En Los días de la Comuna, una de las últimas obras del prometeico Bertold Brecht, se narran los sucesos ocurridos en París de enero a mayo de 1871; esto es, el auge, desarrollo y caída del gobierno autogestionado por los ciudadanos de la capital francesa, y se explican, con dolorosa consciencia, los motivos externos e […]
En Los días de la Comuna, una de las últimas obras del prometeico Bertold Brecht, se narran los sucesos ocurridos en París de enero a mayo de 1871; esto es, el auge, desarrollo y caída del gobierno autogestionado por los ciudadanos de la capital francesa, y se explican, con dolorosa consciencia, los motivos externos e internos que la llevaron a su fatal desenlace en nombre del orden, la seguridad y el trabajo.
Brecht muestra el ambiente revolucionario de los barrios marginales; la buena fe y contradicciones de los debates asamblearios en el ayuntamiento obrero sublevado; la actitud del ejército, la actitud de las milicias, la actitud de los que levantaron las barricadas; y por supuesto, el lánguido punto de vista de los políticos de la República, los grandes empresarios y el mismísimo Canciller de Alemania, quienes a fin de cuentas sólo hablan de dinero, inversiones y cuentas, o sea, del poder.
Haciendo gala del llamado teatro dialéctico, se nos presentan personajes arquetípicos, aunque no por ello simplificados, con diferentes posturas morales ante los sucesos que se encadenan hasta la catástrofe. Desde los voluntariosos soldados de la Guardia Nacional hasta los delegados del pueblo, tímidos ante las decisiones que impliquen violencia y resoluciones.
Embrollos e indecisiones
Más de acuerdo con la interpretación comunera de Carlos Marx que con la de Miguel Bakunin, en la obra están presentes los proletarios díscolos que decidieron no volver nunca más al trabajo, ni colaborar con las nuevas instituciones, ni vigilar las murallas, ni impedir los saqueos y el espionaje. También asoma el apoyo internacional, lleno de mensajes de resistencia y ánimo al nuevo gobierno popular pero carente de actos concretos; una guardia nacional de bayoneta y cañones apuntando, pero ningún soldado dispuesto a cargar el carro de las municiones, sin saber exactamente qué objetivos defender, atacar, ni a quién fusilar primero. Y claro está, el problema del Banco de Francia: el banco, el banco, el banco.
Y los miembros del Consejo Nacional, embrollados en el debate humanista interminable de si marchar o no de inmediato contra un Versalles todavía indefenso, de si es lícito combatir el terror con el terror, de si, en definitiva, un nuevo mecanismo de orden urbano, que mira al futuro armónico de la paz internacionalista entre los trabajadores hermanos, que anuló la guillotina y ostenta la justicia como baremo del progreso solidario, tiene derecho a mancharse las manos de sangre. Al final, chinpum, todos terminaron con las manos cortadas.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Manos-manchadas-de-sangre-o-manos.html