El sábado 20 de enero del 2007, desde Los Ángeles llegaran los restos de Mario a depositarse al Memorial del Cementerio General. Allí, junto a todas sus hermanas y hermanos esos huesitos descansaran en paz. Será su adiós, junto a Cristina y Germán su núcleo básico, además de muchos que estando allí o más lejos, […]
El sábado 20 de enero del 2007, desde Los Ángeles llegaran los restos de Mario a depositarse al Memorial del Cementerio General. Allí, junto a todas sus hermanas y hermanos esos huesitos descansaran en paz. Será su adiós, junto a Cristina y Germán su núcleo básico, además de muchos que estando allí o más lejos, los acompañaremos.
«El viejo». Mario el sencillo. Mario el de rostro moreno y estatura baja. Mario el ejecutado por la CNI en Los Ángeles un 23 de Agosto de 1984, o un 23/8/84.
Mario tan fielmente copiado en su hijo Germán.
Han transcurrido 22 años de esos acontecimientos que en su momento llenaron muchas páginas y ediciones de prensa y noticiarios. En Concepción, Los Angeles, Temuco y Valdivia hubo un fuerte impacto con esta otra caravana de la muerte que golpeó fuerte la conciencia de muchos miles de sureños. Siete muertes en menos de 48 horas y más de una docena de encarcelados. Además, del terror inoculado en ciudades enteras. Eran tiempos en que Televisión Nacional se hacía presente para transmitir en directo, las cacerías anunciadas por el dictador.
Denuncias significativas como la del obispo José Manuel Santos, nombramiento de ministros en visitas y la acumulación de unos cuantos miles de páginas judiciales, cosidas en decenas de tomos, como si la justicia dependiera de cada nueva foja añadida y de cada nueva vuelta de costura en el lomo. Abogados de derechos humanos realizando infructuosos esfuerzos para detener torturas, recuperar cadáveres y proteger familiares. En tanto, desde las cárceles compañeros y militantes-viudas, más familiares dedicados a instalar la denuncia, buscando hacer claridad sobre los culpables y la condición de montajes y cacería planificada del conjunto de la operación. Todo eso sucedió. No fue un mal sueño, ni menos una pesadilla permanente.
Veintidós años han transcurrido. Cambian las ciudades, las calles, los lugares donde cada muerte ocurrió. Muchos testigos fallecieron o son inubicables y algún rayado en Hualpencillo, Bayo Toro o la misma Vega Monumental quizás aún recuerda a esos hermanos caídos. La verdad, es que aunque existan nombres de los autores, son demasiadas y tortuosas las trampas para eludir esta larga y lenta justicia, que en los hechos parece -en este caso- volver inútil los avances. Los asesinos pareciera están protegidos, reconvertidos en sus quehaceres y amnésicos en sus autorías. ¿Se sentirán quizás incómodos cada 23 de agosto del resto de sus vidas? ¿O preferirán, quizás olvidar la fecha y regalonear al nieto, mientras como destellos las frías imágenes de esos secuestros y ejecuciones se entrecruzarán incomodando los sueños de estos apacibles abuelitos?
No quisiera detenerme en lo judicial de estos 22 años. Proceso que aún se encuentra en la Justicia Militar. Justicia que es juez y parte en todo. Sus funcionarios civiles o militares juzgados por jueces militares cuando apresan, torturan y ejecutan a civiles.
En veintidós años los recuerdos crecen, juegan y mutan, pero también se desdibujan, se vuelven borradores de algo que fue. Fueron y son nuestros hermanos: Nelson Herrera, Luciano Aedo, Rogelio Tapia, Juan José Boncompte, Octavio Lagos y Mario Mújica. Muchas veces dormimos juntos y nos dimos calor en medio del frío en Temuco y Valdivia, Nueva Imperial, Coronel y Los Angeles o en diversas casas de Concepción. Nuestros encuentros duraban varios días en que compartíamos una casa o parte de ella. A veces, una habitación era nuestra sala de reuniones, dormitorio y comedor. Entre apretados tiempos, conversábamos a medias de los nuestros, chocheando con esos hijos que la mayoría tenía lejos, mientras compartíamos el hallazgo de un libro o una grabación de música. Por ejemplo, recordar esa última vez en la casa de Pedro de Oña, próxima a la Vega Monumental escuchando el Mercado de Testaccio de Los Inti-illimani, también la coincidencia del partido de fútbol o tenis con una parte de la reunión y la mayoría decidiendo suspender lo planificado para vibrar con la transmisión.
Así, la vida corría a chorros aunque tuviera tanta muerte pisándole los talones. Sería falsear la realidad, asociar a cada momento la posibilidad de la muerte. Al contrario todo estaba basado en la vida, en superar ese tiempo y desde la superación de la dictadura construir otro Chile justo y para todos. Los mártires no estuvieron en ningún plan suicida.
En ese colectivo de dirección del MIR se reunía el accionar de centenares de militantes que desde la zona del carbón hasta la población «Las Animas» en Valdivia construían actos de resistencia, tejido social entre campesinos mapuches, estudiantes universitarios, pobladores, profesores, comunidades cristianas, mineros del carbón, trabajadores de la salud, profesionales y muchos otros sectores sociales que constituían una amplia red que se había activado, conectado y constituido desde los años ochenta en que militantes del interior y retornados clandestinos, nos reunimos en una pequeña casa de alguna de las terrazas en Nueva Imperial para constituir las bases de la que sería la estructura sur reconstruida. Comenzaban a correr los años 80…
Era un equipo clandestino. De esa resistencia tantas veces ignorada «en la normalidad» de estos tiempos. Nuestras reuniones conformaban ese mapa de lucha, a la vez de proyectar las tareas futuras; imaginando nuevas formas de presencia e iniciativas en esos extensos territorios que «teníamos a cargo». Esas eran nuestras tareas y este equipo reproducido junto a otras decenas de bases llevo adelante esas misiones hasta él limite de sus fuerzas, incluso hasta no medir el cerco enemigo que finalmente lo aniquilo.
