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Marx habla de la pandemia

Fuentes: Rebelión

A través de medios que me pidieron expresamente no revelar, una buena amiga periodista logró en exclusiva una entrevista con Carlos Marx. La misma tuvo lugar el último día del año 2020 en alguna ciudad europea. Fue hecha en inglés, y aquí presentamos su versión española. Creemos que no tiene desperdicio, por lo que nos permitimos recomendarla.

Entrevistadora: Doctor Marx…

Carlos Marx: Perdón: ¡camarada Marx! Así es mejor.

Entrevistadora: Ah, bueno: me parece bien. Camarada Marx: estamos viviendo una pandemia fenomenal que, parece, puede marcar un antes y un después en la historia. ¿Qué consideración podría hacer al respecto?

Carlos Marx: Tema complejo, sumamente complejo. Sabrá usted que yo no puedo hablar con conocimiento biológico, médico-epidemiológico. Ese no es mi campo. Pero creo, eso sí, que desde el materialismo histórico podemos echar una mirada sobre este fenómeno tan complicado, tan lleno de aristas. Por supuesto que aquí hay mucha tela para cortar. Por lo pronto, el origen del virus.

Entrevistadora: Hoy día se considera que fue una mutación natural de un virus que ya existía.

Carlos Marx: Sí, exacto. Eso parece. Ya quedaron atrás las hipótesis, nunca demostradas por cierto, que se trataba de un arma bacteriológica. Se especuló mucho con eso, y se dijo que alguna de las dos grandes potencias que hoy se disputan la hegemonía global podían ser las que lo crearon, Estados Unidos o la República Popular China. De todos modos, viendo ahora el curso de los acontecimientos, queda claro que nadie se benefició directamente. O, al menos, como Estado-nación, ninguno de estos países sacó más provecho. Quizá China sale mejor parada. Eso da para otros análisis. Hay sectores en el mundo que sí, efectivamente, salieron favorecidos; pero eso es harina de otro costal. Ya hablaremos de eso. En este momento, por el contrario, más que ganancias como país, en tanto potencias, para ambos significó una suma de pérdidas, tanto económicas como humanas. Todo lo cual lleva a pensar -más aún sabiendo que ya se habla de nuevas pandemias que podrán seguir ocurriendo- en el porqué de estas ocurrencias. Quienes saben de estas cosas dicen que los modelos de producción industrializada de animales para el consumo humano pueden estar a la base de la aparición de estos virus.

Entrevistadora: Exacto. Se habla de la aparición de nuevos virus a partir del cambio climático en curso.

Carlos Marx: Permítame una corrección, por favor. Aquí no hay ningún “cambio climático”. Ese es un distractor y artero eufemismo para no hablar claramente de lo que hay que hablar. Aquí no hay “cambio” del clima, como si eso fuera simplemente una modificación natural, espontánea, de factores meteorológicos. ¡No!, en absoluto. Aquí asistimos a una profunda catástrofe social y política que nos muestra fehacientemente los límites del capitalismo. El afán de lucro, esa desmedida y voraz codicia que caracteriza a este sistema, a este modo de producción, ha llevado a esta situación catastrófica. Los culpables de todo esto no son las personas comunes de carne y hueso que consumen lo que las empresas les dictan. Si la gente usa y usa sin parar artículos plásticos, baterías desechables para la interminable parafernalia de instrumentos electrónicos que pululan por allí, si se la lleva a un consumo irracional promovido a partir de esa viperina estrategia que es la obsolescencia programada, la responsabilidad del desastre en juego no es una cuestión personal, por “malos” ciudadanos que no saben cuidar su planeta, su casa común. La causa real estriba en un modelo de producción y consumo totalmente insostenibles. Por eso le decía que no existe un “cambio climático”, como si habláramos de un paso natural del Pleistoceno al Holoceno en la llamada Era geológica Cuaternaria, por ejemplo: hay catástrofe medioambiental, ecocidio lisa y llanamente, producida por el afán insaciable del capital de obtener siempre más y más ganancias. Como no existe cambio climático, entonces, debemos pensar el asunto de la pandemia de coronavirus de otra manera: hay un modo de producción depredador. Y es eso, como telón de fondo, lo que puede estar produciendo estas variaciones microbiológicas, que dan como resultado la aparición de nuevos virus, de mutaciones que pueden tornarse incontrolables. La cuestión está en cómo se afronta esta catástrofe. Es ahí donde cobra especial relevancia la forma política en que la pandemia ha sido enfrentada.

