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A propósito del nuevo libro de Isabelle Garo

Marx, el comunismo como estrategia

Fuentes: La izquierda diario

Communisme et stratégie (Paris, Éditions Amsterdam, 2019, 332 pp.) es una nueva contribución de Isabelle Garo que viene desarrollando desde hace años una sólida reflexión sobre problemas del marxismo. Nombraremos algunos de sus libros -que aún no han sido traducidos al castellano- como Marx, une critique de la philosophie (Seuil, 2000) y Foucault, Deleuze, Althusser […]

Communisme et stratégie (Paris, Éditions Amsterdam, 2019, 332 pp.) es una nueva contribución de Isabelle Garo que viene desarrollando desde hace años una sólida reflexión sobre problemas del marxismo. Nombraremos algunos de sus libros -que aún no han sido traducidos al castellano- como Marx, une critique de la philosophie (Seuil, 2000) y Foucault, Deleuze, Althusser & Marx: La politique dans la philosophie (Démopolis, 2011).

El trabajo teórico de Garo combina el rigor filológico, la reflexión en función de los desafíos planteados al marxismo por otras corrientes y la apuesta por volver a fusionar el marxismo con la clase trabajadora, los movimientos de lucha y el pueblo.

Por estas razones, la obra de Garo -que además es docente y directora de la Grand Édition de las obras de Marx y Engels en francés- es sumamente seria pero también original, aunando puntillosidad e imaginación.

Communisme et stratégie tiene el mérito de abordar un debate que viene siendo objeto de polémicas en la intelectualidad europea en años recientes pero desde puntos de vista esencialmente abstractos, tanto que se lo conoce «La Idea de Comunismo». Garo propone cambiar el modo de discutir el tema: No el comunismo como proyecto o idea sino el comunismo pensado desde el punto de vista de la estrategia. Cuando habla de estrategia, la autora propone una concepción amplia de estrategia que consiste en la construcción de un conjunto de mediaciones sociales, ideológicas y políticas para desarrollar el comunismo como «movimiento real que busca abolir el estado de cosas actual» [1] .

Desde aquí plantea una detallada y aguda crítica de las teorías de Alain Badiou, Laclau/Mouffe, Negri/Hardt y los teóricos del «común». Frente a estos autores, Garo propone una «lectura anticronológica» de Marx. Esta definición es un poco engañosa, ya que veremos luego que en sus reflexiones sobre la teoría de Marx, retoma distintos momentos de su evolución teórica y política, siguiendo la cronología de la elaboración teórica marxiana. Pero la idea de una lectura «anticronológica» apunta sobre todo a señalar que se puede leer a Marx desde los problemas planteados por estos autores, incorporando también problemáticas contemporáneas de peso como las dominaciones racistas y sexistas, las cuestiones ambientales, etc., retomando los filones estratégicos de su pensamiento. De esta forma, la teoría de Marx puede ofrecer mejores respuestas que las que los autores mencionados dan a sus propias preguntas, sin pretender que Marx provea una respuesta para todo. En suma, una lectura «anticronológica» pero no anacrónica.

Badiou, Laclau, Negri: entre la novedad y la resignación

El libro está organizado en una introducción, seis capítulos y una conclusión. La introducción señala las coordenadas de la discusión, replanteando la necesidad de volver a discutir cuál es y cómo se construye la alternativa al capitalismo; en ese sentido la importancia de volver a hablar de comunismo y de estrategia. El primer capítulo se propone reconstruir las principales elaboraciones del filósofo ex maoísta francés Alain Badiou, haciendo hincapié en el carácter abstracto de su «Idea de Comunismo» que va acompañada de una militancia anti-estatal y anti-organizacional, imposibilitada por sus propios presupuestos de estructurar una política y una estrategia. Siguiendo la lógica de expresión de la política en la filosofía, característica de la filosofía francesa desde los años ’70, Badiou construye una filosofía erudita que tiende al desarrollo de un sistema filosófico en el sentido tradicional del término. Su mérito es el de preservar la idea del comunismo como motor revolucionario en ausencia de procesos revolucionarios reales, pero al costo de suprimir la política, en otras palabras el difícil y complejo camino de transformarla en fuerza material.

El segundo capítulo debate con Ernesto Laclau, que intenta rediscutir el balance y la posible continuidad del socialismo, proponiendo una teoría política de carácter estratégico, no tanto por su reivindicación de la política entendida en términos de una estrategia clásica [2] sino por su intento de ofrecer una alternativa al marxismo desde el punto de vista teórico. Esta elaboración teórica tiene correlato en su propuesta política de «radicalización de la democracia» primero y «populismo» después.

