Narro -de manera subjetiva y autobiográfica- la historia de mi relación con Stalin y su forma de gobierno. En las disputas partidarias inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, me encontré del lado de Stalin en algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera presentado con esta posición en forma pública y polémica. El problema […]
Narro -de manera subjetiva y autobiográfica- la historia de mi relación con Stalin y su forma de gobierno. En las disputas partidarias inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, me encontré del lado de Stalin en algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera presentado con esta posición en forma pública y polémica. El problema principal consistía en el «socialismo en un solo país». Concretamente, cedió la ola revolucionaria que se había desatado en 1917. Por eso, consideré en este punto que la argumentación de Stalin era más convincente que la de sus oponentes. Sumado a esto que ya antes me había encontrado en dura oposición con la conducción de la Komintern ( 1) por parte de Zinoviev ( 2) -conducción cuya índole se me hizo más clara a través de la política húngara de Béla Kun ( 3) -. Aún hoy estoy convencido de que algunos factores de la burocratización reaccionaria, que todavía debemos superar, han logrado aquí su primera gestación. Son totalmente distintos los motivos -diversos en cada caso- de mi desconfianza, igualmente fuerte, hacia Trotski y Bujarin. No dudé en absoluto de la integridad personal de ambos, a diferencia de lo que ocurría con Zinoviev; antes bien rechacé, en Trotski, las características que recordaban a Lassalle ( 4) ; en Bujarin, su posición teórica proclive al positivismo.
Las primeras discusiones puramente ideológicas no lograron debilitar dichas convicciones. En el debate filosófico de los años 1930- 31, me resultaban igualmente simpáticos tanto el alejamiento, por parte de Stalin, de la «Ortodoxia de Plejanov», como su insistencia con respecto a lo revolucionariamente nuevo, cuya evolución se encontraba profundamente enlazada con el mismo Marx. Asimismo, me encontré, a comienzos de los años treinta, del lado de Stalin en la crítica al RAPP ( 5) , en la lucha contra el sectarismo estrecho y en la exigencia de una base más amplia, en lo ideológico y en lo organizativo, para la literatura socialista. Naturalmente, hoy sé que todo había sido, en su mayor medida, solo un pretexto para eliminar la antigua conducción del RAPP, que era afín a Trotski; puesto que, bajo Fadeiev, la conducción de la por entonces recién fundada Liga de Escritores ha continuado consecuentemente, en lo esencial, la vieja línea ideológica y organizativa. Sin embargo, en aquel tiempo creía, junto con otras personas ideológicamente afines, en un verdadero cambio ideológico, admitido, al menos, por Stalin. Mi lucha por una concepción marxista del realismo, también por el realismo socialista, que fue combatida en la revista Literaturni Kritik [Crítica literaria], se oponía categórica y objetivamente a las teorías oficiales dominantes entonces en la Unión Soviética, aunque yo combatía, simultáneamente, a cualquier corriente que se considerara hostil al realismo dentro de la literatura burguesa. A pesar de todo, incluso después de que dicha oposición ideológica se extendiera a la filosofía -por eso mi libro, escrito en 1937-38, El joven Hegel, no pudo ser publicado en la Unión Soviética, y se editó diez años después en Suiza-, no surgió ninguna rebelión ideológica abierta contra el sistema staliniano, considerado como un todo.