Entrevistadora: Definitivamente, ahí se ven las diferencias de un sistema a otro.

Carlos Marx: Y es así, justamente, en la forma en que todo esto impacta en la población planetaria, donde debemos fijar la mirada para escudriñar atentamente cómo están las cosas.

Entrevistadora: Y… ¿cómo están las cosas?

Carlos Marx: ¡Vaya pregunta! Como decía hace un momento, todo el fenómeno presenta innumerables aristas. Por supuesto que es un problema biomédico, de salud pública, que debe ser enfrentado con criterios socio-epidemiológicos científicos. Hay una diferencia básica en cómo el llamado Oriente manejó estas cosas, en relación a lo que sucede en la otra parte del mundo, lo que llaman Occidente. Pero más aún: existe una diferencia básica entre cómo paliaron la crisis Estados con planteos socialistas (China o Cuba, por ejemplo, aunque lo de China abre necesariamente una acuciante pregunta sobre si ese modelo es socialista, o no), en relación a la gran mayoría de países capitalistas, donde la salud es una mercancía más, que se compra y se vende en el mercado. Pero además de ese perfil, imprescindible para entender el proceso mórbido en juego producto de un agente etiopatogénico, necesitamos ver toda la complejidad de lo que aquí se juega. Epidemias hay muchas. Siempre, en distintas partes del mundo actual, asistimos a epidemias: ébola, malaria, sarampión, zika, síndrome respiratorio agudo grave (SARS), cólera, meningitis, fiebre amarilla, MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio), gripe aviar, etc. En la antigüedad, en Europa la peste bubónica o peste negra; en América, con la llegada de los conquistadores españoles, la gripe, que mató a más población que las espadas o los arcabuces. Se podría decir que mediáticamente todas estas afecciones actuales -definitivamente muy importantes- no tienen el peso que está teniendo el COVID-19 porque, en general, se dan en lo que algunos llaman capitalismos periféricos. Es decir, en países empobrecidos por el sistema global, en la gran mayoría de casos tropicales, sin ningún poder de decisión a escala planetaria, habitualmente proveedores de materias primas con productos primarios muy mal pagados, donde la vida es difícil. O, cabría decir, donde la vida de la gente es casi un milagro. Como esas enormes masas poblacionales no les importan especialmente a los grandes centros decisorios del capitalismo (Estados Unidos y Canadá, Europa Occidental, Japón), esas enfermedades, o más aún: esas epidemias -muy letales en muchos casos- suelen pasar inadvertidas para el discurso oficial. Recordemos que todo, absolutamente todo es siempre ideológico. Por eso, las noticias que circulan por el mundo, la opinión pública, el sentido común, la visión que las poblaciones tienen de las cosas y de sí mismas, son lo que los grandes tomadores de decisiones deciden. Y esos centros son pocos: la Casa Blanca en Washington, los financistas de Wall Street, el llamado complejo militar-industrial estadounidense, la city londinense, algunos grupos hegemónicos muy pequeños y bastante invisibilizados, como el Grupo Bilderberg, o el Club de París. Por supuesto, retomando lo que escribíamos con Federico en 1845 en ese libro que nunca publicamos, “La ideología alemana”, podríamos afirmar que “La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante”.  

Entrevistadora: O sea que lo que la gran masa de población repite es lo que los poderes hegemónicos quieren que se repita.

