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Notas en torno a la transformación política y económica actual en USAmérica: una aportación al análisis de la cambiante relación entre el Estado y el capital corporativo, y sus implicaciones para el futuro de la democracia.

¿Más allá del capital, más allá de la democracia…?

Fuentes: Tlaxcala

Parafraseando a István Mészáros y a Rosa Luxemburgo: Más allá del capital y más allá de la democracia… ¿la barbarie? Puntos de vista sobre un largo y estrecho debate nacional en torno a la mejor forma de abordar la dominación mundial La actual gama de explicaciones en torno a la transformación política de los Estados […]

Parafraseando a István Mészáros y a Rosa Luxemburgo: Más allá del capital y más allá de la democracia… ¿la barbarie?

Puntos de vista sobre un largo y estrecho debate nacional en torno a la mejor forma de abordar la dominación mundial

La actual gama de explicaciones en torno a la transformación política de los Estados y sus relaciones con el capital corporativo trasnacional, particularmente en referencia a las estrategias de USA para lograr la dominación mundial, se agrupa alrededor de dos grandes interpretaciones de temas vinculados a la soberanía nacional y el imperialismo. Una de estas visiones enfatiza la cooperación multilateral entre diversos Estados en un esfuerzo por formar instituciones supranacionales de gobernabilidad, como la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuya intención es mediar entre los intereses del capital trasnacional. La segunda visión se concentra en los decididos esfuerzos de los unilateralistas usamericanos por preservar su postura dominante dentro del país y en la definición del capitalismo corporativo neoliberal internacional. Al tiempo que reconocen las diferencias entre ambas perspectivas, varios analistas destacan puntos de convergencia y de importante conflicto. A pesar de las diferencias de enfoque, la realidad contundente del papel dominante de un Estado o una coalición de Estados naturalmente cuestiona la soberanía de los Estados dominados, las amenazas inherentes a la democracia y las consecuencias para los pueblos dominados alrededor del mundo.

Este largo y concentrado debate, dentro de la clase dominante usamericana, puede describirse como una discusión de diferencias tácticas en relación con el objetivo estratégico de mantener la dominación de los recursos las comunicaciones y el suministro de mano de obra que son esenciales para cumplir las metas del imperialismo. Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, la gran divergencia entre los argumentos de la clase dominante ya se había reflejado en las diferencias percibidas entre la postura multilateral en términos generales de Woodrow Wilson y la postura unilateralista y agresiva de Theodore Roosevelt, conocida como «el gran garrote». Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, estas políticas rivales con el mismo objetivo de la dominación regional y mundial de USA han dado un viraje entre los estrechos extremos de un impulso imperialista uniestatal y las propuestas para formar diversos tipos de coaliciones capitalistas entre Estados para lograr una dominación compartida. Desde la década de 1990, los dos puntos de vista de la clase dominante se han visto ampliamente representados en las diferentes tácticas de los multilateralistas neoliberales al estilo Clinton y los unilateralistas neoconservadores al estilo Bush. Podría decirse que los dos partidos usamericanos del capitalismo se reflejan perfectamente como las dos alas del imperialismo nacional.

A lo largo del último siglo, el flujo y reflujo de debates y las prácticas que de ellos resultan, empleadas por los dos principales partidos del imperialismo usamericano, se han visto influidas por las condiciones objetivas de las relaciones de poder en el ámbito político y económico, nacional e internacional, y por las contrastantes opiniones en torno a la mejor manera de seguir avanzando hacia el cumplimiento de la meta principal: proyectar y proteger sus «intereses nacionales» en el entorno mundial. Recientemente, el debate resurgido en el corazón mismo del partido republicano se expresa claramente en el cambio de tono entre las declaraciones sobre la estrategia de seguridad nacional del gobierno de Bush en 2002 (www.whitehouse.gov/nsc/nssall.html) y las correspondientes declaraciones manifestadas en 2006 (www.whitehouse.gov/nsc/nss/2006/nss2006); las segundas restan énfasis mas no repudian la fuerte actitud unilateralista expresada en las declaraciones de 2002. Sin embargo el cambio de tono en el lapso de cuatro años de gobierno republicano recapitula, en un condensado momento histórico, las continuas divagaciones de las tácticas usamericanas empleadas para cumplir la inquebrantable meta estratégica de la dominación mundial.

Los parámetros históricos de la evaluación continua de la clase dominante en cuanto al mejor enfoque para preservar y ampliar su posición presuntamente hegemónica en el ámbito internacional podrían estar resquebrajándose bajo el incontrolable peso de diversas influencias políticas y económicas vertiginosas. Ahora que los supuestos displicentes de un dirigente usamericano tras otro acerca de las posibilidades de la expansión nacional en un mundo postsoviético se enfrentan a un interesante despliegue de limitaciones políticas y económicas dentro y fuera del país, ni los unilateralistas neoconservadores que rodean al gobierno actual, ni los demócratas que al más puro estilo Clinton defienden el regreso a una perspectiva multilateral e internacionalista de distribución del poder podrían representar alternativas aceptables o viables en un sentido táctico en relación con las necesidades de las relaciones capitalistas corporativas en el siglo XXI. Si las fronteras actuales de los términos convencionales del debate de la clase política nacional aún no se han roto, sus cambiantes contornos empiezan a evidenciar tendencias cada vez más peligrosas.

Alcanzan a verse tendencias más peligrosas en otras dos variaciones que se desarrollan dentro de los parámetros del debate actual. Cercana a la visión multilateralista, se encuentra la noción de que los líderes de las instituciones capitalistas trasnacionales exhortarán a la organización de un Estado globalizado. Esta impresión se basa en el supuesto de que los capitalistas dentro del país han adquirido el suficiente poder, flexibilidad y coincidencia de objetivos que les permitirá distanciarse de los amarres políticos en sus Estados receptores, ventajas que después les servirán para construir un Estado trasnacional formando una especie de «internacional capitalista» o centro organizativo supranacional dedicado absolutamente a cumplir metas y objetivos corporativos supuestamente comunes. Esta tesis presupone un importante grado de consentimiento mutuo en muy diversos niveles, al tiempo que descarta del todo o hace caso omiso de la larga historia de rivalidad entre imperios.

El segundo y contrastante esquema, derivado de la ofensiva imperialista más agresiva de los unilateralistas en pos de la dominación mundial, recientemente sintetizada en la doctrina Bush al declarar que USA no permitirá el surgimiento de rivales, debe contemplarse desde la perspectiva de la dependencia continua del capital corporativo en relación con el Estado receptor y la combinación de necesidades corporativas con las instituciones estatales reconocidas, lo que refuerza la alianza del capital nacional y trasnacional con el Estado, uniendo en consecuencia las relaciones del Estado corporativo con un proyecto imperialista. Si bien el enfoque multilateralista no niega el uso de la fuerza, debe depender de un alto grado de consentimiento entre los Estados cooperantes, al tiempo que los unilateralistas dependen, de manera desproporcionada, de medios coercitivos, sobre todo la aplastante demostración del poderío militar.

A pesar de las limitaciones históricas y sistémicas para la duración de largo plazo de un impulso sostenido de dominación global, ya sea una coalición corporativa-trasnacional y multiestatal, o de un solo Estado, el contenido capitalista de expansión corporativa en cualquiera de estas modalidades conlleva un sesgo cultural institucional hacia un estilo autoritario que no tolerará la interferencia de la democracia en sus procesos jerárquicos de toma de decisiones. Así, podemos anticipar que el conflicto entre la estructura de mando del capitalismo corporativo y las diversas formas nacionales de democracia será un punto constante de conflicto. El Estado imperialista único o la coalición capitalista de múltiples Estados tendrán que ganarse la aprobación de los capitalistas y los pueblos, o bien recurrir a diversas medidas coercitivas para intimidar a las personas que serán objeto de sus políticas.

Aunque es posible encontrar pruebas de tendencias rivales hacia ambos polos y, al mismo tiempo, una combinación y mezcla de tácticas, en el contexto actual de la cambiante relación de las fuerzas económicas internacionales debemos incluir un análisis de nuestras predisposiciones económicas y culturales históricamente condicionadas y profundamente arraigadas que apuntan hacia la continuidad de la ambición imperialista (www.monthlyreview.calorg/nakedimperialism.htm). A pesar de que las condiciones actuales que restringen el crecimiento económico usamericano están limitando su impulso constante de expansión internacional, la escalada de asignación de magros recursos nacionales a actividades militares en el exterior y las tácticas de tipo Estado policial en el interior son claros indicadores de que los «intereses nacionales» corporativos expansionistas han dirigido y seguirán dirigiendo la ofensiva usamericana hacia la dominación del planeta. En este contexto, los gestos multiestatales se convierten en un elemento táctico de una estrategia de imperialismo único o de un solo Estado-nación, estrategia que demandará cada vez más intimidación y represión abierta dentro y fuera del territorio nacional.

Durante el período de la segunda posguerra, el objetivo general de la política exterior usamericana ha sido mantener su posición de potencia, sus privilegios y su influencia dominante como «líder» del mundo capitalista, siempre para satisfacer sus propios fines materiales. La declaración George Kennan en el documento 23 de planificación de políticas del Departamento de Estado en 1948 deja claro este objetivo fundamental nacionalista al señalar que para que el país siga en posesión de «50% de la riqueza mundial […] la verdadera misión en el próximo período será encontrar un patrón de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad» (econ161.berkeley.edu/movable_type/archives/000567.html). Si bien el debate entre unilateralistas y multilateralistas seguirá conteniendo un espacio para las visiones de los trasnacionalistas, la imperecedera meta nacional de lograr una supremacía incontestada a fin de mantener esa «disparidad», que encuentra eco en las declaraciones de G. W. Bush sobre su estrategia de seguridad nacional presentadas en 2002 y 2006, seguirá siendo la guía de la política exterior e interna usamericana. Aunque el tono multilateralista de dicha estrategia en 2006 pone sordina a la previa afirmación hostil y agresiva del derecho a perpetrar ataques preventivos, no la rechaza de plano, sino la cubre con un velo de lenguaje multilateralista en un momento en el que los unilateralistas enfrentan la abierta oposición dentro y fuera del país. Después de las declaraciones presidenciales respecto a las facultades prácticamente ilimitadas del ejecutivo y avaladas por el Congreso con la aprobación de dos Leyes Patrióticas y la Ley de Comisiones Militares de 2006 (MCA, por sus siglas en inglés), fuimos testigos de la aceptación legislativa de una abrogación de poderes autoritarios sin precedente por parte del ejecutivo que refleja el autoritarismo corporativo necesario para dominar de manera directa la agenda nacional, capitalista corporativa e imperialista. Aunque el resultado de la riña continua entre los dos partidos políticos del capital corporativo usamericano podría significar la diferencia entre la continuidad de un impulso asesino hacia el imperialismo y un imperialismo light, o transformar el puño de hierro en un guante de seda, la meta clara es la dominación económica y, cuando sea necesaria, política del mundo.

Tras haber dejado hecho jirones el tejido de un frágil multilateralismo al tiempo que disolvían los últimos restos de confianza internacional y buena voluntad otrora otorgadas a USA, los neoconservadores unilateralistas también causaron una crisis de Estado. Esta crisis en proceso de formación debido al incremento de los poderes del ejecutivo, socava tanto la credibilidad como la eficacia de la gobernabilidad del partido y la separación de los poderes, coincide con la formación de una compleja crisis financiera y económica, y ahora se refleja en el contexto nacional del debate entre partidos que modifica el contorno político del proceso de satisfacer las insaciables necesidades del capital nacional y trasnacional. La apuesta política del dúo Bush-Cheney para hacer valer las facultades prácticamente dictatoriales de la presidencia pueden verse como un reflejo del miedo y como la preparación para el uso abierto de la fuerza dentro y fuera del país. La creciente aplicación de métodos económicos y militares de coerción en ambos partidos del imperialismo usamericano con lleva profundos cambios políticos en las relaciones del Estado con la «sociedad civil».*

A la evaluación de la riña de la clase dominante, debemos añadir el análisis de los muchos ajustes del capitalismo a las repetidas crisis estructurales que constantemente han incrementado el poder y la influencia de las corporaciones a lo largo del siglo XX. Las periódicas consolidaciones económicas que ampliaron la forma corporativa de organización del capital y acentuaron su concentración han causado cambios radicales en las normas de las prácticas capitalistas, cambios que han afectado profundamente las relaciones políticas entre el Estado y el capital en vertientes que van más allá de las clásicas nociones económicas en cuanto a la separación de lo político y lo económico.