Garo somete a crítica la teoría laclausiana de la «dislocación» (del capitalismo, de las clases, de la sociedad), así como la concepción de que el antagonismo surge desde fuera de las relaciones de producción, que es central para desligar lucha de clases y explotación y por esa vía separar a ambas de la política. Destaca que las concepciones de «hegemonía» y «populismo» del filósofo argentino de exportación terminan en una teoría política pragmática y voluntarista. Siguiendo la evolución de las teorías de Laclau, lo que comienza como una tentativa de «radicalizar la democracia» concluye en un discurso político que reproduce las formas de representación política tradicional, alejándose de cualquier dinámica de activación y democratización desde abajo, tanto por la importancia del «líder» como por la insignificancia de la explotación en su propia teoría.

El tercer capítulo debate las teorías de Toni Negri y Michael Hardt, de Imperio a Commonwealth, analizando sus elaboraciones sobre el capitalismo contemporáneo y su concepción del comunismo que termina siendo el capitalismo tal cual es. La relectura de los principales problemas del marxismo, como los del imperialismo, la ley del valor, la lucha de clases o el Estado a través de los prismas de Deleuze y Foucault se combina con la vieja lógica que Negri heredó del operaismo italiano sobre la clase obrera (en este caso la multitud) como causa del desarrollo capitalista. El resultado es un embellecimiento del «progreso» capitalista, por supuesto con nula fundamentación empírica. Junto con esto, Garo analiza las elaboraciones de Christian Laval y Pierre Dardot, teóricos del «común», debatiendo las limitaciones de un cooperativismo que pretende eludir la esfera estatal por un lado pero cae en una posición de reformar el capitalismo por el otro.

Reproducir exhaustivamente las críticas certeras de Garo a cada uno de estos pensadores excedería ampliamente el espacio de estas líneas. A este pequeño resumen agregaremos que cada uno de los capítulos aborda a estos autores en función de problemas importantes que plantearon: la necesidad de un horizonte comunista, la redefinición de una política autodenominada socialista, los problemas de la propiedad y las formas de asociación. Temas que son cruciales para la propuesta de reflexión que realiza Communisme et stratégie, buscando confrontar aquellas posiciones con las de Marx.

  En busca de la estrategia de Marx

El capítulo cuatro retoma los orígenes del comunismo en el movimiento obrero francés, las condiciones de surgimiento y primeras delimitaciones del pensamiento de Marx y Engels y su modo de comprender el comunismo. Aquí juega un importante papel la diferencia entre el comunismo como objetivo o proyecto de sociedad y la militancia comunista, como acción política que impulsa el «movimiento real». El capítulo va recorriendo el proceso de politización de Marx hasta el balance de las revoluciones de 1848 y su formulación de revolución permanente, planteada en su carta al CC de la Liga de los Comunistas en marzo de 1850, que como veremos juega un rol central para comprender posteriores elaboraciones. El capítulo quinto aborda propiamente la concepción del comunismo en Marx y los posicionamientos estratégicos que le son consustanciales, así como distintos elementos que hacen a la evolución del Marx maduro y tardío: los problemas de los pueblos colonizados, el balance de la Comuna de París y la cuestión de la comuna rural rusa. En este punto del libro, Garo introduce una de las reflexiones más polémicas frente a la cual uno debe de mínima ponerse a estudiar el tema: la relación entre revolución permanente, transición y prefiguración de la construcción del comunismo en dos etapas. Veamos.

El problema de la transición

Garo realiza una relectura audaz y sugerente de la Crítica del Programa de Gotha. En ese texto, Marx había realizado una distinción más o menos tajante entre dos etapas, una socialista en la que rigen las normas burguesas de reparto -especialmente la relación salarial- y otra comunista en la que cada cual trabaja según su capacidad y recibe según sus necesidades. Garo sostiene que esta distinción tajante es producto de la canonización posterior de este texto iniciada, paradójicamente, por Lenin en El Estado y la revolución. Afirma que Marx realizó esa distinción como una forma de discutir partiendo de los presupuestos de los redactores del Programa de Gotha, quienes sostenían una visión «jurídica» del socialismo, desconociendo la crítica de la economía política, el problema del Estado y la estrategia. Aquí hay una cierta oscilación en el argumento de Garo, porque parecería afirmar que el sentido correcto de la posición de Marx es el que ella propone en esta nueva interpretación, pero a la vez señala la tensión que existe en el texto entre esta distinción de dos etapas (reconociéndola implícitamente como establecida por el propio Marx) y una idea de transición identificada con la dictadura del proletariado, que es la que Garo toma -sin duda con razón- como la más representativa del pensamiento de Marx.

