuelga del techo. A su estilo, hace infini­tas suposiciones sobre su proce­dencia, olvidado de que hay una mujer agonizando. Luego dice, en un alarde de pedantería muy «de la casa»: «Me pare­ció ver un Spitfire y un Messerschmitt 109, un biplano Nieuport…» y así sucesivamen­te, una docena de marcas, sin duda para aumentar la tensión del relato. Y hasta especula sobre sus posibles pilotos y sobre las guerras en que tal vez fueron utilizados. En fin, las típicas divagaciones propias de quien teme el fallecimien­to de una amante. En medio de ellas, una alusión a «la Guerra Civil de esta tierra», con la que Marías trata de disimu­lar sus simpatías por el Eje. Pág. 33:_ «Una oscilación inerte, o quizá es hierática». O quizá ninguna de las dos cosas, Marías.

Quien quiera disponer de un buen ejemplo de lo que en otros y éste trabajo he señalado respecto a las malas relaciones de Marías con los signos de puntuación, considere el primer párrafo del capítulo segundo, página 35, del libro que estamos analizando. Pág. 35.- «[El niño], informa Marías, «se ha metido solo». No aclara si en la cama o en el horno. A continuación, una larga parrafada -en la que se pone de relieve una vez más el clasismo aristocratizante de Marías- de descripción de un restaurante caro de Londres. Pág 36.- «Al entrar yo de nuevo alzó la vista». Como Marías prosigue su encarnizada batalla contra las comas y, una vez más, la pierde, uno se queda sin saber si dice «al entrar yo de nuevo, ella alzó la vista» o «al entrar yo, ella de nuevo alzó la vista». Y el lector paga para que le aclaren matices como éste. Pág. 37.- Digresión, una más, acerca de diferentes tipos de personas solas ante el peligro. Ya he dicho en otro lugar que si de las novelas (es una forma de hablar, yo no acepto que sean autén­ticas novelas) de Marías se suprimiesen todas las digresiones que mete en ellas, quedarían reducidas a menos de su tercera parte. Para colmo, esas digresiones no tienen el menor interés ni la menor gracia. Y están mal escritas. Pág 38.- Por un momento -unas líneas- parece que va a retomar el hilo del relato sobre la moribunda. Vana esperanza del paciente lector. Inmediatamente, el hilo que retoma es el de una nueva digresión: una digresión absurda sobre las posibles actitudes de los «solos ante el peligro». Pag. 39.- «…mi cepillo de dientes recién comprado esta misma tarde». ¡Hombre! Si lo hubieses comprado el mes pasado no sería «recién». Pág. 40.- «…quedarse con algo como recuerdo y aprovechamien­to…» Típica forma mariasna de decir (mal) las cosas. Se me ocurre pensar que, para lo que tal vez hubiese servido Marías, es para poner telegramas baratos. Pág. 39-40.- Dos páginas que son de lo menos malo que he leído de Marías, en las cuales se sitúa en el punto de vista de la mori­bunda, como última «sola ante el peligro» de la larga relación. Las estropea con digresiones dentro de la digresión, hablando de trape­ros, de que si llevaban o no llevaban mulas, si eran o no eran complacientes, si entorpecían el tráfico, etc., etc. A continua­ción, se pone a perorar sobre gitanos y sobre faldas, hasta la mitad de la página 42. Da la impresión de que lo único que pretende es llenar páginas. Por otra parte, si en la larga digresión lo que intenta es ir plasmando lo que su imaginación le dice que puede pensar cada «solo ante el peligro» en sus particulares circunstan­cias, en el último caso, el de Marta, insinúa que puede pensar en chicles, autobuses y otras vaciedades, en los momentos previos a su abandono de este mundo. Pág. 42.- «…y es raro que todo esto sea un momento…» Id.- «…la película pasaba sin su sonido en silencio…» Pág. 44.- Se está muriendo Marta: «…empujaba su espalda contra mi pecho y su culo contra mi abdomen…». La palabra culo chirría antiestéticamente en el contexto. Id.- «…sus medias oscuras que le llegaban a la mitad de los muslos y que yo no le había quitado porque me gustaba la imagen antigua «. Que se adivine lo que quiere decir no soslaya la inco­rrección expresiva. Pág. 45.- «…porque me resultaba agradable -o es más- el contacto de su cuerpo…» Qué quiere decir la expresión entre guiones? Pág. 46.- «y entonces me entraron las prisas». Imperdonable en el contexto este coloquialismo. Id.- «…me vi cogiendo un taxi tras cruzar Reina Victoria o en ella misma , por allí pasan taxis aunque sea tarde». Expresión torpe y precisión ridícula en el contexto. Pág. 47.- «…a quien anunció mi visita – el teléfono vuela -«. Id.- Tras especular -una de esas absurdas especulaciones tan caras al autor- sobre que ella tal vez tuvo que colgar el teléfono para atender la llamada de él a la puerta del piso, hace esta absurda consideración: «uno nunca sabe qué estaba ocurriendo en una casa un segundo antes de llamar al timbre e interrumpirlo». Pág. 48.- «…como tantos objetos convertidos en inservibles de pronto que le pertenecieron…» Feísimo e innecesario hipérba­ton. Id.- «inmovilizado por mi prisa mental». Pág. 49.- Ya muerta la mujer, escribe: «…puede que Marta ni siquiera tuviera clases…». Por el contexto, se entiende lo que quiere decir, pero no está correctamente expresado. Id.- «…había hablado antes conmigo delante». Id.- » alguien habría de venir. Marta trabajaba y tendría que dejar al niño con alguien «. Pág. 50 y anteriores.- Como es usual en el autor, se excede en el detallismo de sus cálculos sobre la posibilidades pasadas y futuras, que, naturalmente, pueden ser infinitas. Id.- «Cuando alguien ha muerto y ya no puede repetir nada [¿será posible?] uno desearía haber prestado atención a cada una de sus palabras, horarios ajenos, quién los escucha, preámbulos». (Escritura automática, seguramente). Id.- Hay personas que saben andar de puntillas, pero que no alcanzan la habilidad de Marías, que sabe hacerlo «muy de punti­llas». Id.- «…sentados en el sofá que había ocupado y por fin desocupado el niño, después del helado Häagen-Dazs de vainilla y antes de besarnos y de trasladarnos «. No queda claro quién se toma el helado. Y ¿»trasladarnos», Marías? ¿Cuándo has informado al lector de la inminente mudanza? Id.- Marías se dispone a tomar una nota «con la pluma que saqué de mi chaqueta». Avispado es, no cabe duda. Pág. 51.- Marías ve un montón de cartas en una mesita y dedu­ce: «posiblemente, el correo del día que había llegado después de su marcha» [del marido burlado]. Deducciones de este calibre, un centenar en tres páginas. El lector tiembla de emoción ante cada una de ellas. Id.- «su obligado nombre». Pág. 53.- «Los jóvenes silbaban Sinatra». Pág. 55.- «mañanas contables» Id.- «vestida de corto pero también de blanco». Id.- «marido serio y poco expresivo como son los maridos en las fotos de boda». (Verdaderamente agudo e ingenioso). Pág. 56.- «la noche prevista de sus bodas conmigo». Pág. 57.- «…y vi cómo se los quitaba [los zapatos] con los propios pies…» Id.- Refiriéndose a la vida y a la muerte: «si se ha asistido a ambas cosas…». ¡Qué pobreza de expresión! Id,- Al concluir esta página, caigo en la cuenta de que el narrador/Marías lleva, desde que empezó el libro, haciendo largas listas de suposiciones. Una manera de llenar páginas como otra cualquiera, pero no precisamente la más brillante. Pág. 57 (segunda línea por el fin).- «Por el pánico». Pág. 58 (línea sexta).- «Por el pánico». Id. (línea undécima).- «Por el pánico». Págs. 58-59.- La llamada que se graba en el contestador es absolutamente inverosímil, hasta por su longitud. Págs. 58-59.- » ¿Eres imbécil o qué, no lo coges? Debías haber­lo escrito así, Marías: «¿Eres imbécil o qué? ¿No lo coges?» «La voz estaba acostumbrada a que le dieran confianzas y a martirizar». La voz, no, Marías, la persona que hablaba es la que estaba acostumbrada. Pág. 60.- Tres primeras líneas: «…pensé, y así lo pensé […] y sentí decepción al pensar…» Id.- «La invitación me había dado un poco de apuro». Esto no es literatura. Pág. 61.- Y siguen las suposiciones. Id.- «Para seguir activos y actuar…» Págs. 61-62.- «…celebrar tu noche de soltería o de viuda». Atiende, Marías: «o noche de soltería o de viudedad» o noche de soltera o de viuda». Pág. 63.- «no era difícil acordarme». Id.- «Había que salir de allí sin ya más tardanza». A conti­nuación de lo cual, pone una coma que debía ser un punto. Id.- «paralizado como en tela de araña» Id.- «Estaba descalzo y de este modo no se puede actuar ni decidir nada». De ahí la herejía quietista que reina en algunos monasterios. Y de ahí la suerte de que Arquímedes se bañase con las botas puestas el día que sus pelotas experimentaron un movimiento vertical ascendente igual al volumen de agua que desalojaban. Págs. 63-64.- «dejando a Mac Murray y a Stanwyck [en la tele­visión] todavía un rato -hasta que durasen como momentáneos testi­gos». Si es durante «un rato», no puede llamárseles testigos «momentáneos». Pág. 64.- «Lavé las copas con mis propias manos». ¿Las ibas a lavar con las orejas de un guardia? Id.- Antes de marcharse del piso de la muerta, Marías tiene tiempo hasta de detallarnos el contenido del cubo de la basura, y de escribir ocho líneas sobre cómo encuentra colgados en el perche­ro su abrigo y su bufanda, y de informarnos de que se pone primero ésta y luego aquél, pero no los guantes todavía, pues aún «podía necesitar las manos sin impedimentos». Pág. 65.- Aunque lleva mucho tiempo deseando abandonar el lugar, no quiere hacerlo sin enumerar la ropa que guardaba la difunta en el armario. Las prendas propias del niño quedan a respe­table distancia del suelo del mueble. Apunta Marías: «Así quedarían hasta que fueran creciendo». De extraña y milagrosa tela estarían hechas sin duda para poder crecer. En todo caso, ¡una página entera des­cribiendo el contenido del armario! Los colores, el tamaño de cada prenda, los nombres de los sastres que figuran en las correspon­dientes etique­tas y sus direcciones… En fin, todo eso que el lector está de­seando saber. Ah! Algunas, hasta se las prueba Marías ante un espejo. Si no estuviera deseando escapar de allí ¿qué sería capaz de hacer este hombre? Págs. 65, 66, 67.- ¡Que se creían ustedes que Marías, por fin, se largaba! ¡Ingenuos! Antes, dos páginas de suposiciones acerca de lo que podría hacer con el niño. Pág. 67.- Enterados ya de lo que contenía el cubo de la basura y el armario, agradecemos que ahora nos detalle Marías el contenido de la nevera. Id.- Pág 68.- [La muerte de la madre] «se la ocultarían [al niño] su padre, y su tía y sus abuelos si los tiene, como hacen todas esas figuras con las cosas que juzgan denigrantes o desagradables». ¡Esas figuras! ¡Qué falta de recursos! ¡Qué impotencia! Id.- Y siguen las suposiciones. Pág. 69.- Suposiciones, y también consideraciones sobre la vida, sobre la muerte, sobre el amor, sobre muchas cosas, de una pobreza conceptual -zafiedad, a veces- que asombra. Por ejemplo, sobre el tiempo y el espacio: «No podemos estar más que en un sitio en cada momento». Id.- «Ignoramos quién nos estará contemplando o pensando en nosotros, quién está a punto de marcar nuestro número, quién de escribirnos, quién de querernos o de buscarnos…» Etc., etc., etc. Cuando Marías se pone a enumerar es difícil que atine con el freno. Pero lleva razón. Ignoramos todo cuanto no sabemos, como sostuvo siempre Perogrullo. La lista, en verdad, podría haber sido casi infinita. Pág. 69-70.- No solemos decirlo siempre que Marías falla con los signos de puntuación, que es continuamente. Pero hay fallos especialmente curiosos. En el último párrafo de esta página, enume­ra -¡una enumeración más!- todo lo que hace antes de marcharse de una puñetera vez -lleva veinte páginas yéndose- y separa cada oración por comas -bien-, pero, de pronto, como ya le hemos señala­do en otras novelas, se dedica a poner puntos. O «se pone a poner puntos», como escribiría él. Pág. 70.- Dentro de la enumeración, nos informa de que el ascensor llegó en seguida, porque procedía de un piso cercano. Precisiones tan chorras como ésta, miles en las obras de Marías. Si se suprimieran todas, sus presuntas novelas quedarían reducidas a la mitad. Id.- El caso es que sigue: «No había nadie en el interior, nadie había viajado en él ni yo había subido sin querer a nadie hasta allí casualmente». (Chorrada y primor se unen aquí, como tantas veces). A continuación, ¿qué creen ustedes que pasa? ¡Pues lo más interesante e inesperado! ¡Que Marías entra en el ascensor y le da a otro botón! ¡Cuánta imaginación, Dios mío! ¡Qué pedazo de novelista! Id.- «…la puerta de la calle que me sacaría de allí del todo…» Id.- Al otro lado del portal, por el que ¡por fin! se va a largar, ve a una pareja. En seguida hace cálculos hasta concluir que ella es vecina de la casa y que están allí besándose o discu­tiendo. Después de poner coma donde la gramática exige un punto se pregunta por «cuánto tiempo llevarían allí mientras yo estaba arriba». El lector se echa a temblar. ¿Irá a calcular todas las posibilidades, todavía antes de ganar la acera? No, menos mal. Sale y da educadamente las buenas noches. Ella le responde. «El no dijo nada con cara de susto». Si hubiese escrito: «El, con cara de susto, no dijo nada», no hubiese cometido otro pecado. Pero está claro que Marías es un pecador. Un pecador involuntario -lo suyo es producto de la impotencia-, pero pecador al fin. Pecador irredimi­ble, que sigue calculando: «Un hombre y una mujer guapos, debían de tener problemas, para permanecer en el frío sin separarse» (lógi­co). Punto y: «Lo noté en seguida…» ¡Que tenían problemas? ¡No! Que hacía frío. Pág. 71.- Dice que había interrumpido la conversación de la pareja con sus «envenenados pasos». El lector no comprende por qué califica sus pasos de envenenados. Id.- El gran novelista, alejándose, acierta a oír dos frases: «‘Mira, yo ya no puedo más’, dijo él, y ella contestó sin pausa: «Pues entonces vete a la mierda'». ¡Cuánta imaginación! Id.- ¡Vaya por Dios! Marías recuerda que no ha comprobado si todas las ventanas quedaron cerradas y empieza a calcular -otra enumeración de posibilidades- todo lo que puede ocurrir si quedaron abiertas. Id.- «…durante poco rato, todo parece poco …» Pero no hay dos sin tres: una línea más abajo, tam poco . Id.- Nueva enumeración: la de todos los objetos que conservan el olor de los muertos.

 

Pág. 73.- En la primera página del capítulo tercero, en cuanto tiene ocasión, nos larga Marías la lista de los contenidos de la sección «Agenda» de las revistas: el tiempo, los natalicios, las necrológicas, las investiduras honoris causa, los resultados de la lotería, etc., etc.: media página. Llega el notable escritor al epígrafe «Fallecidos en Madrid» y, entonces, la lista se divide en una serie de sublistas, una de ellas de números: los números co­rres­pondientes a las edades a que, según ha descubierto Marías, suele morir la gente: 74, 90, 71, 60, 62, 80… etc., etc. ¡Es increíble, señores apologetas de Marías, insufrible! Tan insufrible como los atortillados comentarios que la acompañan: «los nonagena­rios son mujeres casi siempre»; «todos los días mueren menos muje­res que hombres»… Uno de los que ha palmado este histórico día es extranjero y sólo tenía cuarenta años. «Qué le habrá pasado», se pregunta Marías agudamente, aunque sin los preceptivos signos de interrogación. Para, poco después, hacernos el favor de enseñarnos que «los periódicos cesan en sus tareas mucho antes de lo que se cree» e informarnos de que las compañías aéreas -todas, sin excep­ción- faci­litan bille­te a quien se le ha muerto alguien lejos, «para no ser tildadas de desaprensivas». No se deja una atrás el observador Marías, antino­velesco y bellodurmiente como nadie en la historia. Pág. 74.- «pero a un médico se lo llama siempre». Marías es loista, laista y todo lo malo que se puede ser. Id.- Se [¡le!] llama «para que certifique y confirme lo que todos piensan». Esto es, que está muerta; que si lleva cuarenta y ocho horas quieta no es para entrar en el Guinness . Pág. 75.- Nada más comenzar esta página, Marías empieza a calcular todo cuanto podría haber ocurrido si él estaba equivocado y se trató solamente de un desmayo: habría llevado el niño a la guardería, habría cambiado las sábanas, etc., etc. Id.- Típica frase mariasna: «Era cerca de la una en el esta­blecimiento, un Vips [en el resto del país sería otra hora ¿no, Ma­rías?], allí había aún mucha gente cenando y comprando, y en Ingla­terra era siempre una hora menos». Id.- A continuación, Marías se levanta y va al teléfono. Y todos tenemos ocasión de alegrarnos con él cuando dice: «por suer­te, era de tarjeta y yo tenía tarjeta». ¡Qué bien! Continúa: «saqué de mi cartera [no de un bolsillo ¿eh?, que es muy distinto] el papel con el número», etc. ¿Ven ustedes? Estos son los detalles que hacen apasionante una novela. Id. Hay cosas que, lamentablemente, Marías no nos puede acla­rar. Como el viudo sólo dice: » ¿Diga?» «o, bueno, no dijo eso, sino en inglés su correspondiente» (mejor, su correspondiente en inglés, Marías), «aquella sola palabra no me permitió saber si era una voz española o británica (o si el acento era bueno o malo en el primer caso)». Una verdadera pena, porque, en circunstancias como las que presuntamente está viviendo, lo primero que interesa saber es si quien habla con uno tiene buen acento o no. Págs. 75-76.- Consideraciones acerca de por qué estaría toda­vía en Londres el reciente viudo (según la terminología mariasna en otras novelas). Pág. 76.- Consideraciones que deben de dejar a Marías en éxtasis ante el teléfono, por lo que un individuo le tiene que preguntar -escena cumbre de este capítulo-: «Oiga, va a llamar más?» «Me volví, cuenta Marías, y ví a un individuo de dientes largos… etc., etc.» Una descripción completa de un personaje que no va a volver a salir. «Como suele suceder en estos casos, señala el aristocrati­zante Marías, su dicción era plebeya». Pág. 77.- Para referirse al plato combinado que dejó preparado al niño: «le había dejado bastante cosa». Id.- «Yo no había dicho nada, tal vez el niño». Quien entienda esto, por favor, que me escriba. Id.- Hermoso párrafo el que sigue: «Todo estaba en orden en la calle, por la que pasó un grupito de estudiantes borrachos, uno de ellos me rozó con el hombro, no se disculpó, gregarios, iban mal vestidos». No es cuestión sólo de signos de puntuación, es cuestión también de construir de manera gramaticalmente correcta y de tener las ideas claras. Id.- Intervención marciana del taxista. Contestación terrestre de Marías. Pág.- 78.- Comentario marciano-terrestre a ambos parlamentos. Id.- Línea quinta. Entre «niño» y «no tenía» tendría que haber punto y aparte. Cuando Marías utiliza este signo -pocas veces, para que su «prosa» resulte aún más enladrillada- lo hace arbitrariamen­te. Id.- Suposiciones normandas sobre la distribución del piso de Marta. Id.- «…el portal del que me separaban bastantes pasos o habría carecido de perspectiva». Al igual que las ideas se atrope­llan en su mente, así las expone. Id.- Muestra de lógica mariasna: «Ahora la ví mejor [a una joven] porque la ví a distancia». A continuación, una descripción pomenorizada de la joven -color de sus ojos, collar, zapatos, medias, en fin, todos esos detalles que se ven bien a distancia. Tan sagaz es Marías, que calcula que la falda le tiene que resultar incómoda. Y que la constitución de sus pies la hacían andar «un poco centrífugamente». Marías alcanza a ver, desde la distancia, hasta lo que la mujer saca del bolso. Luego, describe, igualmente con detalle, cómo se mete en un coche. Todo ello, con una de las prosas más logradas del idioma, como ha pregonado Cabrera Infante. He aquí la prueba: «Una mujer conductora, como todas, las piernas le quedaron al descubierto un instante, luego cerró, bajó la venta­nilla». Pág. 79.- A lo dicho, sigue la escena del «desaparcamiento» -en total, más de una página consume esta señora, que nada tiene que ver con la novela-, con la caballerosa ayuda de Marías. «Era una mujer guapa y no parecía creída, quizá no era ella la que tenía llave de aquella casa sino el hombre al que había mandado a la mierda ante mis oídos «. Marías calcula lo que habría hecho la mujer durante las veinte horas anteriores a esta salida, para al cabo encontrarle a él [Marías], como si no se hubiese movido «durante sus largas horas de saliva malgastada en palabras y besos…»

Marías decide hacer punto y aparte. Imitémosle.

