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Marxismo y política transicional. Debate con el profesor Valenzuela desde Chile

Fuentes: Rebelión

En su número del 31 de mayo la revista “Ideas Socialistas” (Chile) publica un artículo del profesor Juan Valenzuela, en el cual el autor realiza una defensa de la supuesta actualidad del Programa de Transición de Trotsky. A pesar de que el profesor sostiene que no se trata de «leer textos clásicos como “biblias”», hace una defensa cerrada de las ideas expresadas por el revolucionario ruso en su famoso texto político.

Y era que no. En dicho escrito se establecen, incluso más que otros del propio Trotsky, los lineamientos fundamentales del trotskismo y su política. Si ningún marxista puede renegar del Manifiesto Comunista de Marx y Engels; lo mismo ocurre con cualquier militante trotskista con respecto al Programa de Transición. Es un texto fundacional del trotskismo como corriente política dentro del marxismo.

La importancia de dicho texto no está tanto en las reivindicaciones concretas que Trotsky plantea en el contexto previo al estallido de la II Guerra Mundial, sino en la “lógica” que plantea. Hay en él una serie de presupuestos acerca de las perspectivas del capitalismo, de la lucha de clases y de la dialéctica de la conciencia de la clase trabajadora, que hasta el día de hoy sirven de directrices para la elaboración de las plataformas programáticas y reivindicaciones de las organizaciones trotskistas.

A continuación, proponemos entablar una discusión con lo planteado por el profesor Valenzuela en su artículo. Se trata de relevar los fundamentos de la elaboración política socialista, que no coinciden precisamente con los de la concepción transicional del trotskismo. En rigor, la importancia de la discusión transciende los límites del trotskismo y el círculo de sus organizaciones, ya que otras organizaciones de izquierda, provenientes de vertientes del marxismo, también adoptan una lógica similar a la transicional en sus plataformas reivindicativas.

Agradecemos a la revista Ideas de Izquierda la posibilidad de llevar a cabo este debate. No es común hoy en las organizaciones de izquierda abrir la discusión sobre los fundamentos en los que descansa su acción política.

  1. Lenin, ¿exponente de la política transicional?

A modo de buscar referentes dentro del marxismo –distintos a Trotsky– que hayan levantado políticas transicionales, el profesor Valenzuela remite a la autoridad de Lenin para avalar la pertinencia de tal tipo de política en los tiempos actuales. Deja entrever que el líder bolchevique habría puesto en práctica una política transicional en su famoso escrito de 1917 La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla. Pero, ¿es así?

La respuesta es no. Pero para ver por qué Lenin no pudo ser un exponente de la política transicional, y por qué efectivamente no lo fue, es necesario establecer los términos del problema.

Las medidas transicionales (prohibición de despidos, control obrero, etc.) son reivindicaciones que cuestionan el régimen de propiedad privada capitalista de los medios de producción. Son «medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción»[i]. Por dicha razón, Marx hablaba que «son y deben ser contradictorias en sí mismas»[ii].

Las medidas transicionales no son invento de Trotsky, de hecho están contempladas en el Manifiesto Comunista por Marx y Engels. Sin embargo, y esto es lo clave, su aplicación está sujeta –como condición necesaria– al acceso de los trabajadores al poder. O sea, el derrocamiento de la burguesía y el establecimiento de un poder revolucionario obrero. Textualmente Marx y Engels hablan previamente del «proletariado organizado como clase dominante», de modo que este «se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital»[iii].

Sin la condición de la conquista del poder político por parte de la clase trabajadora dichas medidas pierden todo sentido. Esta es la razón por la cual ningún marxista hasta antes de Trotsky había levantado este tipo de reivindicaciones como núcleo de los programas socialistas y de la acción de masas entre los trabajadores. Por el contrario, estos siempre establecieron la distinción, nítida y clara, entre el programa mínimo (reivindicaciones de la clase trabajadora dentro del capitalismo) y máximo (conquista del poder y abolición de la propiedad privada de los medios de producción).