La discusión apunta fundamentalmente a diferenciar a Marx de las experiencias de los llamados «socialismos reales» y también de los reformismos europeos de la segunda posguerra que sostenían que las nacionalizaciones limitadas eran un paso hacia el socialismo, que después no llegaba nunca. A esta distinción rígida de una etapa socialista y otra comunista, Garo le contrapone un concepto amplio de transición que como decíamos más arriba Marx identificaba con la dictadura del proletariado, como resultado de una revolución, el cual combina la creación de las condiciones económicas y sociales de la sociedad comunista con la movilización y politización de masas. Es decir, la autora no propone un «comunismo aquí y ahora» o «sin transición», sino que apunta a una prefiguración de la transición en términos de «movimiento real», sin etapas predefinidas de antemano. Afirma de paso que esta mirada anti-etapista se condice mucho más con la concepción de revolución permanente de Marx así como con sus posteriores reflexiones sobre la comuna rural rusa. Esta reflexión de Garo tiene también sus posibles contradicciones, por ejemplo, darle mucho peso a la cuestión de la auto-organización y la politización desde abajo y menos a las condiciones económicas de la construcción del comunismo que es un debate en sí mismo, no tanto por la división en una etapa socialista y otra comunista sino por el problema de la transición como tal. Sin embargo, si tomamos en cuenta los debates sobre la transición al socialismo en los años 20 y 30 en la URSS, pero también en Cuba en los años 60 o en Yugoslavia y los países del Este en los 50 y 60, la distinción entre «etapa socialista» y «etapa comunista» jugó el papel de una referencia, pero lo central fue precisamente el problema de la transición en países que partían de un capitalismo atrasado (con baja productividad del trabajo, entre otros problemas), es decir de condiciones previas a las señaladas por Marx en su texto clásico. Y en la transición, la activación y auto-organización desde abajo se demostraron como indispensables para enfrentar la burocratización (que buscó liquidarlas a toda costa y de hecho lo logró). Trotsky pensó detenidamente estos problemas a propósito de la burocratización de la URSS, señalando las contradicciones de una economía de transición entre el viejo capitalismo atrasado ruso y los objetivos socialistas, el doble carácter del Estado obrero (socialista en la medida en que defendía la propiedad colectiva de los medios de producción, burgués en tanto sostenía normas burguesas de reparto) y la necesidad de barrer a la burocracia con una revolución política que restaurara la democracia soviética otorgando legalidad a todos los partidos y tendencias que defendieran las conquistas de la revolución. Esta problemática se integra en la teoría de la revolución permanente, que postula la relación consustancial entre revolución a escala nacional e internacional, entre tareas democráticas y tareas socialistas y concibe la transición como un proceso constante de transformaciones al interior de la sociedad posrevolucionaria. En este sentido, la lectura anti-etapista que propone Garo puede servir para llamar la atención sobre la importancia de la transición, en especial sobre la necesidad de una dinámica social y política expansiva desde abajo, que es fundamental para enfrentar cualquier tipo de burocratización y podría tener importantes puntos de contacto con las elaboraciones de Trotsky, aunque su libro esté centrado especialmente en Marx.

Una estrategia de mediaciones para repensar la revolución

Para Garo, en una realidad moldeada por décadas de «neoliberalismo», el problema de la estrategia se plantea hoy como «un problema de triangulación» que requiere la construcción de mediaciones políticas, articulando «formas de movilización y de organización, programa y proyecto, pero también reconstrucción de una cultura contestataria común asociada a las formas de vida social reinventadas, atractivas y capaces de expansión (p. 267)».

Retomando las reflexiones de Aristóteles, Hegel y Marx sobre el problema de la mediación, Garo rescata este concepto, distinguiéndolo del sentido que tiene en la actualidad: una instancia de resolución de conflictos en la que dos partes buscan un acuerdo por intermediación de un tercero en apariencia neutral. Para Marx, la mediación no es la puesta en relación más o menos arbitraria de tres términos externos entre sí, sino el producto de las relaciones sociales que construyen representaciones que les son consustanciales, en el caso del capitalismo, el dinero, el Estado, pero también las formas que adquieren la conciencia y el conocimiento. La mediación y representación propiamente marxista consistiría en el desarrollo de una organización y cultura política que partiendo de las contradicciones del capitalismo y sus representaciones pueda ofrecer una alternativa que surja desde dentro de los procesos y movimientos de resistencia al capitalismo y no como una idea abstracta.

En este marco, Garo rescata las elaboraciones de Gramsci sobre los problemas de la hegemonía, diferenciándolas de las lecturas vulgares en clave de «hegemonía cultural» y proponiendo la construcción de una articulación de prácticas sociales, políticas y culturales que pueda poner en pie una alternativa al capitalismo, basada en la movilización y organización desde abajo. Aquí Garo destaca la importancia de instituciones como soviets, consejos, fábricas bajo control obrero, pero también la organización política, en la que visualiza una crisis, tanto de las izquierdas reformistas como de las revolucionarias.