Carlos Marx: Así es. Para graficarlo: acabo de ver casualmente una propaganda, un pequeño video, no sé bien qué cosa era…, algo de esto que se pone en las redes sociales, donde quien hablaba decía: “por culpa de un chino que se comió un murciélago, nos llegó esta catástrofe”. Esas cosas crean opinión pública; la ideología se transmite día a día, minuto a minuto, segundo a segundo por infinitos canales. Por eso todo esto de la pandemia actual, que indiscutiblemente existe y tiene un cierto grado de letalidad -no más del 4%, según dicen los expertos-, presenta más de algún interrogante. Analicemos lo que decíamos recién, por ejemplo: se ha hecho un ruido mediático fenomenal porque este virus ataca a todo el mundo, ningún punto del planeta queda al margen. No es una enfermedad de la pobreza, como pasa con las recién mencionadas, o con la diarrea, que se da en los lugares donde hay escasez de agua potable. Por cierto, las diarreas constituyen una de las más importantes causas de morbi-mortalidad en las regiones empobrecidas del orbe, en lo que antes se llamaba Tercer Mundo, lo que ahora llaman el Sur global. O ni hablar del hambre. Muere infinitamente más gente, diez veces más al menos, por el hambre que por el coronavirus. Terrible, ¿verdad? Pero eso no es noticia. El capitalismo produce alrededor de un 50% más de comida de la que necesitaría la población mundial para estar bien nutrida, pero los límites del sistema hacen que el hambre siga siendo el peor flagelo de la humanidad. No sé cómo, después de conocer ese dato, puede decirse que el socialismo científico, que en su momento intentamos sistematizar orgánicamente con Federico y con muchos más camaradas en la acción política, ha perdido vigencia. ¡Por favor! ¡Qué dislate! ¡Obsoleta tu abuelita! El capitalismo sigue siendo esa serpiente venenosa que enferma a la gente. No hay salida. Y tal como usted lo dice, mi amiga: la gente es obligada a repetir guiones preestablecidos, guiones que fijan empresas capitalistas. ¿Se entiende el porqué de la frase citada de “La ideología alemana”? Con la pandemia, al menos en este amplio sector que llamamos Occidente (Europa y el continente americano), la población fue llevada a un estado de pánico fabuloso. Cuando otros virus golpean en África, en Asia, los medios masivos de comunicación, que son todas empresas capitalistas basadas en la obtención de lucro, no dicen una palabra. Ahora que la pandemia llegó a esos centros confortables, se pone el grito en el cielo. Sin dudas, hay ahí mucha hipocresía. Del hambre, obviamente, ni una palabra.

Entrevistadora: Hablando de ese sugestivo silencio: los logros en materia de salud pública de Cuba, o de China, los invisibilizan. El socialismo es mala palabra.

Carlos Marx: ¡Por supuesto! El socialismo es mala palabra y ¡Marx es peor mala palabra aún! La guerra ideológica, o dicho de otro modo: la lucha de clases, la interminable lucha de clases sigue presente, y al rojo vivo, como siempre. Si se dijo esa impresentable patraña de que la historia había terminado, con la ocasión de la desintegración del bloque soviético socialista en Europa del Este para la última década del siglo XX, todo vino a demostrar que eso no es así. El manejo mediático que se le ha dado a la pandemia lo permite ver.

Entrevistadora: ¿De qué manera?

Carlos Marx: Con esto que acaba de decir: no se menciona nada de Cuba, por ejemplo, de la solidaridad que brindó con sus brigadas de salud en numerosos países del mundo, o del medicamento de su invención que ayudó a remediar en parte los efectos de la enfermedad: el Interferón alfa 2B recombinante, o de la solidaridad expresada por China donando cantidad de equipos médicos a diferentes zonas del planeta, mientras se atemoriza a la población presentando este Armagedón del coronavirus, ignorando que muere diariamente mucha más gente de hambre o por falta de agua potable en el mundo producto del modo de producción dominante: el capitalismo. O también a través del manejo que se está haciendo de las vacunas: tanto China (con su complejo socialismo de mercado) o Rusia (el que fuera el primer Estado obrero y campesino del mundo, que empezó a construir una alternativa socialista en la primera mitad del siglo XX) han producido vacunas tan efectivas como la del capitalismo occidental. ¿Sabía que la vacuna producida por Sinovac, de China, tiene una eficacia probada superior a todas las otras, que se ubica en el 97%? Pero de eso ni se habla. Ahora bien: retomando y enfatizando lo que empezaba a decir hace un momento: en todo esto de la expansión del SARS CoV 2 hay mucho de hipocresía, y más aún: hay elementos que abren inquietantes preguntas.

Entrevistadora: ¿A qué se refiere, camarada?

