Tras el golpe de Estado de 1973 se exilió primero en Argentina y luego fue a Italia y Hungría, a donde llegó para atender un curso de la Unión Internacional de Periodistas.
En Lisboa murió este miércoles 31 de julio el periodista chileno Mario Dujisin. Lo liquidó una de muchas pulmonías que su cuerpo titánico resistía tenaz, después de haber vencido un cáncer monumental.
Digo que era chileno apenas por ser oriundo de la calle García Reyes, esquina de calle Agustinas, frente al paseo Portales, en el centro histórico de Santiago. Un familión de seis hijos: cuatro hembras y dos varones. Mario era por lejos el menor, y tuvo que cargar con el mote de «Marito» casi toda su vida.
Pero ese período, aunque importante fue sin embargo una parte ínfima de su vida mundial.
Dujisin era una mezcla genética, social, profesional, psicológica e histórica. Nieto de inmigrantes yugoslavos (croatas del Adriático), se mantuvo toda su vida fiel a esa herencia, tal vez porque estudió en Belgrado y hablaba con soltura el idioma serbocroata. Era una fidelidad familiar, pero también política, con el país socialista donde vivió; con el mariscal Tito, el constructor de un experimento único, destruido a sangre y fuego por la OTAN.
Regresó de Yugoslavia para incorporarse en 1971 a la oficina de prensa internacional del gobierno del presidente Salvador Allende. Una función vital para exponer al mundo el experimento chileno que atraía a periodistas de todo el mundo. Vivió todo ese período de tres años en el epicentro del drama: el Palacio presidencial de la Moneda.
Era el personaje ideal para esa función: joven, hablaba en cualquier idioma, había estado en todas partes, era extrovertido, simpático y sibilinamente profundo.
Hoy, me cuenta su hija Anette, llegan decenas de mensajes cariñosos de todo el mundo, de varias generaciones, de posturas políticas opuestas. No me sorprende: quienquiera haya estado cinco minutos con Dujisin, no lo olvidaría jamás.
Entre esos, me cuento: a los 15 años lo conocí. Yo el tímidísimo y apocado novio de una de sus muchas bellas sobrinas, y él allí ocupando el espacio: hablador, expansivo, guapo, canchero y alegre, contando sus historias de corresponsal en el Medio Oriente. Ese día, en la playa, decidí que quería ser como él: corresponsal internacional, buscador profesional de enredos.
Tras el golpe de Estado de 1973 se exilió primero en Argentina y luego fue a Italia y Hungría, a donde llegó para atender un curso de la Unión Internacional de Periodistas. Y allí conoció a la legendaria Katy. Según Mario, se hizo un concurso nacional en que el primer premio era él, y Katy fue la vencedora.
Lo más probable es que fuera al revés. Katalyn Muharay, socióloga y portadora de una belleza inusual, se iniciaba como asistente de Istvan Szabo, el director más importante de la historia del cine húngaro. Y dejó todo eso para seguir las aventuras de este gitano que nunca prometió, ni procuró, riqueza material alguna.
Ignoro cómo en esos meses de 1974 Dujisin conoció a Roberto Savio, el romano encantador de serpientes, fundador de la agencia IPS (Inter Press Service), pero el caso es que producto de ese encuentro, la nueva familia fue a parar a Lisboa, entonces escenario de una de las revoluciones más hermosas de la historia, la de los capitanes, de los claveles rojos, el 25 de abril de aquel año, que derribó la dictadura fascista portuguesa y abrió paso a la descolonización de vastos territorios en África.
Como no podía ser de otro modo, Dujisin se hizo inmediatamente amigo de los oficiales revolucionarios, y adhirió al proceso que él describía majaderamente siempre, siempre y siempre, como el único momento histórico en que los militares tomaron el poder y decretaron una reducción de la influencia militar en la vida del país.
El único precedente, repetía con una sonrisa, era el cónsul romano Gaius Marius, que entre 104 y 100 AC reformó el ejército y limitó la influencia aristocrática en los asuntos del Imperio.
A la muerte de Dujisin, la Asociación 25 de Abril de exoficiales revolucionarios, recordó que Mario fue designado Capitán Honorario, «por su conexión profunda y permanente con los militares de Abril».
En Portugal, dice el mensaje de Vasco Lourenço -uno de los líderes de la gesta antifascista y anticolonial- «desenvolvió su actividad periodística siempre en pro de la defensa de sus valores, los valores de Allende, los valores de Abril».
La agencia IPS era un fenómeno periodístico, cultural y político del que Dujisin fue parte estructural. Nació en los años 60 a iniciativa de Roberto Savio, que pretendía vincular a América Latina con Italia, en el contexto de la emergencia mundial de la Democracia Cristiana como fuerza alternativa al comunismo y al capitalismo salvaje.
De eso nació IPS, con sede en Santiago de Chile y Roma, con despachos que se mandaban por correo ordinario.
Cuando Dujisin se incorpora, la Unesco había aprobado una resolución acerca del Nuevo Orden Mundial de la Comunicación y la Información, impulsada principalmente por el Movimiento de Países No Alineados. IPS se convirtió en vocera de esos movimientos, enfrentados a los grandes poderes de siempre.
Para Dujisin no era baladí que Yugoslavia fuera uno de los promotores principales: su empleo en IPS, su compromiso con Portugal, y la promesa de una democratización mundial de la información fueron para él una sola cosa. Un Leit Motiv.
En IPS hizo de todo: corresponsal en Ecuador y en Naciones Unidas, enviado especial a cuanta conferencia internacional hubiera, o a resolver conflictos en nombre del «direttore» Savio, Jefe de Redacción en la sede central de Roma, y en 1990, el regreso a Lisboa como jefe de la llamada «Mesa Mundial».
En suma, un arquitecto del crecimiento vertiginoso de la agencia, que entró brevemente a competir entre los grandes.
En sus andanzas, Dujisin hacía amistad con todo el mundo: personeros de la ONU, presidentes, futuros presidentes y expresidentes; embajadores, perseguidos políticos, perdedores profesionales, políticos influyentes y no influyentes.
Nunca pasó desapercibido en ningún lado, con su vozarrón, sus gestos avasalladores, sus ojos mediterráneos, el cabello liso y cobrizo, la sonrisa franca y sus ideas sobre todos los temas mundiales, la psicología de las naciones o los secretos de la historia que estudió de mozo y comprobó en terreno en los cinco continentes.
Era implacable con los arribistas y los hipócritas, que detectaba a la distancia.
Nacieron tres hijos en esos movimientos: Daniel y Zoltan en Lisboa, y Anette en Quito. Los tres criados en varios idiomas, en varios países y en un espacio que debiera ser objeto de una película tragicómica: la metódica formación centroeuropea de la madre y la voluptuosa personalidad del padre.
Todo, diría yo, en su beneficio, como es obvio hoy, que son adultos enteros, y lloran en Lisboa a su padre, tal vez uno de los más importantes periodistas chilenos y latinoamericanos, pero que en Chile pocos conocen.
Dujisin en todo fue intenso y exagerado pero, resumiendo, casi siempre certero.
Chao Marito.