La revolución de independencia de los Estados Unidos (1776) y, ante todo, la Revolución Francesa de 1789, han sido consideradas como hechos que marcan el inicio del capitalismo y de la democracia burguesa. Karl Marx (1818-1883) estudió a fondo ese nuevo modo de producción, que se extendió por los principales países de Europa. A partir de estos procesos y del análisis que hizo de la Comuna de París de 1871, comprendió que el proletariado era la clase conductora de la revolución que acabaría con el capitalismo para dar inicio a una nueva sociedad. Consideró que las condiciones materiales (económicas) y sociales para ese cambio revolucionario estaban maduras en países como Inglaterra y Alemania. Pero en la última fase de su vida, cuando se dedicó a los estudios sobre Rusia y el colonialismo, observó que los procesos revolucionarios igualmente podrían producirse en cualquier país, al madurar las condiciones históricas de su lucha de clases.
Sin embargo, los estudios de Marx sobre América Latina fueron escasos, por más que visualizó su situación colonial y de dependencia. Prácticamente nada llegó a conocer sobre la vida de las poblaciones indígenas de su tiempo, aunque estudió el mundo azteca e inca; y tampoco se adentró en las clases trabajadoras de la región. Esto no invalida sus geniales descubrimientos de las leyes que rigen al capitalismo, los criterios acerca de las democracias burguesas y las posibilidades de la revolución proletaria.
En América Latina fue el peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) el primero en extender la teoría marxista a la comprensión de las condiciones específicas del desarrollo económico y social de la región y, en particular, en países andinos como Perú, con enorme presencia de población indígena. Mariátegui sostuvo que el socialismo peruano no debía ser “ni calco ni copia sino creación heroica” y abogó por un “socialismo indoamericano”. Sus conceptos derivaban del profundo estudio de la historia y las realidades peruanas en el marco del capitalismo de su época, comprendiendo que el marxismo no tenía fórmulas absolutas ni acabadas, sino que era, ante todo, una teoría y un método para estudiar la realidad, como claramente lo había subrayado Marx en su prólogo a El Capital. Esa visión también fue cultivada mientras permaneció exiliado en Italia, donde encontró un marxismo muy creativo, una serie de paralelismos entre la región meridional italiana y la sierra peruana, quedó impactado por el ambiente cultural y político del país, asistió a la fundación del Partido Comunista de Italia (1920) y se empapó con las ideas de Antonio Gramsci (1891-1937).
Al regresar a su país (1923) Mariátegui organizó el Partido Socialista del Perú (1928, después P. Comunista). Tenía claras sus concepciones y las expuso en su obra magna 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (https://t.ly/E4YLO). Las relaciones semi feudales, todavía vigentes en el naciente capitalismo, determinaban la vía específica del socialismo para su país y el potencial revolucionario de los indígenas, cuyo problema no era el de una “etnia oprimida”. Los indígenas formaban parte del proletariado rural junto a los campesinos y era vital su reivindicación sobre las tierras para dar fin a la propiedad latifundista de origen colonial. En las comunidades indígenas radicaba una raíz ancestral: “El comunismo no es para el indio una teoría exótica. Es una reminiscencia, una tradición”. Sin embargo, cabe entender que ese “comunismo” visualizado por Mariátegui no arrastra ni puede implantarse sobre el resto de la sociedad, ya que solo tiene una matriz histórica indígena. En todo caso, fueron tesis que le ocasionaron problemas con la III Internacional Comunista (Komintern, 1919) de Rusia, que solo admitía la lucha de clases con “dictadura del proletariado”. Sin embargo, Mariátegui coincidió con Marx quien igualmente advirtió las potencialidades revolucionarias de la comunidad rural rusa, como lo señaló en la carta a Vera Zasulich (1881), un asunto que también fundamentó las tesis del genial ideólogo peruano (https://t.ly/mkQ9-).
Desde Marx y Mariátegui, el capitalismo de los siglos XX y XXI ha adquirido nuevas características. El proletariado y las clases medias están ampliamente diversificadas. Los indígenas latinoamericanos han alcanzado indudable presencia reivindicando la identidad de sus nacionalidades y pueblos. Tienen organizaciones sólidas y con evidente fuerza política. Las Constituciones de 2008 en Ecuador y 2009 en Bolivia reconocen Estados plurinacionales. Varios líderes indígenas han triunfado en elecciones para gobiernos seccionales y en Bolivia Evo Morales ocupó la presidencia (2006-2019). Hay sectores que se identifican como “mariateguistas” y reivindican al movimiento indígena como una fuerza de izquierda. Pero también existe una “burguesía indígena”, como en Ecuador.
Pero este posicionamiento no ha implicado una misma vía histórica. Destaco el ejemplo de Ecuador. El movimiento de los trabajadores, otrora dividido, logró constituir el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), que libró importantes huelgas nacionales, con amplio apoyo general, durante la década de 1980. Su repliegue se acentuó desde los 90. En cambio, tomó fuerza el movimiento indígena encabezado por la CONAIE (1986) y su partido Pachakutik (1995), que adquirieron notable presencia e importancia al enfrentar las políticas neoliberales y realizar contundentes movilizaciones con respaldo social. Sin embargo, tras romper con el progresista gobierno de Rafael Correa (2007-2017), varios líderes de las centrales sindicales y del movimiento indígena asumieron las posiciones del anticorreísmo inculcado por las derechas políticas. Lastimosamente, desde 2018 también amplias “bases” de las dos fuerzas sociales más importantes de Ecuador fueron influidas por ese posicionamiento, respaldando al gobierno de Lenín Moreno (2017-2021) e incluso dando su voto electoral a favor de G. Lasso (2021-2023) y D. Noboa (2023-hoy). Los tres mandatarios restauraron el modelo neoliberal empresarial-oligárquico, consolidando la segunda época plutocrática del país. De modo que, en el presente, el movimiento obrero carece de fuerza social y representatividad política y el movimiento indígena ha sido seriamente afectado en su antiguo prestigio. Se ha alimentado un retroceso conservador, sin perspectivas de solución en corto tiempo.
El problema planteado obliga a volver sobre Marx y Mariátegui. El fundador del marxismo observó el papel revolucionario del proletariado. Pero hoy toca considerar que los trabajadores son una fuerza social que no se resume en el proletariado industrial sino en múltiples actividades económicas basadas en el trabajo asalariado. Y, de su lado, Mariátegui nunca privilegió al sector indígena como única fuerza revolucionaria, sino que tuvo en claro que el socialismo peruano tendría que unir al proletariado y a los indígenas, abogando por la convergencia entre el campo y la ciudad. Precisamente en 1929 fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú contando como base a los proletarios industriales, la fuerza que en el marxismo clásico es central para la superación definitiva del capitalismo, pero sin dejar de considerar a los indígenas.
En el presente histórico es evidente que trabajadores e indígenas tienen el desafío de unir fuerzas para hacer viable un proyecto de cambio social. La revolución, como la previeron Marx y Mariátegui, es un proceso en construcción y que requiere de la conciencia política de las clases llamadas a impulsarla. Marx siempre estuvo muy claro: “La emancipación de las clases obreras debe conquistarse por las clases obreras mismas”. Así lo escribió en el Preámbulo a las Reglas de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) fundada en 1864. Nadie puede hacer transformaciones a nombre de otros. O dicho al estilo latinoamericano: “solo el pueblo salva al pueblo”.
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