La novedad que añade Trotsky no son, por tanto, las reivindicaciones transicionales en sí mismas, sino convertirlas en el eje de la elaboración programática y de la  acción propagandística y agitativa socialistas. Pretendía así establecer un “puente” que, de alguna forma, mediara entre el programa mínimo y máximo, y que a su vez “ayudara” a las masas trabajadoras a alcanzar una conciencia revolucionaria.

Tal es el punto de nuestro cuestionamiento y discrepancia con el profesor Valenzuela.

Dicho lo anterior, volvamos al texto de Lenin. ¿Fue Lenin exponente de la política transicional en La catástrofe…?

Hay que recordar que todo el eje de la política bolchevique en 1917, según lo estableciera Lenin en las Tesis de abril, giraba en torno a esclarecer a las masas el carácter de clase del gobierno provisional. Para Lenin se trataba de un gobierno que representaba los intereses de la burguesía y los terratenientes, de allí que los soviets debían quitarle toda confianza y asumir directamente las riendas del poder del Estado.

Considerando la caracterización hecha por Lenin, ¿no resulta raro que haya levantado una plataforma reivindicativa exigiéndole (sic) a tal gobierno que aplicase medidas de transición… ¡al socialismo!? ¿No hay algo incoherente en este cuadro? ¿Cómo puede un gobierno burgués aplicar medidas de transición al socialismo? ¿Es que Lenin olvidó todo materialismo en La catástrofe…?

A pesar de todo, esto es precisamente lo que plantea el profesor Valenzuela en su artículo, al sostener que las medidas levantadas por Lenin en La catástrofe… «Las plantea como una exigencia al gobierno provisional [sic] con el objetivo de regular la economía en un momento especialmente crítico en el contexto de la guerra»[iv].

El caso es que Lenin no planteó su plataforma en los términos que dice el profesor. En efecto, lo que hace Lenin, en sus propias palabras, es delinear un «programa de todo gobierno realmente revolucionario que quiera salvar a Rusia de la guerra y el hambre»[v]. Al menos que el profesor Valenzuela sostenga que Lenin creía que el gobierno provisional era un “gobierno realmente revolucionario”, habría una contradicción flagrante al interior de la práctica política del líder bolchevique. Una suerte de disonancia cognitivo-política.

Pero la cosa es aún más clara. Lenin es enfático al establecer las condiciones de realización del programa que levanta. Según este, «es precisamente la conquista del poder por el proletariado [énfasis nuestro], con el Partido Bolchevique a la cabeza, lo único [énfasis nuestro] que podría poner fin a los abusos de Kerenski y Cía., restaurar la obra de las organizaciones democráticas de abastos, aprovisionamientos, etc., saboteada por Kerenski y su gobierno». Y más claro aún, «para ello [o sea, para poner en práctica la serie de medidas contempladas en el texto] es necesaria [énfasis nuestro] la dictadura revolucionaria de la democracia, dirigida por el proletariado revolucionario; es decir, para ello la democracia debe ser revolucionaria de verdad. Ahí está el quid de la cuestión»[vi].

Para entender por qué las medidas de Lenin no podían haber sido –ni fueron– planteadas como una “exigencia” al gobierno provisional, es crucial el hincapié que hace en la importancia de dicho programa «siempre y cuando se implantase por la vía democrática revolucionaria»[vii].

¿Cómo responde entonces el profesor Valenzuela a eso de que Lenin hubiese podido “exigirle”, ¡en un mismo escrito!, algo a un gobierno cuando, según sus propias palabras, la solución pasaba necesariamente por su derrocamiento previo? El planteamiento del profesor Valenzuela constituye simplemente una adulteración de la concepción de Lenin.

La cuestión central es que, al menos en Lenin y el marxismo, las medidas transicionales no se plantean «como medidas preparatorias para el ejercicio del poder»[viii]; sino, por el contrario, como expresión misma del ejercicio del poder revolucionario de la clase trabajadora. En palabras mismas de Lenin, «esta “pequeña diferencia” tiene  una importancia muy esencial»[ix].

La imagen del profesor Valenzuela respecto al texto de Lenin no es correcta. No se puede asimilar dicho texto al Programa de Transición de Trotsky, ni presentar a Lenin como un exponente de la política transicional. Son sencillamente criterios distintos que en este aspecto guiaban a Lenin y a Trotsky.