Id.- Entonces Marías vuelve a mirar hacia arriba -piso quinto- y ve a una mujer quitándose una camiseta o un jersey. Y lo que no ve lo adivina: «adiviné sus axilas durante un instante». Id.- «…como cansada por el esfuerzo o por la jornada». Yo, por lo menos, entiendo lo que Marías ha querido decir. Pero lo que plasma es un soberano anacoluto. Id.- Marías lo adivina todo de la mujer que se ha quitado el jersey y/o la camiseta a la vista del todo Madrid y lo da por sentado. Pág 80.- La mujer se queda quieta como si -vuelve a adivinar Marías- hubiese visto algo o a alguien, tal vez a mí con mi taxi a la espalda «. Al verle con un taxi a la espalda, es posible que se extrañase. Reconoce que, habiendo mochilas, un taxi resulta excesivo. Continúa el strip-tease durante otra media página. Id.- «…para siempre hasta que se olvidara». Una de dos, Marías. (Como he dicho en otros trabajos, una intelección completa de un análisis hecho según el método de la crítica filosofal sólo se logra si se lee con el libro analizado a la vista. Pág. 81.- El taxista, de la manera más inverosímil, le espeta a Marías: «Qué ¿nos vamos?» Y Marías, no sabe por qué, le da expli­ca­cio­nes: «Sí, no va a bajar. Se ha acostado». (Se «habrá», Marías, porque tú no puedes asegurar nada, lo supones. Y, a continuación, la siguiente chorrada capicúa: «-No ha habido suerte dijo él [el taxista] comprensivo». Me pregunto cómo imaginaría nuestro hombre una conversación entre marcianos. Id.- «Volví a mi casa con el periódico adelantado». Le habrías dado demasiada cuerda, Marías. Id.- «La noche anterior me había dormido en cuanto había llega­do [¿en el mismísimo vestíbulo, Marías?], rendido por la necesidad de momentáneo olvido». Es evidente que, donde dice «mo­mentáneo olvido» quería decir «pronto olvido». Por otra parte, la necesidad de olvido no es lo que más rinde. Id.- «…siempre se piensa en los vivos más que en los muer­tos». Estas generalizaciones mariasnas, abundantes en sus escritos, me consta que tocan el tinglado a muchos lectores. Insisto: voy espigando chorradas y meteduras de pierna, que, de hecho -lo juro-, hay en todas las líneas. En tal sentido, esta «novela» no tiene desperdicio.Id.- «…la relativa tranquilidad de creer que había…» Una vez más, no, Marías. Querrías decir: «…la relativa tranquilidad que me proporcionaba creer…» Sigue: «…creer que había una figura femenina ( una mujer, Marías!) que se haría cargo en el piso» ( pero hombre, por Dios, ¡ del piso!) Id.- «…reanudar mis días y mis actividades». Id.- Marías dice temer que el vínculo establecido entre la muerta y él no fuera a romperse nunca. Y continúa de esta elegante manera, con derroche de lógica, de perspicacia y de profundidad de pensamiento: «Y a la vez ignoraba de qué modo podría perpetuarse, ya no habría nada más por su parte, con los muertos no hay más trato». A continuación, una clase de idiomas de más de media pági­na. Pág. 82.- De pronto, en pleno potaje anglo-francés, dice Marías: «Tal vez el vínculo…» El lector, desprevenido, cree que sigue perorando sobre fantasmas y encantamientos, sobre to haunt y hanter . Pero no. A las veinte líneas, ligeramente mareado, se da cuenta de que el novelista/filólogo ha decidido retormar, en punto y seguido, el hilo que abandonó hace una página. La falta de domi­nio de la construcción de la prosa que exhibe Marías es realmente asombrosa. Id.- «…moren o habiten…» Id.- «…la repetición o reverberación…» Id.- Marías pone en marcha el contestador y escucha «dos mensajes anodinos o consuetudinarios». Id.- Dice Marías haberse llevado la cinta del contestador de la difunta «para que el hombre cuyo mensaje yo había oído en direc­to pudiera caber entre los sospechosos». El caso es que quería decir exactamente lo contrario: «para que no», etc. Ya en su momen­to lo dijo, por otra parte. Pág. 83.- Si, a sus maldades naturales, añade Marías las de una metaforización inoportuna, el resultado puede costar muy caro al lector desprevenido: «…la voz que afeitaba y martirizaba». Más adelante -pág. 96-, se referirá a «la voz rasuradora o eléctrica». Id.- Cotilla él, Marías pone en su contestador la cinta sus­traída en la casa de autos. Los mensajes que oye constituyen otras tantas pruebas de la vulgaridad -o quizá chatez- de su pensamiento y de la parquedad de su imaginación. Id.- «Podía ser un padre». No, hombre, no: podía ser el padre de uno de los dos. Esto es lo que querías decir. Págs. 83-84.- Especulaciones sobre las llamadas -casi infini­tas- que contiene el inagotable contestador y que nada tienen que ver con la novela. Especulaciones salpicadas de comentarios marias­nos, que más bien tocan la nariz al lector. Pág. 84.- Lo más lógico es que una amiga, que considera a Marta atrevida por lo que va a hacer, deje grabado, en el contes­ta­dor familiar, un mensaje comentando los escarceos extra­ma­trimo­nia­les a que aquélla, al parecer, ha pregonado que se va a entregar. Pág. 85.- «…aquel ‘de verdad’ tan untuoso y falsario». ‘Falso’, Marías; ‘falsario’ es para personas. Pág. 86.- La capacidad del contestador, ya digo, debía de ser otomana, para bien de Marías, que así puede llenar tres páginas de percutibles majaderías. Págs. 86-87.- Largas consideraciones de Marías sobre voces y mensajes. Pág. 87.- «…lo decía enajenadamente (?), no tanto como imploración verdadera que confía en causar efecto…» La implora­ción no confía, Marías; quien confía o desconfía es la persona que la profiere. Id.- ¡Y venga a hablar de cintas, contestadores y mensajes! Id.- «La voz que lloraba […] quizá sabedora…» ¡La voz no llora ni sabe, Marías! ¡Es la persona! Pág. 88.- Marías ha ido a comprar el periódico a un Vips. «Sin atreverme a abrirlo de pie y en medio de tanta gente, fui de nuevo hasta la cafetería, pedí esta vez un whisky y…» No nos habías dicho que hubieses estado antes en la cafetería y pedido otra cosa… ¿Una nimiedad? No lo es. Demuestra su inseguridad al escri­bir, por no obedecer a un plan. Id.- Sigue: «…y busqué la lista de fallecidos: aunque tuve el aplomo de no irme al final a mirar la T». ¡Enhorabuena, Marías! Aplomo heroico el tuyo en verdad. Ahora sí que mereces que te entonen la laudatio tus botafumeiros. Id.- Considera Marías la posibilidad de que la enferma «hubie­se entrado en un coma». De los varios posibles, supongo. Id.- «Miré los apellidos y sus edades ya abandonadas». ¿Eda­des de los apellidos? ¿Abandonadas? Típica torpeza mariasna, que parece incurable. Id.- Ahora nos deleita Marías con una lista de apellidos: un tercio de página. Pág. 89.- Encuentra el nombre que busca y dice: «Todavía aterrado [coma, que no pone] volví hasta la D con mi veloz mirada . Consideres lo subrayado. Id.- Va en busca de otro diario, «el más mortuorio de los madrileños». Id.- Allí figura la fecha correcta del óbito, porque, como muy bien dice Marías, «eso sabe averiguarlo la mano del médico que aprieta e indaga «. Id.- A continuación, el contenido completo de la mortuoria, lo que permite a Marías llenar casi media página más. (Por esta novela ha sido comparado Marías con Dostoievski por los señores Savater, García Posada y Sanz Villanueva). Id.-Abase de comas que deberían ser puntos o puntos y coma, Marías enjareta un totum revolutum como, de hecho, hace en todas las páginas. Id.- «…la muerte inverecunda…» Págs. 89-90.- ¿Quién habría redactado la esquela? Media hora se pasa Marías haciendo cábalas, a su modo, sobre el particular: analiza, comenta, juzga, sentencia. Pág. 90.- ¡Marías en el cementerio! Por fin, la mujer que murió en la primera página va a ser enterrada en la noventa. Id.- «…una mañana de sol frío y desatento…» Id.- Otra media página con el contenido de la inscripción de la lápida de la familia de Marta y otras lápidas cercanas. Marías calcula que la abuela italiana de su difunta amante podría haber sido véneta. Presumo que si resultase que había sido piamontesa o lombarda al lector le iba importar un pomelo. Pág. 91.- Marías se autofelicita de que aquella lápida le hubiese revelado más cosas sobre la familia de Marta, que lo que ésta le había contado «a lo largo de tres encuentros preparativos». Id.- Marías nos alecciona acerca de por qué el nombre de Marta, cadáver reciente, no figura aún en la piedra. Pág. 92.- «…los sepultureros de andar más rápido por el peso…» Id.- «…y mientras se procedía a una breve oración…» Una vez más tengo de decirte que no, Marías. Se procedía a rezar una oración. Id.- «alguna voz obrera que da una orden de vaho». Id.- «…seis o siete [personas] las que ví mejor desde mi tumba. ¡No sabíamos que hubieses muerto, Marías! Id.- «…una mujer de parecido notorio con Marta, sin duda su hermana viva Luisa…» Pues ¿qué esperabas, Marías? ¿Que hubiese allí en pie una hermana muerta? Pág. 92.- La viva (no la muerta) «llora con llanto estridente e indisimulable». ¿Si era estridente cómo lo iba a disimular, Marías, que te expresas peor que un tren de mercancías? Aunque, por lo que escribes a continuación, parece que no sabes lo que signifi­ca estridente. Id.- «Ya no se ven velos nunca», nos informa Marías, quien, aunque escribe muy mal, tiene vocación didáctica. Pág.93.- «Víctimas confesas del abatimiento». Id.- «en medio de un cortejo de gentes». Podría haber sido de hormigas, verdad Marías? Id.- «Sabor…involuntario». Pág. 93-94.- Media y media página (total: una página) de suposiciones sobre cómo será la hermana viva de la muerta. Incluye unas subsuposiciones sobre lo que sentirán los niños cuando los separen de sus hermanos mayores. Pág. 94.- «…y ese niño -o es niña-…» Dínoslo tú, por favor. Id.- «…en un mundo haunted , o vale aquí nuestra palabra: encantado…» Te entiendo, Marías, pero está muy mal escrito. Id.- «…marido que aún no había llegado -un marido brumoso por tanto… Págs. 94 y ss.- Y ahora vienen unas quince páginas en las que Marías nos informa, a base de suposiciones, de no decir nada inte­re­sante y de comas que deberían ser puntos, de quién es cada uno de los asistentes al entierro. En muchos pasajes de esta perorata, se quiere poner filosófico y psicológico y nos larga verdaderos reso­plidos hectoplastas. Pág. 95.- «…el bolsillo pectoral de la chaqueta». Id.- «…el aspecto semidesnudo…» La que estaba semidesnuda era la mujer, Marías, no su aspecto. Pág 95-96.- Marías enumera media docena larga de enfermedades que se podían haber llevado a Marta por delante. Aunque, si es tan versado en «males que matan tan rápidamente y sin titubeos», como él dice, debería saber cuáles, dados los síntomas, no podían haber sido. Pero como de lo que se trataba era de llenar páginas… Pág. 96- «…mientras caía la tierra sobre un ser femenino…» Id.- «…la madre Bruna italiana…» Id.- «…que nunca habló bien del todo la lengua más áspera del país que adoptó…». ¿Cuál es la lengua más áspera del país que adoptó, Marías? ¿La de los baturros? ¿La de los leperos? Querías decir otra cosa, ya lo sé. Id.- En medio de tantas suposiciones -doce páginas de ellas-, hay auténticas profecías, pues Marías las expresa de manera que es imposible que le fallen: «la mujer Laura [¡coma, Marías!] a la que quiso o no quiso, a la que idolatró o hizo daño…» Id.- «…murió en accidente acaso, quién sabe si ahogada en el río [ ¡un río, Marías!] o desnucada -la nuca- tras una caída…» A la tontorra suposición, con la que Marías llena unas líneas, la adivi­nan­za de ese «la nuca» entre guiones. ¿Qué quiere decir? ¿Para qué sirve? Id.- «…quién [sabe] si fulminada por uno de esos males veloces y sin paciencia». Quien quiera disponer de un buen ejemplo de lo mal que se expresa Marías y de la cantidad de vaciedades que dice, lea la mitad inferior de esta página -96- y el resto de la «novela». Una cadena de faltas de concordancia. Pág. 97.- «…un brazalate negro en la manga del abrigo como prueba de su fuerte sentido antiguo de las circunstancias». Yo entiendo lo que, entre escollos, quiere expresar Marías. Pero está muy mal expresado; lo que, ciertamente, no es noticia. Id.- «…recordando embobado a las dos niñas, a la que sólo había sido ni a y a la que fue aún más ni a pero mucho mayor más tarde «. Vuelvo a decirlo al borde de la catalepsia: es increíble que haya editores que publi­quen esto, críticos que lo alaben, jurados que lo premien, lectores que lo soporten… Léase lo que sigue hasta el final del pá­rrafo, hasta la asombrosa revelación: «Ví que a Juan Téllez se le había desabrochado el cordón de un zapato, y él no se había dado cuenta». ¿Qué pasará cuando se dé cuenta, se pregunta el lector sobrecogido, intrigado, arrebatado por el suspense ?. Págs.97-98.- Ahora, en casi página y media, Marías nos va a ha­blar, a base de agudas observaciones como la citada, suposiciones y ventri­lo­quías, de una nuera del de los cordones sueltos. Al lado de ella, está su marido. Marías se pregunta -zambulléndonos de golpe en el misterio- si la prematura calva de éste es heredada de su padre o de los varones de la familia materna. El lector, natu­ral­mente, se promete a sí mismo no soltar el libro hasta enterarse de la proce­dencia de la calva. Pág. 97.- «Y a su derecha estaba sin duda su nuera». Vamos a ver si te lo explico, Marías. Si tú eres testigo de la escena, y sabes que aquella mujer es su nuera, sobra el «sin duda». Pero lo que ocurre es que tú lo supones, estás casi seguro… Entonces tendrías que haber escri­to: «Y a su derecha estaba quien (o la que) sin duda era su nuera». ¿A que era esto lo que querías decir? Pág. 98.- Aquí una lamentable prueba de loismo: «se lo veía como extraviado». Cuánto daño estás haciendo Marías y, contigo, tus botafumeiros. Como éstos te dan el visto bueno desde su tribuna mediática, el público lector, incluso el universitario, cree que es así como se escri­be… Claro que, aparte de la (mala) escritura, están las chorradas memorables. No cabe duda. Estamos en una época de tinie­blas, en la que casi todo el mundo -yo, no- anda por ahí con los cordones del pensamiento desatados. Id.- «…agarrado al brazo de su mujer más potente…» ¿Cuán­tos lectores, alcanzados por el veneno mediático, se darán cuenta de lo feo, de lo aliterario que es esto, como tantas cosas que señalo? Ahora la emprende con el viudo, a quien dedicará tres pági­nas y media. A pesar de que lleva «una buena gabardina», Marías supone que «estaría pasando frío». Id.- «Era un hombre de gran altura y muy flaco -o no tanto, y era un efecto…» Pág. 99.- Marías nombra a tres actores cinematográficos de los 50-60 y cree tener una ingeniosa ocurrencia a propósito de ellos. Id.- «…su rostro sería un día un pupitre…» Id.- No hay más remedio que rendirse a la evidencia: para la economía del relato es imprescindible saber que el viudo se peina con la raya a la izquierda, después de aplicarse en el cabello solamente agua; que en el futuro tendrá arrugas, etc., etc. Y que en aquellos momentos » era una cara grave» (no tenía, era ), «una de esas caras que lo admiten todo». ¿Incluso una buena bofetada, Marías? Id.- «…no afectan nuestra edad ni nuestro externo tiempo». Id.- «…unas cejas alzadas propias de la guasa».