Los efectos acumulativos de la cuidadosamente cultivada interacción entre el Estado y el capital corporativo ya han derivado en operaciones mucho más allá de las normas del capitalismo clásico y con modalidades que han llevado al capital corporativo a altísimos niveles de prominencia política: actualmente influye en las grandes transformaciones de las relaciones entre el Estado y el capital, y las relaciones de ambos con la población nacional generando lo que deberíamos llamar capitalismo de Estado. Las operaciones del Estado y el capital corporativo nunca han estado tan estrechamente vinculadas, y ambos dan la espalda a la democracia.

Argumentaré en dos niveles interrelacionados que las necesidades económicas y políticas objetivas y actuales del capital corporativo nacional y trasnacional usamericano seguirán dependiendo del apoyo político y militar organizado dentro del país para mantener su expansión mundial. Además, Argumentaré que sus intereses económicos internacionales requieren de una sólida base sociopolítica fundada en una población que ha dado su consentimiento o al menos se muestra dócil ante los métodos de la explotación económica del capitalismo internacional. Asimismo, enfatizaré que, a medida que el carácter autoritario y el estilo operativo del capital corporativo introduce su cultura de regimentación y conformismo en las operaciones del Estado receptor y subvierte las prácticas democráticas, también refuerza los procesos de mando en la toma de decisiones, burla las prácticas y el contenido de los vestigios de la democracia popular y, por ende, obliga al Estado constitucional a amoldarse a las normas culturales y los métodos del Estado corporativo. Además, al fusionar los procesos de mando de los métodos capitalistas con los procesos de mando de la gobernabilidad autoritaria, crea la necesidad interna de aumentar la coerción. De ahí que las consecuencias de la actual crisis en ciernes sean profundas y trascendentales: surge como una crisis constitucional que se vuelve más compleja y peligrosa en un contexto de guerra interminable y de una economía cada vez más débil.

Jean-Claude Paye y Michael E. Tigar, en los artículos publicados bajo el título «Una nueva forma de Estado» y publicados en la edición de septiembre de 2007 de Monthly Review, vol. 59, no. 4, señalan que los procesos para el desarrollo de «un sistema de negación absoluta de los derechos» en USA y alrededor del mundo están más que avanzados. Con base en sus estudios de los esfuerzos actuales para ampliar las facultades del Presidente usamericano, ambos autores coinciden en comentar que el efecto combinado de las recientes «declaraciones firmadas» por la presidencia, las modificaciones a la legislación nacional, las órdenes del ejecutivo y la aceptación pasiva de otros Estados «revelan una estructura verdaderamente imperial» para un «nuevo orden» que augura consecuencias de gran alcance.**

En el momento en que los métodos para la toma de decisiones en el espacio corporativo estén plenamente integrados con las prácticas autoritarias del gobierno, se cerrará la puerta al debate de la clase dominante y el Estado corporativo militarizado dirigirá el proyecto imperialista-nacionalista para la dominación del mundo.

Al reflexionar sobre el consejo de George Kennan respecto a la necesidad de USA de encontrar vías para «mantener su posición de disparidad [como la tuvo durante la segunda posguerra]», habremos de notar que sus palabras también revelan la debilidad inherente y los peligros que conlleva semejante política de la desestabilización. El capitalismo no puede simplemente mantener el statu quo, debe crecer hasta el infinito. Las implicaciones de una estrategia nacional para el crecimiento infinito en un mundo finito significan la expansión interminable del país. Como si anticipara la totalidad de la proyección de la trayectoria del poder usamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, George Kennan escribió en el mismo documento de planificación de políticas del Departamento de Estado en 1948: «No está lejano el día en el que tendremos que lidiar con conceptos francamente vinculados al poder». Como si predijera la incansable violencia de la larga serie de guerras usamericanas y actividades desestabilizadoras encubiertas desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, enfatizó: «La respuesta definitiva podría no ser muy agradable». La implicación de la meta del expansionismo sin fin de una nación no sólo define su postura en relación con el resto, también define la relación del Estado con su propio pueblo.

El imperialismo usamericano tiene raíces profundas y de gran alcance

Es necesario situar toda la evolución del estrecho vínculo entre el gobierno usamericano y el capital en el contexto histórico de la expansión territorial de USA en todas las direcciones a lo largo y ancho del continente americano. El prolongado impulso imperialista de nuestro país desde los primeros años de su guerra por la independencia sigue presente en las guerras actuales, cuyo argumento son los autoproclamados «intereses nacionales» en todo el planeta. Con una motivación económica y un claro apoyo político, la expansión capitalista nacional necesitó y sigue necesitando de la fuerza militar. Aunque los lemas y las tácticas hayan cambiado, los objetivos siguen siendo los mismos. Desde la temprana expansión hacia los valles del Río Ohio y del Río Mississippi hasta su reciente salto al valle del Tigris y el Éufrates, el carácter de la expansión usamericana muestra el verdadero rostro de los motivos económicos para la dominación política. Independientemente de que se trate de multiplicar la producción de algodón con mano de obra esclava o controlar el suministro de petróleo alrededor del mundo con mercenarios, este largo esfuerzo transoceánico y transcontinental fácil de documentar para controlar los recursos y la mano de obra del planeta ha condicionado la formación del nexo entre la esfera militar y la esfera corporativa, un nexo que define las prioridades del proyecto neoliberal.

Quisiera argumentar que reconocer la larga historia de expansión territorial usamericana no es más que el punto de partida para un análisis mucho más amplio y exhaustivo de la fusión de una interacción añeja entre las poderosas fuerzas institucionalizadas de la economía y la política que están delineando las relaciones entre el Estado-nación y el Estado corporativo. A modo de intento preliminar por evaluar más claramente el esquema de cambios políticos y económicos ya iniciados y que están modificando tanto la naturaleza del capital como los supuestos acerca de sus relaciones políticas con el Estado, el presente ensayo pretende ser una introducción para una investigación más amplia acerca de la etapa actual del capitalismo, las consecuencias que augura y las posibles alternativas que podemos desarrollar.

Pero antes, algunas preguntas de sondeo

  • ¿Cuáles son las necesidades básicas que dirigen al proyecto imperialista de la clase dominante en el país?

  • ¿Como se están organizando los dirigentes para la dominación del capitalismo corporativo?

  • ¿Hay limitaciones sistémicas a la dominación corporativa global?

  • ¿El proceso del capitalismo corporativo ya está revelando sus debilidades y tendencias más peligrosas?

  • ¿El debate dentro de USA debe limitarse a la derecha del espectro político? ¿Qué hace falta para que la discusión y el proceso de toma de decisiones dé un viraje hacia la izquierda?

  • ¿Es posible que una izquierda de orientación nacional sea cooptada por el proyecto imperialista?

  • ¿Acaso todo lo anterior ha cobrado nueva vigencia? ¿Repetiremos los errores del pasado de manera más intensamente arriesgada?

  • ¿El proyecto imperialista neoliberal es más que un plan capitalista de racionalización económica de la producción a escala mundial?

  • ¿Cuáles son las consecuencias de la expansión neoliberal del capitalismo corporativo?

¿Cómo deberíamos de reaccionar las personas corrientes, «los dirigidos»?

  • ¿Podemos estudiar la expansión capitalista con una perspectiva histórica?

  • ¿Existen los patrones históricos?

  • ¿Qué mutaciones podemos identificar?

  • ¿Qué implican los cambios?

  • ¿Nosotros también creemos que «no hay alternativa»?

  • ¿Podemos visualizar ALTERNATIVAS cuya construcción dependa de nosotros, «los dirigidos»?

¿Podrá el imperialismo neoliberal usamericano destruir al capitalismo? ¿Podemos proyectar el resultado? ¿Cuáles serían las consecuencias? ¿Podemos influir en el resultado?

Aunque la producción y distribución de productos y servicios para satisfacer las necesidades humanas puede lograrse socialmente mediante procesos democráticos, la tendencia actual hacia un control administrativo corporativo de nuestra cultura y economía avanza vertiginosamente.

El conjunto de las fuerzas materiales de la producción es el elemento menos variable en el desarrollo histórico: es el que en cualquier momento puede ser determinado y medido con exactitud matemática, y por lo tanto puede dar pie a observaciones y criterios experimentales y, por ende, a la reconstrucción de un esqueleto sólido del proceso histórico. La variabilidad del conjunto de las fuerzas materiales de la producción también puede medirse y es posible establecer con un buen grado de precisión el punto en el que su desarrollo deja de ser meramente cuantitativo y se torna cualitativo. El conjunto de las fuerzas materiales de la producción es al mismo tiempo la cristalización de toda la historia del pasado y la base de la historia del presente y del futuro: es un documento y una fuerza activa y realmente propulsora.

Antonio Gramsci, Textos seleccionados de Cuadernos de la cárcel, (SPN, por sus siglas en inglés), 466.

Todo análisis exhaustivo de la etapa actual del capitalismo debe, por lo menos, abordar estas preguntas y asuntos. Como mínimo, todo investigador serio debe reconocer que el neoliberalismo no ha dado un salto sui generis a la plataforma política y económica mundial: bien puede ser la forma más avanzada del capitalismo, pero la globalización neoliberal también es el capitalismo desnudo. Agresivo, arrogante y despojado de sus ropas, tal como se manifiesta en su forma corporativa de hoy, proyecta la totalidad de su poderío militar y económico, al tiempo que revela tanto la historia de sus tendencias más peligrosas como sus debilidades. En su forma más madura, en su etapa de máximo poder, sofisticación, desarrollo tecnológico y alcance mundial, el capital hoy desvela la historia de todo su crecimiento, el refinamiento de sus métodos operativos, sus tácticas y estrategias de conquista, sus profundas raíces políticas, sus fortalezas y debilidades sistémicas que ya no pueden permanecer ocultas al ojo del analista. Tras el examen detallado y el análisis cuidadoso, el capitalismo nos presenta las vertientes de sus propias mutaciones y tendencias, brindándonos una guía de intervención a partir de la cual debemos construir programas de desarrollo social y económico alternativo. Las tendencias características del modo de producción capitalista, estudiadas con precisión, se convierten en un laboratorio vivo de prácticas para el cambio. No es sino en las condiciones políticas y económicas actuales del capitalismo que podemos estudiar mejor sus prácticas vigentes como fundamento para planear el cambio. En este sentido fundamental la idea de que «no hay alternativa» (TINA, por sus siglas en inglés) resulta más precisa, porque no hay referencia alternativa a nuestro análisis del capital; no hay otra ruta hacia la construcción de alternativas equitativas en un sentido social y económico, más que tomar en cuenta las condiciones que presenta el capitalismo corporativo realmente existente. El capital corporativo multinacional y trasnacional constituye el terreno sobre el que debe construirse cualquier posibilidad genuina de cambio social. Si negamos esta realidad fundamental, nos negamos el acceso a cualquier posibilidad social efectiva de generar opciones para el futuro.