Por otra parte, en su afán encajar la figura de Lenin dentro de los moldes transicionales, el profesor Valenzuela plantea que el contexto de guerra mundial habría hecho necesaria una profunda revisión de la separación entre el programa mínimo y máximo, cosa que precisamente recogería el texto La catástrofe…. Citamos en extenso los planteamientos del profesor:

cuando estalló la guerra imperialista –abriéndose una época de crisis, guerras y revoluciones (Lenin) –, el problema del poder de los trabajadores se hizo un problema político presente y vital para hacerle frente a las consecuencias nefastas de la guerra (que Lenin describe en La catástrofe que nos amenaza…). En ese nuevo marco, la vieja separación entre programa mínimo (posible hoy) y programa máximo (el socialismo futuro) se hizo cada vez más obsoleta. Al transformarse la toma del poder por la clase trabajadora en un problema político presente y vital, dada la magnitud de la crisis económica y social derivada de la guerra y el posterior triunfo de la Revolución rusa, esa separación no sólo mostró su falla teórica, sino que pasó a ser un instrumento de la reacción para evitar que los trabajadores conquisten el poder[x].

Aseveraciones de grueso de calibre. La distinción entre programa mínimo y máximo no solo habría quedado “obsoleta” en el contexto de guerras y catástrofes, sino que, aparte de denotar una “falla teórica” (sic), pasó ni más ni menos “a ser un instrumento de la reacción” (sic). El profesor no se va por las ramas, toma directamente el toro por las astas… pero, ¿es eso lo que Lenin expresaba en La catástrofe…? ¿Modificó su concepción a raíz del contexto aludido?

El profesor yerra nuevamente, ya que Lenin insistió en la “falla teórica” de la distinción entre programa mínimo y máximo, tanto antes como después de La catástrofe….

Así, antes, a fines de 1915, o sea cuando ya había estallado la guerra y sus rigores se hacían sentir sobre la clase trabajadora rusa, Lenin planteaba (citamos en extenso):

A la pregunta de qué haría el partido del proletariado si la revolución pusiera el poder en sus manos  en la guerra actual, contestamos: propondríamos la paz a todos los beligerantes con la condición de que se diese la libertad a las colonias y a todos los pueblos dependientes, oprimidos y despojados de derechos. Ni Alemania, ni Inglaterra y Francia, bajo sus actuales gobiernos, aceptarían esta condición. Nos veríamos obligados entonces a preparar y librar una guerra revolucionaria, es decir, no solo aplicaríamos, con las medidas más enérgicas, todo nuestro programa mínimo, sino que también trabajaríamos sistemáticamente para lograr una insurrección en todos los pueblos oprimidos […]; al mismo tiempo, y en primer lugar, llamaríamos a la insurrección al proletariado socialista de Europa contra sus gobiernos […][xi]

Como se ve, Lenin releva toda la importancia que tiene el programa mínimo para la acción política revolucionaria de las masas trabajadoras, incluso ya con las riendas del poder entre las manos. Recordar aquí también que el derecho a la autodeterminación de las naciones figuraba dentro del programa mínimo de la socialdemocracia rusa.

Sin embargo, posteriormente a La catástrofe… también siguió reivindicando la importancia del programa mínimo. Fue precisamente en el marco de la revisión del programa de 1903 que el partido bolchevique abrió en 1917, que Lenin profundizó teóricamente en la diferenciación de este, y por qué a su juicio debía seguir en pie, a pesar de que los bolcheviques se encontraban ad portas de la toma del poder.

En concreto, nos remitimos aquí al texto Revisión del programa del partido, que data de octubre de 1917; mientras que La catástrofe… es de septiembre del mismo año. En el texto, Lenin se hace cargo detenidamente de la posición de Bujarin y Smirnov, que presentaba mucha coincidencia con los actuales planteamientos transicionales del trotskismo, en general, y del profesor Valenzuela, en particular.

Según Lenin, Bujarin y Smirnov eran de la idea de que la «división en programa máximo y programa mínimo es “anticuada” [obsoleta diría el profesor Valenzuela]». Por lo tanto, «nada de programa mínimo; directamente el programa de medidas de transición al socialismo»[xii].

