Recomiendo:
4

María Santucho: Cuba en la piel, el cerebro y el corazón

Fuentes: La Joven Cuba

Con motivo de la aparición del nieto 133 de las Abuelas de la Plaza de Mayo, La Joven Cuba conversa con María Santucho, historiadora del arte, promotora cultural, productora cinematográfica y guionista.

Llega a Cuba en el año 1976 como refugiada de la dictadura militar argentina, vive en la Isla durante más de 40 años y aquí desarrolla varias labores en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, unido a esto, es fundadora del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. 

En esta entrevista, además del reciente encuentro que ha impactado a su familia, exploramos su relación con la Isla, su militancia política, y las razones que la hicieron retornar a su país natal. 

Recientemente se supo la noticia del rescate de su primo-hermano, el nieto 133 de las Abuelas de Plaza de Mayo ¿Cómo fue el proceso de encontrarlo? ¿Qué significó para la familia?

Rescatar a esos nietos —que son más de 400 niños o niñas, ahora hombres o mujeres— es uno de los procesos de luchas de los organismos de derechos humanos en Argentina más loables. Porque es justamente arrancárselos a los represores.

El proceso de mi primo-hermano, hijo de Julio Santucho y de Cristina Navajas, que fue secuestrada en julio de 1976, lo inicia realmente Nélida, la mamá de Cristina, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, y una luchadora incansable por la aparición con vida de estos niños y niñas apropiados. Las madres y las abuelas que comenzaron toda esta lucha con cuarenta y cincuenta años fueron envejeciendo. Y en el caso de Nélida, le pasó la posta —como decimos acá— a su nieto, hijo de Cristina y Julio, Miguel (el Tano) Santucho. Fue este quien, de alguna manera, protagonizó esa búsqueda en los últimos años.

María Santucho
María Santucho junto a Miguel (el Tano) / Foto: Kaloian Santos Cabrera, cortesía de la entrevistada

Fue un proceso casi de «la soledad del corredor de fondo». Así lo veía el Tano. Más allá de que uno acompaña afectivamente esa búsqueda, entre los familiares que tuvieron pocas esperanzas estaba yo. Mi primo fue quien nos motivó a seguir creyendo.

La búsqueda es un proceso complejo, porque debe pasar por la ciencia. Las familias dejan una muestra de sangre, y se cotejan cuando aparece un niño que pide saber su identidad —como ha sido el caso de mi primo— o las propias organizaciones de derechos humanos hacen esa pesquisa. 

En este caso en particular, eso ocurrió en menos de una semana. Nuestro primo se acercó a Abuelas hace unos meses, dejó su muestra de sangre, y el 26 de julio lo llamaron para notificarle que pertenecía a una familia, y era el hijo de Cristina Navaja, y había nacido en cautiverio. El 26 se lo comunican a él y habla con sus hermanos y su padre mediante una video llamada, el 27 a toda la familia; el 28, estamos junto a Abuelas en la Casa por la Identidad, donde, además, el Tano trabaja hace algunos años. Fue un momento de mucha conmoción. 

Para la familia resultó muy importante este hallazgo, porque hemos sido muy golpeados, con varios desaparecidos y asesinados, y algunos tuvimos que salir al exilio. Encontrar la vida nos potencia en los afectos y en el recuerdo de nuestros seres queridos. Y creo que también nos coloca en una revisión muy particular.

Estos nietos recuperan su familia luego de vivir durante años con otra impuesta por sus secuestradores ¿Cómo ocurre esa nueva acogida en la que un desconocido se convierte en un familiar? 

En el caso de nuestro primo, ya tenía sospechas de que esto estaba pasando. En un punto muy importante de su vida él ya tenía sembrada esa duda, y eso lo hizo tomar distancia de la familia apropiadora. Creo que ha sido lo mejor que pudo pasar, porque él, por supuesto, está abierto a conocernos.

No sentimos que es un desconocido, es una persona que buscamos durante años. Más allá de que le reconocemos rasgos físicos —sonrisas, miradas, gestos— de su mamá y de su papá, sentimos que hay algo ahí que lo identifica con la familia. Es un hombre de 46 años, tiene una tranquilidad que le hace afrontar todo este proceso lo más equilibrado posible. Nosotros somos toda emoción por este encuentro, y él mantiene la calma y pide que las cosas sean paso a paso.

Creo que efectivamente es un proceso que hay que cuidar mucho para no dañar nada y ganar el tiempo perdido buscándolo. Eso es lo que más sentimos, que es una persona que amamos por encima de no haberlo conocido ni haber convivido con él. Nuestra familia también tiene un ejercicio de reencontrarnos luego de exilios y distancias. Aprendimos a que se recibe con el mismo amor a todos y todas. 

Los crímenes de la dictadura militar argentina están más que documentados; sin embargo, ¿cree que sean interpretados e interpelados de forma diferente de acuerdo con el color político de quien se posicione sobre ellos? ¿Cómo lo hacen las izquierdas y cómo las derechas?