El capitalismo está cambiando rápidamente. Si bien sus métodos fundamentales y las relaciones de producción son irreductibles, la élite corporativa maniobra para escapar a las condiciones ambientales y del mercado propias de la dinámica de la producción, ampliando su margen de control con métodos corporativos de planificación económica, concentración de la riqueza y presión política. En el proceso de crear un capitalismo controlado administrativa y políticamente, esta élite corporativa, los intelectuales orgánicos dominantes del sistema capitalista, viola tanto el marco teórico como operativo del capital histórico y da paso a una nueva economía corporativa que conlleva profundas implicaciones para el carácter del Estado. Conforme lo cuantitativo otra vez se convierte rápidamente en cualitativo, más vale a los pensadores creativos calcular la orientación del cambio y, en función de ella, definir procesos alternativos.

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como mejor les place; no la hacen en circunstancias de su elección, sino en circunstancias directamente dadas, transmitidas y presentadas por el pasado.

Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, p. 15.

Ni siquiera los poderosos capitalistas pueden hacer su propia historia a placer

El análisis exhaustivo de los efectos materiales de la expansión capitalista debería de incluir la investigación de las amplias ramificaciones de la política y las prácticas económicas actuales que bien podrían sobrepasar la planificación consciente de muchos capitalistas. Los imperativos sistémicos de acumulación de capital requieren de tendencias políticas que exceden las nociones convencionales de palabras como política y economía. Los planificadores neoliberales de la economía, que concentran sus principales esfuerzos en la maximización del rendimiento de las inversiones, dedican escasa atención a las consecuencias sociales de sus decisiones: su preocupación tiene que ver con preservar las relaciones sociales y económicas del poder económico y político. Aunque dicen ignorar los costos sociales de la planeación política y económica, ven los temas sociales como obstáculos incidentales a la meta de mayor alcance: preservar al sistema. Con demasiada frecuencia suponen que son capaces de controlar todas las variables. Cada vez más concentrados en la necesidad sistémica de un crecimiento económico constante, tratan de subordinar todas las necesidades sociales y los principios políticos a un objetivo central: acumular ganancias. Ya sea que parezcan innovadores o que repitan mecánicamente las prácticas del pasado, los neoconservadores y los neokeynesianos trabajan la necesaria mezcla de manipulaciones políticas y económicas para mantener los métodos explotación capitalista y así cumplir sus objetivos. No nos equivoquemos, el lema del capitalismo es que las ganancias son más importantes que la gente, y su búsqueda incesante de ganancias marca el rumbo de su proyecto imperialista.

Los neoconservadores no son conservadores: son ideólogos radicales que dicen adherirse a la teoría capitalista clásica pero, al reconocer sus limitaciones, busca superarlas por medios políticos. Públicamente promueven las nociones convencionales de la teoría económica clásica, pero en la práctica subvierten la teoría a fin de preservar los privilegios del poder. Así, debemos preguntarnos qué elementos vitales de la teoría que dicen preservar y subvierten activamente en la práctica podrían apuntar a un importante cambio económico con un enorme impacto político.

Si bien en público se pronuncian en favor de los principios de la teoría clásica, las políticas macroeconómicas de los neoliberales y las prácticas corporativas en la esfera microeconómica están orientadas a anular los rigores restrictivos de los mecanismos teóricos y prácticos de ese mercado al que afirman reverenciar aplicar y proteger. El proyecto neoliberal ya ha revelado las contradicciones entre la teoría clásica y la práctica actual que prioriza la preservación del proceso de acumulación de riqueza y el poder político indispensable para protegerlo.

Para poder aprehender realmente la trascendencia de las mutaciones políticas y económicas que marcan este momento histórico, debemos repasar la historia reciente de las intervenciones políticas en relación con dos amplios objetivos del capital nacional y trasnacional. Sobre todo, debemos preguntarnos si los efectos de la planificación neoliberal en la escala planetaria se limitará a la esfera económica o si podemos esperar que el impulso corporativo por controlar las economías bajo un régimen de propiedad privada podría, además, alterar las relaciones culturales y políticas en el largo plazo. En otras palabras, ¿la necesidad institucional corporativa de controlar el entorno económico modificará la naturaleza misma del capital y su relación con el Estado-nación?

Mientras que los economistas convencionales tienden a argumentar que las esferas política y económica de la vida conforman espacios separados y deberían estudiarse en forma independiente, los analistas críticos no pueden darse el lujo de distraerse con semejantes ilusiones. En la fase actual de influencia del capitalismo corporativo, en todos los ámbitos del gobierno, el supuesto ortodoxo de la separación teórica entre la economía y la política se desmorona bajo el vertiginoso remolino de las puertas giratorias que parecieran dividir las oficinas corporativas y las oficinas gubernamentales. La creciente influencia corporativa en el gobierno, cultivada a lo largo de todo el siglo XX, constituye el sello distintivo de la relación vigente entre el capital y el Estado.

Hoy en día, la íntima relación entre los líderes de las grandes corporaciones y los líderes gubernamentales, a quienes no es raro ver intercambiar cargos, constituye un elemento clave para todo análisis del cada vez más profundo vínculo entre el capitalismo corporativo y el Estado autoritario en proceso de formación. Lógicamente, habremos de preguntarnos si los requisitos sistémicos de las economías capitalistas orientadas a la integración global han provocado la modificación de las relaciones políticas que alteran de manera importante la naturaleza fundamental del capitalismo y, al mismo tiempo, la naturaleza de la relación del capitalismo corporativo con el Estado que lo acoge.

El capitalismo hoy no es exactamente lo que fue en el siglo XIX; no obstante, sigue operando dentro de un marco de requisitos sistémicos intransigentes que pueden analizarse e interpretarse en sus propios términos. Todos los analistas sociales y económicos capacitados pueden proyectar tendencias dentro del funcionamiento normal del capitalismo, pero muy pocos anticipan sus ajustes radicales, menos aún la formación de crisis, y son demasiados los que abandonan el pensamiento crítico ante la idea de que no hay alternativa a las relaciones de producción vigentes. Debemos abrir nuestra investigación a la amplia gama de posibilidades de cambio radical que el propio capital puede desarrollar.

Estamos viviendo otro dramático período de aplastantes modificaciones políticamente motivadas que germinan dentro del capitalismo y pueden provocar un importante parteaguas en relación con el pasado de este sistema. Los propios capitalistas poderosos han dado interesantes muestras de frustración ante los limitantes mecanismos de las relaciones de mercado en el capitalismo. En su esfuerzo actual por preservar los procesos sistémicos de acumulación de riqueza, podrían estar presionando las restricciones de las operaciones del mercado que, en el transcurso del intento de largo plazo por establecer controles económicos políticamente definidos, podrían reemplazar dichas restricciones y forzar un cambio histórico irreconciliable en el proceso de adquisición y explotación de los medios de producción.

El problema de las relaciones entre la estructura y la superestructura debe plantearse y resolverse con precisión si se quiere analizar correctamente las fuerzas activas en determinado momento de la historia y definir la relación entre ellas. […] A partir de la reflexión sobre estos dos principios es posible pasar a desarrollar toda una serie de principios adicionales para la metodología histórica.

Antonio Gramsci, SPN .pp.175-177

Los esfuerzos de los capitalistas para controlar a su propia bestia

La larga historia de la competencia empresarial está marcada por el esfuerzo constante de los capitalistas de reducir, eliminar o controlar las incertidumbres de una rivalidad mediada por el mercado a fin de asegurar la estabilidad con predictabilidad. La larga ola de fusiones, que nuevamente acelera la concentración del capital en unas cuantas manos, tal vez sea el principal medio para establecer controles no mercantiles sobre las variables económicas. Las concentraciones corporativas de riqueza han eliminado amenazas horizontales y de menor nivel de los competidores al tiempo que elevan la amenaza competitiva a niveles posiblemente más volátiles.

A lo largo de las diferentes fases de fusiones entre las grandes corporaciones se han refinado importantes prácticas de organización social y se han aprendido interesantes lecciones políticas. Siguiendo el método de ensayo y error, no sin las previsiones de algunos, los responsables de la planificación dentro de las corporaciones se dieron cada vez más cuenta de que cada una de las etapas de consolidación económica requiere de un mayor nivel de predictabilidad en cuanto los flujos de producción y las ventas. Conforme ascendían en la escala de las fusiones, requerían un mayor control sobre los caprichos del mercado. Las decisiones políticas y económicas diseñadas para limar las irregularidades mediante controles más firmes dieron pie a una mayor necesidad de controles complementarios para todas las operaciones del proceso de producción y distribución. Los niveles más altos de inversión y la creciente escala de operaciones de producción y servicio necesitan de insumos ininterrumpidos y de ventas predecibles. A lo largo de los años de la segunda posguerra, a medida que las corporaciones se granjeaban la aprobación política para concentrar más y más activos corporativos escudándose en el argumento de mejorar la eficacia operativa del capitalismo con la eliminación de diversos obstáculos sociales, naturales y políticos, y aminorar la perturbadora influencia de los mercados competitivos, la naturaleza del capitalismo cambió. Además, la economía de la producción corporativa contemporánea, administrada internamente, se vio complementada por la regulación política del mercado de todos los factores de la producción: capital, mano de obra y recursos naturales.

En cada etapa histórica de creciente expansión nacional e internacional, y a través de las repetidas crisis provocadas por guerras y expansiones aprobadas políticamente, también se ha recurrido a métodos administrativos para generar procesos regulatorios que rescaten al capital de su tendencia a la autodestrucción. Desde la formación de las redes de banca central, pasando por los acuerdos de Bretton Woods y hasta la formación de la Organización Mundial de Comercio, tanto en la esfera nacional como en la esfera internacional encontramos capitalistas exhortando a los gobiernos a proteger la acumulación privada de ganancias mediante legislación que después complementa las prácticas administrativas internas de la organización en las operaciones corporativas.

Durante la masiva movilización en los años de la Segunda Guerra Mundial, los administradores de las corporaciones y del gobierno comprendieron los beneficios de la planificación coordinada. Al adquirir una mayor confianza en los años de crecimiento relativamente estable durante la posguerra, gran parte de la élite corporativa empezó a cuestionar públicamente la continua necesidad de intervención gubernamental en la regulación de la economía. Los capitalistas poco a poco recuperaron el prestigio perdido en la Gran Depresión y se tornaron más enérgicos al pedir abiertamente la reducción de la influencia del gobierno en economía. Además de la creciente concentración de activos corporativos y la mayor confianza en su habilidad para controlar las variables económicas, a los capitalistas se unieron los economistas neoclásicos y neoconservadores, los neoliberales, quienes argumentaban que una menor regulación gubernamental mejoraría el desarrollo y el crecimiento económico. En el entorno relativamente estable de la Guerra Fría, el poder corporativo creció al grado de que los capitalistas sintieron que su influencia económica y política les permitía dirigir el crecimiento macroeconómico y el desarrollo por sí solos. Alegando que la regulación gubernamental era un obstáculo para el crecimiento y la expansión, se dedicaron a promover el regreso al mercado carente de regulaciones. Con el apoyo de economistas neoclásicos, como Milton Friedman, y de instituciones conservadoras, como el Instituto Hoover, argumentaron que el papel que corresponde al gobierno en los asuntos económicos debe limitarse a una función secundaria, por ejemplo, administrar la cantidad de dinero circulante. Durante los años de la posguerra, particularmente desde la década de 1970, la élite corporativa reforzada por los argumentos monetaristas de minimizar la influencia del gobierno en la vida económica de USA y de otros países, ha llamado a los gobiernos a garantizar el control del sector privado sobre el capital. Con continuas demandas para la «autorregulación» corporativa, reforzadas por lemas derechistas que exigían un gobierno más ligero, se multiplicó el poderío corporativo en la esfera de la economía y la de la política. Con cada nueva etapa de «desregulación» gubernamental que garantizaba la continua acumulación de ganancias por parte de los capitalistas y la expansión del promovido autocontrol corporativo, esta élite incrementó su influencia política y, conforme ganaba más poder económico, se modificó la naturaleza del sistema capitalista. Envalentonados por cada etapa de expansión de la influencia corporativa en la política y economía en los últimos cincuenta años, los administradores internos de los sistemas del mando corporativo han intentado reproducir sus métodos gerenciales de control para llevarlos al gobierno.