Al respecto, Lenin contra argumentaba lo siguiente:

Al tomar el poder, no tememos de ningún modo rebasar las fronteras del régimen burgués, sino que, por el contrario, decimos clara, directa, definida y abiertamente, que nosotros traspasaremos esos límites, que marcharemos sin temor hacia el socialismo, que nuestro camino pasará por una república de soviets, por la nacionalización de los bancos y cártels, por el control obrero […][xiii]

Enfatizaba el problema del poder, y la cadena de eventos que la conquista de este gatillaba en relación al programa mínimo.

Sería una jactancia vana, pues en primer lugar, debemos conquistar el poder, cosa que aún no hemos hecho. Debemos primero aplicar medidas de transición al socialismo, debemos llevar adelante nuestra revolución, hasta el triunfo de la revolución socialista mundial, y solo entonces, “cuando podamos cantar victoria”, podremos suprimir por inútil el programa mínimo[xiv].

De este modo, frente a los planteamientos transicionales concluía:

Es por tanto ridículo suprimir el programa mínimo, indispensable, mientras vivamos dentro del marco de la sociedad burguesa, mientras no hayamos destruido ese marco, mientras no hayamos logrado los requisitos fundamentales para pasar al socialismo, mientras no hayamos aplastado al enemigo (a la burguesía), y no solo aplastado sino destruido[xv].

Si fuera correcta la imagen de Lenin –que no lo es– como representante de la política transicional que el profesor Valenzuela sugiere en su interpretación del texto La catástrofe…, tendríamos un Lenin que salta, como quien cambia de camisa, de defensor de la importancia del programa mínimo, y su distinción respecto al máximo, a precursor y exponente de la política transicional, para luego volver, solo un mes después, a ser un ferviente defensor del programa mínimo por sobre uno basado en exigencias transicionales. Puesto de otro modo, pese a tener frente a sus narices todo el escenario de guerra y catástrofe, al final Lenin habría perseverado, después de un breve episodio de fiebre transicional, en la “falla teórica”, que pasa a ser “un instrumento de la reacción”, de la separación entre programa mínimo y máximo. ¿Alguien puede entender algo?

El cuadro acerca de las posiciones de Lenin sobre la separación entre programa mínimo y máximo no es como pretende pintarlo el profesor Valenzuela. Lejos de considerarla como una “falla teórica” y un “instrumento de la reacción”, siempre defendió tal separación. De hecho, la ruptura entre bolcheviques y mencheviques no radicó en cuestiones programáticas. El programa de 1903 se mantuvo hasta el final de la revolución, y cuando se emprendió su revisión Lenin relevó la importancia del programa mínimo en contra de las posiciones transicionales. Los puntos de discrepancia con el menchevismo no eran entonces de orden programático, sino organizativos (concepción del partido) y de táctica política (participación en un eventual gobierno revolucionario durante la revolución democrática). En tanto que su ruptura con el reformismo en el plano internacional tuvo que ver con la traición de este a los principios del socialismo, en particular del internacionalismo, cuando los partidos de la II Internacional decidieron apoyar a sus respectivos gobiernos en la guerra. No obstante, Lenin siempre miró como modelo el programa del partido socialdemócrata alemán[xvi].

El profesor Valenzuela puede argumentar que la política transicional no niega la necesidad e importancia de elaborar un programa mínimo de lucha, a pesar de que la distinción con respecto al programa máximo sea una “falla teórica” y un “instrumento de la reacción”, siempre y cuando las reivindicaciones allí contenidas “conserven algo de su fuerza vital” (¿?). Sin embargo, la “lógica” de la política transicional, al convocar a las masas trabajadoras a exigir de los gobiernos burgueses la puesta en práctica de medidas de transición al socialismo como formas “preparatorias para el ejercicio del poder”, rompe con los presupuestos básicos de la acción política revolucionaria defendida tradicionalmente por el marxismo. Es por esto que, a excepción de Trotsky, el profesor Valenzuela no puede –ni podrá– encontrar, so pena de forzar las comparaciones y falsear sus verdaderos planteamientos, apoyo entre los principales referentes marxistas que avalen dicho tipo de política.