Porque es preciso decirlo. En nuestro activismo, fuimos ciegos, lentos, e inoperantes ante el olor de las hienas. Desde nuestras éticas, valores y convicciones buscamos medir cada respuesta, incluso un repliegue tardío y utópico que pudo, quizás, haber hecho esa cacería más dificultosa. Fuimos detectados, seguidos y chequeados hasta terminar diezmados y cazados en cercos sorpresivos, en verdaderas puestas en escena de «falsos enfrentamientos», como la de Mario Mújica asesinado por tiradores escogidos con certeros balazos al interior de su casa.
Los aparatos represivos de la dictadura ese 23 culminaban su cacería y asestaban seguramente el último y más contundente golpe estructural a la capacidad del MIR como organización clandestina a nivel nacional.
Nuestros encuentros, tenían el milagro de la sobrevivencia y el compartir los resultados de planes y tareas. También, nos constituían en esas horas y días en una suerte de familia que sé hacia el tiempo para pequeñas confidencias al filo de la «legalidad partidaria» o lo recomendable o nos desbordaba lo humano, como alguien dijo una vez. Con turnos de cocina y lavados, con guardias y precarias condiciones de fachada. De pronto era una foto ajada, la noticia de un nacimiento o el recuerdo de una frase dicha por una pequeña niña que discurría con su padre, mientras viajaba en tren. O las novedades de la isla y los hogares como era el caso de Germán, el único hijo de Mario y Cristina. Otras veces, eran historias de los equipos que demostraban que ese hormiguero férreo y disciplinado estaba vivo, cruzado de aconteceres humanos, jodidos y a veces tremendamente complicados.
Esa red clandestina vivía la vida a borbotones, deprisa. Hasta que una muerte o un encarcelamiento le recordaba que todo iba en serio, despertando de la rutina adormecedora en que a veces se puede tornar la clandestinidad prolongada.
Nelson, «Emiliano» o «Loncon» era el jefe, cálido y hermano. Preclaro y generoso, duro y exigente, cariñoso y fraternal como para en medio del riesgo, fuera a buscarte para saber directamente que había ocurrido, cuando la única versión eran las noticias de un periódico. Luciano era el conocedor de la zona, ladino y flacuchento, «Pichi» era la memoria, el más antiguo en toda esa extensión, el «Manuel Rodríguez», capaz de las audacias más grandes. El «Nico», Mario era el milico, el sobreviviente de Neltume, el más grande de tamaño y quizás de cojones como decía, mientras sus dientes reconstruidos testimoniaban sus cárceles anteriores. Mújica o «el viejo» era el último en hablar, el más callado, disciplinado y atento, menos exuberante que otros y jugado como pocos, sospechoso a la primera en cualquier control, empeñado en ganar la confianza de las comunidades mapuches donde comenzaba a implantarse. Boncompte venía del repliegue de los destacamentos y muy seguramente fue el único que pudo intentar defender su vida y libertad. «Fabricio», profesional del bosque formado en la Austral de Valdivia era el único legal del grupo y recordaba un mapache con esos lentes de carey oscuros. A Raúl Barrientos, creo no lo conocimos, salvo que era «un cuadro» del trabajo poblacional en Valdivia.
Estas tímidas líneas quieren estrujar recuerdos que son innumerables y constituyen borradores de esas bitácoras de resistencia pendientes de escribir para no ser cómplices de tanta amnesia. La Resistencia a la dictadura, deberá entrar a la historia – como diría el profesor Gabriel Salazar- de la mano de múltiples apuntes, anónimos y de autor, fragmentos compartimentados de un tejido que teniendo banderas distintas se regó por todo Chile como lo cantara el gran Viglieti.
Pero estos recuerdos y este homenaje estarían incompletos, sino destacáramos algo esencial que muchas veces en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, en la bestialidad de los crímenes, en la impunidad de estos falsos enfrentamientos – en su gran mayoría- se escabulle o se nubla. Me refiero a la condición de militantes, me refiero a la pertenencia al MIR, me refiero al proyecto que nos movió a todos y nos hizo optar por esa dura vida, alejándonos de familias y proyectos personales de estudio y trabajo. Eso es esencial, básico, primero, indesmentible, incontrovertible. De lo contrario nada tiene explicación y esas pérdidas de todo tipo se tornan suicidios colectivos o sólo víctimas de un sistema de terror.
Recuerdo que una de esas últimas noches antes de la cacería, luego de ver una película sobre la resistencia checa, conversamos de la muerte, quizás la olíamos cerca, porque ya se delataba en esas horas anteriores al 23/8/84. Conversábamos si estaríamos juntos y hermanados o nos sorprendería solos, como únicos representantes de ese proyecto que tanto nos unía.
Que hoy tenga otros temas, asuma otras formas, se manifieste modesta y dispersa, no significa que ya pasó el tiempo de cabalgar a Rocinante. La historia es una vieja astuta y se encarga de cuando en cuando y de vez en vez de recordarnos los veintitrés de agosto y muchas otras fechas que los que murieron estaban tras algo y que ese camino es largo y continúa. Ahí esta América Latina despertando y regando propuestas audaces por su mapa múltiple.
En estos actos de comunión y memoria, en otros de rabia y estallido, en otros de construcción silenciosa y nueva, en muchos mezclados de nostalgia y futuro están los viejos mujicas, los nelson, los lucianos, los mario, los rené, los boncompte, los fabricio, los octavio.
¡¡Hasta siempre querido Mario Mújica¡¡