A partir de una crítica de los planes definidos por el gobierno para la reactivación económica propios de la Gran Depresión, los neoconservadores, defensores de la desregulación, han ampliado su poderío político y económico corporativo, y han llevado las prioridades del capitalismo corporativo a un nivel superior a las necesidades humanas de la sociedad. La larga campaña neoconservadora de los últimos treinta años no sólo ha resultado en una masiva redistribución del ingreso y la riqueza para beneficiar a los que más tienen, también ha causado un viraje cualitativo del poder político para transferirlo a una élite corporativa que constituye una minoría y a la cual nadie ha elegido. Ya se ha fraguado, con éxito, un golpe de Estado político.

Tras haber aprendido los beneficios de la planeación coordinada entre el gobierno y las corporaciones durante la Segunda Guerra Mundial y el largo período de la Guerra Fría, los dos partidos del capital en USA han competido por crear las condiciones políticas más favorables para definir y controlar el proceso capitalista de acumulación y concentración. Ninguno de los partidos cuestiona el sistema capitalista y ambos, cada vez más dependientes del apoyo de las grandes corporaciones, buscan manejar el continuo proceso expansión capitalista esencial para sus vidas institucionales, la continuidad de este modo de producción económica y el flujo ininterrumpido de ganancias. En nombre de una reforma del sistema capitalista, tanto los demócratas como los republicanos han decidido satisfacer las prioridades políticas corporativas.

Dos partidos políticos, una meta común

Tras aprehender las palancas estatales del poder administrativo, cada uno de los partidos del capital en USA intenta preservar el proceso privado de la acumulación mediante la satisfacción política de las necesidades corporativas por una de dos vías: básicamente, los republicanos le confieren la confianza y el poder público a la élite corporativa privada para que administre el proceso capitalista de acumulación y concentración de la riqueza; por su parte, los demócratas se inclinan por la administración públicamente regulada de la acumulación del capital privado. Ambos han mostrado una creciente tendencia a brindar importantes porciones del poder público a los grandes administradores de las corporaciones para que realicen una gestión del sistema acorde a las preferencias de sus respectivos electorados en cuanto al enfoque más efectivo para mantener la acumulación privada de ganancias a través de una constante expansión mundial. Después de leer los altivos pronunciamientos en torno a por qué los Estados Unidos Corporativos de América están echando funestos fuegos artificiales en todas sus inagotables áreas de «interés nacional», encontramos la motivación central que explica la necesidad de expandir al capital nacional a fin de acumular niveles cada vez mayores de beneficios y para que el sistema no perezca por su propio apetito insaciable de ganancias.

En cada etapa del crecimiento corporativo y la expansión del sistema capitalista como un todo, la competencia en los altos niveles corporativos en diversas zonas geográficas acrecienta la necesidad de contar con controles administrativos internos y externos. Los controladores internos en lo corporativo y los controladores externos en lo gubernamental intentan, con diversos grados de fricción, cooperar a fin de maximizar las condiciones nacionales e internacionales necesarias para estabilizar el crecimiento y minimizar las condiciones de rivalidad más destructivas. Con el tiempo, el cúmulo de conocimientos y prácticas de regulación corporativa interna para la producción en la distribución se ha visto complementado por la coordinación y cooperación integradas entre la esfera corporativa y la gubernamental.

La coordinación macroeconómica y de apoyo mutuo entre la esfera privada y la pública a fin de cumplir metas nacionales tal vez quedaría mejor ilustrada en las relaciones estrechas entre los responsables de la planeación militar y sus proveedores corporativos de pertrechos. La relación operativa entre el proceso de mando propio de la planeación, los preparativos y la obtención de equipos militares y el proceso productivo de mando corporativo se unen en lo que se conoce como «complejo militar industrial», donde conviven complementariedades económicas y funcionales, así como una necesidad mutua que va mucho más allá del surtido de pedidos. El estilo de las operaciones corporativas tiene a su contraparte organizacional en el sistema del mando militar. En sus actividades operativas identifican las similitudes correspondientes a sus estructuras organizacionales que se tornan espacios para el intercambio de información en un amplio proceso práctico económicamente vinculado y que cuenta con sus propias expresiones culturales. La estructura jerárquica del mando militar se refleja en los métodos tradicionales de la estructura de control descendente del capitalismo, métodos que han sido reforzados mediante un proceso formativo, práctico y frecuente dentro de las instituciones. En la actualidad, conforme el poder corporativo se proyecta y traspasa las fronteras internacionales mediante comandantes corporativos trasnacionales y multinacionales, sus intereses se ven protegidos gracias a la estrecha coordinación con la estructura del poderío militar nacional a lo largo y ancho de un espacio geográfico de destrucción. La similitud de estilos se mezcla formando una simbiosis de apoyo mutuo y necesidad económica, integrando ambas esferas en un sentido económico, político y cultural. En este sentido, la élite dominante capitalista corporativa no encuentra alternativa: para ellos, es el acrónimo TINA o el socialismo, pero tal vez se esté gestando una bestia completamente distinta.

¿Las prácticas y políticas económicas afectan la cultura? ¿Es posible proyectar sus efectos? ¿Podemos modificarlos?

Muchos analistas sagaces en la izquierda crítica y algunos de los autores más convencionales y escépticos han estado buscando lo novedoso en las más recientes mutaciones del capital. Si bien no tengo argumentos para contravenir su búsqueda de rasgos nuevos, creo pertinente señalar la necesidad de analizar los patrones históricos de las prácticas capitalistas anticíclicas bien establecidas a fin de detectar indicadores direccionales del cambio y trazar las líneas de continuidad que las prácticas previas, los éxitos y también los errores ponen en juego. Para alcanzar un punto crucial de entendimiento de la simbiosis económica y cultural madura que es resultado de la amalgama del capital corporativo y la cooperación militar, necesitamos reexaminar las recientes transiciones del capital con una perspectiva histórica y preguntarnos cuáles son las antiguas estrategias del capital que están en proceso de modificación y ajuste para lidiar con los desafíos y las consecuencias de la última ola de sobreproducción y la caída de las ganancias que hace oscilar el sesgo económico hacia la fusión política y económica del sector militar y el sector corporativo.

Si bien actualmente los neoliberales están entrampados en la sofisticación de sus estrategias monetaristas neoclásicas para enfrentar los estímulos económicos anticíclicos, en el fondo no han dejado de ser estrategas neokeynesianos de déficit-demanda. Al tiempo que promueven con todo entusiasmo los mitos y lemas de los mecanismos autorreguladores de un mercado libre de restricciones con el propósito de mantener las ilusiones públicas del capitalismo clásico y competitivo, intentan meticulosamente ampliar los controles administrativos y llevarlos a todas las esferas de la vida económica y social, pública y privada. A pesar de condenar públicamente los efectos maliciosos de un gobierno «pesado», constantemente crean las condiciones para el crecimiento inconmensurable de un enorme capital corporativo carente de regulaciones que cae en una crisis cada vez más amplia y profunda. Si bien estamos sufriendo las últimas contracciones institucionales del sistema capitalista cuya supuesta intención es resolver la crisis de liquidez de 2007 y reconstruir la confianza de la población, es el modo de producción capitalista en su forma más avanzada el que colapsa bajo su propio peso y el que amerita la aplicación de nuestras herramientas de análisis.

En su forma corporativa actual, el capital necesita y demanda muchos tipos de apoyo gubernamental para controlar las condiciones económicas y sociales de la producción capitalista, ya que no puede tolerar las intromisiones impredecibles de variables perturbadoras. Al tiempo que se ensalzan los perdurables mitos del libre mercado y la soberanía del consumidor hasta convertirlos en creencias económicas religiosas para el consumo público, los administradores del capital corporativo persiguen el control material, real y máximo del entorno político y económico. El papel histórico de los bancos centrales como reguladores no es más que un importante ejemplo de los controles institucionales privados/públicos sobre los mercados.

Es en épocas de crisis económica que los reguladores se aferran con más ahínco a las palancas débilmente conectadas del control macroeconómico y cuando parecen más impotentes. Empapados en sus propias nociones clásicas, convencidos de sus propios mitos, se tornan peligrosos. Conforme los controles macroeconómicos más relevantes fracasan en medio de una crisis, los reguladores muestran cómo, ellos también, han perdido la fe en la supuesta mediación imparcial de la mano invisible y casi divina del mercado, y recurren entonces a las palancas políticas de los controles institucionales para tranquilizar a un monstruo al que pueden alimentar pero nunca domesticar por completo.

El pasado como guía hacia el presente

En cuanto al caso histórico de la Gran Depresión de la década de 1930, debemos recordar que se trató del fracaso de los economistas clásicos que intentaron controlar la caída económica, lo que favoreció la amplia aceptación del modelo keynesiano de estimulación de la demanda e intervención directa del Estado. Aunque podemos referirnos al modelo de recuperación económica implantado en USA como keynesianismo social, la intervención estatal en Italia en la década de 1920 y poco después en la Alemania nazi presagió la ruta actual de estimulación y estabilización económica usamericana conocida hoy en día como keynesianismo militar. La mayoría de los economistas estarán de acuerdo en que el gasto militar rescató a la economía usamericana de la Gran Depresión y, desde entonces, la producción nacional de armas que ha incrementado las ventas, el despliegue y el uso de armamento alrededor del mundo ha mantenido a flote la economía nacional a lo largo de todas y cada una de las crisis económicas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los capitalistas aprendieron bien la lección.

Limitar el análisis a las consecuencias económicas de la creciente dependencia macroeconómica usamericana de la producción militar como una mera variable que necesita corrección sería propio de un analista miope en el sentido político y económico. Semejante interpretación limitada de la importancia económica del gasto militar propiciaría reformas harto necesarias, pero dejaría fuera el importante análisis de las consecuencias culturales de estas relaciones institucionales altamente interdependientes. Si bien en ocasiones observamos una pequeña reducción en el presupuesto militar usamericano, ésta es insignificante y, lo que es peor, mantiene intacto el nexo económico y cultural entre el sector corporativo y el militar. La estabilidad y expansión de la economía nacional usamericana se ha vuelto dependiente de la producción corporativa para la destrucción militar.

Cuando hace medio siglo el presidente Eisenhower vinculó la cada vez más profunda relación entre la economía militar y el sector industrial civil con sus conocidos comentarios sobre el complejo militar-industrial, pocas personas comprendieron la importancia social y de largo plazo de sus palabras. En términos de la economía estructural del país, el ciclo de dependencia social/económica ha generado una dependencia política y económica que ha alcanzado un nivel sistémico y se encuentra enlazada al continuo proceso de acumulación y protección del capital. Las implicaciones sociales nacionales e internacionales de la militarización de la economía usamericana se ponen cada vez más en evidencia, pero es necesario evaluar con todo detalle la amplia relación política-cultural del Estado corporativo-militar y así proyectar todas sus consecuencias.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el poder económico y el prestigio de USA se encontraban en su punto más alto. De manera casi inmediata echó mano de esta situación para dar inicio a la siguiente fase del plan nacional para la expansión política y económica bajo diversos lemas de contención del comunismo. Entonces, al igual que ahora, regocijándose en la exuberancia de haber derrotado a los grandes enemigos, las élites gobernantes se pusieron en contra de sus antiguos aliados a fin de crear nuevos pretextos para la guerra de la expansión económica. La fórmula no ha cambiado y se inventan amenazas para encender los miedos de la población y preparar la aceptación pública de una escalada más de la expansión corporativa-militar propuesta en el nombre de los intereses nacionales a modo de disfraz para la agresión del capitalismo corporativo.