Id.- «…del puente a las puntas…» Seis líneas para las cejas, seis para la nariz, otras seis para la boca y otras tantas para «la barbilla insumisa»… y las «orejas un poco agudas», que, sin embargo, «no habían oído nada desde la ciudad de Londres». Pág. 100.- «…por el eco de otros canturreos no necesariamen­te mortales». (???) Id.- Marías le manda al viudo mensajes telepáticos, «desde mi tumba de 1914″. Id.- Ojos…»de mirada franca pero rasgados». Págs. 100-101.- «…el marido de la recién llegada en cuyo honor -o era ya memoria, y él era viudo…» (recién llegada a la tumba, por si no lo han pescado). Pág. 101.- «…cuando ya no fuera niño al cabo del tiempo». Id.- Quien quiera disponer de un buen ejemplo del (no)estilo de Marías lea esta página (la 101) que yo paso por encima leyendo a la transilvana. Lea despacito, y no dando un visto bueno precipita­do porque entienda más o menos lo que dice, que, por otra parte, nada tiene que ver con el presunto argumento del relato (nunca novela) ni con la casi inexistente trama. Pág. 102.- Ante la falta, especialmente llamativa, de una coma en la primera línea: «Al verle desfallecer [,]…», vuelvo a adver­tirlo: la puntuación de Marías es arbitraria, caprichosa, propia de quien ignora la gramática. Id.- «…una estatua obrera o tal vez minera…» Que repre­sente a un obrero de otro gremio o a un minero, que, por otro lado, también es obrero, no constituye a la estatua en obrera o minera. Y si los especialistas mariasnos me dice que es una gracia, me echo a llorar. Id.- Véase la primera mitad de esta página (102), que yo paso también a la transilvana. Constituye un hermoso ejemplo de la prosa del oxionense. Id.- Ante la presencia junto al viudo de la vecina que «discu­tía o besaba de madrugada», Marías vuelve a rememorar lo sucedido dos noches antes, hasta que ella «se iba en su coche con su collar de perlas y su bolso tirado» (???). Pág. 103.- «…andares centrífugos…» Id.- «Ese leve cruce (no sé a qué se refiere) me hizo atrever­me a abandonar mi tumba». Es un pena que no refiera el susto que le daría a todos. Id.- «…aquel hombre excelente era demasiado bamboleante…» Parece una broma. Por otra parte, ¿cómo sabe que es excelente si no le conoce de nada? Pág. 104.- «…un indivíduo chato, o era efecto de las gafas negras un poco grandes…». ¡Por san Canuto, patrono de los aburri­dos, hay que tener ganas de llenar páginas para escribir estas cosas! Las mismas ganas que le hacen, líneas más adelante y aprove­chando que el chato es también dentudo, evocar al dentudo plebeyo del Vips y dedicarle el cariñoso recuerdo de un párrafo apasionan­te. En las dos líneas siguientes, Marías vuelve a comerse cuatro signos de interrogación, éstos: «¿qué te crees? ¿que esto es la puerta del Palace?» Y continúa una discusión -más de un cuarto de página- sobre si trajiste el coche, si no lo trajiste, si por qué no lo trajiste, si debiste traerlo, etc., etc. que sin duda hizo las delicias del lector. Como lo que sigue acerca del indivíduo que chi­lla, sus dientes, sus músculos, su deconocimiento de las normas sociales que Marías conoce tan bien (¡figúrense! ir a un entierro con un abrigo claro «(pero tampoco Deán [el viudo] llevaba luto en su gabardina)» Id.- A continuación, un desconsiderado ataque (directamente relacionado con la trama del libro, naturalmente) a los provincia­nos como yo, quienes, según el aristocrático y centralista Marías, no saben pronunciar la d final de Madrid, que, alecciona, «es una d relajada». Id.- Una página entera haciendo una completa ficha del de la nariz corta y los dientes largos. Págs. 104-105.- Conversación entre el chato y su parienta (como diría Marías con el nuevo e inoportuno tono costumbrista que ha adoptado), con intención de volver a dejar mal a los provincia­nos; sobre todo a los que, como éste, tienen «una mandíbula recia y una piel aldeana que delata su origen». Consecuente y cuasi ofensi­va­mente, Marías se refiere a las partes pudendas del paleto llamán­do­las «el paquete»; expresión tabernaria, a todas luces impropia de un gentleman , de un confeso finolis como Marías, y del contexto social de la ceremonia. Pág. 105.- Ahora le toca a la mujer. Marías, entre suposicio­nes y noticias habidas de tercera mano, nos comunica su oficio, carácter, andares, forma de las pantorrillas etc. Hasta el tamaño de sus tacones (que lleva altos, pero que, según el experto en calzado Marías, no debería llevar­los). Si de lo que se trata, como parece, es de llenar páginas, bien. Aunque lo mismo las hubieses llenado poniendo correctamente los signos de puntuación. Marías busca con su rápida mirada al viudo, al padre y a la hermana de la muerta y observa con satisfacción que el anciano ya tiene el cordón del zapato atado y bien atado. Pág. 106.- «Deán, en cambio, permaneció unos segundos más con una mano apoyada en la portezuela, sin poder estar esperando ya a nadie…» ¡Cuántos fáciles problemas expresivos irresueltos, Ma­rías! ¡Qué mal dices lo que quieres decir! Lo que querías decir no es que Deán no pudiera hacer lo que le diese la gana, sino que se queda unos segundos junto a la portezuela abierta, sin que cupiese la posibilidad de que esperase a nadie, puesto que todos se habían largado ya. Treinta y cinco páginas desde que Marías anunció haber conoci­do a Deán en el cemen­terio. ¿De qué han servido? En su mala prosa, en su pésima prosa, Marías las ha ido rellenando de vaciedades que nada tienen que ver con el presunto argumento de la presunta nove­la. El lector las ha leído con la mayor per­plejidad. Ante él, el autor no ha sabido levantar una realidad con bulto y consis­tencia. ¿Diría García Posada que estas treinta y cinco pági­nas tratan de un entie­rro? ¿Lo dirían Conte o Sanz Villa­nueva? ¿Acaso Savater o Guelbenzu o Ramón de España? Quizá se hable en algún momen­to de un entierro, pero nadie ve un entierro. Y nadie lo ve porque Marías no es capaz de cons­truir un espacio ni, a través de él, hacer discu­rrir un tiempo; esto es, porque no es novelis­ta. El, quizá, intuye sus carencias a este respecto, y por eso se refugia en la primera persona. Pero también utilizando la primera persona, para escribir una verdadera novela, hay que saber poner distancia entre el punto de vista y ese segundo mundo, el mundo literario, en que aquella se realiza.

 

Llegamos al capítulo cuarto, con el que se completará el primer tercio de la obra: suficiente, me parece, para establecer un juicio de ésta, que no es probable proporcione ninguna sorpresa en las páginas posteriores. Como se puede advertir, en este trabajo, sin desaten­der los fallos gramaticales y de léxico -abundantes, como en todos los libros de Marías-, me he ocupado de hacer patente la mala construcción del relato, la inmoderada afición del autor a llenar páginas con digresiones sobre temas que nada tienen que ver con el mismo y la abundancia de chorradas memorables. Pág. 107.- Hablando de las hijas de Téllez, alude con la extraña expresión «primera viva» a la única viva. No lo he expresa­do hasta ahora, me parece, pero hace tiempo he descubierto que hay una falta casi total de sintonía entre lo que Marías piensa y lo que escribe. El resultado es la prosa más desarticulada que se ha dado nunca. Pero el misterio mayor es que los críticos no se hayan dado cuenta y sigan sin darse cuenta aunque se lo estamos poniendo ante los ojos. Esto explica (es una forma de hablar) por qué le continúan elogiando. Lo que no explica es por qué empezaron a elogiarle. Id.- Todo el primer párrafo de este cuarto capítulo constituye tal paella transalpina, que hay que hincar los codos con fuerza para intentar extraer de él un mínimo de significado. Es un clarí­simo ejemplo de los líos que Marías se hace para intentar decir lo que quiere decir y no logra decir. Id.- Primera línea del segundo párrafo: «esos hijos». No, Marías, no. En este contexto, sencillamante «los hijos». Id.- Hablando de un escritor de «convencional talento», apro­vecha para trazar su autorretrato, refiriéndose a «otros [escri­to­res] menos aplicados, con otro oído y sin talento de ninguna clase [que] son tenidos por figuras y ensalzados y premiados». Pág. 108.- «…y aunque no es muy mayor , su nombre sólo suena a la gente mayor «. Id.- La expresión «sucesivas contemporaneidades» sería tal vez admisible en otro contexto; no lo es en el que la emplea Marías. Id.- «…y la mayoría de los que lo conocen a él…». («A él» sobra, Marías.) Id.- «se lo ve aceptable ( le , Marías, le !) Id.- «se lo ve plausible ( idem.!!) Págs. 108-110.- ¡Tres páginas, tres! describiendo a un tal Ruibérriz, que apenas pinta nada en el libro. Y ello de una manera incoherente, con gracias que no la tienen, con sátiras blandas y auriñacenses sobre los escritores, los académicos, etc. Pág. 110.- «exigió que ese nombre mío figurara». (¡Qué puñetas de ese nombre mío, Marías! ¡Mi nombre!) Pág. 111.- La sátira sobre el mundo de la televisión y de las personalidades -pesada ya a estas alturas, después de todas las anteriores- sigue siendo muy de andar por casa. Nada ingeniosa, contra lo que creyeron en su día los botafumeiros. Por otra parte, exhibien­do más frases hechas que un brick de leche desnatada. Id.- «…demuestran no sólo por su contenido […] sino esti­lísticamente…» ( «Por su estilo», Marías!) Id.- «…la arenga de un militar espumante». ??? Pág. 112.- Nueva pincelada a su autorretrato: Está hablando de los negros que las personalidades contratan para que les escriban discursos o artículos y dice: «Hay quien contrata los servicios de escritores célebres […] en la creencia de que el estilo de éstos, por lo general pretencioso y florido…» Id.- Además de pesado y sin gracia, todo cuanto va diciendo es mayormente falso. No satiriza la realidad, sino una poco ocurrente caricatura de ella. Id.- Ahora hace trampa con su autorretrato y pretende adornar­se con plumas de otros: «con conocimiento de la sintaxis, buen léxico…» Eso no, Marías, desengáñate. Id.- Continúa, incansablemente, hablando de los negros: «…el hombre ilustre, que actúa y encarga siempre a través de intermedia­rios (por lo general está muy lejos), quiere conocer a su negro…» Intuyo lo que quieres decir entre paréntesis, Marías, pero así no se dice. Id.- Falto ya de «ocurrencias», pero empeñado en llenar pági­nas, los comentarios mariasnos degeneran en auténticas ensaimadas vacunas. Pág. 113.- «…se lo ve venir…» ( Le , Marías, le .) Id.- Otras tres páginas sobre el tal Ruibérriz. Hasta el lector menos impaciente se peregunta que qué higo seco tiene que ver todo esto, y lo ya sufrido, con la historia de la muerta que le anunciaron hace más de cien páginas. A no ser que vaya a resultar que la muerte fue de aburrimiento. Id.- Justo antes de la mitad de la página, un paréntesis abso­lutamente supérfluo, como tantos en la » novelas» de Marías. Pág. 114.- Es tremebundo, caso único en la historia. Inaugura­mos ahora un segundo bloque de páginas de descripción de Ruibérriz: su nariz, su sonrisa, sus prendas de vestir, sus modales, etc., etc., etc. La cosa es no verse obligado a novelar, porque eso se le resiste. Sólo a un tarugo levitante dejaría de parecerle insoporta­ble todo esto. Es un fraude al lector y, por supuesto, a la litera­tura. Y una señal, como digo, de impotencia… ¿Por qué se editan estas cosas? ¿Por qué se comentan favorablemente? ¿Por qué se sopor­ta su lectura? Además, bastantes cosas de las que dice en este segundo tiempo de la etopeya de un (no)persona­je insignificante, especialmente las concernientes a los rasgos físicos y la manera de vestir, contradicen lo que dijo en la primera parte. Pág. 115.- Aparte su mala escritura, su encontronazo brutal con la gramática, Marías empieza a coquetear en esta parte con un costumbrismo obsoleto. Id.- «…hubo de esperar a la destitución de ese director general apara volver a recibir encargos de esa dirección general». Aparte la espantosa repetición, es de señalar aquí la falta de las obligadas mayúsculas. Pág. 116.- «…habrían esquivado presencias que les habrían resultado inquisitivas…» Pág. 117.- «…como si sentarse ahí [en el taburete de la barra de un bar] fuese un signo de juvenilismo » ¡Madre mía, madre mía, madre mía! Si no conoces bien las palabras que vienen en el dicciona­rio, Marías, más vale que no te dediques a inventar pala­bros. Id.- «facilitarse la precipitación de una huida» cuando quiere decir ‘facilitarse una huida precipitada’. Id.- «…se pasó brevemente la lengua por su labio superior que se doblaba hacia arriba (pero ahora estaba pensativo)». ¿Cómo se enlaza, Marías, el contenido del inútil paréntesis con lo ante­rior? Id.- Constituye un auténtico e involuntario chiste la explica­ción que Ruibérriz da a Marías de por qué primero cree que le suena un nombre y después le deja de sonar: «A veces a uno le suena algo porque acaban de mencionárselo, sólo que ese presente recién trans­currido se aparece un instante como pasado lejano». Y, aunque no sonara a trabalenguas, ¿qué tiene que ver todo esto con la novela que quería escribir Marías? El caso es que ninguna de estas rubi­cundeces petitorias ha impedido a Feliciano Fidalgo referirse a «la majetuosa prosa de Marías». Sólo por eso, merecería llamarse Tris­teciano Plebeyo. Id.- «curiosidad cronificada». ??? Pág. 118.- Esta ocurrencia ya la tuvo al principio: «Marta había mencionado su nombre natural e intolerablemente varias ve­ces». Para su desgracia, Marías no suele olvidar sus errores. Id.- Lo había mencionado «siempre en el ámbito conyugal y doméstico, no en ningún otro». De hecho, Marías no quería decir lo que finalmente dijo. Quería decir que la mujer había mencionado al marido en rela­ción únicamente con lo doméstico y lo conyugal, no en relación con el trabajo ni la vida social, razón por la cual él no sabe nada al respecto. Id.- Si Marías dice que su interlocutor, para contener la risa, se lleva la mano «al foulard que llevaba al cuello», no puede resistirse a añadir que hacía juego con los pantalones, pues ambas prendas eran de color crudo y el color crudo es «un distinguido color, pero más adecuado para la primavera». Información inútil, a efectos de la «novela», que le lleva a otra todavía más inútil: «En un taburete cercano había dejado su abrigo negro». Todo, como excusa para tirarse media página hablando del tal abrigo. Me paro, porque, si continúo, tendría que referirme a lo mal que están puestas las comas en lo que sigue.

Págs. 118-119.- En medio de una conversación poco creible, más detalles, entre inútiles paréntesis, como tantas veces: «Ruibé­rriz es uno de los pocos hombres que hoy se atreven a dar palmas o chasquear los dedos en los bares y en las terrazas [¡de los bares, Marías!], y nunca he visto que ningún camarero se lo afee o se ofenda, como si tuviera bula para conservar las prácticas abusivas de los años cincuenta» y bla, bla, bla… «uno imita y aprende en la infancia»… bla, bla, bla… «Ahora chasqueó los dedos dos veces, el corazón y el pulgar, el pulgar y el corazón». ¿Tanto monta, monta tanto, inimitable Marías! ¡Tus prácticas sí que son abusivas! Pág. 119.- Al heteróclito y extranolvelístico discurso marias­no, subyace su equivocada creen­cia de que está intrigando al lec­tor, de que es interesante lo que cuenta, de que él es Edgar Poe, con tanto que decir, y no Javier Marías, con tan poco. Id.- «Prefiero no ir con engaños, esa entrevista no se publi­caría y él estaría esperando «. ¿Advertís, botafumeiros, aunque entendáis lo que quiere decir, la falta de concordancia? Id.- Y continúa: «¿Había otra manera?» ¿De qué, Marías? ¿De conocer a una persona? ¡Es el colmo! Lleva dos páginas largas dándole vueltas a este «problema». Como si el protagonista -por llamarle de algún modo- se hubiese acabado de caer de un guindo. Y es guionista de televisión y, según él mismo, más inteligente que la persona a la que está haciendo tan grotesco encargo. Pág. 120.- «…conseguir, si acaso [coma, Marías] reproches o el odio injustificado de alguien, de ese Deán [otra coma que falta] por ejemplo, o del propio Téllez o de sus hijos vivos». No iba a ser de los muertos, Marías, que por poner palabras de relleno eres capaz de sembrar de risas este valle de lágrimas. Id.- Sigue: «o hasta de un tal Vicente [coma] despótico y mal hablado que se la tiraba sin más misterios». Por Dios, Marías, no olvides que eres un gentleman oxionense! ¡Qué feísimo ha estado eso de tirársela! Id.- Y sigue, sin poner el punto que debiera, sino coma: «Yo ni siquiera llegué a hacerlo una vez, la primera». Pero qué mal te expresas, criatura! Otra palabra de más. Id.- En la segunda línea por el fin, donde está la primera coma debería haber dos puntos. Pág. 121.- «mis pasivos actos». Contradictio in terminis , Marías. Id.- Lo que faltaba: un informe meteorológico sobre la lluvia en Madrid. Id.- Otra pecaminosa falta de una reglamentaria coma hace que no sepamos si lo que Marías piensa que estará cayendo en ese momen­to sobre la tumba de Marta es la lluvia o «los barrios» (no dice cuáles). Pág. 122.- Media página de información sobre cómo suelen guarecer­se de la lluvia los madrileños. Id.- Redacción precolombina, a continuación, sobre cómo los antepasados de estos madrileños empapados, se guarecían, no de la lluvia, sino de las bombas. Id.- Ofrezco a los botafumeiros de Marías la primera mitad de esta página (122) para que comprueben si son capaces de ver hasta qué punto está torpemente escrita y qué basualdos son los juicios que contiene sobre la Guerra Civil. Pág. 123.- Marías quiere hacer un misterio de lo que no lo es en absoluto. Transcribe un desinflado diálogo suyo con Ruibérriz, en el que quiere dar a entender que encontrar en Madrid a una persona cuyo nombre y el domicilio de algunos familiares se conoce, es como tratar de traspasar el horizonte de sucesos de un agujero negro. Pág. 124.- Otro discurso -una página entera- sobre negros; y, para más facilonería, la mitad a base de una enumeración exhaustiva de oficios literarios: poetas (con diversos adjetivos, a cual más ocurrente), dramaturgos (id.), novelistas, (id.), etc., profesiona­les liberales (notarios, abogados, etc., funcionarios de diversas escalas, académicos, catedráticos, etc., y todo ello para llegar a una nada graciosa «conclusión» absoluta­mente inverosí­mil. Pág. 124-125.- Puesto que no disimula de quien se trata -vive «en Palacio», tiene «decisiones reales», etc.- resulta ridículo que llame al Rey «el Unico» o «el Solo», lo que, puesto así, sin más ni más, resulta antinovelístico. Pág.126.- Marías sigue empeñado en hablar de las cosas que hacen «los hijos vivos» de Téllez. ¿Van a ser los muertos, Marías? Pág. 127.- Como en la anterior, y en la anterior a la ante­rior, etc., decenas de comas que deberían ser puntos. Y así llega el lector al final del capítulo -veinte páginas- sin que se produzcan los encuentros con el viudo y el padre de la muerta que el autor le anunció al principio. En vez de eso, se ha visto castigado por varias páginas sobre el mundo de la radio y de la televisión; seis de descripción contra­dicto­ria de un perso­naje episódico; otras tantas de sátira pentes­costal sobre académi­cos, obispos y otros miembros de las fuerzas más o menos vivas; una docena sobre los escritores de alquiler llamados negros, con un estrambote sobre los discursos del rey; y algunas más de informa­ción sobre la guerra civil, la prensa de Madrid, la lluvia en Madrid, la forma de llamar a los camareros, las tallas de los sostenes, los abrigos de aparien­cia nazi, etc. etc. Si restamos todos estos rellenos, a este capítulo como a los anteriores, las páginas a las cuales alguien podría tener la equi­vocada pretensión de considerar novelescas serían muy escasas y reducidas en su funcionalidad por el contínuo abandono del hilo argumental. Tempo y tiempo narrativo se diluyen en un batiburrillo de vaciedades y naderías sobre los variopintos temas que hemos ido señalando.