  • Presupuestos y consecuencias de la política transicional

Ahora bien, la discrepancia de los criterios de elaboración político-programáticos de Lenin, y de cualquier otro marxista, con respecto a los transicionales es algo finalmente secundario. Es solo un ejercicio de rigor histórico. Como marxistas, podemos estar o no de acuerdo con Lenin. Discrepar con él no es ningún pecado, mal que mal bien pudo haberse equivocado es este o en cualquier otro aspecto. Si así fuera, Trotsky habría superado a Lenin con su propuesta de programa de transición, y aportado de paso al avance de la política marxista. Lo que también es perfectamente posible.

Por otra parte, también puede haberse dado el caso de la aparición de nuevos fenómenos en la realidad, y que en consecuencia la teoría requiera un ajuste para dar cuenta de ellos. Esta es la línea que desarrolla Trotsky en su famoso texto.

En este sentido, lo importante entonces es radicar la discusión de la política transicional en sus presupuestos y consecuencias, más que en si se encuentran referentes dentro del marxismo que la avalen o no.

  1. Presupuestos

Como bien lo expresaba Trotsky en el Programa de transición[xvii], y lo reafirma el profesor Valenzuela en su artículo, en general la política transicional descansa sobre una visión estancacionista del capitalismo. Se trata de un presupuesto fundamental, ya que de la supuesta incapacidad del capitalismo para seguir desarrollando las fuerzas productivas el trotskismo deriva la situación eminentemente revolucionaria que conlleva la acción reivindicativa de las masas trabajadoras, frenada por la acción de la burocracia sindical y del capitulacionismo de los partidos reformistas.

Una falencia importante de dicha argumentación radica en que se apoya en una concepción fuertemente economicista de la dialéctica entre luchas y conciencia revolucionaria de las masas trabajadoras. A mayores privaciones producto del cuadro estancacionista, mayor disposición revolucionaria mostrarán los trabajadores, ya que sus reivindicaciones chocarán indefectiblemente con lo que la burguesía puede dar. De allí que la política transicional se proponga “doblar la apuesta” de las reivindicaciones mínimas como forma de elevar la conciencia de los trabajadores.

Sin embargo, la cuestión es que el cuadro estancacionista sobre el que descansa la política transicional no corresponde a la realidad del desarrollo capitalista. Si bien este pasa por momentos de grandes convulsiones y retrocesos, la tónica es la de crecimiento y desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es la concepción marxista básica del capital y su modo de producción, confirmada además por la realidad. De allí que no sea cierto eso de que no haya espacio para las luchas reivindicativas mínimas de los trabajadores dentro del capitalismo, como sostienen los exponentes de la política transicional.

Bajo dicha visión estancacionista, el profesor Valenzuela intenta poner al mismo nivel tres textos del marxismo, tan distintos entre sí, como son el Manifiesto comunista, La catástrofe… y el Programa de transición. Sostiene que «el objetivo es el mismo en este tipo de documentos: marcar ciertos objetivos urgentes para actuar en un escenario complejo, donde está en juego la vida misma de los trabajadores»[xviii].

Si por “donde está en juego la vida misma de los trabajadores” se entiende como una situación de pauperización y descomposición material generalizada derivada de un escenario de catástrofe económica, lo que sostiene el profesor Valenzuela simplemente no es correcto. En efecto, la época en que Marx y Engels actúan, y de la cual da cuenta el Manifiesto comunista, es caracterizada como una en que «la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción»[xix]. Un cuadro muy distinto al de «las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer»[xx] con el que Trotsky caracteriza toda la época contemporánea del capitalismo, estableciéndola además como la “premisa económica” de la revolución proletaria en el Programa de transición.

En cuanto a La catástrofe…, tratándose de un texto eminentemente de coyuntura política, salvo alusiones al final acerca de las formas capitalistas monopolistas y monopolistas de Estado, el acento no está puesto en la caracterización de las tendencias del desarrollo capitalista. Lo que sí es claro es que no se encuentra por ningún lado que el líder bolchevique explique la situación de catástrofe de la economía rusa por alguna suerte de rasgo permanente del capitalismo de la época.