Una vez más, debemos reflexionar sobre las proféticas palabras de la prominente figura «liberal» de George Kennan, responsable de planificación en el Departamento de Estado, quien definió los objetivos nacionales de USA con toda claridad durante la posguerra.

Nosotros (USA) poseemos aproximadamente 50% de la riqueza mundial, pero sólo 6.3% de la población en el planeta […] Nuestra verdadera misión en el siguiente período es diseñar un patrón de relaciones que nos permita conservar esta disparidad […] Para ello, habremos de concentrar nuestra atención en todos nuestros objetivos nacionales inmediatos […] Debemos dejar de hablar de objetivos ambiguos e […] irreales como los derechos humanos, la mejora de los niveles de vida y la democratización.

Sin duda, ya desde 1948, incluso los responsables de la planeación de corte liberal reconocían que los principios democráticos, los derechos humanos fundamentales y la mejora de los niveles de vida eran objetivos prescindibles para el dinamismo de la expansión económica nacional imperialista.

El capitalismo corporativo necesita la guerra: nosotros, el pueblo, «los dirigidos», necesitamos la paz para sobrevivir y construir alternativas

Más de medio siglo después de que estas políticas se formularan empieza a quedar claro el verdadero peso de su significado para los trabajadores. Para que la economía capitalista usamericana siga apropiándose de 50% de los recursos del mundo, para mantener la paz social dentro del «Estado fortaleza» de la «única superpotencia que queda», necesita seguir desarrollando y desplegando un costoso arsenal de instrumentos vanguardistas para la intimidación nacional e internacional. Sin embargo, para mantener la producción militar en los niveles necesarios para la continua expansión mundial también se reconoce que tendrían que reducirse los gastos necesarios para preservar la paz social. Los responsables de la planeación sabían, desde 1948, que ni los niveles de vida más altos ni la democracia eran compatibles con las metas del Estado corporativo militar imperialista.

El flujo y reflujo de la expansión corporativa capitalista, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta las actuales guerras indefinidas en pos de la dominación usamericana de las reservas de petróleo alrededor del planeta y las necesarias rutas para su transportación, no sólo sintetiza la íntima relación del capitalismo corporativo nacional con el poder militar del Estado, sino que además representa la semblanza de dos tendencias interrelacionadas y extremadamente destructivas del nexo corporativo-militar mediado a través de las relaciones capitalistas de producción.

La actual etapa de agresión capitalista alrededor del mundo requiere de un enorme gasto militar para sostenerse y acabará por consumir una porción cada vez mayor del excedente del capital. No cabe duda de que el capital usamericano, sin olvidar a los capitales trasnacionales cuyas operaciones están afincadas en territorio nacional, necesita la fuerza de la coerción militar para proteger sus invasiones financieras en el exterior. La porción cada vez mayor del total del producto interno bruto (PIB) que consume el sector militar está causando una especie de canibalismo industrial. En efecto, la economía militar consume a la economía nacional. Al reconocer la necesidad de mantener la paz social con un mínimo nivel de pasividad, los neoliberales esperan escapar a este dilema autodestructivo desarrollando y proyectando un poderío militar eficiente para adquirir y garantizar su acceso ininterrumpido a los recursos estratégicos del mundo y entonces, después de apropiarse de lo necesario para asegurar su capacidad de dominación, racionar el resto entre sus Estados clientes. El intento militar desesperado por controlar el petróleo en Medio Oriente ilustra esta intención.

Está claro que no se trata de una operación de «libre mercado». Para que el Estado militar crezca, es indispensable que el Estado corporativo crezca más rápido. Sin embargo, en las actuales circunstancias de surgimiento de otras economías industriales en la zona euroasiática, en Asia y posiblemente en Latinoamérica, podemos anticipar la multiplicidad de demarcación de límites en relación con la hegemonía económica usamericana con dos consiguientes desafíos para ésta. La nueva estabilidad económica de Rusia, el poderoso surgimiento del capitalismo chino y la rápida industrialización de la India tenderán a clausurar las opciones económicas para la expansión del capitalismo usamericano. En este período posterior a la era soviética veremos a los capitalistas usamericanos desafiar la expansión de otros Estados capitalistas.

Tras el fracaso militar de los neoconservadores en su intento por dominar las regiones productivas de petróleo en Medio Oriente y las consecuencias aún no calculadas del resentimiento en toda la zona, podemos esperar un futuro reacomodo de relaciones que restringirá el acceso de las corporaciones usamericanas a las reservas de recursos naturales del planeta. Así, podemos esperar un incremento en los costos del sector militar apenas para mantener el statu quo. En la coyuntura actual, formada por delicados y profundos desequilibrios en la economía usamericana, el creciente gasto financiero y militar que implica garantizar el acceso a los recursos estratégicos, y los cada vez más abundantes obstáculos para la expansión en la esfera económica internacional, podemos advertir la desaparición de diversas opciones políticas y económicas. Incluso la posibilidad de ampliar las operaciones militares podría quedar proscrita frente a los nuevos patrones de resistencia política y económica en el ámbito internacional.

Las estrategias financieras neoliberales de los neoconservadores para lograr la expansión corporativa internacional con apoyo militar también están imitando las opciones del futuro crecimiento económico del país y la necesaria expansión internacional en la que se sostiene. Conforme la economía militar consume proporciones cada vez más grandes de la economía nacional y genera una creciente animosidad internacional hacia el capitalismo corporativo depredador usamericano, es de esperar que otros países capitalistas compitan más enérgicamente en muchas de las áreas de la dominación usamericana. Un ejemplo destacado de esta nueva rivalidad intracapitalista, directamente presente en el continente americano, es la constante búsqueda de China de materias primas y mercados en Latinoamérica. Si bien es posible que muchos y diversos desafíos provengan de otros países capitalistas, la reciente reafirmación de independencia política y económica en algunos países sudamericanos como Venezuela, Bolivia y Ecuador también podría limitar aún más las opciones de inversión para el capital usamericano.

Al mantener una expansión económica y militar agresiva y sustentada en la deuda a lo largo de los años de la segunda posguerra, realidad combinada con la desindustrialización interna y la expansión usamericana abiertamente beligerante alrededor del mundo, los neoliberales han reducido gravemente el rango de opciones corporativas y militares en el planeta. Las principales iniciativas militares del gobierno actual han revelado completamente las debilidades clave que entrañan las estrategias corporativas-militares que a su vez constriñen el margen para la recolección financiera.

Las heridas de USA no son superficiales. Incluso antes de lanzarse a cumplir la amenaza de una guerra regional más amplia, las estrategias militares de corte keynesiano ya están evidenciando importantes tensiones en tres esferas interrelacionadas de la vida nacional: menos servicios sociales, crecientes presiones inflacionarias y un cada vez más amplio rechazo popular de la economía de guerra característica de los neoconservadores. La consiguiente estrategia política y económica de la expansión de la deuda del consumidor a fin de mantener la economía interna, combinada con una política de importación de bienes baratos y mano de obra migrante barata, apoyada en una política de dólar débil y acompañada de más deuda pública, ha dado paso a una sinergia de interacciones negativas que podría ser difícil de controlar en un entorno político de creciente descontento popular.

El fardo de la deuda

Como en toda política fiscal dominada por la deuda, se predica la amortización bajo el supuesto de pagar la deuda actual con moneda más barata o devaluada en el futuro, lo que constituye en sí mismo una política inflacionaria. Hasta la explosión de la deuda de los últimos treinta años y la desindustrialización de la economía usamericana, el efecto combinado de las tasas de interés relativamente altas, la aceptación generalizada y continua del dólar usamericano como divisa para el comercio internacional, la presencia militar y el alcance mundial de las fuerzas armadas usamericanas bastaban para sostener un equilibrio relativamente fluido con base en la aceptación generalizada de liderazgo usamericano. La prolongada segunda posguerra, el consenso del capitalismo internacional en torno a diversas cuestiones de mutuo interés respecto a una forma de vida económica y cultural ayudó a mantener la confianza o la ilusión en la estabilidad del dólar usamericano como medida fidedigna del intercambio internacional y medio de reserva con un valor monetario relativamente estable.

En el preciso momento en que las oportunidades de inversión para el capital usamericano se encuentran más limitadas, su flexibilidad y su influencia financiera quedan restringidas por tres problemas simultáneos que son producto de la estrategia monetaria neoliberal para estimular a la economía nacional y fomentar la liquidez en favor de la inversión extranjera: la mayor dificultad para ampliar la deuda pública o privada, una inflación posiblemente explosiva y la incapacidad del banco central usamericano para evitar el creciente rechazo internacional del dólar.

Se forma la crisis

La convergencia de otras tres tendencias políticas y económicas interrelacionadas está minando la confianza internacional en la economía usamericana y su presencia en la economía mundial. Dichas tendencias pueden resumirse de la siguiente manera: la fracasada política monetarista y del estímulo fiscal propia de un keynesianismo militar cada vez más agravado por el descenso de largo plazo de la carga fiscal y el consecuente ascenso del ingreso y la distribución de la riqueza. La propagación de efectos negativos de los problemas monetarios que se vean sobrecargados por la agresiva expansión de la deuda y la especulación financiera no hace sino sumar factores a la crisis.

Toda fase interconectada del programa de expansión militar-corporativa parece estar llegando a los límites de manera prácticamente simultánea. Imposible compensar el circulante internacional de dólares usamericanos, el costo de la guerra está drenando la economía nacional, cada vez es más difícil para los consumidores sostener un estilo de vida basado en la deuda y, conforme el valor neto de las viviendas se contrae, se incrementa el desempleo y disminuye el gasto del consumidor. El gasto militar adicional anticíclico se ve además limitado por la creciente resistencia popular frente a la guerra usamericana en Medio Oriente y la consiguiente deuda masiva acumulada. Aunque el gasto social gubernamental como porción del presupuesto nacional ya se ha visto reducido, la enorme deuda interna no puede ampliarse lo suficiente para estimular la economía nacional y, tras la desindustrialización y profunda depresión del mercado mobiliario, quedan pocas opciones de estímulo económico.

Más allá de la gestión monetaria

Aquí es importante señalar y enfatizar que los gobernadores de la Reserva Federal o banco central de USA, empapados en teoría monetaria y entrampados en un enorme problema de supervisión de la deuda nacional e internacional, están tratando de administrar el inminente caos financiero valiéndose de la única palanca de ajuste económico que les queda: la tasa de interés. Si la Reserva Federal eleva demasiado las tasas de interés en el corto plazo en un esfuerzo por controlar las fuerzas de la inflación, llevará al mercado inmobiliario a una depresión que hundirá consigo al resto de la economía. Si baja demasiado las tasas de interés, acelerará el abandono del dólar usamericano (que de por sí ya es masivo) y por ende influirá en la continua devaluación de la moneda. Sin duda, el keynesianismo militar usamericano está adentrándose en un período peligrosamente volátil de estancamiento económico y creciente resistencia social, pero los monetaristas parecen estar incapacitados para dar un golpe de timón. Como mínimo la estanflación (una economía estancada con altas tasas de inflación) se presenta una vez más como una verdadera amenaza.

La apuesta del capitalismo corporativo neoliberal está llegando a su límite. La política interna de estímulo a la dupla militar-corporativa, basada en una expansión internacional desenfrenada, se está topando con las complicaciones de su miope espíritu de aventura, un espíritu que la está conduciendo a un enorme fracaso político y económico tanto nacional como internacional. Cuando no puede echarse mano de las clásicas prácticas fiscales y monetarias correctivas y se cierran las opciones militares, el capital corporativo usamericano y sus satélites trasnacionales parecen tener pocas alternativas más allá del repliegue y la reorganización.