En el campo popular no hay mucha diferencia. Salvando, por supuesto, el silencio que generalmente hace la derecha. En este caso en particular fue muy llamativo, porque hubo una repercusión enorme, no solo por la aparición del nieto 133, que siempre es un motivo de enorme alegría en el pueblo argentino, sino por ser el hijo de quien es y a qué familia pertenece. Personalmente, siento que hay una reivindicación en la familia de las luchas y la entrega de los y las que militamos en los setenta y también de nuestros padres, tíos y tías.

María Santucho
Tomada del perfil de Facebook de la entrevistada

Por otro lado, ahora mismo este hallazgo fue hecho en medio de una campaña electoral. Yo tengo poca capacidad, información y cultura de este tipo de participación política porque viví hasta hace dos años en Cuba y mis referencias son los patrones cubanos, que no tienen nada que ver con los argentinos. Entonces siento que, a pesar de que cayó en medio de la campaña, este hecho no fue para nada politizado. Me parece que los organismos de derechos humanos, las Abuelas, las Madres, los Hijos, Exdetenidos, desaparecidos y todas aquellas personas que de alguna manera apoyan ese trabajo, incluso con las diferencias que puedan tener entre ellos, han respetado esto. 

Hay pocos espacios donde se cuestionen esas ganas y esa política de Estado que respeta, incluye y favorece los derechos humanos. Tanto entre las organizaciones de izquierda como entre las populares y nacionales —básicamente el peronismo y las izquierdas— y el pueblo argentino, hay una comunidad de entender, asumir y abrazar las causas por los derechos humanos, muchísimo más las que tienen que ver con la recuperación de los nietos y las nietas.

¿Qué papel desempeñó Cuba en su acompañamiento como víctima de la dictadura militar argentina? 

El proceso para llegar fue largo, duro, triste, doloroso, y eso convierte nuestro arribo a Cuba en un segundo nacimiento para mí. Fue una etapa de mucha calma, a pesar de lo vertiginoso de todo. Estuve un año con mi familia asilada en la embajada de Cuba en Argentina. Llegué a la Isla el 28 de diciembre de 1976, Día de los Santos Inocentes, y yo celebro siempre una nueva vida a partir de ese momento. 

Tuve personas con sensibilidad y capacidad de acompañamiento muy especiales, que tanto a mí como a mi familia, nos hicieron sentir que habíamos llegado a un lugar que nos iba proteger, cuidar, querer, abrazar y acoger. Todas esas expectativas se cumplieron cabalmente, y más. 

Mi formación no estuvo exenta de circunstancias difíciles, desde el punto de vista personal, de adaptación, de cosas tristes que me pasaron en ese tiempo. A pesar de que no estaba todo lo recuperada posible, tener a una sociedad y un Estado que te ampara, que responde por vos, que te protege, es fundamental para sanar. 

Tuve la oportunidad de hacer una vida medianamente normal. De ser perseguida, comencé a vivir las etapas como corresponde. Para mí Cuba tiene un significado muy especial. Yo, incluso, siento a veces que soy más cubana que argentina, y que mucho de lo que soy hoy, está, por supuesto en esa formación temprana en mi adolescencia, pero sobre todo en esos 46 años vividos en la Isla. Había un mandato familiar porque mi padre militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), y mi tío era el secretario general de ese partido, pero todo eso se potenció en Cuba.

María Santucho
Tomada del perfil de Facebook de la entrevistada

Hace muchos años, cuando me dieron la Distinción por la Cultura Nacional, en las palabras de agradecimiento dije que Cuba me permitió acomodar tanto dolor y no sentirme derrotada, y que no había entregado muchas cosas importantes de mi vida por algo que no ocurrió. 

Por eso digo que Cuba es fundamental para mi formación como ser político, pero también como ser humano. Todo lo que sé de solidaridad lo aprendí ahí. Entonces, cuando alguien me pide una ayuda desde Cuba, o necesita algo desde Cuba, siento que estoy en deuda con el pueblo cubano, porque recibí mucho más de lo que entregué. También ofrecí una parte muy importante de mi vida y tengo mucho orgullo cuando alguien se detiene y me agradece.

Regresa a vivir a su país luego de múltiples sucesos que cambiaron la historia de la nación cubana, como la desintegración del campo socialista en Europa del Este, el llamado período especial, la muerte de Fidel Castro, la apertura al sector privado… ¿Cómo vivió esa evolución? ¿Por qué decide retornar a su país luego de tanto tiempo viviendo en la Isla?

Cuando llegué a Cuba, más allá de las altas y bajas que pueda tener un ser humano, se me empezaron a abrir espacios de luz. Me fui descubriendo a mí misma. El amor con el que fui recibida en todos los colectivos en los cuales participé, me generaron ese sentimiento de pertenencia. 

Fui una estudiante cubana que abrazó la realidad de ese país porque también me sentí muy contenida dentro de ella. Y estudié como cualquier cubana. Primero la secundaria y el preuniversitario, después la licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Encontré a través del arte y la cultura una manera de continuar mi temprana militancia revolucionaria, que había empezado en condiciones, quizás, no apropiadas para una jovencita de 14 o 15 años.