Carlos Marx: Quiero aclarar muy enfáticamente que yo pretendo -siempre he pretendido y lo seguiré haciendo- hablar a partir de la seriedad que confiere el pensamiento crítico, el pensamiento científico. No doy meras opiniones personales, no me llevo de habladurías, busco no tener visiones afiebradas, paranoicas o conspirativas de la dialéctica social, de la tremenda complejidad de la realidad humana. El Apocalipsis dejémoslo para quien quiera creerlo…, y ojalá nadie lo quiera creer. Digo esto, y lo expreso muy enfáticamente, porque veo que existe una tendencia a desacreditar mucho del discurso político-ideológico revolucionario, del discurso crítico, haciéndolo pasar por delirio. Sin dudas, hay discursos delirantes. No faltan, nunca han faltado en la historia; de hecho, las formulaciones sistematizadas de las religiones pueden tener algo de delirio. Y, de todos modos, se las acepta, incluso se las entroniza. ¿Quién en su sano juicio podría pensar que una mujer virgen conciba un hijo, y que años después ese hijo, ya hecho un adulto, muera, resucite y salga volando hacia el cielo? Eso es delirante, ¿verdad?, pero se le acepta sin discutir. Es el fundamento más preciado de la cosmovisión cristina. Pues bien: pseudo explicaciones enfermizas ha habido siempre. Al día de hoy tampoco faltan: es así como aparecen pseudo explicaciones acerca del movimiento histórico, de las dinámicas sociales, a partir de supuestos grupos omnipoderosos que se manejarían en las sombras: los masones, los judíos, los Illuminati. También aparecen por allí creencias de alienígenas presentes en el mundo, mandando mensajes crípticos, construyendo pirámides y grandes templos… Como vemos: delirios no faltan en la especie humana. Pero nada de eso explica las cosas. Con lo de la pandemia hay elementos que abren preguntas, decía, porque no quedan claras algunas, o muchas, cuestiones. Y preguntar sobre eso creo que no es ser paranoico, delirante. Es buscar conocer el meollo de las cosas.

Entrevistadora: Preguntas, por ejemplo, como el origen del virus.

Carlos Marx: Sí, y no solo el origen. Eso, podríamos decir, quedó oficialmente saldado: el ataque humano sobre la naturaleza podría estar en su génesis. Lo llamativo es la forma en que aparece, el momento en que surge, las circunstancias que rodean su desarrollo, y posteriormente, el tema de sus vacunas. Como usted misma lo dijo al inicio, camarada: podríamos estar ante un parteaguas de la historia.

Entrevistadora: Y eso ¿a dónde nos lleva?

Carlos Marx: Lamentablemente, a una post pandemia que puede ser terriblemente nefasta para la gran masa humana trabajadora, para los pobres del mundo, para toda la gente empobrecida, que vive mal y que, tengo entendido, ahora representa el 85% de la población mundial. ¿Recuerda lo que estaba pasando el segundo semestre del año 2019? Protestas por doquier, protestas contra ese capitalismo salvaje que desde hace varias décadas se ha enseñoreado, llamado neoliberalismo, empobreciendo más aún a los ya históricamente pobres. Protestas espontáneas, viscerales, fantásticas, en muchos países: en Chile, Colombia, Ecuador, Honduras, Haití, chalecos amarillos en Francia, movilizaciones en Italia, en Alemania, gigantescas movilizaciones en Egipto, El Líbano, Irak. Las poblaciones, cada vez más golpeadas por esos planes de ajuste estructural que implementan los organismos crediticios como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, es decir: sojuzgadas hasta la médula por el capitalismo, se tomaron las calles, expresaron su furia, su descontento. Más aún: expresaron su hambre, su empobrecimiento. ¿Y qué pasó unos meses después? Aparece la monumental pandemia producida por este desconocido bichito. ¡Qué coincidencia!, ¿verdad? Por eso decía hace un momento que no hay que llevarse por un pensamiento esotérico, viendo fantasmas por todos lados; pensamiento mágico-animista, en definitiva, como el de las creencias religiosas. No hay que ser paranoicos, por supuesto. Pero no puede menos que pensarse en cómo se va moviendo el mundo; y lo sucedido obliga a abrirse muy críticamente estas preguntas. Aunque no se pueda establecer una relación causal directa, mecánica incluso, entre protestas y silenciamiento posterior, todo esto es llamativo. Sabemos que siempre ha sido así, y en el mundo del siglo XX, y más aún del XXI, pequeños grupos super poderosos, a puertas cerradas deciden los destinos de la humanidad, ahora que la sociedad planetaria pasó a ser, tal como se dice en la actualidad, una aldea global, sumamente interconectada, con satélites geoestacionarios que controlan palmo a palmo cada movimiento, con tecnologías de inteligencia artificial que se adelantan al ser humano de carne y hueso a cada instante.

Entrevistadora: Usted diría entonces, camarada Marx, que esto ¿estuvo preparado?