¿Qué sigue?

Aunque ahora se encuentre seriamente limitada, si no es que paralizada por la ineptitud de sus líderes políticos, podemos anticipar que la élite dominante entrará en un nuevo período de consolidación y reevaluación. El capitalista nacional, la élite dominante desde los liberales sociales hasta el liderazgo corporativo de orientación internacional, unilateralistas y multilateralistas, evaluarán sus opciones para retomar las inversiones internacionales en expansión militar lo antes posible. Ambos lados del capital nacional parecen haber llegado a un consenso en cuanto a la dominación económica mundial. Si bien las estrategias nacionales e internacionales seguirán refinándose, podemos esperar que continúe la presión para dominar los mercados de productos, mano de obra y recursos: el capital no puede negarse el crecimiento constante. La expansión es absolutamente indispensable para que el capitalismo siga existiendo. El capital usamericano y sus tentáculos trasnacionales han llegado, sin duda, a un crítico impasse estructural, fiscal y monetario. El sistema debe crecer o convertirse en algo distinto del capitalismo con los rasgos y dimensiones económicas nacionales e internacionales actuales.

El nivel actual de producción militar o corporativa no puede sostenerse sin la capacidad de hacer crecer la economía nacional, ya sea mediante el gasto militar o los mecanismos fiscales del keynesianismo social o los métodos monetarios convencionales. Si el capitalismo usamericano ha entrado en una etapa de crecimiento cero, tal como lo indican las precipitadas caídas en sectores económicos clave, como el mercado de bienes raíces, cuyos problemas han contagiado a los mercados financieros, la necesidad de producir los medios de destrucción será nuevamente la única ruta viable en los confines de un Estado estancado. Además, si USA ya no puede actuar como el consumidor de última instancia o el depositario de inversiones seguras de última instancia alrededor del mundo, el capitalismo en su fase actual tipo casino, aunado a la especulación corporativa internacional con matices cada vez más propios del mercado financiero, también se contraerá y los fondos disponibles para la continua expansión de la economía de consumo o la economía militar desaparecerán. Hoy en día, al igual que en el período previo a la Gran Depresión, la burbuja financiera se está desinflando. La ilusión de una expansión ilimitada gracias al motor de la deuda podría estar llegando a su límite. Al mismo tiempo, como parte de una sucesión, toda forma de especulación apoyada en deuda se encuentra bajo la amenaza de una contracción aún más severa: los fondos de cobertura, el mercado hipotecario, las adquisiciones apalancadas de las corporaciones y la deuda internacional pesan demasiado en la desgastada base de la producción nacional. La expansión militar y corporativa financiada con la deuda amenaza con el colapso del capitalismo tipo casino en una economía hiperfinanciera.

Nos acercamos a un momento decisivo e histórico en la administración del capital que bien podría equipararse a los dramáticos reajustes políticos y económicos después de la Gran Depresión. Aunque la larga regresión neoliberal hacia el capitalismo fantasioso previo a la depresión, en la década de 1920, podría estar dirigiéndose hacia otra Gran Depresión, no hay garantía alguna de que el camino actual, marcado por montones y montones de escombros económicos, transite por un renovado keynesianismo social.

Lo que debe quedar bien claro es que el ciclo de vida de las nociones nostálgicas respecto a la mediación del mercado competitivo en todas las relaciones de intercambio está llegando a su fin bajo el imperativo corporativo del máximo control administrativo. Si la economía usamericana entra en un nuevo período de fuerte contracción económica, tal como lo sugieren diversos indicadores, y los neoliberales vuelven a recurrir a las palancas políticas de los métodos administrativos a fin de estimular la economía a través del gasto militar, su comportamiento podría provocar la disolución del propio capitalismo. A menos que haya un resurgimiento de politización popular semejante al ocurrido en la década de 1930, la batalla interna en el plazo inmediato corre el riesgo de quedarse en una riña entre los capitalistas corporativos que quizás ofrezcan un programa social limitado pero mejorado, y aquellos que intenten controlar el descontento social echando mano de todos los instrumentos de la represión de un Estado policíaco. En este punto podemos descartar cualquier regreso al capitalismo competitivo de antaño. El objetivo de ambos lados del capital es preservar un sistema dirigido he intensificado de explotación de los recursos y la mano de obra tanto nacional como internacional.

Desde que se rompió la incipiente forma de competencia entre pequeñas empresas cuando las grandes corporaciones tomaron el poder total y promovieron fusiones y adquisiciones, estas corporaciones han ido refinando los procesos de mando empresarial hasta desarrollar redes gerenciales amplias incapaces de tolerar cualquier interferencia nacional o internacional; por eso el capital ha generado nuevas demandas hacia una expansión regulada y controlada corporativamente bajo el liderazgo de instituciones supranacionales como la Organización Mundial de Comercio (OMC). A lo largo de los últimos treinta años de promoción agresiva de duras políticas económicas neoliberales de supuesta reestructuración, el modo de producción capitalista, en su forma autoritaria y de gerencia corporativa, ha llegado a dominar prácticamente todas las etapas de la vida social y económica. A medida que los capitalistas corporativos luchan por crear o refinar las estructuras institucionales intercontinentales para administrar sus operaciones de alcance mundial, confirman al resto del planeta que el añejo mito del capitalismo competitivo basado en la «libre empresa» no es sino un pintoresco concepto que desaparece rápidamente de la realidad. El capitalismo corporativo ha dejado atrás su forma competitiva idealizada; las condiciones actuales no permitirán ningún retorno. En las circunstancias de una crisis política y económica cada vez más profunda, el capital corporativo se verá impulsado a ensayar el control directo y administrativo de la economía. En realidad, ese proceso ya ha empezado.

La formación del capital corporativo totalitario: más allá del fordismo

A medida que el capital corporativo extiende su influencia política hacia los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y moviliza las fuerzas materiales del poder económico y militar del Estado para sostenerse, debemos atraer a nuestro análisis estas vertiginosas tendencias sociales y políticas en el contexto de la necesidad corporativa de controlar las fuerzas materiales de la producción como cultura totalizadora. Dentro de las relaciones sociales actuales de la producción capitalista, conforme las corporaciones tratan de controlar las condiciones en las que operan valiéndose de medios administrativos para escapar a las tendencias autodestructivas del sistema, el capital corporativo, libre de obstáculos, podría cruzar la frontera y adentrarse en la aterradora zona del fascismo.

Uno de los rasgos emblemáticos del capitalismo en su fase actual de expansión global es la creciente integración sistémica de métodos militares y corporativos a fin de trasladar prácticamente toda fase de la vida social y económica al mercado, causando la cada vez mayor mercantilización de la naturaleza, los objetos y las ideas. La actual estrategia capitalista corporativa es colgar la etiqueta de «privado» a todo lo que aún tiene un carácter social, ocupar todo espacio público y todo nicho medioambiental, siempre con el apoyo de la imponente presencia de las fuerzas armadas.

La estocada de las reglas de la OMC sobre la privatización de la biosfera es el indicador más claro de que el objetivo de las relativamente nuevas normas para la preparación de reglas administrativas capitalistas es mediar en todas las relaciones sociales a través de los mercados bajo gestión corporativa. Con el cacareado e interesado argumento de que las prácticas de la iniciativa privada son más eficientes que las actividades socialmente reguladas y públicamente controladas, la agenda corporativa basada en la privatización de la totalidad de la biosfera, los recursos naturales y el resultado de todo tipo de producción, factores que se combinan en el mayor asalto contra la sensibilidad humana, se resume la necesidad corporativa de contar con controles absolutos, privados y apoyados en el brazo militar para dominar toda las esferas del entorno humano. Tal vez los ejemplos más radicales de nuestro tiempo sean los esfuerzos de Bechtel por controlar el suministro de agua en Bolivia y los esfuerzos de otras corporaciones, como Monsanto, por controlar las semillas vitales. Es de suponerse que la reforma voluntaria del capitalismo armado no se encuentra en la agenda de las corporaciones. Al tiempo que los pueblos del mundo luchan por recuperar el poder político, en estas condiciones de crisis en ciernes, el capital corporativo tratará de ampliar su trayectoria de consolidación y control usando los medios del poder estatal.

El Estado-Nación, el Estado capitalista corporativo y más allá

Deberíamos notar una tendencia reciente: mientras el poder económico y su influencia se van marchitando, el poder político administrativo se reafirma con mayor vehemencia. Desde el principio, el primer período gubernamental de G. W. Bush se enfrentó a un inminente declive económico y la fuerza política ha crecido constantemente bajo el disfraz de cuestiones de seguridad nacional que requieren de la mayor confidencialidad. En el actual entorno autoritario, podemos observar claros rasgos de profundas influencias corporativas y capitalistas en las políticas y las prácticas nacionales e internacionales, lo que evidencia el alcance de sus operaciones de control en muchas esferas de la vida pública. Por ejemplo, las múltiples demandas de confidencialidad para acuerdos entre corporaciones y gobiernos, y de inmunidad en caso de proceso judicial constituyen intentos por proteger la formación de un Estado corporativo del escrutinio público. En el período actual de declive del poder y la influencia política usamericana alrededor del mundo, poco a poco aprendemos a interpretar las evidencias de la corrupción en la esfera pública y la esfera privada, y aprehendemos el verdadero significado y objetivo de las palabras «privilegio del ejecutivo» y «confidencialidad» en manos del gobierno. Los resultados cuestionables de las elecciones, los resultados cuestionables de las elecciones, la falta de honestidad generalizada en las entidades oficiales, la manipulación oficial de la información a fin de negar evidencias científicas y promover una guerra sin fin, los escandalosos niveles de las mentiras oficiales, los malos manejos de la economía, la indiferencia al sufrimiento de la población, la invasión a la privacidad de la ciudadanía, el patente desdén hacia las leyes nacionales y el derecho internacional, todo ello envuelto en la exigencia gubernamental de ultraconfidencialidad supuestamente necesaria para garantizar la seguridad del país no constituye sino una pequeña muestra, la más ostensible de la ansiedad oficial por conquistar altísimos niveles de poder que claramente reflejan la noción corporativa de «prerrogativas gerenciales», cada vez más asumidas por un gobierno dominado por la iniciativa privada. En conjunto, estos componentes apuntan claramente al desprecio oficial de las normas legales y las prácticas sociales históricamente desarrolladas, y la sensibilidad de la dignidad humana. Sin embargo, lo más peligroso es que representan el uso descarado del poder y la mentira abierta para ejercer el control e imponer un régimen corporativo y autoritario desmedido a toda la sociedad. En un contexto marcado por el afán de los republicanos derechistas de proclamar una omnipotente «presidencia unitaria» o «presidencia imperial», más nos vale investigar la naturaleza y el carácter del Estado en proceso.

Si prestamos atención a las «Directrices Presidenciales sobre Seguridad Nacional y Patria» (NSPD-51 y HSPD-20), firmadas por George W. Bush el 9 de mayo de 2007, gracias al informe de Chattanoogan descubrimos que al declarar una «emergencia catastrófica», «el presidente puede declarar a la oficina de la presidencia a cargo de un poder regularmente asumido por los dictadores a fin de dirigir todas y cada una de las actividades gubernamentales y privadas hasta que haya pasado la emergencia». http://www.chattanoogan.com/articles/article_107907.asp. Las implicaciones de consolidar todos los poderes del gobierno en el ejecutivo son terriblemente evidentes: una dictadura usamericana decidida a administrar y coordinar desde el centro todas las actividades gubernamentales estatales, locales y nacionales. Esta directriz presidencial, promulgada en momentos de crecientes críticas políticas, caídas en los niveles de popularidad entre la ciudadanía y más y más problemas económicos, tiene una estrecha relación con el informe del Reino Unido, publicado en enero, con la proyección de las tendencias sociales, políticas y económicas alrededor del mundo en los próximos 30 años.

