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La Izquierda y el pueblo Mapuche

¡Mapuches del mundo, uníos!

Fuentes: The Clinic

Para los comunistas y la izquierda en general, los mapuches nunca hemos dejado de ser el vagón de cola de sus intereses. Clientela electoral, cuando se trata de elecciones; carne de cañón, si hablamos de revoluciones armadas. Triste pero cierto. Cuando uno cree haberlo visto, leído o escuchado todo, me entero que las Juventudes Comunistas, […]

Para los comunistas y la izquierda en general, los mapuches nunca hemos dejado de ser el vagón de cola de sus intereses. Clientela electoral, cuando se trata de elecciones; carne de cañón, si hablamos de revoluciones armadas. Triste pero cierto.

Cuando uno cree haberlo visto, leído o escuchado todo, me entero que las Juventudes Comunistas, si las «gloriosas» JJ.CC, se oponen a que los universitarios mapuches pueden formar parte de la Confech. Con ese noble propósito, hasta Santiago viajaron los «peñi» de la Federación Mapuche de Estudiantes (FEMAE), pero el portazo en la cara se escuchó hasta en Temuco. Me cuentan que les dijeron de todo; «indios tal por cual», «aparecidos», «pendejos CTM» y hasta combos les ofreció el Secretario General de la tienda juvenil, un mafioso rojo de apellido Aroca. Por ningún lado un «camaradas», «compañeros» o «aliados de clase». Y si seguían alegando, hasta los amenazaron con levantar ellos -la JJ.CC- su propio referente estudiantil mapuche. ¿Insólito? En absoluto.

En los años 50, para salir al paso de Venancio Coñuepan Huenchual (1905-1968), el más connotado líder mapuche de su época, el PC no dudó en articular la creación de una organización indígena paralela. Coñuepan, diputado en tres periodos, ex ministro y exitoso hombre de negocios en Temuco, encabezaba por entonces la «Corporación Araucana». ¿Cuál había sido su pecado? Haberse aliado con los conservadores para llegar al Congreso chileno. No era el único pecador; otros tres diputados mapuches (si, leyó bien, «diputados») habían seguido su mismo camino y para el PC de entonces -no muy diferente del de ahora- aquello resultaba a todas luces inaceptable. Cuando menos, «contra revolucionario».

Es lo que transparenta el conflicto suscitado entre la Jota y los jóvenes mapuches. Medio siglo y nada cambia. Nos pasó a fines de los 90′, en el Congreso Confech de Valparaíso. Hasta allí llegamos varios delegados mapuches, por entonces miembros de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Temuco. Buscábamos que nuestros temas -que ingenuamente supusimos eran también los temas del estudiantado chileno organizado- fueran contemplados en el debate. Si bien nadie nos dio con la puerta en las narices, el menosprecio y el ninguneo fueron totales. El famoso párrafo de Galeano sobre la utopia era el bendito lema. Al primer día nos quedó clarísima la publicidad engañosa.

«¿Mapuches?, ahhh que bonito… compañeros, moción de orden, pasemos al tema de la LOCE». Lo debo haber escuchado mil veces. Y ello en boca de gente como Rodrigo Roco y Marisol Prado, verdaderos próceres noventeros de la Jota. ¿Qué será de ellos? ¿Se acordarán de los «mapuchitos» catetes de aquel Congreso? Al tercer día, hastiados, optamos por largarnos y ahogar las penas en el «J. Cruz». Regresamos a la ribera sur del Biobio reflexionando sobre las «alianzas de clase», el «centralismo democrático» y el origen mapuche de la Chorrillana. Nunca más volvimos a insistir con la Confech. Nos centramos en lo nuestro; la lucha por hogares estudiantiles y el respaldo a nuestros viejos en el lof. No faltó quien nos acusó entonces de «sectarios».

Y es que para los comunistas y la izquierda en general, los mapuches nunca hemos dejado de ser el vagón de cola de sus intereses. Clientela electoral, cuando se trata de elecciones; carne de cañón, si hablamos de revoluciones armadas. Esto lo reconocía, hidalgamente, la propia Gladys Marin, dirigenta muy cercana a nuestro pueblo y con quien compartí en más de una oportunidad. Ella veía en el PC la necesidad de «rectificar» errores, abrirse a nuevas lecturas de la realidad, ser capaces de asumir los «cagazos» que se habían cometido para, sobre todo, no volverlos a repetir.

Lo charlamos en más de una oportunidad con Gladys; ya fuera en sus visitas al Alto Bio Bio o en la cárcel de Traiguén, compartiendo una ronda de mates con los lonkos Pichún y Norin. Triste pensar que sus esfuerzos al interior de la tienda de Recabarren hayan resultado en vano. No se ve al menos en Camila Vallejo, la «nueva estrella» del PC, como la bautizó en días recientes El Mercurio, ningún atisbo de autocrítica. A una semana del «incidente» en Confech, ha guardado un silencio sepulcral. La compañera no ha dicho ni pío. ¿Orden de partido? ¿Obediencia debida? Cuan lejos de la dignidad de Gladys. Cuanta distancia de una Rosita Luxemburgo, odiada y vilipendiada por los jerarcas soviéticos por nadar la mayoría de las veces contra la corriente.

Pero no seamos tan exigentes con Camilita. Salvador Allende, que no era comunista pero gobernó de la mano con ellos y por tanto, hoy santo de su devoción, tampoco vio a los mapuches como pueblo. Cuando mucho, en los rostros de nuestros abuelos, padres y tíos, el Chicho solo vio a campesinos pobres. Lo señala todavía y muy suelto de cuerpo un destacado académico marxista, Alejandro Saavedra, para quien hablar de una nación o pueblo mapuche sería cuando menos un absurdo histórico. En concreto, dice Saavedra, hablamos de una «subcultura» campesina. ¿Los mapuches como sujetos históricos? Pamplinas. Increíble pensar que lo mismo opina, desde la vereda supuestamente contraria, el historiador de derecha Sergio Villalobos, para quien solo seríamos «mestizos», descendientes de los antiguos «araucanos», estos últimos ya extintos como los Atari y los dinosaurios. Ya lo decía un querido amigo del pueblo mapuche, don Nicanor Parra; «la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas».

 

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