 

Mi segundo asalto a la novela de Marías que, al parecer, más orgasmos ha provocado entre los García Posada, Conte, Sanz Villa­nueva, Sava­ter, Muñoz Molina, Guelbenzu y su coro de mandrágoras, se inicia en la página 129, primera del capítulo quinto, cuya última línea -de la página, no del capítulo- ofrece al devoto lector un anacoluto pret-á-porter . Lo que no es de extrañar, pues se trata de una de las especialidades de Marías más cultivadas por él. Antes, ha llamado varias veces al rey «El Unico» y «El Solo», en un alarde de ingenio difícilmente superable. Pág. 130.- Marías se decide por fin a utilizar la palabra ade­mán . Pero no, ay, para una mano, sino para un bastón. Entonces no es un ademán, Marías, sino un bastán. Id.- «(tras los controles)». Marías se acuerda de pronto de que no ha dicho cuando debiera, es decir, hace una página, que había controles, y lo mete ahora de forma inoportunamente parente­síaca. Pág. 135.- «cambiaba de postura para apoyarse más en un pie que en otro» . Si no dices «el otro», Marías, podemos pensar que tenía varios. Id.- «éstas [las medias] recordaban a las de las enfermeras con grumos». ¿Qué son enfermeras con grumos, Marías? Id.- Marías sorprende a sus lectores con la palabra senescen­te , una de ésas tres o cuatro que un novelista no debe emplear nunca. Porque la tarea del novelista es ayudar al lector a ver la realidad del segundo mundo, estético-literario, en que la novela consiste, y con términos así a lo que le ayuda es a llamar al académico Cebrián para consultarle. El lenguaje de la novela debe ser culto, pero senci­llo, no cursi ni rebuscado. Y, además, funcio­nal.

Id.- «para aprovechar al máximo los inminentes minutos» !!! Quería decir «los próximos». Pág. 132.- Ahora llama al rey «Solus». ¡Es graciosísimo!, se tocaba la barriga García Posada al leerlo. Id.- Si un pesado cenicero cae sobre una mesita «la abisma». Pág. 135.- «se acercó muy paulatinamente». Es evidente, por el contexto, que quería decir «pausadamente».

Id.- ¿Qué creían ustedes? ¿Que el ingenio mariasno no daba para más? Se equivocaban. Ahora el rey es «El Solitario» y «El Llanero». Se com­prende que los botafumeiros y sus mandrágoras disfrutasen tanto con este libro. Id.- «Acentuó el gesto de empeño artístico». ??? Pág. 136.- Y ahora, antes de volver a ser «El Unico» y «El Solo» o «Solus», el rey es «Only de Lonely» y «Only You». Estas «gracias» que, entre amigos, ya resultarían patosas, vienen a resultar auténti­cas rodelas mamelucas para el lector desprevenido. Le distancian de la realidad que se le quiere hacer ver. Creo haber dicho ya, alguna vez, que Marías, «uno de nuestros mejores nove­listas», al decir de García Posada, ni siquiera lo es malo; no lo es. Id.- «…su dedo de esparadrapo». Pág. 137.- Marías sigue hablando de «El Solitario», «El Llane­ro», «Only the Lonely», «Only You», etc., tal vez con intención de acreditar su pesadez. ¿Quién le habrá dicho que esto es novelesco o tiene gracia? ¿García Posada? ¿Conte? ¿Tal vez Sanz Villanueva? ¿Por ventura Guelbenzu, Savater , o Ramón de Espa a? Quizá se haya arriesgado solo y le haya salido el tiro por el ventilador… Quizá hubiese debido echar una manta compostelana sobre su acendrado monarquismo. Págs.138-139.- «[La secretaria] nunca había sido presenta­da». ¿Cómo lo sabes, Marías, si es la primera vez que la ves? Lo que querías decir es que no había sido presentada hasta el momento, esa memorable mañana . Pág. 139.- Las tres primeras líneas, como todo su contexto, constituyen ejemplo notable de potage sintáctico mariasno. Otrosí digo: una «novela» que comenzó en supuesta clave dramá­tica -es un decir- se torna ahora parodia de nula comicidad. De reverbero andorrano calificaría yo toda esta escena con el rey, de tan variadas y poco ocurrentes formas mencionado. Son de esas escenas, sin embargo, que los botafumeiros y sus mandrágoras consi­deran hilarantes, como la de infausta memoria comida estudiantil de Todas las almas . Pág. 143.- «No, qué un insecto, qué dices». Esto suena a fandango gregoriano, pero la letra no se entiende. Págs. 144 ants. y sigs.- Un montón de veces más «El Llanero, «El Solo», «El Unico», «Only the Lonely», etc., etc. para referirse al de la testa coronada. Pienso que se tratará de una supuesta gracia para el autor y sus amigos, que a los demás, no es que les deje indiferentes, es que les palpa las pelotas de tenis. Pág. 145.- El lector se pregunta una vez más si ésta es la misma novela que comenzó con una moribunda en la cama y Marías en calzoncillos urgando en el cubo de la basura. El «Only You» o como se llame ahora coge la palabra y se pone a perorar durante media docena de páginas. Se expresa exactamente igual, con la misma pesadez y el mismo sentido del no-humor, que el autor cuando es él quien perora. Y de manera idéntica a cualquier otro personaje cuando hace lo propio. Sentencio: esto es antinovela por antonomasia. Pág. 152.- «con su pelo suelto blanco». Nooo. «Con su pelo blanco suelto, Marías». Id.- «que tanto avejenta a las viejas». Ya comienza el desma­dre idiomático. En cuanto se ha callado el Lonely y ha tomado la palabra Marías. Id.- «…la primera puerta, la que nos había introducido a mí y a Téllez…». ¿La puerta os introdujo, Marías? ¿No sería una catapul­ta? Id.- «Parecía […] una baushee : un ser sobrenatural femenino de Irlanda…» Será de la mitología irlandesa, Marías, no de Irlan­da. Págs. 153-155.- Otra parrafada, ahora de tres páginas, del dinasta que ahora es nombrado «Very Good» Pág. 154.- «La dignidad […] lo haya hecho dignificarse». Es lo propio de la dignidad, aunque parezca mentira. Pág. 159.- «…tan nítidos y reconocibles como nunca lo son las personas o sólo en cambio los personajes». (?) Pág. 161.- «¿Qué, cómo va eso?» No. Es así: ¿Qué? ¿Cómo va eso? Pág. 163 ants. y sigs..- Ocho o diez páginas de divagaciones sobre el rey, Marta, sus familiares… O sea, ocho o diez páginas de antinovela. Págs. 164-165.- «Este hombre es previsor y anticipatorio» .Cuando ya llevo diez páginas de este capítulo, llenas de divaga­ciones sobre vaciedades, anoto: ¡Y pensar que ha habido imbé­cil que ha comparado a Marías con Dostoievski y que los babelianos se han hecho eco gozoso de semejante trueno…! ¡Hay que tener ganas de buscarse la propina! Pág. 168.- ¿Se puede creer que el mejor novelista del mundo gaste un tercio de página en hablar de su cuchillo y su tenedor? Id.- «no te parece». Se te olvidaron los signos de interroga­ción, Marías. Esta advertencia es de las que don Fernando Savater, actuando como llanero solitario de los númenes patrios, considera­ría propia de un sujeto puntilloso como dice que soy yo. A mí, en cambio, me parece una prueba más del desprecio que siente Marías por la doctrina dorsiana de la obra bien hecha y de su ignorancia muscula­da. Pág. 170.- «volví a medirle ese busto con la mirada». «El busto», simplemente; no «ese», como si tuviera otro. Este fallo lo comete a menudo Marías. Id.- «la voz que yo había oído en directo y ya nunca Marta» . ??? Pág. 171.- «pero entonces sabrían ese nombre mío». ¡Otra vez! Simplemente, «sabrían mi nombre». (Navego ahora por una segunda divagación sobre lo mismo: es decir, sobre nada.) Pág. 173.- «…y es insoportable que nos crean vivos si nos hemos muerto». Muy cierto. Sé de difuntos que no han podido soportar que los crean coleantes y se han echado al monte con una escopeta cazatontos. Pág. 174.- «empezó a llover ávidamente «. Id.- «igual que un mes o más antes, o no igual». Quizá García Posada, Conte, Sanz Villanueva, etc. sostengan que esta negación del lenguaje literario es lo propio del final del milenio. Uno, que es un cavernícola embalsamado, cree todavía en los valores. Id.- Marías nos vuelve a recordar lo que dijo en aquella memorable página acerca de cómo se protegen de la lluvia los madrile­ños. Resulta muy instructivo, no cabe duda. Para las marmotas. La presencia de Marías en la reunión familiar de los Téllez, en que se habla de la muerta y del cuidado de su hijo, no está en absoluto justifi­cada. Ahora bien, si resulta que nuestro héroe es de la rama de los Marías y Téllez tendría que advertirlo. Anoto: Además de cultivar, como nadie en la historia, el anaco­luto de primera, Marías es experto también en la chorrada memorable (chorrat memorabl, en catalán y, en portugués, chorrade dignhe da recorda­çoe, por limitarnos a las otras dos grandes lenguas peninsulares). Pág. 176.- Habla Luisa, hermana de la difunta, y lo hace como Marías, a base de faltas de concordancia e inverosimilitudes. Id.- La intervención del padre, sus comentarios sobre los matrimonios modernos, etc., resultan, dentro del contexto del pasaje, absolutamente damascenos. Ya hemos señalado (ningún crítico lo había hecho hasta ahora) que los «personajes» de Marías hablan todos igual y lo mismo que Marías. Aquí, Marías ha querido decir una de sus patochadas y no ha tenido en cuenta que no tenía derecho a endosársela a un respetable anciano, quien, por otra parte y por lo dicho, navega con buen viento por las inverosimilitudes marias­nas.

Nos encontramos en plena segunda tanda de divagaciones y suposiciones -otras diez o doce páginas- sobre casi nada. De hecho, las presuntas novelas de Marías no son sino conjuntos de exposicio­nes de sus poco originales ideas. Desde esta perspectiva, todas están constituidas por monólogos autofágicos. Por lo que hablar en la contracubierta, como hace el editor o tal vez el propio Marías, a propósito de la muerte de Marta -referida, nunca novelada- de «escena sobrecogedora» es, simplemente, mentir, o encender una vela ante el altar de las chorradas. Id.- «entre nosotros no había habido tampoco importancia…» Esto, señor García Posada, lo escribe «uno de nuestros mejores novelistas». Pág. 180.- Exactamente igual (de mal) que Marías hablan, efectivamente, sus personajes: «Si hubiera dado contigo podías haberte pasado un rato en vez de la nochecita que me he chupado». Véase también lo que sigue. Marías explaya un muestrario de llamadas que podría haber hecho Marta a un tal Vicente. Antinovela. Antiliteratura. Unicamen­te los botafumeiros y sus mandrágoras podrán soportar esta ristra de páginas sin párrafos, casi sin puntos y seguido, sobre el sexo de las pulgas y el desayuno de los dinosaurios. Pág. 181.- «…aunque nadie lo habría visto porque yo ya no habría asistido». Si uno se pudiera tomar en serio la interminable charla de Marías sobre lo que no sucedió, pero podría haber sucedido, tendría que anotar que ni la palabra «follar» (pág. 180) ni la expresión «echar un polvo» (pág. 182) encajan en el discurso. Id.- «No, nada de esto sucedió». Entonces ¿por qué castigas a los lectores con su relato, Marías? Id.- «Con su voz herrumbrosa como espada o armadura o lanza». Las comparaciones, imágenes y metáforas del gran estilista Marías son como para ponerles música de tambor. En cuanto a esta concreta­mente: serán herrumbrosas como espada, armadura o lanza vieja. Por­que, si fueran nuevas, no tendrían herrumbre. Pág. 184.- «…su fin no solitario». Se me ocurre que habría que ponerle a la firma al Lonely Solitario un decreto obligando a Marías a escribir por lo menos el veinticinco por ciento de sus libros en español. Págs. 184, ants. y sigs.- Larguísima y estúpida conversación entre los familiares de Marta, con Marías presente, sobre si estaba sola, si no estaba sola, si el marido viaja, si no viaja… las vaciedades más damajuanas que concebirse pueden, en un afán anti­ecológico de llenar páginas. Pág. 185.- » ¿Qué pasa, usted no dejó a su familia nunca unos días?» Ya te he dicho, Marías, que esto se escribe así: «¿Qué pasa? ¿Usted no dejó a su familia nunca unos días?» O mejor aún: con «nunca» después de «dejó». Pág. 186.- Termina la conversación; ahora comienza su glosa. Es como para ponerse a comer yerba. No he leído en mi vida nada más patoso. Pág. 191.- Habla de un papel con unas señas, que no aparece: «tal vez se voló con la ventana abierta». Será » por la ventana», Marías. Id.- «…y la barrieron los barrenderos». Extraña cosa en verdad, unos barrenderos barriendo. Pero la frase entera dice: «y la barrieron los barrenderos del suelo». Que, supongo, no son los mismos que los barrenderos del techo. Id.- «Fumaba su pipa meditativa». «Meditativamente», o «mien­tras meditaba», querrás decir, Marías. No hay pipas meditativas, ni pipas dicharacheras, ni longánimas ni lectoras ni nada.

 

Así comienza el capítulo séptimo (pág. 197): «Qué desgracia saber tu nombre aunque ya no conozca tu rostro mañana, los nombres no cambian y se quedan fijos en la memoria cuando se quedan, sin que nada ni nadie pueda arrancarlos». En toda esta lírica evocación advertimos no solamente una pronunciada tendencia a la cursilería, una torpeza en la expresión capaz de darle la tarde a cualquiera, sino también los acostumbrados anacolutos y chorradas. Dice Marías, lógico implacable, que los nombres se quedan fijos en la memoria cuando se quedan. Después, deseoso tal vez de emular su propia hazaña llevada a cabo en el primer párrafo del libro, donde hablaba sin querer del nombre de un rostro, aquí habla, igualmente intentando decir otra cosa, del rostro de los nombres. Es pura elegancia esta prosa, como dice el profesor Carlos Pujol.. (Será profesor, pero no es maestro, sentencia Moctezuma Merino, mi tío y señor carnal). Sabedor de que ello hace las delicias de sus botafumeiros, Marías introduce aquí una larga digresión sobre nombres y la ilustra con nombres de cines, de hoteles, de fruterías, de actores y actrices, etc. Retahilas con las que evidentemente pretende que el lector no pierda el hilo de la ingeniosa trama. Pág. 198.- «Los empleados o dueños vetustos nos daban bombones y nos gastaban bromas de niños». Si los señores vetustos gastaban bromas de niños habría que pensar en la chochez adviniente ¿O será que Marías quiso decir otra cosa? Sí, eso será. Id.- «Los compañeros de colegio más grises…» Marías se acuerda del nombre de la criada (utiliza, sí, esta arcaica y clasista denominación), del del peluquero de su abuelo, del del portero, del del limpiabotas, etc. A mí ya no me cabe duda: esto es lo que entusiasma a los críticos de Alemania, donde la gente no suele recordar ni el nombre de los novelistas que la hace sufrir. Pág. 199.- Para Marías, lo contrario de voluntaria es desdichada. Entro ya -ligeramente fatigado, lo admito- en la cuarta página de divagación sobre los nombres. Hojeo el libro, para ver si me he equivocado. Me palpo. Como dije temer, Marías se ha propuesto darme la tarde. Sr. Posada, Sr. Conte, Sr. Sanz Villanueva, señores Guelbenzu, Darío Villanueva, Muñoz Molina, Savater, Ramón de España, ¿cómo es posible que no se den ustedes cuenta de que, hasta en las cosas más sencillas, aflora la torpeza de Marías? «Hermanos Bécquer, esa calle corta que hace gran curva y cuesta y desemboca en la Castellana». ¿No es cierto que entre los nietos de vuestros amigos hay bastantes que dirían mejor lo que Marías quiso decir aquí? Lo de «gran curva», además, suena a lenguaje de piel roja de película. Y sigue (pág. 201): «como si el alto fuese un puente inconcluso del bajo» Pág. 201.- «Una calle en la que se apuestan las prostitutas y los travestidos…» Id.- «atuendos ligeros que contradicen el invierno». Id.- Por decir «que siempre es distinta» dice «que siempre es otra». Id.- ¡Anacolutísimo Marías! «La mujer que está en esa esquina […] parece una exploradora o una desterrada, o tal vez se sortean el sitio». Id.- «…miré a la puta desde el coche con esa mezcla de curiosidad y fantasía y dominio y lástima con que las miramos los hombres que no vamos con ellas -o es todo chulería.». Pág. 202.- «tiempos impacientes que corren». Id.- «una novia […] se vistió de novia». Id.- «cuando nos casamos por su insistencia». Las ocho últimas líneas de esta página (202) constituyen un ejemplo perfecto de cómo no se debe escribir. Resulta difícil averiguar qué idioma eligió Marías para redactarlas. Pág. 203.- Se adentra uno en esta página. Vuelve a palparse omoplatos y caderas. Hojea el libro hacia atrás, contraviniendo las prescripciones de la Crítica Filosofal. Parece que sí, que se trata de la misma batalla, sino que Marías se ha extraviado entre los liños de los bonsais. Anoto: estoy convencido de que Marías cree que escribir una novela es muy fácil. Los botafumeiros, sus mandrágoras y los palomos así se lo han hecho creer. Id. Pero no sólo se extravía el argumento (por llamarle de algún modo), también el pensamiento, si se me permite el eufemismo. Las chorradas más grandes que se pueden decir sobre el matrimonio se encuentran aquí. Id.- Soy un convencido, desde que leí en Todas las almas aquella sonrojante descripción de lo que Marías cree que es una felación (pág. 145 y ss.), de que la experienia sexual de este ya maduro autor es puramente libresca. Sin embargo, se permite -y resulta penoso- opinar y dar consejos. Aquí, por ejemplo: «la reconciliación afectiva y sexual es muy útil cuando puede haberla o incluso se impone a veces; prolonga lo concluido, pero no eternamente». Resultaría conmovedor, como el primer taco de un niño, si no fuera antes tan patético como mal expresada está la «idea». Id.- «fui impaciente como los tiempos que corren». «Normalmente, asegura Marías, no me gusta hablar de Celia». Al cabo de seis páginas, el lector suspira: ¡Si le llega a gustar! Pág. 204.- «…que habían visto a Celia […] con tal o cual personaje esperable o desconocido». Uno se queda con las ganas de que Marías le explique qué es un «personaje esperable» en sí y como opuesto a desconocido. Id.- Tampoco explica qué son «los abandonados sentimentales de las grandes ciudades». Id.- «Mi teléfono sonaba a veces a cualquier hora…» Peculiar aparato, ciertamente. Y mucho más divertido que ésos que suenan todos los días a las mismas horas. Id.- «No me atreví a devolverle el mensaje, era mejor que no hubiera nada». ¿Nada de qué, Marías? Es el típico retributo mariasno, que ya hemos comentado Pág. 205.- «Un local de copas tardías». Id.- «Tomando esas copas con unos indivíduos inexplicables». Marías quería referirse a unos tipos extraños, pero comprendemos que no a cualquiera le resulta fácil ser claro, sencillo y literario. Pág. 207.- «…para convencerte de que hables con ella al menos . Cerciórate de que es falso al menos» . Pág. 210.- «pasos expectantes e incrédulos». (Que no se vayan a creer los botafumeiros y los palomos, ni los mandrágoras de los primeros que los críticos del Círculo de Fuencarral condenamos la adjetivación insólita, que es una de las formas de lo que llamamos insolitez omnivalente . Lo que pasa es que lo que es admisible en la prosa de Borges no lo es en la pedestre y valetudinaria prosa de Marías). Id.- «Sin duda pensó que debía acercarse un poco y dejarse contemplar mejor para decidirme». ¡Para que me decidiera, Marías, puñeta, que no vas a parar de decir las cosas al revés hasta que tus botafumeiros y palomos se conviertan en plañideras lacustres! ¿Te imaginas al García Posada cual libélula de los marjales, volando de caña en caña y de coro en coro? ¡No le hagas tal, hombre de Dios! Id.- Creo que Marías no sabe lo que quiere decir fatalista . ¿Cómo se puede tener una «memoria fatalista»? Id.- «Sus compañeras alternas». Lo que quería decir el reputado novelista es que no son las mismas todos los días. Es, verdaderamente, un caso único. Pág. 211.- «…como si su costumbre fuera llamar así a taxis». ¿Dónde se hablará así en todo el sagrado pellejo de toro? Id.- «Sólo la gabardina podía ser suya porque al verla con más luz y de cerca vi que no era gabardina». ¿Te autotomas el pelo, Marías? Pág. 212.- «Una de ellas miraba hacia arriba, hacia los árboles de la avenida -la fronda- como si la atrajera…». Pág.- 213.- «…vi una franja de piel muy blanca, demasiado blanca para mi gusto, era otoño». Págs. 214-215.- El cosmopolita Marías se entretiene en contarnos la prehistoria de dos líneas de autobuses, antes de empezar a hablar de los taxistas del paseo de la Castellana y del Real Madrid. La página 214 es una plasta vegetariana, que le daría yo a copiar cien veces a Juan Palomo.

