Históricamente, la violencia, muerte y destrucción suele ser cometida por la mal llamada “aristocracia”, quienes actúan impunemente, con el visto bueno de militares mediocres y vulgares, militares como Baquedano, Pinochet o Ibáñez del Campo.
por Cristián Martínez Arriagada
“Decreto que el ciudadano general de división señor don Manuel Baquedano quede a la cabeza del gobierno, encargando en consecuencia a todos los jefes, oficiales y soldados y demás funcionarios que le presten el debido acatamiento y obediencia. Que el señor Baquedano reúne por sus servicios y condiciones excepcionales de confianza para salvar al país de las desgracias que le afligen y para poner término decoroso y patriótico a la contienda.”
Firma Manuel A. Balmaceda Zañartu. Santiago, Agosto 29 de 1891
Esta fue la última decisión del presidente Balmaceda antes de asilarse en la embajada argentina y posteriormente suicidarse. Pensaba, erróneamente, que el “honorable” señor Baquedano sería capaz de imponer su autoridad y lograr pacificar los ánimos hasta que los golpistas asumieran el poder. Sin embargo, la personalidad del “general” no era lo que esperaba Balmaceda, al contrario, era un tipo de “escasas luces”, por no decir un estúpido, de carácter apático e incapaz de tomar decisiones por sí mismo. El historiador Francisco Antonio Encina, un hombre de derecha, lo define de este modo:
“(Baquedano) no pasaba de ser una de esas curiosas figuras artificiales que, obedeciendo a un mandato del subconsciente, creaba la aristocracia… acabamos de decir que políticamente era incapaz de formarse siquiera un concepto; lo único que podía exigírsele era que adoptara resoluciones negativamente cuerdas. Pero carecía del empuje y del ascendiente necesarios para hacerse obedecer e imponer su determinación.”
El historiador señala un punto importante: Baquedano era una creación simbólica, una figura artificial de la “aristocracia”, tal como hoy en día sus herederos, la ultraderecha, lo levanta como un prócer, un héroe, un modelo de la República y defiende con uñas y dientes su horrible estatua ecuestre. Sin embargo, el rol que desempeñó Baquedano como “presidente provisorio” dista de ser ejemplar, al contrario, es toda una vergüenza que se suele ocultar en los libros de Historia. Se suponía que debía contener a la turba de los vencedores, para lograr apaciguar los ánimos y que no hubiera “vencedores ni vencidos”. Pero el inepto de Baquedano miró para el lado, quizás se durmió una siesta, y dejó que se cometieran todos los actos de vandalismo posible en contra de los simpatizantes del presidente derrocado, saqueos cometidos e incitados por “los niños de la clase alta”, lo que se conoce como “los Saqueos del 29 de Agosto”.
“Por acuerdo del comité revolucionario…se dispuso el saqueo metódico de las casas de Balmaceda, su madre, sus hermanos, los ex ministros, congresales, magistrados, altos funcionarios, generales, coroneles que habían servido al régimen. Se formó una lista de las casas que debían ser saqueadas y se designaron jefes de cincuenta a cien hombres armados de hachas y otros instrumentos de destrucción, que se repartieron por los distintos barrios. Los saqueadores se apoderaban de los objetos que les interesaban y se procedía a destruir los muebles, las puertas y ventanas hasta dejar las murallas desnudas, y luego se dirigían a la siguiente morada.”
Según el embajador de Alemania, testigo privilegiado de estos hechos, no solo se destruyeron inmuebles. En telegrama a la cancillería alemana, calcula en 30 el número de cadáveres y en cientos los heridos. Tristemente, el número de víctimas de agosto de 1891 coincide con los muertos y los heridos cometidos por Sebastián Piñera durante el estallido de 2019.
Por otra parte, debemos recordar que el discutido monumento a Baquedano se levantó durante la dictadura de Ibáñez del Campo, quien ordenó retirar la estatua del León que había donado la comunidad italiana para el Centenario (por eso se le llamó “Plaza Italia”). Ibáñez prefirió colocar la figura de un general de caballería como él mismo, y retirar la figura de El León, que era como se le llamaba a Alessandri Palma, su tenaz enemigo político. De este modo, vemos que las estatuas tienen un significado más allá de lo estético, es una pugna cultural, simbólica, y finalmente política.
Por último, los actos de destrucción cometidos por los jóvenes de la clase alta en 1891, fueron mucho más violentos que los ocurridos durante el “Octubrismo” con el que se llenan tanto la boca y llenan páginas en los diarios y la prensa. Históricamente, la violencia, muerte y destrucción suele ser cometida por la mal llamada “aristocracia”, quienes actúan impunemente, con el visto bueno de militares mediocres y vulgares, militares como Baquedano, Pinochet o Ibáñez del Campo.