Carlos Marx: En realidad es imposible decirlo. Más aún: sería muy aventurado afirmarlo. Y si lo dejamos así nomás, eso no deja de tener un talante paranoico, viendo visiones y fantasmas donde no los hay. Por supuesto, sin que se pueda demostrar fehacientemente una afirmación de ese calibre, se corre el riesgo de poder ser denostado como conspiracionista si no profundizamos el análisis. Sucede, sin embargo, que no hay muchos elementos para poder profundizar como es debido ese análisis crítico. Ha habido, sigue habiendo, y por lo que se ve, seguirá habiendo una confusión enorme en torno a esta enfermedad. Circulan infinidad de noticias, comentarios, opiniones, visiones encontradas; hay exageraciones, informaciones contradictorias, y un sinnúmero de elementos que tornan difícil echar luz. Que en el mundo hay grupos de poder muy reducido que manejan las cosas, es innegable. Los países empobrecidos del Sur no deciden nada. Y de las pocas potencias capitalistas, son reducidísimos núcleos los que fijan la marcha de las cosas. Por eso apuntaba que no deja de ser curioso -y ahí lo dejo, no saco ninguna conclusión- que después de protestas que hicieron arder medio mundo, aunque sin un proyecto político revolucionario claro que las condujera, venga este silenciamiento, medidas de aislamiento, obligado distanciamiento social, cuarentenas, toques de queda, militarización de la vida cotidiana. ¿Un ensayo de lo que vendrá? Tal vez. Lo cierto es que ahora se dice que la pandemia está lejos de terminar, y que llegarán nuevas y más terribles pandemias.

Entrevistadora: ¿Quién se beneficia de todo esto?

Carlos Marx: Voilà, mi querida amiga: ¡esa es la cuestión! Cui bono?, cui prodest? ¿Quién sale beneficiado? No termina de estar claro. La gran mayoría, la inmensa mayoría de la población mundial, seguro que no. ¿Las empresas capitalistas? Bueno…, no todas. Muchas pequeñas y medianas empresas, de distintos rubros, tanto de fabricantes como de comerciantes en diferentes países, tampoco. De hecho se ha producido una enorme cantidad de quiebras, cierres temporales o definitivos, una verdadera debacle. Incluso grandes negocios como el del petróleo, están a la baja. No están por quebrar las grandes compañías petroleras, pero todo augura que no es el gran negocio del futuro; la utilización de nuevas fuentes energéticas, visto que quemar recursos no renovables como el petróleo o el carbón es altamente perjudicial para la salud del planeta, y por ende para la de los seres humanos, ya es un hecho. En un futuro no muy lejano, las nuevas energías llamadas limpias reemplazarán al petróleo. Por tanto, ese rubro del capitalismo no seguirá expandiéndose. Pero otras ramas comerciales sí se han beneficiado de todo esto. Por lo pronto, toda la parafernalia de las nuevas tecnologías llamadas digitales, todo aquello que tiene que ver con la informática y las telecomunicaciones, el internet, esa fabulosa red de redes comunicacionales que va tejiéndose sobre todo el globo, definitivamente están haciendo su agosto. ¡Y vaya que lo están haciendo! Hoy día, debido a esos confinamientos obligados, al trabajo realizado desde el hogar -en los casos que es posible-, al uso cada vez más generalizado de estos dispositivos que permiten comunicarse con todo el mundo sin moverse de la casa, las empresas ligadas a todos estos rubros vieron aumentar sus ganancias en forma exponencial.

Entrevistadora: Y también las industrias farmacéuticas.

Carlos Marx: Por supuesto. Y la gran banca. Los créditos que debieron tomar todos los gobiernos de los Estados autónomos para afrontar la crisis económica generada por la paralización de actividades debido a la pandemia, los contraen con los organismos crediticios que antes mencionaba: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, casualmente sitos en la, hoy por hoy, potencia capitalista dominante: Estados Unidos de América. Pero no olvidar que esos organismos son los brazos ejecutores de los grandes bancos privados, de los monumentales megacapitales que manejan las finanzas globales. En otros términos, hoy día la gran mayoría de seres humanos tiene una deuda con esa banca. Indirectamente, claro, pero deuda al fin. ¿Quién paga esa deuda? La clase trabajadora mundial. ¿Quién se beneficia? Los banqueros. Y, tal como usted lo señalaba, se beneficia también la gran industria farmacéutica, esos pocos oligopolios que manejan la salud mundial. Todo lo cual hace pensar en que sí hay gente que saca provecho de la crisis. ¿Quién la generó? Insisto: no es posible buscar un responsable. No tenemos todos los elementos para terminar de armar el rompecabezas. Pero todo el proceso vivido abre razonables dudas. ¿Se sabía que todo esto iba a suceder? O, al menos, ¿hubo quien sí sabía de todo esto? Por supuesto, la población mundial, la gran masa de gente que vive de su trabajo, el obrero industrial, el obrero agrícola, el pequeño campesino, el ama de casa, el asalariado en el campo de los servicios, los subocupados -que cada vez son más y más en este capitalismo robotizado- esa gente no podía saber nada. Simplemente sufre los efectos de la crisis.