  1. Consecuencias

En la izquierda, las concepciones catastrofistas, que pintan una imagen del capitalismo contemporáneo de degeneración y decadencia generalizada, tienden a tomar dos formas de escapismo en lo político. La primera, que constituye un escape “hacia atrás”, consiste en idealizar formas sociales de producción pre y pequeñoburguesas como solución de las contradicciones capitalistas. La otra, de la cual la política transición es expresión, consiste en un escapismo “hacia delante”. Ambas, sin embargo, son finalmente opciones escapistas, que evaden una serie de estadios del desarrollo de la conciencia y de la lucha de clases revolucionaria de las masas trabajadoras.

En dicho marco, es preciso establecer las consecuencias que conlleva la política transicional, y que, a nuestro juicio, la hacen necesariamente fracasar como opción para las luchas de los trabajadores.

  1. Objetivos absurdos para la acción política

La primera consecuencia es que fija objetivos políticos evidentemente absurdos para la acción de las masas. En efecto, se le “exige” a gobiernos burgueses que apliquen medidas de transición al socialismo como formas “preparatorias del para el ejercicio del poder” por parte de los trabajadores, convocando además a estos a luchar por tal tipo de exigencias. Todo esto a manera de “puente” que “supere” «la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia»[xxi]. No es extraño entonces toda la impotencia política que exhibe la concepción transicional y su dificultad para lograr un verdadero arraigo de masas en la clase trabajadora.

El problema radica en que, como lo expresa el profesor Valenzuela, «para nosotros, no se trata de ponernos a definir a priori qué es lo realizable y qué es lo irrealizable en el capitalismo»[xxii]. Un singular criterio para alguien que adscribe a una visión científico-materialista de la política. Si no hay una definición “a priori” de lo que es “realizable” e “irrealizable” dentro del capitalismo, ¿qué impide entonces que los militantes del PTR (Chile) no salgan exigir paz y amor al gobierno de Piñera?[xxiii]

Se trata de una cuestión central en cualquier elaboración política desde una perspectiva materialista, y más aún dentro del marxismo. De hecho, precisamente respecto a las medidas transicionales Engels, en su polémica con Heinzen, le reprochaba que aquel «no se preocupa en lo más mínimo de la posibilidad material de sus propuestas»[xxiv].

Aquí es donde entra a jugar toda la preponderancia de la teoría. Cuando aquella falla –y la política transicional tiene indudablemente fallas importantes en dicho ámbito–, los yerros en la política son inevitables. Resulta pertinente la reflexión de Rosa Luxemburgo en relación a que:

Si los partidos socialistas no tuvieran un criterio objetivo para establecer claramente lo que corresponde a los intereses de clase del proletariado y se dejaran guiar por lo que ciertas personas consideran bueno o útil para los trabajadores, los programas socialistas serían una colección caprichosa de deseos subjetivos y casi siempre utópicos [que es precisamente lo que ocurre con las plataformas transicionales].

[…] la actual socialdemocracia deduce sus intereses inmediatos (las demandas del proletariado actual) y sus objetivos de largo plazo […] a partir del análisis del desarrollo objetivo de la sociedad, con el fin de cerciorarse de sus intereses reales e identificar los medios materiales para su realización.[xxv]

Sostenía que, en base a su concepción científica, el marxismo era enemigo de «soluciones radicales, maravillosas y biensonantes a los problemas sociales». Advertía que:

[…] siempre habrá partidos socialistas que, sin las “trabas” que suponen las doctrinas científicas, tengan a punto en sus bolsillos regalos maravillosos para todo el mundo que superen con creces nuestras propuestas.

En contraste,

La socialdemocracia […] asienta firmemente sus aspiraciones en terreno histórico y, por consiguiente, tiene en cuenta las posibilidades históricas [¡cuánta diferencia con respecto al profesor Valenzuela en eso de que “no se trata de ponernos a definir a priori qué es lo realizable y qué es lo irrealizable en el capitalismo”!]. El socialismo marxiano difiere de todos los demás socialismos [en este caso el socialismo transicional] porque, entre otras cosas, no finge tener parches en sus bolsillos para tapar todos los agujeros que ha creado el desarrollo histórico.[xxvi]

En síntesis, el criterio del profesor Valenzuela lo único que logra finalmente es dejar abiertas de par en par las puertas al voluntarismo y al subjetivismo en política, lo que redunda finalmente en el absurdo.

