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Mario Vargas Llosa, el cuerpo de Ernesto Guevara y la religión civil

Fuentes: www.gennarocarotenuto.it

Mario Vargas Llosa, en las páginas de El País de Madrid, y en algunas decenas de diarios alrededor del mundo, reseña el libro Operación Che. Historia de una mentira de Estado , escrito por Maite Rico e Bertrand de la Grange, periodistas famosos por demoler mitos izquierdistas como el subcomandante Marcos. Marcos, la genial impostura […]


Mario Vargas Llosa, en las páginas de El País de Madrid, y en algunas decenas de diarios alrededor del mundo, reseña el libro Operación Che. Historia de una mentira de Estado , escrito por Maite Rico e Bertrand de la Grange, periodistas famosos por demoler mitos izquierdistas como el subcomandante Marcos. Marcos, la genial impostura (1998), o el obispo guatemalteco Juan Gerardi, el asesinato del cual atribuyeron a la misma iglesia para disculpar el gobierno de derechas de Álvaro Arzú. El nuevo trabajo de la pareja sostiene la tesis que el cuerpo de Ernesto Guevara nunca haya sido encontrado y que los restos sepultados en Cuba en 1997 fueron sólo un montaje organizado por Fidel Castro.

El articulo está construido para demoler la imagen de Ernesto Guevara, el sanguinario, burlarse de los ingenuos que en estos años han visitado el mausoleo de Santa Clara, y atacar a Fidel. Sin embargo tampoco Vargas Llosa atribuye mucho valor al libro. Como mucho dice: «es posible que la hipótesis resulte cierta» pero admite que los partes médicos nunca fueron puestos en duda. Si el presunto scoop periodístico parece irrelevante, el articulo conlleva muchas más reflexiones.

Vargas Llosa muestra una radical subvaloración frente a algunos pasajes fundamentales de la construcción de la identidad nacional contemporánea: el monumento, el culto del mílite ignoto, la nación como lugar de héroes en el cual reconocerse, el culto del cuerpo del Héroe, desde José Garibaldi a José Artigas, desde Napoleón Bonaparte a la pierna del General Santa Ana, hasta el cuerpo del Che, que se acerca iconográficamente al Cristo muerto.

El culto del Héroe es parte de aquella religión civil, que no es ni de derechas ni de izquierdas, pero de la cual son testimonios todas nuestras ciudades, y que es un pasaje fundamental en la creación del sentido de ciudadanía de las sociedades contemporáneas y que sólo parcialmente degeneraron en la «religión política» del 900, que dio lugar al nacionalismo extremo y al nazismo y fascismo.

Para Vargas Llosa, esta «religión civil», de la cual George Mosse habla ya en 1963, fue inventada en 1997, y sólo por fines de propaganda, por Fidel Castro. Para el autor no sería así una consecuencia de la Revolución francesa, acompañado por procesos de inclusión social y de ciudadanía y la construcción de imaginarios colectivos nacionales.

Mario Vargas Llosa, que en un lejano pasado fue peruano, seguramente conoce la centralidad de la guerra del Pacífico en la formación de las identidades nacionales peruana, boliviana y chilena. No debe escaparle la importancia de la figura de Arturo Prat, el marino chileno que murió lanzándose al abordaje del monitor peruano Huáscar, para transformarse en el icono eterno del Héroe chileno, celebrado con calles, plazas monumentos y hasta en el billete de 10.000 pesos. Cada estado que se hacía nación tuvo necesidad de símbolos, casi como tuvo necesidad de inclusión social. El Che, el Garibaldi del 900, el guerrillero heroico, que tampoco Vargas Llosa se atreve a demoler del todo, tiene un potencial simbólico que pocos héroes en la historia tuvieron; cubano y argentino, latinoamericano y universal. Fidel, con la recuperación del cuerpo y la construcción del mausoleo, ha simplemente gobernado, no maniobrado ni inventado, un proceso de simbolización ya en marcha. Entonces para Vargas Llosa, aquel uso público de la historia, que es respetuosa celebración de los próceres en el Panteón de Francia o en el Lincoln Memorial de Estados Unidos, es considerado propaganda y montaje y no está concedido si se refiere a Cuba y a América Latina.

Muchos de los iconos de la historia ajustan las imágenes del Héroe. Éste queda más arriba de las controversias historiográficas o políticas sobre su vida, o sobre la construcción del mito y de los monumentos que simbolizan y perpetúan su figura. Al fin y al cabo, desde Iwo Jima hasta la bandera roja encima del Reichstag en Berlín, muchas imágenes del siglo XX son falsas y, al mismo tiempo, fuentes reales de historiografía y de imaginario colectivo.

Pero Vargas Llosa prefiere la mecánica al valor en sí. Sus evaluaciones, tan protervas en el aferrarse a la hipótesis de que el mausoleo de Santa Clara fuera un montaje de Fidel, no tienen en ninguna consideración el valor simbólico del mismo. Para Vargas Llosa lo importante es demoler los procesos identitarios producidos por la figura de Ernesto Guevara. En la Cuba pos-revolucionaria, soñada por Vargas Llosa, no hay lugar para el Che ni para José Martí. Más bien, para controlar Cuba, será indispensable poner a cero todo proceso identitario de aquella nación surgido -mucho antes del Che y de Fidel- por elisiones y antagonismo en la relación con Estados Unidos.

Sin embargo el Che habla a todos, y el Cristo muerto en Valle Grande es cristiano, laico y universal. Ayer como mañana acusa a los pretorianos que lo crucificaron, de los cuales Vargas Llosa es un propagandista a tiempo completo. Insiste en definir el Che como «marca capitalista». Tiene hasta una parte de razón, pero tergiversa sobre su verdadero temor: que el mito de Ernesto Guevara sobreviva a Fidel y que se sedimente no tanto y no sólo como «marca socialista», sino también como «marca identitaria latinoamericana y latinoamericanista».

Aquel mausoleo habla al presente y siembra futuro para generaciones de jóvenes latinoamericanos que continúan teniendo en el Che una referencia política e ideal que vehicula valores universales como la entrega, la generosidad, la solidaridad y la justicia social. Son los valores que, para el «totalitarismo del individualismo», la «religión política» de Mario Vargas Llosa, hay que crucificar, ayer en Valle Grande, hoy en Santa Clara.