Entrevistadora: ¿Crisis sanitaria o crisis económica?

Carlos Marx: Ambas cosas. El capitalismo, como sistema, está trabado. Lo que ya veíamos en la década de los 50 o 60 del siglo XIX, cuando estábamos preparando El Capital -del que, lamentablemente, pude publicar solo el primer tomo, dejándole el trabajo de terminarlo al pobre Federico-, lo que ya en ese entonces era evidente, ahora se agudizó. Las crisis son tremendamente más complejas, más dañinas hoy, dado que la economía está totalmente globalizada. El mundo capitalista estaba en crisis -productiva y bursátil- para fines del 2019. La crisis sanitaria del 2020, o si queremos decirlo de otro modo: la aparición de la pandemia en el escenario mundial, hizo pasar desapercibida la otra crisis. Pero no hay que olvidarlo nunca: el sistema capitalista no ofrece salidas a la humanidad. En sí mismo, como lo hemos dicho tantas veces, no puede solucionar los históricos problemas de la humanidad, porque no está para eso. Es un modo de producción basado en la propiedad privada de los medios de producción, por lo que hay una clase propietaria de los mismos que no cederá su situación de privilegio alegremente. Por el contrario, hará lo imposible por perpetuarse. La lucha de clases está, y el capitalismo no puede terminar con eso. Por ello la salida, la única salida es, como dije una vez en un mensaje dirigido a la Liga de los Comunistas, allá por 1850: “No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”. Quiero decir: la crisis económica sistémica se articula perfectamente con esta crisis de salud. Y allí viene lo llamativo: surge justo cuando el mundo entraba en hervor, con todas las manifestaciones que se venían dando. Además, la enfermedad no es tan letal como otras, por lo que no deja de ser también llamativo -y no digo más que eso: “llamativo”, para no caer en pseudo teorías conspirativas-, no deja de llamar la atención el estruendo, tremendo estruendo mediático que se hace de todo esto, asustando, mandando a la casa a la gente, obligándola a silenciarse. ¿Dónde fueron a parar entonces las luchas sindicales? Pareciera que eso ya salió totalmente del mapa de posibilidades humanas. Lucha sindical de verdad, me refiero; no esa parodia que terminaron siendo los actuales sindicatos, que parecen más bien clubes sociales.

Entrevistadora: Camarada Marx, ¿y qué puede decirnos de las vacunas?

Carlos Marx: Otro aspecto altamente significativo, oscuro, manipulado hasta el hartazgo. Hay investigadores sociales inspirados en el socialismo científico que dicen que allí hay gato encerrado. Repito lo manifestado recién: no puede afirmarse nada en forma categórica en este campo con los insumos de que disponemos. Yo, al menos, no estoy en condiciones de presentar ninguna verdad definitiva. Sin embargo, usted lo ve, van quedando dudas y más dudas. hace tiempo que ciertos grupos ya hablaban de vacunas que servirían para controlar poblaciones enteras. La vacunación, sin dudas, constituye un avance espectacular de las ciencias modernas para beneficiar la calidad de vida de la población. Las vacunas, como agentes preventivos, son sensacionales: salvan vidas. Pero también -y esto no es ciencia-ficción- pueden servir para inocular cualquier cosa. No estoy diciendo que eso vaya a ocurrir con las vacunaciones masivas, a escala planetaria, que ahora se vienen. No. Pero quedan las dudas: ¿cómo es posible que ya se supiera, ni bien empezó la pandemia en los inicios del año 2020, que la única salida era una vacunación universal, y que para ese entonces ya se hablara de doce a dieciocho meses para obtenerla? Llamativo, camarada periodista, ¡altamente llamativo! Una vacuna, hecha con todas las de la ley, necesita entre diez y quince años para salir al mercado. Se siguen así los más estrictos protocolos de seguridad biomédica. Ahora, aunque parezca mentira, con unos muy pocos meses de investigación, sin seguir todos los pasos correctos, aparecen estas supuestas panaceas, que serán comercializadas para toda la humanidad. ¿Negocio prefabricado? Bueno…, abre dudas, ¿verdad? Nadie sabe de los efectos secundarios a mediano y largo plazo; nadie sabe las consecuencias que podrán darse en el futuro. Sucede como con los alimentos transgénicos: se está jugando con fuego.