  • Colaboracionismo de clases

El absurdo hasta ahora salva a los políticos transicionales, en el sentido que finalmente nunca es posible poner en práctica sus plataformas reivindicativas. Sin embargo, la otra consecuencia importante de la política transicional es que, al exigir a gobiernos burgueses medidas que corresponden al programa histórico de una clase antagónica, termina convirtiéndose en un ejercicio de conciliación de clases. Esto a pesar de lo “radical” que superficialmente suenan sus reivindicaciones, y a contrapelo de las buenas intenciones de sus propios exponentes.

Una vez más es necesario fijar los términos del problema. Cuando Engels se refería a las medidas «que los comunistas proponen para preparar el camino hacia la abolición de la propiedad privada», era enfático en recalcar que:

[…] todas estas medidas son, como medidas revolucionarias, no solo posibles, sino incluso necesarias. Son posibles, porque está tras ellas todo el proletariado puesto en pie, apoyándolas con las armas en la mano.

El problema surge cuando falta dicho elemento. En ese caso, cuando

No se las relaciona con una situación revolucionaria, sino con una situación pacífica, burguesa. Con ello, estas medidas se tornan en imposibles y, al mismo tiempo, en medidas reaccionarias.[xxvii]

El problema fundamental de la política transicional en este aspecto radica en pretender erigir este tipo de medidas en desencadenantes de la situación revolucionaria misma, antes que como, lo sostienen los marxistas, en expresión del ejercicio del poder revolucionario de los trabajadores una vez derrocada la burguesía.

Y en efecto, la aplicación de medidas transicionales dentro de los marcos del capitalismo y el dominio político de la burguesía solo puede desfigurarlas notablemente. De allí que Engels hablara de que, a falta de una situación revolucionaria, se tornan “en medidas reaccionarias” (sic), por lo cual no pueden servir de base para la acción reivindicativa de los trabajadores antes de que resuelvan la cuestión del poder político del Estado.

Desconectadas de un poder político revolucionario, la gran mayoría de las medidas transicionales (nacionalizaciones, control obrero, impuestos, etc.) cobran un marcado sesgo economicista –una constante de la política transicional–, retrotrayendo a los trabajadores a un nivel corporativo de organización y conciencia, y dejándolos expuestos a la manipulación burguesa. ¿Qué avance hacia el socialismo y en la conciencia de los trabajadores hay, por ejemplo, en la participación de los sindicatos en los directorios de empresas del capitalismo de Estado como ENAP y Codelco? Pues ninguno, solo un colaboracionismo de clases con el Estado propietario capitalista mediado por la burocracia sindical.

Por si fuera poco, el colaboracionismo de clases que subyace en la política transicional termina también permeando a las propias organizaciones políticas. Estas quedan indefectiblemente expuestas a la influencia de formas ideológicas burguesas y pequeñoburguesas. No es extraño, por ejemplo, que se eche mano a argumentos de expoliación financiera para explicar la miseria que aqueja a los trabajadores, o que hasta el día de hoy haya dirigentes transicionales que defiendan el haber cerrado filas en torno a la dictadura argentina en la aventura militar de las Malvinas, sin que aquello cause escándalo ni proteste ningún militante. ¿Simple casualidad?

  • Conclusión

Al margen de los méritos que pueda tener Trotsky como teórico marxista –y que sin duda, a nuestro juicio, los tiene, y muchos–, discrepamos con el profesor Valenzuela en la reivindicación  de la actualidad del Programa de Transición para la elaboración política en los tiempos actuales. La política transicional que en él se funda tiene graves problemas teóricos en cuanto a la caracterización de la dinámica capitalista (cese del desarrollo capitalista) y de la dialéctica de la lucha de clases y la conciencia revolucionaria de los trabajadores (economicismo).