Me molesta el desprecio machista con el que Marías se refiere a las prostitutas. Pág. 215.- Nombra a unos cuantos jugadores del Madrid de los años cincuenta, entre ellos a Velázquez, y sigue: «jugadores cuyas caras no reconocería ahora si tuviera oportunidad de verlas, sus apellidos persisten y Velázquez era un genio». Marías no sabe escribir un párrafo sin cometer uno o tras anacolutos. Id.- ¡Otro! «Quería verla más de frente y con detenimiento y fijarme bien en sus rasgos, pero para eso había tiempo y los rostros engañan…» Pág. 217.- «…estar irritada por mi alquiler tan pronto». Id.- Aquí emerge, por entre los renglones, Rabindranat Marías, para decir: «en sus ojos pintada la noche oscura». Lo verifico una vez más: los libros (que no me atrevo a llamar novelas) de Marías se componen de unas cuantas historietas cortas (aunque tienen la virtud de hacerse larguísimas), llenas de suposiciones y a su vez compuestas por varias digresiones estúpidas y un montón de relaciones de objetos, de actitudes o de lo que sea. Págs. 218 y ss.- Conversación plasta y adormidera de Marías con la funcionaria pública, en la que ésta se expresa como la Casta y la Susana y Marías parece a punto de cantar un chotis. Diálogo no sólo costumbrista-zarzuelero-tangudo-corralero, sino también vulgar, aliterario, ridículo y hueco. ¡Y ocupa seis páginas! Vuelve uno a palparse las efemérides y se pregunta: ¿es ésta la misma novela que empezaba con una escena, según el editor y el propio Marías, sobrecogedora? Aquel tipo morigerado y chindasvinto, cuyos únicos vicios eran urgar en las neveras, los roperos y los cubos de la basura, ¿es este mismo indivíduo malhablado, que da vueltas en coche por la Castellana como un tonto, mareando a una pobre meretriz? Id.- Con su congénita e incurable falta de gracia, Marías intenta levantar un muestrario de lenguaje cheli. Penoso. Id.- Los botafumeiros y sus mandrágoras, imitados por los palomos, se llevan las manos a la cabeza. ¿Marías putero? Pues sí. Tampoco nosotros lo hubiésemos sospechado. Id.- Sobre chorra, resulta inverosímil el diálogo mariasnoputeril. Una ciudadana del mundo que está lampando por un cliente en un esquina helada, lo primero que se le ocurre hacer, cuando uno, por fin, la redime del asfalto húmedo es ponerse desagradable con él; como si lo que buscase no fuera alguna plata, sino que la mandasen a hacer puñetas. Pág. 219.- «Los hombres tenemos la capacidad de meter miedo a las mujeres con una mera inflexión de la voz o una frase amenazadora y fría, nuestras manos son más fuertes y aprietan desde hace siglos. Es todo chulería.» Además de mal escrita, esta frase es superchorra. Y la tremenda falsedad de lo que afirma demuestra que ha sido escrita por alguien que no sabe nada del corazón ni de la psicología del hombre ni de la mujer. ¿Serán estas reflexiones las que, traducidas al alemán, constituyen el fundamento del pedestal de Marías? Pág. 219, ant. y post..- «La pasta en el talego». «Tío». «No te me pongas borde». «¡Estás listo!» «Si hay un mal rollo». «Mal fario». «Mamársela al hijoputa». Etc. Imagino que por estas expresiones proclamarán botafumeiros, mandrágoras y palomos el cosmopolitismo de Marías. (Y, a todo esto, me sigue tocando el memorial el desprecio con que Marías habla de esos seres generalmente nobles y generosos que son las prostitutas). Id.- «Calles tranquilas y diplomáticas». (Porque hay unas cuantas embajadas en ellas. A lo mejor es una gracia). Id.- A mí me ha librado hasta ahora la Divina Providencia de la vida de crápula nocturno. No obstante, intuyo que las preguntas de Marías a su acompañante son las propias de un novato, que además carece de imaginación. Por mucho que él se empeñe, en este y otros libros, en aparecer como un tipo sexualmente experimentado, se hace más que patente su bisoñez Id.- Como resulta que ni Victoria es Cabiria ni Marías es Hemingway, estas páginas de relleno de las páginas de relleno resultan de lo más gravitacionales. Pág. 220.- «…como si me hubiera adivinado el fugaz pensamiento. O no llegara a ser tanto.» ¿Qué quiere decir la frase subrayada por mí? Pág. 221.- «sospechar la sospecha del otro». Id.- «si sospechaba que yo sospechaba». Pág. 222.- «Una joven tan joven». Id.- «Sentada en los asientos». Id.- «boca incesante». Id.- Nueva aparición de Rabindranat Marías, con la misma frase que antes, como era de esperar, dada su escasa imaginación. Id.- «Le puse en el muslo la mano temida…».

 

Una de las más ricas fuentes de chorradas memorables para Marías la constituye su proclividad a elevar lo que a él le pasa, o lo que a él se le ocurre que le pudiera pasar, a la categoría de ley universal. Al principio de este capítulo octavo, dice que «es cansado moverse en la sombra […] como es cansado guardar un secreto o tener un misterio» Dejando aparte la horrible expresión «tener un misterio», puedo decir que me he movido mucho por la sombra guardando precisamente un secreto y no solamente no me he cansado en absoluto, sino que batí por dos veces el record de Europa de garbeos por la sombra. Pág. 229.- «a otra mujer más nueva». Recientemente adquirida por Marías, es de suponer, tras desechar la vieja. Págs. 229-230.- Olvidado de la familia Téllez, de la muerta, del entierro y hasta de la malgeniada putita, Marías filosofa, según su costumbre, sobre varias tonterías. Pág. 230.- Marías formula un nuevo principio: «Todos habríamos preferido una ascendencia distinta por alguno de nuestros cuatro costados». ¡Yo no, Marías! Id.- Sigue otra generalización lagarterana, quizá porque Marías piensa que la mejor defensa es un buen ataque. De paso, demuestra ignorar el significado del adjetivo proclive. Id.- Marías ha descubierto, y tiene a bien comunicárnoslo, que hay algo más cansado que moverse en la sombra: moverse en la penumbra. ¿Lo será más aún moverse a la luz del sol? Es posible. Me pregunto qué opinará Marías, experto en cansancios. Id.- Quien quiera aprender cosas sobre la penumbra, que lea la mitad inferior de esta página. Marías, experto también en medias luces, lo dice prácticamente todo. Id.- Rabindranat Marías habla del «descabezado paso del tiempo». Pág. 231.- Continúa Marías divagando sobre el paso del tiempo y la vejez. Id.- ¡Marías, Marías! A los cuarenta años ya ha prescrito cualquier delito. ¿Tampoco se te da el derecho penal? Págs. 232-233.- «Atreviéndose» (resulta arriesgado ¿eh?) a mirar al interior de una tienda, a través de un escaparate, Marías dedica una página a contarnos todo lo que pasa dentro, incluido el comportamiento de la dependienta, de cuya psicología también nos da detalles. Pág. 233.- El relato del final de esta trepidante aventura, con Marías de espía disimulando ante un quiosco mediático, constituye un buen ejemplo de la forma de puntuar que tiene nuestro héroe. Todo este seguimiento de una mujer, porque le deslumbran sus pantorrillas, abunda en la visión fetichista que Marías tiene del sexo, ya señalada por nosotros a propósito de otras vonelas suyas.. Id.- Señalamos añora un nueva chorrada memorable de Marías, quien, a pesar de sus intentos de parecer comopolita, es tan doméstico como la mayoría de los novelistas españoles, los que precisamente más gustan a los críticos: «Luisa siguió avanzando por Velázquez, y al llegar a la esquina de Lista o bien Ortega y Gasset (esta calle cambió de nombre hace mucho, pero aún impera el antiguo y por él se la conoce, mala suerte para el filósofo)» ¿Agudo? ¿Ocurrente? ¿Gracioso? Otra agudeza, ocurrencia o gracia de este tener y solicito la jubilación anticipada. Id.- «envueltos en celofán, una lata». Págs. 233-234.- Información sobre los establecimientos VIPS. Pág. 234.- Experto espía, Marías obsequia a sus lectores con la «regla invariable para seguir a alguien». Agradecido en el alma, el lector entona el Oh, Marías . (Sin duda quiso decir infalible). Id.- Marías dedica un extenso párrafo a exponer sus suposiciones acerca de por qué Luisa ha comprado en el VIPS, para, al cabo, darse cuenta de que quizá se había equivocado y dedicar otro párrafo a una nueva suposición. Pág. 236.- Durante dos interesantísimas páginas, Marías ve desde la calle -o lo supone- lo que Luisa hace en el interior de una tienda de ropa: se prueba algunas prendas, se las quita, las suelta sobre el mostrador… lances verdaderamente sobrecogedores que mantienen al lector con el alma en vilo. De pronto, se quita una blusa, enseña las axilas y convierte a Marías -una vez más- en voyeur , un voyeur tan alterado por la emoción, que da un traspiés y se mete en un charco. Con su prosa infalible, sentencia Marías: «De lo más desagradable». Imagino que estas son las escenas que hacen decir a los míticos gurús de la crítica alemana que las novelas de Marías son grandiosas, únicas, las mejores de un siglo que, hasta ahora, no había dado más que cosas como A la busca del tiempo perdido, Ulises, La montaña mágica, El lobo estepario, Manhattan Transfer, El tiempo debe detenerse, Santuario y un pobre etcétera. Pág. 237.- El perspicaz Marías descubre y nos comunica la diferencia fundamental entre Marta, la occisa, y su hermana Luisa: «La una tenía helados en casa y la otra los compraba ahora; la una tenía una camiseta acanalada de Armani […] y la otra se la probaba ahora». La verdad es que hay hermanas que parece hijas de distinto padre. Id.- Claro que «quizá esta camiseta nueva era para…» Larga exposición de una suposición de Marías sobre el destino final de la camiseta, que el lector no debe perderse. Id.- Rabindranat Marías llama al paseo de la Castellana «río de la ciudad». ¡Pero cuánta fermosura! Id. «Uno de los árboles había sido derribado por la tormenta, truncado en su base y el suelo salpicado de astillas». Estas faltas de concordancia se encuentran entre los puntales de la celebrada prosa mariasna, una de las más logradas del idioma, al decir de Cabrera Infantes. La verdad es que, aquí, quien no dice una memez es porque lleva mordaza o tiene problemas con el administrador. Id.- Otros puntales son las fintas con que el mítico Marías toca la perilla de sus lectores: el árbol ha sido víctima de los vientos huracanados, bla, bla, bla, muchas líneas, varios párrafos… «a menos que el árbol estuviera caido desde hacía días y aún no lo hubiesen retirado». Si éstas no son gilipolleces, oh pelotas, ponedme una conferencia a cobro revertido. Pág. 238.- «…puse el motor en marcha como continuación de esa frase o quizá como punto». O sí o no, o esto o lo otro… En los momentos culminantes, Marías hace zozobrar en la duda a sus devotos lectores. Por otro lado, ¿cómo continúa una frase la marcha de un motor? Marías está de nuevo con la putita. ¿Abandona el seguimiento de Luisa, sin resolver el enigma de la camiseta? Curiosamente, la putita se expresa como Marías. ¿Y Marías? Ni más ni menos que como el profeta Sofonías.

Pág. 239.- «…le di otro billete, se lo puse en la mano, el dinero de mano en mano, algo infrecuente». ¿Por qué dirá que es infrecuente? se pregunta uno, que, aunque se permita el lujo de leer a Marías, siempre ha sido pobre.Id.- Con toda lógica, la putita no quiere cobrar más de lo convenido. Se conforma con la tarifa. Id.- «Yo arranqué de prisa, cuando sólo tenía una manga puesta». ¿Dónde pondría Marías la manga para conducir? Se trata de otra cosa, claro. Marías, como tantas veces, no se ha sabido expresar. Pág 240.- A todo esto, Marías no sabe si se ha refocilado con Victoria, una prostituta, o con Celia, su esposa bienamada. Es algo que suele suceder a muchos hombres en estos tiempos inseguros. Id.- «en ese tramo del tramo». Id.- Marías se convierte en mirón de la prostituta y de su nuevo cliente. Convencido estoy de que intenta parecer interesante, pero la verdad es que está quedando muy mal ante sus devotos, si se me permite la expresión. Id.- Yo no sé si algún benévolo cataplasma le perdona a Marías cosas como las que voy a decir. Yo, desde luego, afirmo con rotundidad que jamás escribiría «apoyó la espalda contra los muros de la compañía aseguradora», sino «contra los muros del edificio de la compañía aseguradora». Id.- La sopa mariasna sigue después de coma (,) «enfrente había otra». ¿Otra qué? ¿Otra prostituta? ¿Otra aseguradora? Pues ni lo uno ni lo otro, precisamente para que no concuerde: «otra construcción». Id.- Pero ¿una construcción, simplemente? ¡No! Eso sería demasiado sencillo. Para que no quede ahí el disgusto, añade Marías: «una construcción de vagas reminiscencias bíblicas, con una pretenciosa rampa que recordaba a las murallas de Jericó»… Murallas que nunca existieron, Marías, como ha probado la arqueología. Pero lo más increible, lo que hace subir la tensión arterial del lector, es que Marías, después de hacer todas estas suposiciones y señalar estos «parecidos», vuelve a estremecernos con esta afirmación: «aunque yo no lo veía desde mi puesto». Id.- Hemos subrayado la preposición incorrectamente empleada: «recordaba las murallas», Marías; no «recordaba a las murallas». Después de aquel interminable capítulo en el que contaba sus lacias andanzas con la prostituta (a la que él no deja de llamar despectivamente «puta»), ahora vuelve sobre ellas para otro nuevo capítulo. ¿Con qué justificación, dentro de la economía del relato? Con ninguna. Sólo para llenar páginas. «Estuve allí quieto durante bastantes minutos, pegado a la pared como Peter Lorre en la película M , el vampiro de Düsseldorf, también la he visto». ¡Madre mía! Si alguien no se da cuenta de que esto es la antiliteratura, la antinteligencia, un inapreciable fósil de idiotez, es que no tiene la menor sensibilidad para los valores estético-literarios. Id.- Las consideraciones de Marías sobre si desea o no desea que otro cliente recoja a la prostituta y todo lo demás que piensa durante su ridícula observación indigna al mejor dispuesto. Pág. 241.- De noche, desde bastante lejos, a la luz de faroles amarillentos, sin ver bien, etc., etc., Marías advierte que la prostituta se mueve y sabe que arrastra los tacones. Id.- «Pasaron por el andén o paseo arbolado». Así no se expresa un novelista. Id.- «…le gritaron ellos a ella». En la línea siguiente: «ella a ellos», Pág. 242.- Si se le preguntase a Marías por qué pone unas veces punto y aparte y, las más, punto y seguido, seguro que no sabría decirlo. Lo hace arbitrariamente. Id.- Como habrá observado el lector, Marías ha interrumpido el seguimiento de Luisa para volver a su vertiginosa aventura con la prostituta, continuándola en téminos todavía más costumbristas y pedestres que en la primera parte: «¡Chocho flojo, chocho pringoso!» (Mal puestas las admiraciones, además) «¡Anda, iros a mamarla!». ¡Sublime!

Id.- Se acerca, se «expone» (como dice, ridículamente, él). «adherido al muro como una lagartija» (Marías dixit ), «quería ver y quería oir». El cotillismo de Marías, en ésta y sus demás vonelas , resulta irritante. Me consta que ha costado serios y molestos trastornos a muchos lectores: desde erupciones cutáneas hasta fiebres domingueras, desde cefaleas pertinaces hasta prurito anal. Id. «O bien darle mala espina». Id.- Hasta este momento, el lector estaba realmente preocupado. ¡Acechan tantos peligros de contagio! Pero Marías le tranquiliza: lo ha hecho «a través de una goma». Pág. 243.- La gabardina le «individualizaba en la noche».Id.- Durante cuatro páginas, más apretadas que la agenda de un político, Marías nos hace asistir a los tratos de la prostituta con la que él estuvo -goma mediante- y un sujeto jinete de un utilitario. Dostoievsky redivivo, tengo que reconocerlo. Id.- «salieron zumbando». Este tipo de expresiones, sin embargo, faltan en la obra de Fiodor Mijailovitch. También las de este otro: «…podía ser un médico, quizá sabía que conciliaría antes y mejor el sueño si se iba a la cama tras echar un polvo o tras una mamada rápida con el volante a mano». (Buen consejo, porque las mamadas lejos del volante, ya se sabe…). Id.- Marías comprueba que, en el paraje, ya no queda nadie y aprovecha para dar una lección de filología. «Sexo y Filología». ¿No era esto lo que aconsejaba Unamuno? Id.- Marías se imagina -y el por qué es lo que explica filológicamente- cofornicario con «aquel imaginado médico». No, Marías, no, era una persona real, no imaginaria; supusiste que era médico. Pág. 244.- Marías aprovecha cualquier ocasión para hacer literatura. Como se ha separado de su esposa, se refiere a ella como a «mi propia mujer dejada». Es un caso único de torpeza expresiva, dicho sea sin ánimo de ofender. Y resulta increible que ni un solo crítico se haya dado cuenta. ¿Cómo pudo escribir Cabrera Infante lo que hemos transcrito hace unas líneas? Yo no sólo niego eso ni digo que es la menos lograda: afirmo bajo juramento y en pleno uso de mis facultades, que es la peor de todos los tiempos y lugares. Id.- «…si aquel hombre o médico». Una de dos: u hombre o médico, ¿verdad chiquitín? Si era hombre, no era médico. Si era médico, no era hombre. Lo sabíamos, pero, si no nos lo recuerdas tú, no nos quedamos tranquilos. Pág. 246.- Hablando en serio: es insoportable. Llega a su casa con su cotillismo frustrado y, durante dos páginas y media largas, relata -a su modo- lo que ve en la pantalla del televisor. Algo que le importa al lector uno de esos colgajos lejanos o cercanos al volante o a la goma. Id.- En lugar de escribir una Carta al Director, Marías se queja aquí de que las mejores películas las pongan «siempre de madrugada, cuando nadie puede verlas». Son detalles que enriquecen una novela de por sí importante. Pág. 248.- Ultimo párrafo. Un montón de comas que deberían ser puntos. Y no es cuestión de manera de escribir (me resisto a hablar de estilo tratándose de Marías), porque otras veces lo hace de otra forma.