Entrevistadora: Las grandes empresas farmacéuticas están muy cuestionadas, por cierto.

Carlos Marx: ¡Cómo no iban a estarlo, si se manejan con repulsivos criterios mafiosos! Es más que sabido que estos pocos oligopolios capitalistas, además de producir medicamentos, están vinculados igualmente con la producción de armas químicas y bacteriológicas. Un tanto patético, ¿no le parece? Fabrican por igual cosas para la vida como cosas para la muerte. No olvidar nunca el napalm, o el agente naranja, o los gases tóxicos, el ántrax, esos productos que mataron millones de personas en el mundo. Además, en relación a esas supuestas cosas para la vida que elaboran, hay que abrir miradas críticas, escudriñar en profundidad qué se juega realmente ahí. Del medicamento cubano para paliar los efectos del COVID-19, el Interferón que antes citábamos, no se dijo una palabra en la prensa capitalista. Igualmente, de las vacunas rusa y china se habla poco, más bien se las demoniza. Pero sí se habla de las vacunas de estos grandes laboratorios capitalistas, en la cresta de la ola mediática hoy día: Pfizer, AstraZeneca, Moderna. La gran industria farmacéutica no es bondadosa, piadosa, solidaria: es un negocio capitalista, y como tal, lo único que le interesa es la ganancia. Se pueden producir y vender cosas nocivas, si eso genera dinero. Es monstruoso, pero es así. ¡Eso es el capitalismo! Le cuento que una reciente investigación realizada en Francia reveló que el 50% de los medicamentos disponibles son inútiles, innecesarios, placebos vendidos como efectivos engañando así al público consumidor, el 20% son mal tolerados por quienes lo reciben, y el 5% resultan peligrosos.

Entrevistadora: A la población mundial, de todos modos, no le quedan muchas más alternativas: se nos ha asustado enormemente con la pandemia. De hecho, hay muertos; eso es un hecho. Y la prédica mediática bombardea de continuo con la necesidad de la inmunización. ¡Ha que ponerse la vacuna!, es la directiva obligada.

Carlos Marx: ¡Por supuesto que hay muertos! Eso nadie lo niega. Si bien es cierto que su tasa de letalidad es baja, mucho más baja que otras afecciones, el COVID-19 produce muertes. Por tanto sería un despropósito, una locura no tomarse en serio la afección. De todos modos, creo que es imperativo abrirse estas preguntas críticas, equilibradas, innegablemente necesarias. ¿Por qué este revuelo universal con este nuevo virus? No es la peste bubónica, que mató a un tercio de la población europea en el siglo XIV. El distanciamiento social, la sospecha continua con el otro -¿estará infectado?: ¡cuidado!, ¡puede ser peligroso!-, el quedarse en casa, la semi militarización de la vida cotidiana, todo eso en realidad no augura un mundo de libertades, y mucho menos de críticas hacia el sistema opresor. Se podría pensar en una muy bien orquestada estrategia de control social. Se ha instalado la sospecha respecto al otro como mecanismo de relacionamiento social. Eso no augura buenas noticias. No lo sé, no afirmo categóricamente nada: solo me hago estas preguntas. ¿Podría entenderse todo esto como un triunfo de la clase capitalista global sobre la gran masa trabajadora? Es razonable planteárselo. Permítame decirle que el concepto de vacuna, es decir: microorganismos atenuados o muertos que son introducidos en el organismo de un ser humano buscando provocar la fabricación de anticuerpos- no es aplicable a esto que ahora se comercializa como “vacunas” producidas por las empresas Pfizer-BioNTech o Moderna. En realidad, se está utilizando de manera inapropiada el término “vacuna”, ocultando así la verdadera naturaleza de lo que se va a suministrar, utilizando una palabra que genera confianza en la población. Hasta donde yo sé -e insisto: no soy un experto en el tema, pero me guío por lo que puedo haber investigado, tal como hice con la economía política cuando empecé a estudiar los clásicos ingleses- veo que se trata de la inoculación de ácidos ribonucleicos mensajeros (ARNm), los cuales provocan la fabricación de la “espiga” del virus por nuestras propias células, con lo que se lograría la posterior generación de anticuerpos. Estamos ante un experimento de transgénesis humana a gran escala, único, verdaderamente preocupante. Y, a decir verdad, aunque esto no lo dice para nada la corporación mediática capitalista, no se conocen las consecuencias del experimento. O, si se conocen, son secretos muy bien guardados. Las fórmulas que utilizan estas casas comerciales son secretas y confidenciales, amparándose legalmente en derechos de propiedad. Claro que -y ahí está lo patético- podría haber consecuencias muy graves, quizá con la fertilidad humana, y en relación al sistema inmunológico.

