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Entrevista: Antón Arrufat "Hemos logrado un espacio de libertad para la creación"

Mapa literario de Cuba

Fuentes: Babelia

Vitalidad y esplendor son palabras que definen la literatura cubana de hoy. Una creación marcada desde 1959 por la política pero que ha empezado a cambiar, según autores que viven dentro y fuera del país. Antón Arrufat, premio Nacional de Literatura y una de las referencias literarias en La Habana, analiza lo ocurrido en 45 años y el rumbo de los herederos de Martí, Carpentier y Lezama

El novelista, poeta y dramaturgo Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 1935) considera que la narrativa cubana vive un «momento de esplendor» después de que, en los noventa, los escritores de su país tuvieran que enfrentarse a la «disyuntiva del mercado» y asimilar nuevas realidades. «Antes escribíamos, y poco importaba si el lector compraba o no, si alguna editorial extranjera aceptaba nuestros textos. Los modos de vida eran diferentes y no sabíamos cómo mezclar la literatura con lo vendible». En opinión de Arrufat, premio Nacional de Literatura 2000 y autor de títulos como De las pequeñas cosas (Pre-Textos) y Antología personal (Mondadori), durante un tiempo y al calor de ese dilema se «puso de moda» dentro y fuera de la isla la estética de una Cuba -«o más bien de una Habana»- sucia, dura y degradada. «Pero ahora», dice, «esa tendencia, por suerte, parece superada por una mayor complejidad expresiva». Admite que, para un lector extranjero, la literatura cubana quizá es «demasiado cubana». «El cubano es un pueblo con una obsesiva preocupación consigo mismo, y esa especie de prosopopeya con su destino es una de las constantes de la literatura nacional». En esta entrevista, realizada en su casa -en la bulliciosa calle Trocadero, la misma en la que vivió José Lezama Lima-, ofrece al lector algunas claves para acercarse a la novelística cubana reciente.

PREGUNTA. ¿Qué autores han influido en la novelística actual de su país?

RESPUESTA. En la narrativa es difícil establecer lazos claros y concluyentes con escritores anteriores, aunque hay dos grandes troncos en la novelística del XX, Alejo Carpentier y José Lezama Lima. El influjo de Carpentier -su estilo sinfónico y su adjetivación, la historia como fuente argumental- es evidente en autores como Lisandro Otero, Antonio Benítez Rojo o Leonardo Padura. El trazado de personajes y la estructura narrativa en sus obras, tras el resultado de pormenorizadas investigaciones y en el afán de hacer coincidir la trama con la verdad histórica, tienen una intensa relación con la manera en que Carpentier construía sus novelas.

P. Pero no es la única forma de novelar la historia…

R. Hay a continuación una manera de escribirla que ya no es carpenteriana, al menos en este sentido investigativo. Alberto Garrandés, en Fake (2003), no trata de revivir la documentación mediante personajes, ni su interés reside en que la historia sea verdadera, sino en que tanto esa historia como la novela que se está escribiendo son ficcionadas. Reynaldo González, en Al cielo sometidos (2001), mediante un lenguaje y una sexualidad hiperbólicas, crea también un desvío fructífero. Otra zona podría llamarse, sin gran precisión por supuesto, realismo urbano, no contaminado por lo real maravilloso carpenteriano. Dentro de esa tendencia, como puntos culminantes, las novelas de Guillermo Cabrera Infante. Narraciones fracturadas, con momentos de belleza donde el lenguaje es un hecho de admirable creación autónoma. En Las perversiones en el Prado (1999), Miguel Mejides escribe con ambas posibilidades, realismo urbano y lo real maravilloso, realizando una curiosa simbiosis muy suya.

P. ¿Y Lezama?

R. Lezama abrió con Paradiso diversas virtualidades narrativas, entre ellas, las del mundo gay, aspecto de la realidad prohibido a la literatura cubana hasta entonces, si bien hay un antecedente, Hombres sin mujer (1938), de Carlos Montenegro, que trata con crudeza imprevista en nuestra narrativa el tema del homosexualismo en las cárceles. Pedro de Jesús y Jorge Ángel Pérez son los escritores jóvenes que con más talento han tratado este asunto. La novela Fumando espero (2003), de Pérez, cuenta una historia excepcional: la de un escritor homosexual que no quiere morir y va en busca de un embalsamador para que preserve sus manos. No sólo aspira a la futuridad mediante la escritura, sino por igual a la futuridad de la trascendencia física.

P. ¿Se puede hablar de una generación de los cincuenta, autores que plasmaron los cambios que experimentó la sociedad cubana después de 1959?