Subrayando los problemas actuales del Estado (y los partidos), el trabajo y la propiedad, la ecología, el antifascismo, el género y la raza, Garo concluye en la necesidad de repensar la revolución. En su perspectiva es necesario unir estos combates para dar una alternativa que vaya más allá de la lucha por demandas puntuales y simultáneamente evite las vías muertas de las izquierdas reformistas electoralistas y los autonomismos que pretenden hacer a un lado al Estado, de hecho coexistiendo con él o planteando enfrentamientos que no responden a relaciones de fuerzas reales.

Algunas críticas y conclusiones

Si bien el trabajo de Garo en busca de los filones estratégicos del pensamiento de Marx aporta muchos elementos para la comprensión más cabal de su teoría y praxis revolucionaria, hay cuestiones importantes de la experiencia del movimiento obrero que Marx no vivió y que conllevan teorizaciones que deberían incluirse con más peso en una reflexión sobre los problemas estratégicos desde el marxismo.

Una es la relación entre el Estado tipo Comuna, rescatado especialmente por Garo y los soviets o consejos obreros y populares, que surgieron en la revolución rusa pero tuvieron equivalentes o formas de organización aproximadas en otros procesos revolucionarios o de ascenso de la lucha de clases. La cuestión de la dualidad de poderes está abordada desde un punto de vista un poco indefinido, en cuanto a los organismos que encarnarían el «movimiento real», así como la relación entre el marxismo clásico y elaboraciones como las de Poulantzas sobre la posición frente al Estado (destrucción o democratización del Estado burgués). Por otra parte, la cuestión del partido, tal como la conociera Marx (los comunistas como una más de todas las tendencias del movimiento obrero organizado como partido-clase) ha perdido base de sustentación a partir del desarrollo de la burocracia sindical y la división del movimiento obrero entre corrientes reformistas y revolucionarias, con la consiguiente profundización de la lucha de estrategias en su interior. Garo traza un cierto balance de la situación de las izquierdas: el PCF, reducido a un aparato electoral sin peso real. Los distintos autonomismos, limitados a los marcos de un pequeño activismo. La extrema izquierda, marginal frente al movimiento de masas. Ante este cuadro, sin duda la activación del «movimiento real» proveería nuevas fuerzas para repensar la cuestión del partido. Aquí surge una cuestión que une las reflexiones teóricas con las experiencias políticas recientes. Este libro de Garo dialoga, en muchos aspectos, con las reflexiones realizadas por Daniel Bensaïd durante los años ’90 y 2000 a propósito de los problemas de la estrategia y el marxismo. La última apuesta política de Bensaïd fue la fundación del Nuevo Partido Anticapitalista, que hoy está pasando por una importante crisis. Una de las reflexiones que quedan planteadas para profundizar -no para Garo exclusivamente sino para todos los que nos interesamos por los problemas de la estrategia marxista- es el balance de la experiencia de partidos amplios anticapitalistas y en particular su relación con las elaboraciones teóricas -sin duda muy productivas en muchos aspectos- de Daniel Bensaïd.

En relación con lo anterior, sería importante profundizar en algunas reflexiones más específicas sobre la relación entre sindicatos, partido y movimientos sociales, burocracia sindical y Estado, insurrección y guerra civil, como algunos de los principales problemas pensados por el marxismo de la III Internacional en sus cuatro primeros congresos, por Gramsci y por Trotsky, que a su vez podría ser un importante interlocutor de Garo para la problemática de la transición, como señalamos más arriba. Communisme et stratégie no niega ni desconoce estos temas pero los aborda en los términos en que una relectura de Marx lo permite (muy sólidos para la refutación de las corrientes antimarxistas, pero relativamente generales para la reflexión sobre los propios desarrollos del marxismo).

Incluir estos temas hubiera modificado sustancialmente los alcances del libro. Con lo cual, destacar su importancia no pretende proponer un cambio de eje de la discusión planteada por Garo, sino señalar que la lectura desde Marx limita los alcances de ciertas problemáticas importantes y a su vez sugerir posibles direcciones para continuar la reflexión de Communisme et stratégie, que es una contribución fundamental de Isabelle Garo al debate marxista de nuestros días.  

Notas:

[1] Sobre este tema ver también Barot Emmanuel, Marx en el país de los soviets o los dos rostros del comunismo, Bs. As., Ed. IPS, 2017.

[2] Para una lectura de Laclau y Mouffe como pensadores «antiestratégicos» ver Albamonte Emiliio y Maiello Matías, Estrategia Socialista y arte militar, Bs. As., Ed. IPS, 2017.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Marx-el-comunismo-como-estrategia