Pág. 249.- Afirma Marías, tan generalizador como la marcha de granaderos (sin duda por falta de seriedad y rigor en sus afirmaciones) que el hecho de conseguir un número de teléfono «siempre tienta a hacer uso de él al instante». Será a él que es un cotilla. Por lo que respecta a mí y mon entourage , ni mucho menos. Quién no sepa qué es un contestador, cómo se oye el chaquido de un encendedor a través del teléfono, qué matiz tiene una voz somnolienta y qué es lo que la distingue de una voz despierta, etc., etc. y quiera instruirse acuda, como obra de consulta, a las páginas 249 y 250 de esta obra de Marías. Pág. 250.- Otra generalización. Dice Marías que «las mujeres nunca nos conceden lo que le pedimos cuando nos llaman por nuestros nombres». Esta es una melonada arcabucera, propia de alguien que, como Marías casi siempre, habla por hablar. Págs. 250-253, entre muchas.- Marías no siente el menor respeto por la respiración de sus lectores. Pág.- 251.- A los motetes les llama Marías «baladas pontificias». ¿Tal vez una gracia frustrada en una novela frustrada? Pág. 252.- Más de media página sobre que si Celia tenía mensajes en el contestador, si los había escuchado, si no los había escuchado, si podía volver a llamarla, si no podía… Son demasiadas páginas ya de vaciedades. ¡Esto es un insulto al oro del tiempo! Pág. 253.- Marías decide dar un paseo y nos lo cuenta detalle por detalle. No en vano, ha sido comparado con Dostoievsky por Savater y García Posada. Quien se haya estremecido con tantas páginas de Los hermanos Karamazovi, Humillados y ofendidos, Nietostka Nezvanova, etc. se sobresalta al sorprenderse ahora riendo y piensa que los fulanos que hayan hecho semejante comparación lo menos que se merecerían es que se les presentase Marías en sueños para darles las gracias. Id.- «Anciana andrajosa e itinerante». ¿Ven? Estos son los detalles que hacen destacar a Marías. Una joven profesora de español en una capital de la UE me escribía hace poco a propósito de otra de mis críticas a Marías y me decía: «A mí, lo que me producen las novelas de Marías es la penosa sensación que se experimenta cuando alguien sin ningún salero trata de contar un chiste y se trabuca, y una está deseando reirse, porque ve que el pobrecito desea con toda su alma hacerte reir y nada, ni una sonrisa…» Id.- Como siempre, lo que Marías no ve lo supone. Así puede rellenar las mismas páginas sin tener que ver nada. ¡Qué astucia! A veces, como ante «un grupito de mujeres y hombres alborotados», llega a suponer hasta cinco posibilidades. Págs. 253-254.- ¡Qué mal empleas las comas, Marías de mis carnes, peatón literario, rosa de pitiminí! Pág. 254.- Marías oye pisadas a sus espaldas y teme que le van a asaltar. Cuenta lo que hace y lo que hará para defenderse. Al cabo de más de una página, las pisadas pasan de largo. Pero, a Marías, ¡que le quiten lo escribido! Págs. 254-256.- Disertación sobre caballos, que sigue a otra sobre la zona urbana del paseo de Rosales. Con esta forma de escribir novelas, lo mismo se pueden hacer cincuenta páginas que seiscientas. Sin el menor plan, sin la menor estructura, sólo a base de digresiones. Ante estas vonelas , no se puede hablar de argumento ni de trama. Ni de composición, claro. Ni de literatura, por supuesto. Id.- Marías califica los caballos, por el hecho de que ya no se ven por la ciudad, de «incomprensibles». Id.- «sea cercano o esté en la distancia». Pág. 256.- Marías teme morir coceado. No caerá esa breva, piensa el lector. Id.- De la digresión equina, Marías pasa a una lección de Filología. (Y, a todo esto, sin celebrarse el funeral por la difunta. ¿Que qué difunta, lector olvidadizo? Pues Marta, la de la escena sobrecogedora ¿no recuerdas? Hace doscientas cuarenta y seis páginas que murió. Id.- Como tantas cosas, Marías ignora lo que es un íncubo. Id.- Ahora le toca a la mitología irlandesa. Pág. 257.- Sin venir al caso, porque chirría en una escena escrita a las anabolenas rosas de Jericó, Marías habla de follar y echar polvos. ¡Jesús! Por ende, entre caballos, íncubos y súcubos, habla de «comerciales carnalmente». Para matarlo. Id.- «Quizá Deán no habría querido saber otra cosa, de haber sospechado desde su distancia en Londres «. Decreto: todo crítico que no advierta estas coces a la lengua del Arcipreste y, en consecuencia, no descalifique a Javier Marías es que es un inepto. Pág. 262.- Lo he dicho muchas veces, pero, si no lo repito a la vista de esta página, experimentaría espasmos sincopados capaces de alterarme el buen funcionamiento del soma y sigue: ¡Qué pésimamente puntúa Javier Marías! Id.- De cuando en cuando, Marías tiene un momento de especial lucidez, como aquí, cuando, al llegar al dormitorio de su ex-mujer, se da cuenta -y lo afirma enfáticamente- de que «en la cama no estaba yo, sino otro hombre». Y su mérito es mayor porque no estaba la luz encendida. Id.- Aunque abatido por el peso de la cornamenta de la que está siendo recipiendiario, continúa viendo las cosas como un

pastorcillo de Fátima y, en lo que dura un relámpago, alcanza a distinguir hasta el carnet de identidad de los durmientes. El pasaje es tan inverosímil, que uno no sabe si es que está jugando a la oca. Pág. 264.- «espantado de mí mismo y mi efecto». Id.- La escena, hasta que Marías dice, con original metáfora, «huyendo como alma que lleva el diablo», sin duda resulta sobrecogedora para el editor y los críticos. A mí, que soy un espíritu libre nietzscheano, me parece ridícula. Id.- «Antes de que ellos hubiesen comprendido la materialidad del hombre con gabardina». Termina el capítulo y Marías no ha terminado de contarnos la apasionante aventura de su seguimiento de Luisa, siendo así que nos dejó enormemente intrigados. ¿Se compró ella una blusa o un sujetador? ¿Ambas prendas? ¿Ninguna? ¿Le estaban bien las bragas? ¿Eran de su talla las que se probó? ¡Cuántos interrogantes sin respuesta¡ ¡Misterio! ¡Intriga! ¡Emoción! ¡Ah, malvado Marías! ¡Nos hurtas lo más interesante! Seguro que a García Posada y a Cebrián se lo dijiste por teléfono. ¡Cómo les envidio!

En un artículo titulado Malvado gran escritor, publica­do en El País el 10 de no­viembre de 1997, Marías intentaba defender­se de la crítica adversa que yo había venido haciendo de su obra en diversos trabajos. En un párrafo espe­cialmente desafortu­nado desde el punto de vista conceptual, afir­maba que ya re­sulta inadmisible «el inútil y anodino concepto de ‘escribir bien o mal'», añadien­do lo si­guiente: «yo no sé toda­vía qué es eso, y llevo leyendo la vida entera; menos aún sé cómo se mide; hay ‘altí­simos estilis­tas’ actuales que a mí me pare­cen tan sólo cursis, facilo­nes y refitoleros, jamás diría de ellos que ‘escriben bien’ por mucha filigrana verbal que lo­gren y por muy ortodoxamente que se relacio­nen con la gramá­tica y la sintaxis». En primer lugar, hay que decir que resulta increible que alguien que se presenta como escritor diga que no sabe lo que es escribir bien o mal. Qué pensaríamos de un arqui­tecto que dijese que no sabe lo que es construir bien un edifi­cio, es decir, bella, sólida y funcio­nalmen­te? La primera o­bligación de un pintor, un es­cultor, un músico, ¿no es pin­tar bien, es­culpir bien, compo­ner bien? ¿En qué se diferencia el arte de lo que no lo es? Y ¿no son los ar­tistas quiénes antes que nadie tienen que ha­cer la distin­ción? Si él, a pesar de llevar leyendo la vida entera, no lo sabe aún, es, ciertamente, para que se preo­cupe, pero no para que dicte normas desde su ignorancia. En cualquier caso, es evidente que no se trata, en esto como en cualquier otra cosa, de lo que él crea, sino de lo que objeti­va­mente es . Con su actitud, Ma­rías se introdu­ce sin preten­der­lo en ese saco machadiano donde penan quienes desprecian lo que ignoran. Por otro lado, reducir el contenido del con­cepto «es­cribir bien» a la «fi­ligrana verbal», el «altísimo estilo» o la «exquisita prosa» no solamen­te es mucho reducir, sino una sólida prueba de no saber de qué se está hablando­. Escribir bien tiene que ver, por supuesto, con no deso­bedecer la gramática (por cier­to que Marías escribe «la gra­mática y la sintaxis», como si la sin­taxis no formase parte de la gramática); con construir bien y bellamente, aunque sin excesos que entorpezcan la fun­cionali­dad; con establecer la debida concordancia entre géne­ros, nú­meros y tiempos verba­les: con adjetivar justamente, o insóli­tamente, pero con gracia y poe­sía; con utilizar las pa­labras según su significado; con em­plear adecuadamente los signos de puntuación, etc. Pero tam­bién, tratándose de novela, con acertar en la forma de pre­senta­ción de la realidad, en la copmposición; con utilizar el lenguaje de la mane­ra adecua­da para lograr esa forma; con la presenti­zación de la realidad ante el lector con bulto, con­sisten­cia y expresividad; con el exacto juego de alusiones y elusiones; con la expresión lógica y madura del pensa­miento … Factores de cuya falta ado­lecen las «nove­las» de Marías y aquí lo señalo, adu­ciendo pruebas. Como «vida posible fingi­da» definía Andrés Bosch -el mejor novelista español desde la pos­guerra- la novela. Verda­deramen­te, novelar consiste en la crea­ción de un segundo mun­do, de un mundo que es estéti­co, no sólido como el cotidia­no, pero tan real como éste. Por lo tanto, igual­mente some­tido al segundo prin­cipio de la termodinámica (algún día escri­biré sobre la entropía litera­ria) y a las leyes de la rela­tividad y de la quántica, que, entre otras cosas, afirman que no existe nada separado de la observación. Dicho de otro mo­do: las medidas -la lectura- no informan sobre las cosas en sí, sino sobre su relación con el observador (el observador pri­vilegiado que es el escritor, pero también el lector). El re­sul­tado así obtenido será -debe ser- completamente distin­to al que se obtenía con las novelas sometidas a la filoso­fía esté­ti­ca derivada del meca­nicismo del siglo XIX. A mi manera de ver, tra­tán­dose de novela, insisto, que es de lo que aquí estamos tra­tando, es más importante el segundo conjunto de factores antes enun­ciado que el primero; esto es, el que afecta a la construc­ción de la novela/se­gundo mundo que el que tiene por conse­cuencia la musicalidad de la prosa. Este tiene mayor importan­cia en el caso de otros géneros, incluso de otros géne­ros narrati­vos, que hacen cues­tión de una realidad referida, pero no presenti­zada. El artículo de Javier Ma­rías al que me he referido aparecía pleno de afirmaciones apodícticas exageradamente sub­jetivas, que en ningún caso el autor razonaba: «yo creo», «yo pienso», «yo no creo», «a mí me parece», etc., un camino por el que llegaba a confundir a quienes abogan por la buena escritura con quienes defienden a escri­tores desaparecidos que, en vi­da, fueron indecentes, malas personas, o sostuvieron ideas políticas contrarias a la li­ber­tad. Nada tiene que ver una cosa con otra, aunque, realmen­te, habría mucho que decir sobre el binomio ética del autor­/es­tética de la obra, que no se resuelve tan fácilmen­te como Marías preten­de. Verdaderamente, no hay reglas, ni tampoco un medidor -«menos aún sé como se mide» [la bondad o maldad de un texto], escribía Marías- para saber lo que está bien o mal escrito. Pero el auténti­co escritor lo sabe, y también el crítico preparado y sensible. La intuición esti­mati­va tiene mucho, todo, que ver con esto. Marías decía igno­rarlo. A mí me extraña que no sepa, por lo menos, por expe­riencia, lo que es escribir mal. El lo hace con mucha soltura.­ Pienso que lo que Marías intentaba en el artículo comentado era hacer pasar por vocacional lo que es congénito. No es, o no es sólo, que no sepa escribir. Es que está incapacitado para aprender a hacerlo. Afortunadamente para él, vivimos una época de ensalzamiento no sólo del diletantismo, sino también de la incompetencia. Lo que hemos afirmado antes sobre esto, vamos a verlo una vez más, cien veces más, analizando el último tercio de su celebérrima novela, galardonada tanto en España como en el extranjero.

 