María Santucho
Tomada del perfil de Facebook de la entrevistada

Yo no siento que hay una división entre la persona que llegó y la que se crió en ese ambiente, con luces y sombras —como todo en la vida—, pero realmente muy creativo, solidario y con muchos espacios donde probarse una desde el punto de vista político e ideológico. Transité eso como cualquier otra joven en los finales de los setenta, principios de los ochenta. 

Después tuve la suerte de poder vincularme a una manifestación artística que me permitió hablar de cosas de las cuales durante largo tiempo no hablé. Trabajé muchos años en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en una etapa significativa en mi vida personal, porque hice una pareja que duró más de 35 años. En ese lapso —entre 1984 y hasta hace muy pocos años— fui fundadora, junto a Víctor Casaus —padre de mis hijas y mi compañero de entonces—, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en el que pude volcar toda esa fuerza que en la adolescencia fue truncada por la situación de mi país.

En los años 90, a pesar de que fueron muy duros para Cuba, tuve la oportunidad de crear un centro cultural, y de que fuera un espacio para los y las jóvenes, también un lugar de mucha libertad de expresión. En eso nos ganamos un lugar especial en la trayectoria artística y en el corazón de muchísima gente joven que no tenía dónde poner sus canciones, escribir sus libros o mostrar sus obras plásticas.

Tomada del perfil de Facebook de la entrevistada

Víctor y yo, junto a un equipo pequeño de personas muy entregadas, tuvimos el honor de acompañar esas proyecciones artísticas. Se trató de un proceso ascendente para mi vida y llegó a una altura imposible de superar. También porque en ese momento, muchísima gente amiga muy generosa junto al apoyo del Estado cubano, nos dio espacio, nos protegió, nos acompañó, y nos propició los medios para poder hacerlo. 

Por eso pude hacer un puente entre esa realidad hermosa que tenía en Cuba y la posibilidad de ir volviendo a la Argentina. Mi vuelta no fue de un día para el otro, porque para mí iba a ser un segundo exilio y yo quería algo diáfano. En la medida en que empezaron a aparecer espacios acá, comencé a estar más tiempo, sobre todo a partir de 2015. En este año mis hijas nacidas en Cuba deciden venir para acá.

También, debo decirlo, me parece que yo cumplí un ciclo en aquel centro cultural de cuyo hermoso parto soy una parte fundamental, aunque siempre constituyó un proyecto colectivo. Unido a esto, fueron surgiendo aquí planes que me resultan atractivos desde el punto de vista de realización personal y demandan de una mayor exigencia y participación. Empiezo a participar aquí de la lucha feminista, las manifestaciones en la calle, porque creo que es una hermosa manera que ha encontrado este país de enfrentarse a las malas políticas, a las malas decisiones, a los gobiernos que desgobiernan, a la represión y al silencio.

María Santucho
Cortesía de la entrevistada

Por otro lado, siento que en Cuba empieza a apagarse en buena medida la posibilidad de poder decir las cosas que pienso, que siento, que quizás parezcan un poco duras, críticas. Aunque nuestro centro cultural jamás tuvo una propuesta de orientación o definición, o de «esto no se puede hacer», yo sí sentí que el entorno nos podía afectar en algún momento y preferí tomar distancia. 

¿Cuánto se parece la Cuba que dejó a la que la recibió? ¿Cuánto la afecta lo que sucede hoy en la Isla?

Me siguen afectando algunas de las cosas que pasan en Cuba hoy, como el debate alrededor de las protestas, o algunas maneras de comunicar que tienen el Partido y el Gobierno cubanos que no son de mi agrado. Aun cuando yo sigo sintiendo que hay un respeto hacia mi historia personal y la de mi familia, no quisiera, bajo ningún concepto, que eso entorpeciera una vida, una manera de pensar, una manera de militar, que va más allá. 

Con mi historia, mi trayectoria de vida en esos más de cuarenta años, yo sí siento que hay una diferencia entre la Cuba que me recibió y de la que me fui, pues encuentro gente entre 16 años ―la edad con la que yo llegué― y treinta y pico y cuarenta, que reclaman por esos espacios de respeto a la discrepancia, de debate serio, comprometido, de establecer como rigor para la vida esos márgenes de libertad que impliquen discutir sin descalificar al que piensa diferente a uno, y de colocarnos frente a una realidad muy adversa, difícil, compleja, con muchos factores y responsabilidades que influyen en que las cosas sean como son. 

Tengo un profundo amor y agradecimiento por Cuba, pero también siento una gran responsabilidad, aunque haya decidido volver a mi país. Siento que debo tratar de generar espacios que la sociedad cubana está reclamando, que son muy legítimos, sin permitir ciertas palabras que para mí tienen otras connotaciones, sin descalificar o calificar con términos que hablan de procesos mucho más graves que lo que está realmente ocurriendo en la Isla hoy. 

Yo en principio profeso esa responsabilidad, la asumo, soy parte de ella. No hay día que me levante y no busque las noticias de Cuba; no hay día en que no hable de Cuba y no hay día en que Cuba no esté en mi piel, mi cerebro y mi corazón. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.