En la edición de junio de 2007 de Monthly Review, los editores presentaron un resumen del informe del Centro de Desarrollo, Conceptos y Doctrina del Ministerio de Defensa Británico, publicado en enero de 2007 con el título «Tendencias estratégicas mundiales, 2007-2036». En una primera parte se destacan las debilidades estructurales, económicas y ambientales del capitalismo global y sus posibles consecuencias, como el regreso a la «rivalidad de las grandes potencies», el estancamiento de la economía usamericana, «el continuo deterioro de la hegemonía usamericana», un posible «colapso financiero» y «un regreso al unilateralismo por parte de un Estado (no especificado)». Después, se aborda la probabilidad del surgimiento y la generalización de «movimientos insurgentes» locales e internacionales organizados por el «proletariado de clase media». Al final de sus «Notas», los editores de Monthly Review señalan que «En última instancia, el Ministerio de Defensa Británico sólo ve un enemigo: la masa poblacional tanto dentro como fuera del país. Cuando el 1% de la población mundial controla alrededor de 40% de la riqueza en el mundo, no sorprende que el puñado de «dirigentes» extraordinariamente acaudalados mire a las masas «dirigidas» como posible amenaza.

Al conciso resumen del informe que presentan los editores siguen tres artículos sobre el tema de la pluma de reconocidos analistas internacionales: William K.Tabb, Noam Chomsky y James M. Cypher. Los títulos de los artículos, por separado y en conjunto («El estancamiento de los salarios y la clase trabajadora estadounidense» de Tabb, «Crisis inminente» de Chomsky y «Del keynesianismo militar al militarismo neoliberal mundial» de Chipre) destacan los principales elementos de la coyuntura socioeconómica en ciernes. A grandes rasgos, Chomsky presenta el importante argumento del proteccionismo económico usamericano oculto detrás de un velo de lemas de «libre comercio»; Cypher enfatiza que el verdadero objetivo de las políticas neoconservadoras de intervención en el extranjero es «…el uso de la fuerza que caracteriza al capitalismo, alimentado por un interés concreto: acceso y control de los recursos, dominio de los mercados y garantía de estabilidad en las relaciones que facilitan el funcionamiento de la economía usamericana», mientras Tabb da los toques finales al gran escenario al señalar que «el imperialismo es la otra cara de una economía que no produce empleos civiles adecuados». Al subrayar la creciente necesidad que tiene el capital de controlar todos los niveles de la economía nacional e internacional, los autores coinciden con la perspectiva de Chomsky: «el enemigo común de la democracia y el desarrollo es el neoliberalismo».

Los datos, las ideas y los argumentos aportados por los tres brillantes analistas apuntan claramente a la formación de un Estado autoritario o de una coalición de Estados autoritarios. La aplicación de la «fuerza… a partir de determinados intereses» tanto dentro como fuera del país a fin de controlar a quienes desafían públicamente las consecuencias de la expansión capitalista exigirá un nuevo tinglado de secretos y movidas ocultas. Propongo una síntesis preliminar del análisis y las interpretaciones de estos autores para que los lectores puedan hacer una lectura crítica.

¿Un regreso a nuestro pasado más oscuro? Todo lo que creíamos superado podría hacerse presente

Tras una seria reflexión sobre las implicaciones de los argumentos que presenta cada uno de estos autores, tomo como punto de partida la siguiente sugerencia de James Petras: es posible que se esté diseñando una nueva variedad de mercantilismo. Añadiría que dicho desarrollo es absolutamente consistente con los esfuerzos actuales de controlar el comercio mediante los acuerdos supuestamente llamados «de libre comercio» (http://www.informationclearinghouse.info/article14832.htm) Petras aporta un elemento clave al debate con su interpretación de las mutaciones estructurales y las contingencias de la coyuntura política actual. En mi opinión, los estudios de estos cuatro académicos críticos apuntan a la formación de un Estado corporativo dictatorial como base organizativa del ímpetu hacia la dominación mundial por parte de un solo Estado o imperio. Así como Richard Vogel, en su artículo sobre el desplazamiento y la asignación controlada de trabajadores mexicanos, titulado «Transient Servitude» y publicado por Monthly Review en enero de 2007, nos exhortó a reconocer que ésta bien podría ser «la batalla por nuestras vidas», pretendo tomar su llamado, llevarlo al contexto del actual nexo autoritario entre las corporaciones y el ejército y las tendencias políticas neoliberales dominantes hacia la privatización capitalista para argumentar que, si no se revierte la tendencia hacia la dominación económica usamericana, reforzada en el poderío militar, seremos testigos del desarrollo del fascismo en USA con consecuencias espantosas para sus víctimas alrededor del mundo.

Triturar el contrato social «para asegurar la estabilidad» del capitalismo corporativo

En un entorno marcado por el estrepitoso declive de la credibilidad en el gobierno, las multiplicadas dificultades económicas, y el creciente descontento popular ante la acumulación de los costos sociales y económicos de las aventuras militares del neoliberalismo, es importante considerar la amenaza de un control político dictatorial diseñado para contener o reprimir el descontento social acumulado y así tener mayor libertad para fomentar el impulso militar agresivo hacia la dominación de zonas con concentración de recursos clave. Los preparativos para el desarrollo de medidas represivas en un Estado policíacos pueden adoptar todo tipo de modalidades.

En su texto publicado por Common Dreams el 22 de julio de 2007, titulado «Bajo el radar: diez advertencias actuales», Heather Wokush señala que «El 17 de julio (de 2007), la Casa Blanca emitió discretamente una orden del Ejecutivo denominada «El bloqueo de propiedades de ciertas personas que amenazan los esfuerzos por estabilizar Irak». Entre otras cosas, esta orden otorga a Bush el poder para «bloquear» o someter a control gubernamental administrativo las propiedades de aquellas personas en USA que «representen un riesgo importante de cometer un acto violento capaz de socavar ‘la reforma política en Irak'».

Una mirada más atenta a la cortina cada vez más llena de humo que representan las profusas políticas y prácticas gubernamentales cuyo objetivo es asustar e intimidar a los usamericanos para reducirlos a la docilidad mediante una inagotable táctica beligerante a favor de la dominación mundial, exige revisar detalladamente los elementos clave de la tesis del «Nuevo Estado» que plantean Paye y Tigar (Monthly Review, vol. 59, no. 4, septiembre de 2007). Al argumentar que la reciente legislación que sustenta la aplicación arbitraria de supuestas facultades ejecutivas por parte del presidente ha desdibujado «…la distinción entre enemigo y delincuente», Paye señala que el efecto de la ley y las órdenes del ejecutivo «fusiona la soberanía externa con la interna…» generando la estructura legal para «la autoridad jurisdiccional imperial de USA». Por lo tanto, afirma que «[la] MCA, (Ley de Comisiones Militares) conlleva la transformación de la organización del Estado al poner fin a la separación formal de los poderes [en tanto] crea una ley puramente subjetiva y la coloca en manos del poder ejecutivo [que] reintegra la violencia pura a un contexto legal transformado en el fundamento de un nuevo orden político que, a su vez, garantiza a la presidencia los poderes de un juez de manera permanente». Este argumento, aunado a la autoasignación de facultades mediante las directrices ejecutivas NSPD-51 y HSPD-20, en las que el presidente se declara abiertamente como quien detenta el poder de las TRES ramas del gobierno, no se puede sino estar de acuerdo con la conclusión de Paye: estos elementos, juntos, constituyen «un buen principio para el establecimiento de un Estado imperial».

En consonancia con Paye, el artículo de Tigar titulado «Un sistema de negación absoluta de los derechos» y publicado en el mismo número de Monthly Review, revisa brevemente el efecto conjunto de dos casos emblemáticos, el de la nación Cherokee y el de Dred Scott, a fin de destacar la historia interrelacionada de la ideología imperialista usamericana y la «exclusión de ‘súbditos’ de todo acceso a foros en los que podrían afirmar sus derechos» y mostrar los vínculos jurídicos entre ambos casos y la actual denegación de sus derechos a «combatientes enemigos», así como la proyección de un poder imperialista. Más adelante, Tigar señala que «La amenaza común que recorre [las decisiones del Tribunal Supremo en] la nación Cherokee y Dred Scott, y la caracterización del combatiente enemigo (sobre la que escribe Paye) es la eliminación de tajo de toda posibilidad de discutir cualquier reclamo de justicia». De hecho, Paye y Tigar argumentan que la negación de reclamos de justicia coloca a ciertas personas, arbitrariamente, fuera de la protección constitucional de la ley.

Con pesimismo, Tigar argumenta que el efecto combinado de la MCA, la Ley de Tratamiento de Detenidos y las recientes órdenes del Ejecutivo recuerdan la lógica del pensamiento judicial en la era de la esclavitud: se diluyen o niegan muchas de las garantías constitucionales y protecciones legales de la persona acusada. Si bien estas pinceladas no son más que un resumen a modo de introducción para dos artículos excepcionales, quisiera comentar a mis lectores que Paye y Tigar, además, nos alertan ante una amplia gama y variedad de ataques del Ejecutivo contra derechos legales añejos. No podemos hacer caso omiso de las profundas implicaciones de la esclarecedora investigación y los argumentos presentados por Paye y Tigar. La lectura de los textos originales permite aprehender las tesis de los autores, con perspectivas internas y externas, y vincularlas al breve repaso de Tigar en cuanto a la forma en que el gobierno usamericano ha creado grupos de personas que carecen de todo derecho pero, al mismo tiempo, las incluye en la jurisdicción administrativa de un poder ejecutivo todopoderoso, y resulta mucho más sencillo entender la formación de una presidencia imperial y las consecuencias de su posible alcance mundial.

Argumentando que los cambios reaccionarios radicalmente aplicados por decreto ejecutivo, con apoyo legal y en proceso de revisión judicial, ambos autores enfatizan que «el gobierno ha derogado unilateralmente el contrato social» y con el apoyo del legislativo y el judicial ha formado la estructura legal de un Estado imperial. Ante un poder ejecutivo que controla estas amplias y poco discutidas facultades dictatoriales, Paye concluye que «[el] objetivo de este gobierno es aplicar a toda la población los procedimientos que le facultan a aprehender extranjeros, torturarlos y mantenerlos en situación de detenidos según su propio criterio». Así, cualquier persona, de cualquier país, sumariamente acusada de ser enemiga del Estado puede ser encarcelada en forma clandestina y retenida de manera indefinida a partir de las órdenes caprichosas de un poder ejecutivo libre de obstáculos. Hemos pasado del «hombre de la máscara de hierro» a la imagen moderna del «hombre o la mujer de la capucha negra».

Evidentemente, el gobierno actual teme profundamente la creciente ola de protestas populares contra muchos de los problemas vinculados a una mala administración económica, la corrupción política y las agresiones militares, y ahora pretende ahogar las protestas con tácticas de presión que fomenten la docilidad. Al no conseguir convencer a la población usamericana infundiendo el miedo, el gobierno introduce descaradamente formas legales de intimidación y métodos de coerción. Desde el extremo de inflingir dolor físico y causar agonía mental, e invadir la privacidad del ciudadano hasta la creación de un Estado carcelario y la abundancia de ejércitos privados, mercenarios de las grandes corporaciones, hay evidentes rasgos de un control dictatorial en ciernes. Aunque todavía no regresamos a los niveles de violencia generalizada y organizada por el Estado dentro de las fronteras amuralladas de USA que evocan a los regímenes fascistas latinoamericanos y europeos del siglo XX, debe quedarnos claro que se está definiendo, conscientemente, la lógica legal para desarrollar el marco institucional que sostendrá un Estado imperial y dictatorial en el país, y para controlar la predecible insurgencia nacional e internacional.