Más que emprender una defensa cerrada de su actualidad, habría que más bien llevar a cabo una profunda revisión con respecto a los presupuestos teóricos en que descansa y las consecuencias para la acción política que conlleva. Este ejercicio supera en rigor el círculo de las organizaciones identificadas con el trotskismo, extendiéndose a todo el radio de las organizaciones de izquierda cuya elaboración programática y reivindicativa descansa sobre la base de la política transicional.

La incapacidad sistemática de estas organizaciones para ofrecer una alternativa política revolucionaria a las masas trabajadoras está, en parte, explicada por las propias debilidades de tal concepción. A nuestro entender, y según lo expuesto aquí, no es extraño que ninguna plataforma reivindicativa transicional haya logrado concitar hasta el momento un real y duradero apoyo de masas entre los trabajadores, y para qué hablar del éxito de una política revolucionaria basada en sus presupuestos.

Junio 2020


[i] Carlos Marx y Federico Engels: Manifiesto del Partido Comunista en Obras Escogidas, tomo I, Editorial Progreso, URSS, 1974, p. 129.

[ii] Carta de Marx a Sorge (30/6/1891) en Carlos Marx y Federico Engels: Correspondencia, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1972, p. 333.

[iii] Carlos Marx y Federico Engels: Manifiesto…, op. cit, p. 129. Énfasis agregados.

[iv] Juan Valenzuela: El “Programa de transición” y su actualidad frente a la crisis en curso. Disponible en: https://www.laizquierdadiario.cl/El-Programa-de-Transicion-una-lectura-para-la-crisis-en-curso. Destacados nuestros.

[v] V.I. Lenin: La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla en Obras Escogidas, tomo VII, Editorial Progreso, Moscú, 1977, p. 181. Los destacados son del original.

[vi] Ibíd., pp. 206 y 209.

[vii] Ibíd., p. 181.

[viii] Juan Valenzuela: El “Programa de transición”…, op. cit. Énfasis agregados.

[ix] V.I. Lenin: La catástrofe… op. cit., p. 185.

[x] Juan Valenzuela: El “Programa de transición”…, op. cit. Énfasis agregados.

[xi] V.I. Lenin: Algunas tesis en Obras completas, tomo XXIII, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970, pp. 34-35.

[xii] V.I. Lenin: Revisión del programa del partido en Obras completas, tomo XXVII, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970, p. 282.

[xiii] Ibíd. Destacados agregados.

[xiv] Ibíd., p. 283.

[xv] Ibíd., p. 283-284.

[xvi] «No nos asusta en absoluto decir que queremos imitar el programa de Erfurt. No puede haber inconveniente alguno en imitar lo bueno, y hoy, cuando es tan frecuente oír críticas oportunistas y ambiguas respecto de este programa, consideramos un deber nuestro pronunciarnos francamente en su favor». V.I. Lenin: Proyecto de programa de nuestro partido en Obras completas, tomo IV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1969, p. 239.

[xvii] Véase León Trotsky: Programa de transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional, Ediciones Espartaco, 2014.

[xviii] Juan Valenzuela: El “Programa de transición”…, op. cit. Énfasis agregados.

[xix] Carlos Marx y Federico Engels: Manifiesto…, op. cit, p. 114. Énfasis agregados.

[xx] León Trotsky: Programa de transición…, op. cit., p. 5.

[xxi] Juan Valenzuela: El “Programa de transición”…, op. cit.

[xxii] Ibíd.

[xxiii] En forma muy similar al profesor Valenzuela, una vez le pregunté a un dirigente de una organización de izquierda no trotskista por las reivindicaciones que levantaban, y me respondió con un bello verso de Silvio: «he preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado». Lamentablemente la política no es lo mismo que la música.

[xxiv] Federico Engels: Los comunistas y Karl Heinzen en C. Marx y F. Engels: Obras fundamentales, tomo 2, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 616.

[xxv] Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional y la autonomía, El Viejo Topo, España, 1998, p. 73.

[xxvi] Ibíd., pp. 33-34. Énfasis agregados.

[xxvii] Federico Engels: Los comunistas…, op. cit., pp. 644-645.