R. Existe un grupo de narradores que actualmente tienen alrededor de cincuenta años y que han realizado una obra narrativa importante: Guillermo Vidal, Carlos Victoria, Arturo Arango, López Sacha, Reinaldo Montero, Abel Prieto, y que han ido conformando un valioso universo novelístico. En sus novelas de formación o aprendizaje narran la experiencia de adolescentes, su progresivo conocimiento de la vida y del mundo. La mayoría se formó en becas para estudiantes, y sobre la vida de becarios versan en parte sus obras. Así lo hizo por igual Senel Paz con El bosque, el lobo y el hombre nuevo, que después sirvió de argumento a un filme decisivo para la problemática social cubana como Fresa y chocolate. En todas esas novelas están las dificultades económicas, vicisitudes domésticas, la prostitución, ciertos conflictos morales y existenciales, las experiencias del exilio, que no formaban parte de la novelística anterior. Aquí podrían figurar escritores mas jóvenes, Atilio Caballero, Rogelio Riverón y Andrés Jorge.

P. La realidad como materia prima literaria…

R. En la reciente novela cubana se halla la dura realidad y sus contradicciones, la preocupación por hacia dónde va la isla y cuáles mareas arrastran a sus habitantes. Pero si hay un peso de esa realidad, lo hay también de la escritura de esa realidad. No me refiero a narradores cuyos testimonios podrán tener más o menos valor, sino a una escritura que medita sobre la escritura, preocupada por la autonomía del lenguaje, de alusiones y recursos literarios. Son libros -Ave y nada (2002), de Ernesto Santana, o Tuyo es el reino (1997), de Abilio Estévez- que ofrecen singular resistencia al lector. Y ese despliegue verbal no sólo se acerca a las vicisitudes de la realidad, convierte la realidad en literatura.

P. Paralelamente a la dolarización y a la necesidad del autor de colocar su obra en el mercado internacional, surge una estética de la marginalidad que vende bien. Pedro Juan Gutiérrez, Zoé Valdés representarían esta tendencia.

R. Tal imagen se ha convertido en un éxito editorial, aunque no necesariamente se corresponde con la realidad cubana, sino con el gusto establecido tanto por el editor como por el autor. Creo que tal fenómeno ha perjudicado a manifestaciones de la literatura que no cumplen o no quieren cumplir con dichos parámetros. Un ejemplo es Ena Lucía Portela, escritora de poder expresivo, autora de Pájaro, pincel y tinta china (1999), una novela de cierta complejidad narrativa. Fue publicada por una pequeña editorial española, Casiopea, y no ocurrió nada. Posteriormente, con Cien botellas en una pared (2002), se aproximó a ese arquetipo exitoso, obtuvo el Premio Jaén, la publicó Debate y en fin, todo lo demás…

P. ¿Hasta cuándo durará este fenómeno?

R. No lo sé, pero es seguro que, como cualquier moda, tiene tiempo limitado. Pedro Juan Gutiérrez ha publicado narraciones que participan del mundo onírico (La melancolía de los leones), sin relación con sus exitosos libros anteriores y demostrando virtualidades como escritor para expresar otro mundo. Podría decir algo semejante de los poemas de Zoé Valdés. Creo que están o estarán pronto ante una disyuntiva. El arquetipo del que hablábamos empieza a mostrar síntomas de saturación en el lector, y esto resultará peligroso a sus economías, y tal vez beneficioso para otros escritores ante la disyuntiva de congraciarse con el mercado o de insistir hasta que les abra pequeños espacios.

P. ¿Qué dejaron, literariamente hablando, treinta años de amistad indestructible entre Moscú y La Habana?

R. Por fortuna, el realismo socialista no caló profundamente en la literatura cubana, pero Moscú proporcionó formación a algunos escritores e incluso temas. Anna Lidia Vega y José Manuel Prieto son ejemplos interesantes.

P. ¿Existen en Cuba escritores malditos?

R. Más que de malditos, hablaría de escritura de la negación. La tradición del no tiene uno de sus más altos exponentes en Virgilio Piñera que, con La carne de René y Pequeñas maniobras, dejó dos novelas indispensables. Entre sus representantes ilustres figura Reinaldo Arenas, autor de las espléndidas Celestino antes del alba y El mundo alucinante. Piñera me decía con frecuencia: «Desacralizo para sacralizar después». Toda acción y reacción, entrar y salir, continuidad y ruptura, forman parte de la vitalidad y el dinamismo de la actual cultura cubana. La literatura de la negación ejerce una función social beneficiosa para cualquier país. Entre sacralizadores y desacralizadores existe, en las literaturas de madurez, una relación dialógica imprescindible.

P. La lista es amplia e incluye autores como Antonio José Ponte…

R. Me parece que se siente, hasta ahora, más a gusto en el ensayo y la crítica literaria que en la narración.

P. Como varios escritores de su generación, usted pasó un calvario personal y literario durante los duros años setenta. ¿Cuáles son los márgenes para crear hoy en Cuba?

R. En el momento actual, después de prolongados silencios, diversas mutilaciones y de una resistencia tenaz, hemos logrado un espacio de libertad para la creación. Nuestra sociedad ha madurado en este aspecto: permite al hombre y a la mujer de letras hacer su trabajo.