Con el noveno capítulo, Marías retoma el seguimiento de Luisa. Ya dijimos que «hace» párrafos caprichosamente. Igual con los capítulos. De cualquier forma, este es un pecado venial comparado con tantos otros mortales que comete. Ni los botafumeiros y sus asociados lo van a poder redimir. Pág. 265.- Aprovechando que no hay testigos, le mira las piernas, dice, «a mis anchas». Fetichista de piernas también, el desdichado. Id.- Sabia observación de Marías, que debemos tener en cuenta: «quien no traza líneas rectas y perpendiculares cuando puede hacerlo sino que zigzaguea es que sabe donde va». Sólo los muy envidiosos dirán que esto es una sandez. Id.- Por la forma de entrar Luisa en un portal, Marías sabe que aquélla no es su casa. Toda esta página es una muestra de lo buen observador, aunque chorra agudo, que es Marías. Págs 265-266.- Marías sabe perfectamente lo que se hace al entrar en casa, sobre todo, «si uno es mujer» (sic). Pág.- 266.- En cambio, no sabe, ay, lo que piensan los niños pequeños, «según la edades». Ello es causa de gran tribulación para él y por eso le dedica al tema casi una página. (El lector curioso y montaraz puede mirar las páginas 265-266-267 para ver cómo maneja los signos de puntuación este grande y reconocido escritor, el mejor del siglo según García Posada, Conte, Sanz y Darío Villanueva, Ramón de España, Savater, Guelbenzu, Luis Suñén, Castellet, Saladrigas, Hang Mao y Ching Ito. Pág.267.- En cambio, sí sabe que los sueños de los niños son simples… ¡Santo Cielo, poderoso y alquimista! ¡Cuánta divagación vacía antes de decir lo que pasa con el encuentro! Menos mal que Marías no se metió a bombero. Pág. 267-268.- Nueva muestra de fetichismo: «ocultando el sostén o trofeo que todavía guardo». Pág. 268.- Luisa le descubre espiándola y le aborda. El ve la ocasión propicia para salir de las dudas que le atormentan y le pregunta: «Dime, ¿con qué te has quedado por fin, con la falda o con la camiseta?» El lector, por su parte, también expecta. ¿Se desvelará por fin el misterio? Hasta cuatro páginas de divagaciones selenitomarcianas ha de esperar para que llegue la respuesta. Y ¡oh dolor! la respuesta es una evasiva. Id.- Marías reconoce pasarse la vida buscando «hacer gracia a los otros». El lector sufrido gime: «Ay, mísero de mí, ay, infelice, ¿por qué no yo, como destinatario de tus gracias, oh, Marías? Id.- En esta página, además de varias frases hechas, Marías utiliza la expresión «carácter facilitativo», que debe de ser lo contrario de carácter dificilitativo. Pág. 174.- Hay contextos en que resulta pedestre llamar polvo al acto de unión sexual y éste es uno de ellos. Incluso tratándose de la prosa estropajosa de Marías. Pág. 275.- «establecimiento de nombre rusófilo». Rusófilo quiere decir partidario de los rusos. ¿Cómo puede serlo un nombre, Marías? Id.- «También había una tintorería, creo, o quizá era una papelería, o ambas». Ambas cosas, ¿no? Pág. 277.- «¿Y el teléfono y sus señas, también te los llevaste tú?» No, Marías, no. Cienes de veces te lo he dicho. Es así: Y el teléfono y sus señas ¿también te los llevaste tú? Por otra parte, ¿de qué hablas? ¿De las señas del teléfono? Id.- Reaparecen los «barrenderos del suelo», mucho más sociables, a lo que parece, que los barrenderos del techo o de las paredes. Pág. 278.- Van a un restaurante donde Marías tiene «nombre además de rostro». Así da gusto. Porque hay restaurantes donde Marías se muestra innominado y sin faz. Id.- Marías cuenta y cuenta, entre cucharada y cucharada, y afirma optimista: «El que cuenta suele saber explicar bien las cosas y sabe explicarse …¡Que te crees tú eso, oh redundante, oh repetidor furtivo! Págs. 278-279.- Las consecuencias de contar y explicarse que enumera Marías son tan marcianas, que… Véalo mejor el lector, después de poner los puntos y las comas en su sitio. Un gazpacho, que sin duda no estaba en la carta. Entre otras cosas, «seguir viviendo». Estas páginas y la siguiente constituyen un óptimo ejemplo de lo que Marías hace en lugar de novelar (Marías nunca ha escrito una verdadera novela, ni siquiera malísima, como corresponde a sus dotes): exponer una filosofía verborreica, en la que no maneja una sola idea que no implique una memez. Pág. 279.- «…flotante o ficticio como una película empezada en la televisión o en los cines de antaño». Lo que quería decir, pero no dijo, porque Marías, ante el menor problema expresivo, resbala, cae y se acardenala en un setenta por ciento de su superficie ventricular, es: «como una película que se pone uno a ver cuando ya está empezada» No saber decir lo que quiere decir es una constante de la escritura mariasna. Id.- «hasta la llegada de la asitenta con llave». Más cara, es de suponer, que las asistentas sin llave. Huyo hacia adelante y compruebo aterrado que, a continuación de las dos ya padecidas, me aguardan impertérritas otras siete páginas sin párrafos, todo plomo, que diría el viejo linotipista, como su contenido sin duda requiere. Desde luego, quien es aburrido lo es hasta tipográficamente. Págs. 279-280.- Si a usted, lector estupefacto, le asalta alguna duda al respecto, no se preocupe, Marías le explica con detalle qué es lo que hacía la asistenta diariamente y a qué hora, según el turno de clases, matutino o vespertino, de la señora. Pág. 280.- Observen hasta en qué pequeñeces falla el laureado: «No parecía haberse dado cuenta ese niño de la muerte de Marta . Me tiro de los pelos, créanme. Lo sencillo, lo literario, habría sido: «No parecía haberse dado cuenta el niño de la muerte de su madre . Id.- ¡Otra! Como el niño no tiene ni dos años e ignora, por tanto, lo que es la muerte, «habría tenido que asociar el sueño al cuerpo inmóvil»… ¿Es algo que tendría que haber hecho el niño obligatoriamente, Marías? ¡No! Lo que quisiste decir y no dijiste es que «habría asociado la inmovilidad del cuerpo con el sueño». Id.- Continúa la enumeración de obligaciones para la pobre criatura: trepar a la cama, destapar a su madre, etc. En realidad, lo que nos está queriendo decir Marías son cosas y hechos que supone ocurrieron. La mitad de sus libros se llena de suposiciones; la otra mitad, de digresiones, y una tercera mitad, de enumeraciones… Y aún le queda otra mitad para las chorradas. ¡Ah! Y si son suposiciones, tendría que haber escrito: «se habría subido a la cama, habría destapado a su madre», etc. Id.- Chorrada tras chorrada, Marías continúa con sus divagaciones. No solamente supone que el niño había «trepado a la cama y destapado a su madre en la medida de sus fuerzas contra (¡¡¡) la pesada colcha y las sábanas», sino que «quizá la habría pegado (¡laismo, Marías, contra lo que afirmaste de no haber caido nunca en esa horrorosa forma en soberbia e iracunda carta!), «porque los niños pequeños pegan cuando se enfadan». No solamente dice (mal) todas estas tonterías, sino que aún le queda espacio para aconsejarnos entre paréntesis, en medio de la evocación de la «escena sobrecogedora»: «a ellos no debe tenérselo en cuenta». Id.- «No se sabe si lloró o gritó furioso durante largo rato…» ¡Pero hombre! ¿En qué estaban pensando los cronistas? Id.- Lo que sí se sabe (o se puede suponer) es que sintió hambre y comió del «plato ecléctico» que, previsor, le había preparado Marías. Id.- Tras minutos de indecisión y de llevarse las manos a la cabeza, la muchacha llama por teléfono a Luisa, «que fue quien primero llegó jadeante». Atiende, Marías: si hubieses puesto «jadeante» precedido de una coma, nos enterarías de algo probable, que, en realidad, no nos importa: que Luisa llegó la primera y que llegó jadeante. Pero tal como tú escribes, entendemos que fue la primera, de una ristra de pesonas que llegaron al trote, dando resoplidos y con la lengua en el nudo de la corbata. ¿Captas la utilidad de una coma? Id.- ¡Astuto Marías! Como lo que quiere es ir rellenando páginas, lo hace, como he dicho, a base de digresiones, relaciones, suposiciones y chorradas. En esta ocasión, en vez de preguntar a Luisa de qué había muerto su hermana, dice no importarle conocer el detalle, pero, a continuación, ¡enumera nada menos que diez posibles causas del óbito sobrecogedor! Vale la pena transcribirlas:»1. Una embolia cerebral, 2. Un ictus, 3. Un infarto de miocardio, 4. Un aneurisma disecante de aorta, 5. Las cápsulas suprarrenales destruidas por meningococos, 6. Una sobredosis de algo, 7. Una hemorragia interna debida al topetazo de un coche unos días antes, 8. Cualquier mal que mata rápidamente sin paciencia y sin titubeos ni resistencia por parte de la muerta (mal podría resistir una muerta, Marías), 9. El moquillo, 10. La filoxera». Págs. 281-282.- Por el siguiente involuntario chiste de Marías hubiese pagado sus buenos duros La Codorniz : «en cuanto el padre pudo levantarse del sillón sobre el que se desplomó o más bien se hundió puesto que ya estaba sentado». Chiste que pudo hacer Marías, en sus ansias de caer en gracia, porque, como se ve, le informaron con todo detalle, que es la razón de que podamos entrar en conocimiento de que el viejo se tragó «el whisky que le sirvió su hija, aunque aún era por la mañana». Pág. 282.- Sin embargo, hay cosas sumamente importates sobre las que no informan a Marías y, claro, si no se las dicen a él, ¿cómo nos las va a transmitir él a nosotros, lectores de a pie? No importa, nuestro escritor de cabecera las supone: «probablemente [Luisa] le anudó bien los cordones [al viejo] para que no tuviese más traspiés de los que ya presagiaban sus piernas debilitadas por la noticia». Podemos suponer pues, nosotros, por nuestra parte, que únicamente tropezó las veces presagiadas; de las otras, se libró gracias a la precaución atinadamente imaginada por Marías. Id.- Es increible, de veras. Rio por no llorar. Téngase en cuenta que a esta «novela» le han dado media docena de premios, entre ellos, el Fastenrath, de la Real Academia Española, y el Femina en Francia, a la mejor novela extranjera, aparte de que ha tenido un éxito descomunal en Alemania. ¿Estamos en un mundo de imbéciles o qué? ¿De ladrones? ¿De conspiradores contra los cimientos culturales de Occidente? ¿De gente que no sabe leer? ¿Soy yo el único o casi único crítico con vista y decente del Universo conocido? ¿El único ser normal, mientras el resto se aparta de la norma? Aunque hay un tercer grupo: el de los que saben lo que yo sé, pero se lo callan, a cambio de un plato de sopa de fideos y un lenguado meunier… ¿Por qué digo todo esto? ¿Por qué se me hinchan las venas de los antebrazos mientras lo digo? Veamos. Cuenta Marías, al narrar las actividades de Luisa tras descubrirse el cadáver de Marta, que «mientras que ella iba a casa del padre María Fernanda…». ¿Un cura de nombre femenino y zarzuelero? ¿Un cura tan devoto de la Virgen como para soportar un nombre que induce al cachondeo? ¡Nol! Es que, siguiendo su piadosa costumbre, Marías no puso una coma que debería haber puesto. Lo que quiso decir -y no dijo- que pasó es que mientras ella, Luisa, iba a casa del padre, otro personaje, María Fernanda, etc. El lector empieza a desconcertarse. Luisa dice que tal o cual personaje hizo una cosa; Marías, entre paréntesis, supone que hizo otra; a través del relato de la mujer, Marías se entera, y nos lo transmite, de que María Fernanda (recordémoslo, no es un presbítero) aparta una mano del niño para llamar a su marido… Se persona «otro médico forense». ¿Cuántos había ya en el meeting ? No lo sabemos, pero sí nos enteramos de que el recién llegado lleva unas «patillas impropias» (¿impropias de qué, Marías? ¿De su edad? ¿De su clase social? ¿De su oficio? ¿Del acuario donde vive? ¿De sus particulares facciones de crustáceo? ¿De qué, por Dios? ¡No nos dejes sobre la cuerda floja de la incertidumbre y el ansia! ¡Apiádate de nosotros, que perecemos!) Continúa la narración trepidante. El forense levanta acta de defunción, como es su deber -además, para eso había ido-, a pesar de las patillas. Marías nunca falla en este tipo de informaciones. Tal vez por eso, dos líneas después de haber hablado de las patillas impropias, entre el acta de defunción y la escapada de Ferrán a la «cafetería rusófila», en medio de un contexto que nada tiene que ver con el asunto, abre guiones y escribe: «-compensar la calvicie-» ¿De qué carajos está hablando?, rásgase las vestiduras el licenciado en lectura. Al cabo de unos minutos de vacilaciones y rusticidades, cae en la cuenta: las patillas impropias a las que aludió en un párrafo anterior pueden ser, supone atinadamente Marías y lo dice, aunque con retraso, para compensar la calvicie. Todo vuelve a encajar: Dios está en los cielos y Marías en la gloria literaria. Contrito, el lector entona el Yo, pecador , por haber dudado de Marías. Id.- Por su virtuosismo poniendo las comas mal, Marías convierte a la asistenta en una «telefónica a cargo del socio». Id.- Renuncio, aunque sea por unos momentos, a la ejemplificación exhaustiva , concepto fundamental de la crítica acompasada. Si señalase todas las anfibologías que en esta media docena de páginas alumbra la ensalada comista de Marías, escribiría sobre ellas un volumen polivalente. Pág. 283.- «de vuelta en la suya con un calmante pasó por la suya». Id.- Seguro que si el lector no se entera de qué pasó con el chupete y el conejo, con la asistenta y el portero, ni de las opiniones de unos y otros sobre quiénes tomaban calmantes y quiénes no, ni de por qué Luisa tuvo que hacer la cama, se hubiese sentido defraudado. Si uno compra una novela de Marías es para aburrirse y enterarse de cosas como éstas. En un mensaje que la futura yacente deja a su hermana en el contestador, alcanza a dictarle su autobiografía. Id.- Luisa, tal vez desconcertada por los sucesos, termina por no saber en qué consiste estar viva o estar muerta. Menos mal que los de la funeraria sí lo sabían.

Juro por Dios y declaro por mi honor que absolutamente todas y cada una de las líneas son un puro anacoluto, un puro pleonasmo, una pura y solemne tontería. No puedo, no debo, señalarlas todas. Mi instinto de conservación me lo impide. Pág. 285.- Anoto: Marías redacta igual los parlamentos de un diálogo que los párrafos de su narración filosóficobarbitúrica. Id.- «No le pregunté si preguntó». Pág. 286.- «prefirió incorporarse -es difícil comunicar una muerte tumbado». Id.- «y consolar al viudo a distancia». Id.- ¿Recuerda el lector aquél extraordinario cuento de Cortázar, que consiste en el relato de cómo un personaje se pone un pullover? ¿Su angustia? Pues aquí relata Marías cómo supone él que Luisa se quitó la camiseta. Lo mismo que Cortázar, pero en horrendo. Id.- Debe de ser señal de algo el decidir desvestirse por partes, prenda a prenda. Al parecer, Marías posee el secreto de desvestirse de un golpe, zas, desde los calcetines hasta el gorro. Id.- Calcula que Luisa irá siendo mayor con el paso de tiempo. Pág. 288.- Aquí resulta que, por no poner las debidas comas tiene una «alcoba de zapatos y calcetines». Id.- Recordará el lector que, por mirarle las piernas a Luisa (mirar piernas por la calle ya no lo hacen ni los adolescentes más salidos de espoleta; nuestro protagonista tiene, insisto, algún problema), se metió en un charco. Por fin se puede cambiar de zapatos y calcetines en su alcoba ad hoc , y nos comunica haber experimentado «un alivio incomparable». También el lector lo experimenta, la verdad sea dicha, pues andaba preocupado por que Marías se resfriase. Son informaciones, ciertamente, que no deben faltar en una buena novela.

Id.- Luisa se sienta en el sillón «que yo suelo ocupar para leer y para fumar cuando pienso». Si sólo fuma cuando piensa, presumoque Marías no corre peligro de contraer un cáncer de pulmón. Id.- «nada más llegar a donde he llegado». Id.- Pasada la mitad de la página -el ecuador de la página, que metaforizaría Antonio Gala- nos encontramos con «una voz que afeita», además de martirizar. Id.- «No tenía ni idea de esto, jamás me habló de esto». Id.- Unas líneas más adelante, advierte Marías que «a Luisa se le había escapado un presente de indicativo». Lo que faltaba: que la mujer aportara condimentos a la prosa de Marías. Pág. 289.- A su insaciable apetito de cotilla, Marías añade ahora «curiosidades secundarias». Pág. 290.- «riñas caducas». Pág. 293.- «¿Qué vida lleva Deán, sabes algo?» Otra súplica terminante, Marías: ¡No cometas más este error! ¿Dos preguntas? Luego dos interrogaciones: ¿Qué vida lleva Deán? ¿Sabes algo? Id.- Los muertos no despiertan curiosidad, opina Marías, quien escribe: «la curiosidad no afecta a los muertos». ¿Ni siquiera Akhenaton o Cleopatra? ¿Ni siquiera mi abuela a nosotros, sus deudos y admiradores natos? ¿Por qué te sientes obligado a hacer de cuando en vez una generalización idiota? Id.- «con los muertos no hay más trato y nada puede hacerse al respecto». Al resepecto ¿de qué, Marías? Pág. 294.- ¡Ah, las anfibologías mariasnas! Como Luisa y él están escuchando una cinta de contestador (el lector castigado es la segunda vez que la «oye»), dice, como rey de los tropos, que Luisa y él «estaban unidos por una cinta», como si estuviesen amarrados con una tal con los colores de la enseña nacional. Pág. 295.- «no hay nada como pedir favores para ganarse a la gente, a casi todo el mundo le agrada prestarlos». ¿Por qué no aguardas para exponer tu altísima y originalísima filosofía de la vida a cuando seas mayor, Marías? ¡Decídete de una vez a hacer un curso de socorrismo! Pág. 296.- Marías, no cabe duda, es un hombre de recursos. Aunque lleva puesto un reloj, pregunta la hora a Luisa. ¿Por qué? Porque si gira la muñeca para mirar la hora, puede derramar el vaso de whisky que tiene en esa mano. Lo dicho: el rey del anacoluto lo es también de la chorrada memorable. Id.- Luisa empieza a sentir ganas de irse y Marías piensa que es porque él le ha pedido un favor «y no quiere arriesgarse a que le pida más cosas». O sea, que Luisa es de los «casi»; no quiere disfrutar de la dicha de hacer favores. Esta chorrada lleva incorporada esa lección de filología que en la acción vertiginosa de las novelas de Marías nunca falta. Pág 296 y otras ants..- Aquí todos consideran una obligación enterar, antes o después, al marido encornado de cómo y por quién llegó a serlo. ¿Por qué? Es una constante, en el hacer novelesco irreverente y pendenciero de Marías, no justificar nada. Pág. 297.- A Marías le aseguran que no le partirán la cara. «¿Ah, no?», pregunta. Y dice sentirse decepcionado. Más de un lector pensará haberse perdido una ocasión de ser vengado. Id.- Hacia la mitad de la página, Marías nos prepara para que nos traguemos en su momento que el astado no quiere saber, sino enterar de algo al adúltero. Un santo. Id.- Marías anota su teléfono, precisa, en un papelito adhesivo de color amarillo, porque «también yo tengo ahora cuadernillos de esos [papelillos amarillos] junto al teléfono…» blá. bla. bla …un párrafo sobre la utilidad de los papelitos amarillos, que, termina, «hay en todas las casas»… Las novelas de Marías tienen esto de bueno: que en ellas se adquieren conocimientos que resultarán útiles cuando uno aspire a contarse entre los primeros colonizadores de la luna.

 

Comienzo un nuevo capítulo. Todavía me late el corazón por causa de lo que he sabido acerca de los papelitos amarillos adhesivos. Temo que ahora Marías me hable de otra clase de papelitos.. Quizá mi organismo no lo resista. Es el peligro que tiene leer a escritores tan profundos. Pág. 299.- En vez de hablar como desea hacer, de una mujer que, un mes antes, era para él una desconocida, habla de «una desconocida más de un mes antes». Id.- «proclamando a los cuatro vientos». Esta no es una frase hecha aislada en la obra de Marías. Emplea muchas, como las/los demás escritoras/res aquí estudiados. Yo pienso, como Huxley, que se se hace difícil considerar inteligente a quien emplea frases hechas. Pág. 301.- «la narración de la muerte y el polvo». No es que Marías medite sobre las postrimerías; es decir, ese polvo no es el pulvis que Marías, como todos, es y al que tiene que reverteris . Se refiere al acto sexual que él no llegó a concelebrar con la difunta. Nombrarlo así en este contexto resulta hortera. Id.- ¿Qué, cómo te va? Marías revertirá al polvo sin aprender que esto se escribe así: ¿Qué? ¿Cómo te va? Pág.302.- Téllez intenta enseñar a Marías el uso del punto y coma. Como eso sucedió, lógicamente, antes de que Marías nos lo contase, podemos asegurar que no resultó ser buen aprendiz. Id.- Además de enseñar a escribir a Marías, Téllez hace diversas llamadas telefónicas «con pretextos varios». No iba a telefonear siempre para lo mismo, Marías, compréndelo. Id.- «La criada arcaizante». Pág. 304.- «Las existencias precarias dependen del día a día, o quizá son todos «. ¿Qué quiere decir lo subrayado por mí, Marías? Pág. 305.- «contando indecencias curiosas sobre la incauta donjuanizada «. ??? Id.- «de esa nueva carrera». No. «De la nueva carrera». Id.- «habíamos visto al almirante Almira con su apellido predestinado». ¡Qué poca gracia tiene esto, Marías! Por otro lado, el predestinado sería el almirante, no su apellido. Págs. 305, ants. y ss.- En este interminable e injustificado relato de unas carreras de caballos, que únicamente sirve al autor para llenar páginas, vuelve a utilizar todos los motes que utilizó hace capítulos, y que no ha dejado de utilizar de cuando en cuando, para nombrar al rey con pretendida gracia. Pág. 307.- «Fuimos los cuatro juntos hasta las apuestas». Sería hasta las ventanillas de las apuestas ¿no, Marías? Pág. 308.- La coma que hay en la segunda línea de esta página debería ser, no ya un punto y coma a lo Téllez, sino un punto. Id.- «…la quinta carrera, la más importante, no queríamos tener que desentrañarla» ??? Un caso claro, entre muchísimos, de impotencia expresiva del protagonista de la mayor estafa literaria que se ha cometido en España. Marías se busca una gachupinada ostensible para cada capítulo. Para éste, las carreras. Si se suprimieran todas las digresiones, escenas inútiles y mondongos literarios diversos con que Marías gasta papel antiecológicamente, quedarían sólo unas veinte páginas en las cuales luciría en todo su esplendor la chorrada repelente en que consiste la gran novela de Marías, gozo y deleitede los García Posada, Conte, Villanueva(s), etc. Sin duda alguna, lo que yo encuentro insoportable porque es insoportable, es lo que los mentados, tal vez por proceder de tierras inhóspitas, consideran hilarante, como la de infausta memoria comida estudiantil en Oxford ( Todas las almas) , que más de una noche ha sido el ámbito de mis pesadillas. Id.- «se confundió y gritó que había ganado el caballo que no había ganado». Uno de los que no había ganado, ¿no, Marías? Según escribes, habrían ganado todos menos ése. Id.- Ese caballo era precisamente aquél por el que la mujer del grito errado «había apostado su gran penuria «. ??? Id.- «…luego duran tan poco pero se recuerdan a veces». Págs. 308-309.- La secretaria de la secretaria del secretario de Su Majestad el Llanero Solitario Only the Lonely (tengo que aguantar la risa para que no se me tuerzan las líneas) es, para Marías, la persona más indicada para preguntarle por qué se ha suspendido una sesión en el parlamento de Estrasburgo. Por eso es a ella a quien se lo pregunta… A cuya demanda inquisitiva sigue una conversación entre ellos, más que marciana, plutónica, sobre diplomacia y majestades. Id.- De los trascendentales asuntos de Estrasburgo, pasa a conversar -más de una página le lleva- sobre el insomnio; lo que aprovecha para darnos atinados consejos sobre fármacos relajantes y terapias diversas. Id.- Como la señorita que habla con Marías y que, cada cinco líneas, suelta un sonoro taco, es una buena secretaria de la secretaria del secretario, sabe perfectamente lo que Su Majestad el Solo y Unico Only You (el lector se monda) sueña; y se lo cuenta a Marías, quien, siempre ávido de conocimientos, quiere saber también qué hace el Very Well cuando tiene insomnio. Ella, que, por lo que se ve, pasa las noches encaramada a la cabecera del augusto lecho, se lo dice: ve la televisión. Por lo que es una verdadera pena -en eso están de acuerdo el cotilla de Marías y la secretaria lenguaraz- que no todas las cadenas emitan de madrugada, por si al real insomne se le ocurre hacer real zapping . Pág. 311.- Dejando por fin descansar en paz al monarca de tantas formas nominado, Marías inaugura una nueva conversación, igualmente instructiva, sobre sombreros de señora y, muy especialmente, sobre cómo se limpian sin mucho gasto. Poco después, otra sobre apuestas. En medio de ambas, continúa con sus cotilleos: quiere saberlo todo acerca de las costumbres, sobre todo nocturnas, de Su Majestad el Solitario de la Pradera Solitaria. Así se entera de que, «con lo de su sueño», todos los miembros de la real Oficina, la real Casa, el real Palacio -seguramente, también la real Perrera- «han estado inquietos», «sin cabeza para [reales] caprichos», como el de ir a discursear a los eurodiputados. Y, en este punto, Marías nos ofende en lo más hondo a los monárquicos de toda la vida, insinuando que el rey apuesta por medio de la secretaria de la secretaria de su secretario, en carreras que se resuelven mediante un bien tramado tongo. ¡Por Dios! Pág. 317.- «gratas piernas». Marías adjetiva tan mal y con tan poca gracia, que uno siente deseos de irse a pernoctar cabe el muro de las lamentaciones. Id.- «sus medias no habían sufrido carreras en las carreras». Esto ya es… No sé ni cómo calificallo. Es imposible una mejor ocurrencia. Como prueba de la amplitud de su curiosidad intelectual, Marías concluye el capítulo narrando una pelea entre apostantes. Todo un cuadro de costumbres.

