Mucho se ha hablado del aumento de la violencia de género interpersonal o directa en el contexto de contingencia sanitaria por la pandemia producida por la masiva propagación del SARS-CoV-2.
Sin ir más lejos, esta semana se alertaba sobre un aumento del orden del 500% de las denuncias por violencia intrafamiliar en la comuna de Providencia, en Chile 1/. Este no es un fenómeno que se haya observado tan solo en nuestro país, sino que se ha desarrollado a nivel mundial, haciendo que incluso la ONU recomendase a los países generar estrategias y políticas públicas orientadas a prevenir y contener este fenómeno de incremento de la violencia de género interpersonal en el contexto de la pandemia 2/.
Ahora bien, en cuanto a las explicaciones de este fenómeno, poco se ha escrito, y se ha identificado casi como única justificación de dicho aumento las medidas de protección adoptadas por los gobiernos para evitar la propagación; en particular, la medida de la cuarentena. No puedo si no estar de acuerdo con que esa medida sin duda aumenta el riesgo de la violencia de género directa, sobretodo en países como Chile, en los que la mayor tasa de violencia se encuentra aún en el contexto del hogar. Sin embargo, me parece que el análisis soporta mucho más que eso, e intentaré desarrollar en las líneas siguientes algunas intuiciones sobre posibles fundamentos que permitan abrir más el debate.
Comprendiendo la violencia de género como un dispositivo que disciplina la fuerza de trabajo, permitiendo la mantención y reproducción de un sistema que divide socialmente los trabajos –generizadamente–, este fenómeno no puede decir relación tan solo con la “oportunidad” de ejercer dicha forma específica de violencia, sino que también debe decir relación con otros movimientos más generales que exigen que ella se despliegue en este contexto concreto. Si el contexto de pandemia no sólo ha significado una situación de crisis sanitaria sino que también una agudización de una crisis económicaque se venía encubando desde el 2008-9 y que hoy promete lo números más complejos de recesión vistos desde la crisis del 83’ 3/, esto ha de tener alguna relación también con el fenómeno que analizamos acá.
Aunque algunas autoras han evidenciado, en una u otra medida, una conexión entre la agudización de la precariedad de las condiciones objetivas de la clase trabajadora y el aumento de la violencia de género 4/, pareciera ser que de ello no mucho se ha elaborado. Sin embargo, esta no debiese ser para nosotras, en tanto feministas socialistas, una sorpresa. Si lo que define la masculinidad es la posibilidad de “ejercer” el ser hombre, es decir, el realizar las actividades que te asemejan a ese colectivo que se nombra a si mismo de forma históricamente concreta como “hombre”, ello se traduce en la posibilidad de realizar trabajos que permitan estar siendo hombre –generalmente productivos–. Ello no es un desarrollo puramente individual, sino que requiere el reconocimiento como tal de ese conjunto al que habla, los demás hombres, a lo menos virtualmente, y así también por toda la comunidad. En un contexto en el que la agudización de la precariedad se radicaliza y en el que la ofensiva contra el trabajo se despliega de forma acelerada –despidos masivos, incapacidad de realizar trabajo informal, pérdida de remuneraciones–. lo que se pone en duda es, finalmente, ese lugar que se ocupa en la división social del trabajo generizada, pues se pierde la posibilidad de realizar la actividad que te define en esa relación. Lo que se pone en duda es, entonces, el lugar del trabajador asalariado, el lugar de lo hombre.
La respuesta a este fenómeno, entonces, solo puede venir aparejada del dispositivo encargado de mantener la estructura del trabajo, mediante la actividad de disciplinar fuerza de trabajo para cumplir las tareas que les corresponden, cualificándolas como trabajadoras – “recordarle a la mujer su lugar”–. Ello, en negación, es reafirmar el lugar de lo hombre en esa relación, mediante una acción performática, es decir, que tiene un significado -“no soy eso que es la mujer, por lo tanto soy hombre”-. Eso permite delimitar el espacio en el que se desarrollo lo opuesto –mujer– para reafirmar lo propio –hombre–, y de esa forma esperar el reconocimiento del conjunto del cual se espera pertenecer –el conjunto de todos los hombres–. Todo ello, por supuesto, en una estructura binaria como lo es nuestro sistema capitalista.
Así, lo que propongo en esta columna, más a modo de pregunta y provocación que a modo de posición final, es que debemos buscar la razón del incremento de la violencia de género en el actual contexto de pandemia no sólo en medida de cuarentena –la ocasión–, sino que también, y principalmente, en la agudización de la precarización de las condiciones de vida de la clase trabajadora que ponen en cuestión el lugar que ocupa, o ha ocupado, cierto segmento de la clase trabajadora, lo hombre, en relación a otro segmento, lo mujer –su contenido o fundamento–. De esta forma, lo que intento presentar acá es que vale la pena mirar más allá de la posibilidad de ciertos individuos diseminados de violentar, y cuestionar la relación de este fenómeno con un movimiento más general, a saber, la agudización de la precariedad producida por un contexto de recesión económica y por medidas de abandono a las y los trabajadores que generar la incapacidad de sostener y reproducir sus vidas.
Este cuestionamiento me parece particularmente relevante pues, en otros contextos de crisis económica, luego del aumento de las denuncias, se ha evidenciado el proceso inverso, es decir, las denuncias por violencia de género interpersonal disminuyen 5/. Esto no se produce porque la violencia disminuya, muy por el contrario, ella continúa su curva de ascenso. No, esto sucede porque la situación de precariedad de las mujeres llega a tal punto que la dependencia económica puede más, y morir de hambre es la alternativa. Esta es una de las principales razones de abandono de denuncias por violencia contra las mujeres en Chile en contexto de normalidad; las proyecciones solo pueden alarmarnos.
Continuar, pues, elaborando en torno al problema de la violencia se vuelve una necesidad urgente; y poner el énfasis en los procesos que se encuentran a la base de esta violencia, de forma de elaborar líneas programáticas que apuesten por su superación efectiva, es uno de los desafíos centrales de la clase trabajadora en el momento político actual. El movimiento feminista debe continuar poniendo en el centro el problema del trabajo, rechazando las medidas precarizadoras de las y los trabajadores que ha impulsado el gobierno chileno, e impulsando con aún más fuerza la necesidad de un trabajo digno, seguro y estable. Además, se vuelve vital comenzar a elaborar en torno la demanda de la renta básica universal desde una perspectiva feminista, de forma de asegurar que la dependencia económica no se vuelva, nuevamente, la peor condena para cientos de mujeres trabajadoras.
Irune Martínez, Encargada Política Convergencia 2 de abril, Chile
3/ https://www.df.cl/noticias/economia-y-politica/macro/economistas-consultados-por-el-banco-central-esperan-que-el-pib-caiga/2020-04-13/092014.html
4/ Entre ellas: FOLLEGATI MONTENEGRO, Luna. Violencia estructural y feminismo:apuntes para una discusión, en el libro Violencia estructural y feminismo:apuntes para una discusión de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres,2019, Chile; SEGATO, Rita. Las estructuras elementales de la violencia. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2003; BUTLER, Judith, et al. Vida precaria: el poder del duelo y la violencia. Paidós, 2006.
5/ https://elpais.com/sociedad/2013/04/03/actualidad/1365018313_684452.html