Entrevistadora: ¿Recomendaría no vacunarse entonces?

Carlos Marx: Yo no recomiendo nada en particular, mi querida compañera. Solo llamo a problematizar el fenómeno, a estudiarlo más en detalle, a profundizar los análisis. Solo así podremos actuar luego. En realidad, está muy difícil saber qué hacer. Si estamos ante una estrategia de control social a escala planetaria, parece que el campo popular no sale muy favorecido de todo esto.

Entrevistadora: ¿No es posible confiar en lo que nos dice la OMS, la Organización Mundial de la Salud entonces?

Carlos Marx: Para ser franco, creo que esas instancias supra nacionales no son en absoluto confiables. En todo caso la ONU, durante la Guerra Fría, aunque no servía para mucho, al menos era la caja de resonancia donde las dos grandes superpotencias medían fuerzas. Hoy, con un mundo distinto, la Organización de Naciones Unidas es casi decorativa. O peor: termina siendo un instrumento del capital, juega para la clase capitalista mundial. Por ejemplo, la OMS recibe el 90% de sus fondos de grandes empresas farmacéuticas y de donaciones de mecenas multimillonarios, como la Fundación Belinda y Bill Gates. La misma gente que vende sus productos -parece que Gates, el fundador de Microsoft, está “especialmente” interesado en el desarrollo de esas vacunas. ¿Por qué tanto interés, tanta bondad?- esa gente financia a un organismo que debería ser descentralizado, autónomo. Fíjese esto, por ejemplo: en 1978, en Alma Ata, la capital del por aquel entonces República Socialista Soviética de Kazajstán, se realizó una reunión de todos los ministros de salud del mundo y se fijó la atención primaria como camino para lograr la plena salud de toda la población mundial. Claro que… la atención primaria, que es, en definitiva, prevención, no es negocio para esas grandes empresas que lucran con la salud. Por tanto, solo muy pocos países, Cuba por ejemplo, siguieron esa vía. Valga decir que ese país caribeño, socialista por cierto, tuvo apenas 130 fallecidos por el SARS CoV 2, en tanto en sus vecinos, capitalistas todos, los muertos se cuentan por miles. Lo único que se hace en el campo de la salud en la inmensa mayoría de países, es una práctica puramente curativa, basada en el consumo interminable de medicamentos. Es patético: la consigna de la seccional americana de la OMS, es decir la OPS -Oficina Panamericana de la Salud- es Pro salute novi mundi, en latín: “por la salud del nuevo mundo”. Pero, ¿qué salud?, si estas oficinas terminan avalando lo que les dicen quienes les financian.

Entrevistadora: Para ir concluyendo, estimado camarada Marx: ¿qué hacer entonces?

Carlos Marx: Realmente es una pregunta difícil de responder. Muy difícil, quizá la más difícil que me hayan planteado nunca. Lo que vemos es que cuando termine la pandemia, si es que alguna vez termina, el mundo se habrá recompuesto. Quizá en el plano de las potencias de los Estados-nación, Estados Unidos de América vaya perdiendo hegemonía, y China -en alianza con la actual Rusia, ahora país capitalista con unas fuerzas armadas impresionantes capaces de derrotar a Washington- termine siendo la locomotora que arrastre a los vagones. Pero en cuanto al gran campo popular, a la clase trabajadora mundial, no se ve mucha luz al final del túnel. No pretendo ser agorero, pero el mundo que se puede divisar, tal como están las cosas hoy, no promete mayor justicia, mayor equidad. Por lo tanto, para la gran masa desposeída del planeta, es evidente que la lucha sigue. Las injusticias y la explotación continúan, por lo que también continúan las luchas, aunque hoy se quiere engatusar a la gran masa humana con estos oropeles del consumismo, un teléfono celular de moda, por ejemplo, o el narcótico del deporte profesional que emboba por la televisión. Aunque parezca perimido decirlo en la actualidad, entiendo que lo expresado en 1848 sigue siendo total y absolutamente válido: “Los trabajadores no tienen nada que perder salvo sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. Por lo tanto: trabajadores de todos los países, uníos”.

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