Pág. 321.- Toda esta página es ininteligible. Una jitanjáfora en la cumbre. Al tratarse -en apariencia; seguro que no de intención- de una especie de escritura automática y ser producto de una mente confusa, no es de extrañar que configure un emplasto ajidulce para insomnes en peligro de metempsicosis. Págs. 321-322.- En el tránsito de una página a otra, Marías enriquece el emplasto con un desahogo neumático. He aquí lo que afirma, después de respirar hondo y sacar el pecho: «Fue todo muy rápido porque no todo el mundo es consciente de que el presente recién transcurrido se aparece al instante como pasado lejano». Esto quiere decir que si llenamos un estadio de gente inconsciente de que el bocadillo que se acaba de comer se le va a aparecer muy pronto como cena de Navidad, en las pistas se batirán todas las marcas de velocidad. ¿No, Marías? Pág. 322.- «al saber lo que supo». Id.- A mitad de la página, termina un párrafo diciendo «una vez conseguido». Una vez conseguido ¿qué, Marías? Págs. 322-323.- Lo que habla Luisa es un claro ejemplo de lo que he dicho acerca de que Marías redacta igual un monólogo suyo que el parlamento de una conversación en el que, de hecho -y por eso ocurre- no hace más que continuar con su interminable exposición de vaciedades. Aquí, como siempre, muy desordenadamente. Por otra parte, hay que señalar que así no habla nadie en este mundo. Ni el presidente de un dicasterio. Pág. 323.- En el parrafazo central de esta página, dice Marías tantas chorradas e inexactitudes sobre el «trato» de la gente con sus muertos, que sólo ha podido sacarlas de su propio cacumen. De la observación de la realidad, no, por supuesto. Por otra parte, ¿a qué viene esa comilla simple al principio y al final del desbarre? Págs. 323-324.- A continuación, responde a Luisa (pobre de ella) con un discurso tan larguísimo e impropio, que lo mismo podría haber sido, una vez más, un comentario monologado suyo. En lo que sin duda fue un instante de lucidez, escribe: «Quizá no sabía lo que estaba diciendo». Como siempre, Marías. Pág. 324.- Sentencia mariasna de filosofía neocatecumental: «nadie hace nada convencido de que está mal hecho». ¿Nadie, Marías? ¿Ni el que pega un tiro en la nuca a un inocente? ¿Ni el que se apodera de lo ajeno? ¿Ni el que se tira un cuesco en el Senado? ¿Ni que el que viola a su tía Remedios, aprovechándose de la pesadez de sus siestas? Id.- Sartriano ahora, vuelve a sentenciar: «Los otros nunca se acaban». Id.- Contagiada, Luisa le contesta con otro speech decamétrico. Entre ambos van componiendo lo que una telefonista llamaría «una larga conversación». Y, por lo mismo, [Luisa] expele por su boca tales estupideces, que empieza uno a pensar en un caso de simbiosis telefónica, fina y segura. Pág. 325.- «dejé que el contestador contestara». Id.- Tres últimas líneas de la página. La frase «como si ella fuera aún mi mujer» debería ir entre comas, Marías, porque, si no, uno puede llegar a creer que Celia vuelve a ser tu mujer cuando no hay manera de dar contigo. Pág. 329.- Marías está solo en una calle solitaria, a las once menos ocho de la noche (veintidós cincuenta y dos si lo prefieren) y dice: «Encendí un cigarrillo con mis propias cerillas». ¡Pero hombre! -se encrespa el lector sobre sus propias huellas- En semejantes circunstancias, no lo ibas a encender con las cerillas de Teodoredo. Pág. 330.- «el lecho abusado». Id.- «Deán aún tenía energía y ánimo para comer sentado». Yo ignoraba que hay que tener energía y ánimo para comer sentado. Por eso no podía explicarme el gesto de alegre resolución de la gente en los reaturantes. Pág. 331.- «Yo no había comido más que un McPollo en un McDonald’s», nos informa, naturalmente McMarías. Pág. 334.- «Me sentía disminuido ante aquel hombre de pie tan alto». ¿Qué es un pie alto, Marías? ¿O es que falta una coma o una copulativa? Págs. 335 y ss.- Arranca a hablar Deán y lo hace, como era de esperar, a lo Marías. Cuando se expresan «filosóficamente», todos los «personajes» mariasnos lo hacen igual -de hecho, Marías no ha creado nunca un personaje-; los bostezos, las sonrisas, las risas, las muecas de estupor que arranca del lector lapidario y vacilante son, lógicamente, las mismas. Pág. 336.- Deán, clarividente como Marías, afirma que pudo haber estado solo en Londres, pero que también pudo haber estado acompañado. (Una gran verdad.) El no es tan verecundo como Marías pudiese suponer. Tiene una amante, cuyas señas y profesión facilita a su oyente. A continuación, larga un discurso de casi dos páginas sobre conquistas de amantes con medias de grumos, tan detallado, que abre ante el lector nuevos mundos de gilipollez extremada. Una perla: «los pies que van juntos y se paran ante un semáforo y en el semáforo de pronto se juntan las caras». Aunque también puede ocurrir que «se la lleve y se acabe en su casa», donde lo primero que hay que hacer es «quitarle las medias blanquecinas y con grumos en las costuras. Nada de particular, nada importante, escaramuzas…» Cosas que «unas veces no significan nada y otras veces no significan nada». (Sugiero a mis lectores que hagan como yo: escribir a Marías preguntándole qué se hace cuando se encuentra uno con unas medias negras y sin costuras). Y ésta es sólo la primera parte. El discurso saturniano, con uranianas interrupciones de Marías, continúa con nuevas precisiones -nombre de la amante, etc.-, por si a Marías le toca rellenar la hoja del padrón de la favorecida. Todavía una tercera parte del discurso, dos páginas, en las que nos encontramos con que Deán, como un antiguo, ha dejado embarazada a su amante.. Y es, como dice Marías, «que la carne tira mucho mientras sigue tirando» (deduzco que, cuando deja de tirar, no tira nada). Y todavía otra sentencia que entusiasmará a las feministas: «Las mujeres trafican con sus cuerpos y los manipulan». Sentencia que glosa con algunas apuntaciones filológicas. Pág. 337.- «pensé con el pensamiento del encantamiento». Construcción típicamente mariasna. Pág. 341.- «Cogió mis cerillas y con una en la mano grande…» ¿Qué significa esto? Nada nos habías dicho, Marías, de que Deán fuese asimétrico; de que tuviese una mano más chica que la otra. Id.- Deán cuenta que se fue con su amante a Londres para que abortase. Ella -informa- no dijo nada a sus compañeras. ¿Por qué piensa el lector que lo hizo? ¿Por pudor? ¿Por discreción? No. Para que no se le ocurriese a alguna de ellas encargarle una bufanda a cuadros o las obras completas de Churchill. Id. Deán sigue informando: llevó a la enfermera «a cenar a un restaurante indio muy divertido». Marías no puede contener su legítimo anhelo de demostrar conocimientos de geografia culinaria y exclama: «La Bombay Brasserie», produciendo tal pasmo en su interlocutor, que éste da un brinco, grita una pregunta «con su capacidad de sorpresa», en tanto se le dilatan las aletas de la nariz y muestra vehemencia e inclemencia… Verdaderamente, asómbrase el lector, pocas menciones de un restaurante han producido efectos tan devastadores. Deán y Marías, camaradas ya, interrumpen el intercambio de informaciones adulterinas para hablar de restaurantes. El lector experimenta un amago de soponcio. Cuando se repone, hace una comprobación. Lo que se temía: el discurso deaniano, con acertadas intervenciones de Marías, alcanza hasta la penúltima página del libro, hasta que Marías «tiene que irse yendo». ¡Casi treinta páginas! Sentencio indignado: quien diga que este tío es novelista es más cenutrio que un tribuno con caries en la rabadilla. ¡Y no sabe nada de literatura! ¡Collons, Maríes! Si querías enterar al lector de las andanzas británicoadulterinas del por ti encornado, aunque sólo in pectore , tendrías que haber elegido una forma inteligente, ocurrente y creible de hacerlo. Esta no es verosimil ni tampoco, por supuesto, novelística. Pero no pudiste, claro. Esa tu impotencia para hacer novela es lo que te pierde como aspirante a novelista. Si yo fuera tú, no insistiría. Pág. 342.- Después de hacer propaganda del retaurante londinense ya mencionado, Marías vuelve a su prosa reposada y armoniosa: «…pero hoy de viaje, el viaje pagado y obligada al viaje». Aunque de manera sugerida y metafórica, me atrevería a apostar a que está hablando de un viaje. Id.- Propaganda ahora de la cerveza india, de la que enumera una serie de marcas. Id.- Deán retoma el discurso: más restaurantes, guías de hoteles, descripción de la risa de la enfermera, anotación sobre el descuento que había conseguido ésta, como tal, en la operación de aborto. En fin, todas esas cosas que suele comentar un cornúpeta con quien le ha adornado la otrora despejada frente. Marías, a cambio, como también es costumbre, le informa de que él estudió Filología Inglesa. Pág. 345.- La noche de la escena, según Anagrama, sobrecogedora, Marías había rebuscado en la mesa de Deán para ver si encontraba una carta del banco, un sobre, algo que le sirviera para enterarse de sus apellidos. Así se lo cuenta a su anfitrión, quien detiene su cascada oratoria para felicitarle: «Tiene usted recursos, le dice, no a todo el mundo se le habría ocurrido». Pág. 346.- Deán hace un gesto con la nuca hacia el pasillo. No porque Marías se vaya acercando al lugar donde todos los gestos bien nacidos se producen resulta menos extraña su afirmación. Pág. 347.- «Las cosas pasan, es verdad, pero siempre le pasan a alguno y no a otros». Muy cierto, Marías, no te lo voy a discutir.

Leemos párrafos y más párrafos del informe de Deán. Sería igual si fuese de otro «personaje». O del relato de Marías. La misma filosofía. Idénticas afirmaciones chorras. Pág. 348.- «Hacía una mañana agradable, fría pero despejada por el momento, no duraría en Londres». ¿Qué? ¿Se la iban a llevar a otro sitio? Pág. 350.- «la llevaba cogida de la muñeca, casi arrastrándola con mis zancadas». Pág.. 351.- Completamente llena esta página (y las siguientes y las anteriores) de las que el profesor Sanz Villanueva llamó acertadamente «trivialidades engoladas». ¿Refiriéndose a Marías? No, a eso no se atreve, no es tan iconoclasta. Refiriéndose a un pobre principiante que escribe como Marías. (V. La Esfera, El Mundo , 4-IV-98). Id.- «las mujeres sacan sangre de cualquier parte». Id.- Deán con palabras, Marías con pensamientos, entablan un cultísimo diálogo sobre sangre y algodones. Id. Resulta que la de las medias grumosas no ha abortado, entre otras razones de peso, porque no estaba embarazada. Deán se cabrea, pero se le pasa pronto y se va al cine. No ahorra detalles a su oyente. Ya lo dije: las confidencias usuales entre adúlteros jurisperitos, sobre todo si no se conocen y uno de ellos ha intentado encornar al otro. Pág. 354.- Las informaciones de Deán se retrotraen ahora a un año antes, es decir, a los antecedentes. Tal vez pensó que a Marías pudieran interesarle: cómo son los besos de despedida, cómo el osculear propio de las amantes pegajosas, cómo se transforman esos contactos labiales cuando la relación se va enfriando… Un tratado de osculatoria, que presumimos está hecho para dar envidia a Marías. Tememos la reacción de éste. Id.- Las «experiencias» de trato con el óptimo sexo de que presume nuestro autor de cabecera -nulas, evidentemente- resultan muy curiosas, en su exposición, para el lector. Constituyen lo que llamaba «condiciones groseras de una visita ad limina» un compañero mío que emigró a USA: Antonio Regaliza, a quien llamábamos en el Centro de Documentación Tony-Media-Luz, porque sus mejores críticas las había escrito con su despacho en penumbra. Pág. 355.- Deán relaciona cuanto había hecho y pensado mientras esperaba a la enfermera presunta abortante en un café: beber un café, leer periódicos […], «imaginar la operación, pensar en la mano del médico en ella, y en los parecidos.» ¿En qué parecidos, Marías? ¿Tenemos que adivinarlo? Id.- Por segunda vez, esta absurda afirmación, no ciertamente autobiográfica: «el que cuenta suele saber explicarse». Esta vez con estrambote: «contar es lo mismo que convencer». Id.- Deán pasa a dar el parte meteorológico. Id.- «la barbilla insumisa». Pág. 356.- «hubo uno libre que no quiso parar al vernos». Se refiere a un taxi. Pero no se puede emplear esta forma pronominal cuando del tema se ha hablado bastantes líneas antes y se está hablando ya de otra cosa. Id.- Toda esta página constituye un buen ejemplo de esa altísima prosa mariasna que tanto place a Cabrera Infantes. En cuanto a su contenido… Resulta verdaderamente estremecedor el relato de las peripecias de Deán y su enfermera para guarecerse de la lluvia. Sobre todo en el momento en que él sube a un autobús tras ella y se agarra, según nos confidencia, a la barra. Págs. 356-357.- Conversación sobre el tiempo y los transportes públicos, que, naturalmente, hace subir la tensión, ya de por sí alta, del relato. Pág. 357.- Menos mal que, en medio de tantas babiecadas, refulge una perlas poética, de ésas que Marías no prodiga: «las ramas agitándose como brazos furiosos». Id.- Vuelvo a recordarlo: todavía no sabemos por qué el adúltero adulterado tiene que detallar al adúltero in pectore tantas minucias acerca de sus andanzas londinenses Ahora llevamos página y media enterándonos de cómo Eva se secó el cabello en la parte alta (a la que ya nos dijeron cómo habían trepado) de un autobús de dos pisos. Págs. 357-358.- Otra vez: «yo había estado pensando en ella y en los parecidos». ??? Y, a todo esto, sorprende la buena memoria de Marías. ¡Reproducir un rollo de cuarenta páginas! Pág. 358.- Preciso como siempre, Marías nos informa de en qué autobús viajaban sus «personajes». Y lo hace a su modo: «el 16 o el 15, no lo sé, u otro». Enterados. Id.- «sé que sabía qué hacía». Pág. 359.- «Una muerte extranjera, una muerte horrible, y en una isla». Que sea en una isla cambia mucho las cosas, verdaderamente. Id.- «Eva estaba viva en vez de estar muerta». No, no se rían. Son cosas que pasan a veces. Págs. 359-360.- Pero lo peor es que Marías no entiende bien esos términos [estar vivo o estar muerto]. Ya vimos que igual le pasaba a Luisa. Debe de ser una epidemia. Págs. 360-361.- Deán intenta estrangular a la enfermera en el autobús. Desiste cuando está a punto de lograrlo. Ella echa a correr, se baja del autobús y es atropellada por un taxi. Pero no por un taxi cualquiera ¿eh? Se trata de uno negro y con traspontines. Como en el caso de la muerte insular, esto cambia las cosas sustancialmente. Y digo yo: Deán ha conseguido que nadie se entere de sus relaciones con la de los grumos, ni del motivo de su viaje a Londres, ni de su intento de asesinato ni de que la atropellada y muerta tenga nada que ver con él… Pero va (es decir, viene) y se lo cuenta todo a Marías, a quien no conoce de nada y que, a mayor abundamiento, ha querido convertirle en cabrón peninsular… ¿Por qué? Pues porque al gran novelista no se le ha ocurrido una forma inteligente y verosímil de enterar al lector del contenido de uno de los ocho o diez relatejos de que compone su supuesta novela, orgullo de la literatura hispana, sección de esperanto medieval. Pág. 361.- «Un golpe mortal, fulminante, del que no se enteró mi autobús». Menos mal, porque hay autobuses bocazas que, si se enteran de una cosa así, pueden meterte en un lío. Id.- Ahora bien, igualmente cabe la posibilidad de que se enterase y no dijese nada. ¿Por qué? Marías relaciona en diez líneas todas las posibles razones de esa falta de reacción del vehículo. Id.- Marías (o Deán, es lo mismo) lo tiene todo en cuenta respecto al cadáver de Eva: «pensó que no se mojaría ya más por lo menos, pero empezaría en cambio el olor a metamorfosis». (Y no se me distraigan con la profundidad del pensamiento y dejen de disfrutar esta expresión: «ya más por lo menos». Pág. 363.- «Nadie hace nada convencido de su injusticia…» ¡No es cierto, Marías, que no paras de hacer generalizaciones marsupiales! Ya hiciste otra parecida con anterioridad, producto, como ésta, de tu falta de reflexión, de tu incapacidad para la meditación trascendental. Id.- «debo irme yendo». Págs. 364 y ss.- A punto de terminarse el libro -faltan tres páginas-. una y media de evocación de los sucios cuartos de las criadas negras y sus lavabos y de cómo se lavan ellas cara y axilas. Lo que se dice un final in crescendo hasta la apoteosis.

Como presumía, al final se comprueba que el hecho de que Marías se entere -y, además, tan detalladamente- de la aventura londinense del marido de la mujer con la que quiso adulterar, no está en absoluto justificado por el autor; mucho menos, como ya hemos apuntado, la forma en que lo hace. Y esto, novelísticamente hablando, es muy grave. La ignorancia, la incompetencia -o la venalidad y frivolidad- de los críticos franceses, alemanes y españoles que han relacionado este libro con la literatura es para enmarcalla o encapsulalla, según sea de dos o tres dimensiones, disfrutalla unos momentos y después tirar de la cisterna. Aparte de mí, sólo un crítico, que yo sepa, se ha atrevido a decir la verdad sobre Marías. Me refiero al profesor doctor don Santos Sanz y Villanueva, que escribía esto a propósito de Corazón tan blanco : «un intento de suplir la insustancialidad de las anécdotas y de las vivencias con un estilo enfático y pretencioso. Un estilo, además, con no escasos errores gramaticales e hijo de un desdén por la expresión exacta. Marías utiliza la propia novela para relativizar el uso de los pronombres y signos de puntuación, pero debiera guardar más respeto a las normas si no quiere confundir la libertad expresiva con la incompetencia».Lector amable y ambidextro: por unos momentos, te he dejado soñar conmigo con que, en España, uno por lo menos de esos críticos que trocean el inmundo bacallao era honesto y valiente. Baja de tus nubes pardas, oh soñador. Eso lo escribió don Santos ( La Esfera, El Mundo, 4-IV-98), como ya dije, aunque no lo recuerdes, no sobre Corazón tan blanco , sino sobre Corazón negro , novela primeriza de un chaval, Daniel Múgica, que no había hecho daño a nadie y que no podía defenderse. Para lo otro, ya lo dijo Muñoz Seca: «para asaltar torreones, / cuatro Quiñones son pocos,/ hacen falta más Quiñones.»