El Estado corporativo tiene dos tipos de derechistas

Mientras que el actual gobierno republicano hace patente, de manera abierta o encubierta, su preferencia por la coerción, los demócratas le ponen sordina al uso de la fuerza al implicar su disposición a relajar la tensión interna promoviendo una agenda social diseñada para reducir los más graves daños sociales y económicos de un largo programa político y económico neoliberal. Si bien hace tiempo que debía haberse promovido una importante reversión de las profundas desigualdades en términos de ingresos y distribución de la riqueza a las que se ha sometido a la población en los últimos treinta años de privatizaciones en lo nacional y lo internacional, las promesas de los demócratas en torno a alguna nimia medida paliativa de la situación también se basarán en un plan para la continua expansión del imperio usamericano. Un programa ampliado de Estado de bienestar o un regreso al keynesianismo social dependerán de la continuidad de nuestra explotación de los recursos y la mano de obra alrededor del mundo. Podemos, por ende, anticipar que, aunque el puño de hierro puede convertirse en guante de seda y tal vez no se ejerzan las facultades extraordinarias del Ejecutivo, los presidentes de cualquier partido, en un contexto de imperialismo y frente a un Estado corporativo, no repudiarán de manera voluntaria dichas facultades.

Pensar lo impensable… pensar más allá del capital

La clave para mantener la paz social dentro del país mediante la relajación de las presiones económicas actuales pasa por alguna forma de continuidad de la explotación económica internacional. Prácticamente cualquier plan de expansión económica será oneroso, pero una maniobra geopolítica provisional y regional podría ser la opción menos costosa en el corto plazo para preparar el escenario de aventuras imperialistas más agresivas. Pensemos en los desafíos casi inconcebibles que plantea el cruce del neomercantilismo y el neofascismo. Habrá quien muestre una curiosidad escéptica, pero podemos prever que la mayoría de los lectores ocasionales y muchos ciudadanos y residentes usamericanos no reaccionarán sino con incredulidad y desdén. La mayoría de los usamericanos adoctrinados con nociones colectivas de un supuesto legado democrático se sorprendería ante un plan estatal-corporativo para dominar y administrar la economía regional y mundial, pero debemos considerar que un esquema mercantil de comercio dirigido por el Estado es bien compatible con formas de gobierno nada democráticas. Con acuerdos como el TLCAN y el CAFTA, ya existe una incipiente forma de intervención en el comercio internacional para favorecer a USA, al tiempo que el Estado corporativo militar no ha dejado de desarrollarse en diversas vertientes durante por lo menos setenta años.

Recordemos que en 1935 Sinclair Lewis escribió «Eso no puede suceder aquí». Sin embargo, su relato de ficción sobre el fascismo usamericano encuentra clara y urgente resonancia en nuestras reflexiones. En esa misma época, el General Smedley Butler testificó en el Congreso usamericano acerca del intento de un golpe fascista que habría de dirigir con un ejército particular de medio millón de hombres (coat.ncf.ca/our_magazine/links/53/butler.html/). Poco después, en 1944, Henry Wallace, vicepresidente de USA, a petición del New York Times, presentó un primer bosquejo del fascismo en el país (www.truthout.org/docs_03/082103F.shtml). Alrededor de cuarenta años después, en la década de 1980, Bertram Gross explicó los avances del programa económico fascista durante el gobierno de Reagan en su largo ensayo titulado «Fascismo amigable» (www.thirdworldtraveler.com/Fascism/Friendly_Fascism_B Gross.html) ¿Quién dijo que eso no puede suceder aquí?

¿Consenso bipartidista en torno al capitalismo del Estado corporativo? ¡Sí puede suceder aquí!

Ciertamente, uno puede notar elementos de fascismo en USA, pero tal como lo señalara Bertram Gross en el texto «Fascismo amigable» y lo subrayara Tom Hartmann en el artículo recientemente publicado en la ciberpágina Common Dreams (28 de agosto de 2006), «Reivindicaciones: ¿fascismo islámico o republicano?», los rasgos más conspicuos del fascismo italiano y alemán (nazi) podrían no ser reconocibles. El fascismo usamericano no se manifiesta en marchas de camisas pardas ni suásticas; se basa en tendencias económicas corporativas bien enraizadas y se desarrolla a partir de las extensiones operativas lógicas de sus propios imperativos capitalistas que determinan controles de producción afianzados en diversas capas de conformidad con criterios corporativos claramente establecidos. En las palabras de Giovanni Gentile, ministro de educación pública de Mussolini y autodefinido como el filósofo del fascismo, «lo adecuado sería llamar al fascismo corporativismo, porque se trata de la fusión del poder del Estado y el poder de las corporaciones».

Hacia un mayor control y una mayor conformidad

Las raíces del conformismo social moderno, condición necesaria para el surgimiento del fascismo, se encuentran en las profundidades de los patrones de los métodos de regimentación social para la producción capitalista. La larga historia de elaboración de leyes para satisfacer las necesidades de los métodos capitalistas que ganaban rápidamente condicionó el entorno social para garantizar la continuidad de las operaciones capitalistas. Desde la Ley de Cercamientos hasta las leyes contra la vagancia y las penas extremadamente severas que contienen, el poder del Estado se usó para allanar el camino a los estilos de producción que se cocinaban y a las invenciones e innovaciones que empezaron a facilitar la creciente racionalización de la producción capitalista durante la primera, la segunda y tal vez la tercera revolución industrial que estamos viviendo. Cada etapa de su desarrollo moderno ha implicado cambios en el comportamiento social y la reorganización de sociedades enteras. Desde el principio, los capitalistas buscaron sin parar estrategias metodológicas que les permitieran alcanzar los niveles de control social basada en la conformidad que requería el sistema: la conformidad de los estándares de producción con base en componentes homogéneos e intercambiables, y personas también intercambiables, influyó en el comportamiento, la disciplina y las prácticas de los trabajadores alineados a la organización de sistemas integrados de producción y distribución que, paulatinamente, desarrollaron vínculos regionales, nacionales y ahora internacionales gracias a una política mundial de explotación despiadada. Al establecerse, refinarse y estandarizarse las modalidades de operación corporativa, demandaron patrones sociales concretos y compatibles con las exigencias del modo básico de producción. En cada etapa histórica subsiguiente de expansión y mutaciones del capital, los empresarios y administradores hicieron grandes esfuerzos por controlar el despliegue de variables sociales y materiales necesarias para desarrollar programas de producción ininterrumpida y redes de distribución constante. Tanto en períodos de contracción como de crecimiento, los capitalistas han intentado usar su creciente influencia para crear las condiciones sociales y definir los comportamientos individuales más favorables a sus propias necesidades económicas. Ya sea arrasando a sus competidores, controlando las zonas de concentración de recursos naturales o tratando de dominar o destruir sindicatos, la élite corporativa no ha dejado de asediar los mecanismos políticos y económicos del poder para eliminar todos los obstáculos políticos y sociales a sus necesidades sistémicas fundamentales.

Los métodos de producción capitalista siempre han demandado mayores niveles de docilidad y control para alcanzar la predictabilidad que permite asegurar la tasa más alta de utilidades después de cualquier inversión. El imperativo central de la maximización de las ganancias a lo largo de la historia del capital ha generado una obvia tendencia hacia un control cada vez más acentuado de todas las variables económicas. Toda posible alteración al flujo ilimitado de los factores básicos de la producción (capital, mano de obra y recursos) o alteración a los mercados donde se compran y venden dichos factores es vista como una amenaza constante para la adquisición continua de materiales y mano de obra indispensables para cumplir con calendarios predecibles de producción y distribución de productos. En cada fase periódica de mutaciones del capitalismo hay capitalistas de carne y hueso luchando por vencer, controlar o eliminar los obstáculos políticos, sociales y económicos a su afán de maximizar las ganancias.

A lo largo de este proceso histórico, los capitalistas repetidamente han proclamado que la regulación de los mecanismos del mercado constituye una intervención artificial en el poder corporativo y han demandado la prerrogativa para administrar su propio entorno económico. Sin embargo, también han sido constantes en la solicitud de ayuda gubernamental para controlar las variables sociales. Los líderes corporativos y sus aliados políticos definen la interferencia gubernamental en la esfera privada de las prácticas comerciales como intervenciones injustificables, innecesarias y artificiales en mecanismos que se presumen autorregulables dentro del sistema capitalista, siempre y cuando, claro, no se propicie una de esas deliberadas crisis sistémicas.

A pesar de que la glorificación ininterrumpida de los mitos de la era dorada del «capitalismo de libre mercado» a fin de promover el consumo, una realidad muy distinta queda en evidencia en los constantes esfuerzos de los capitalistas por echar mano de sus palancas políticas y administrativas para manipular todas y cada una de las variables humanas y materiales en el proceso productivo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las reforzadas concentraciones de combinaciones corporativas en la escala nacional e internacional han requerido de redes de producción y mercadotecnia meticulosamente coordinadas a fin de consolidar flujos confiables de información y materiales que transitan entre oficinas y fábricas enlazadas alrededor del mundo. Los centros de planificación se han conectado con los espacios de producción física, por lo general vinculados con plantas de ensamblaje muy lejanas. Todos estos elementos forman redes de producción y distribución fuertemente integradas que exigen movimientos continuos, monitoreados y controlados, de fondos, materiales, mano de obra y productos a lo largo y ancho de una telaraña productiva/distributiva. De entre todas las variables de la producción, la mano de obra, la capacidad de trabajo de mujeres y hombres, e incluso menores de edad, ha sido la menos dócil.

A lo largo de todas las etapas de creciente militarización de la sociedad usamericana, la élite corporativa que, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial fue ocupando cargos administrativos y logísticos clave en el gobierno y las oficinas de planificación corporativa, aprendió para nunca olvidar los beneficios de la producción bélica intensamente coordinada y altamente reglamentada. La simple lógica de los procesos de producción corporativa planificados y coordinados se sincronizó de inmediato con la clásica jerarquía de los mandos militares. Cuando el presidente Eisenhower manifestó su preocupación por el surgimiento del complejo militar-industrial, quizás no advirtió la envergadura de las profundas y enormes implicaciones culturales de la vinculación entre el régimen militar y su contraparte civil: los mandos corporativos. Ni el control corporativo de la producción ni los mandos militares aceptan proceso democrático alguno. Ambos exigen la obediencia de los subordinados ante las órdenes de la autoridad. Tanto los jefes militares como los corporativos requieren del cumplimiento estricto de sus órdenes por parte del personal a su cargo. Las similitudes de los procesos reglamentados de la producción multinacional y el comportamiento de la industria de la guerra alrededor del mundo forman una simbiosis de necesidades, estilos y mitos que han delineado un nexo cultural más que estrecho entre el brazo militar y el brazo capitalista. Si bien la verborrea patriótica que anima la producción bélica puede ser difícil de sostenerse en los períodos de entreguerras, la mezcla de miedo, recompensas y castigos ha demostrado ser muy efectiva para mantener la productividad de los trabajadores.

El proceso de vinculación

Durante la larga historia usamericana de expansión económica transcontinental e internacional, su creciente necesidad de refuerzos militares ha generado lazos de cooperación e interdependencia cada vez más fuertes. Aderezado a placer con exhortos a sentimientos patrióticos y el cultivo del miedo omnipresente ante una amenaza cualquiera, se consolidó el vínculo entre el ejército y las corporaciones. Condicionados una y otra vez a lo largo de cada etapa de crecimiento corporativo en cada fase de expansión industrial capitalista en los siglos XIX y XX, observamos la mayor integración de las actividades corporativas y militares, con crestas periódicas en momentos de rivalidad interimperialista que deriva en tantas guerras que resulta imposible presentar una lista completa. El vínculo entre la capacidad de hacer la guerra y las técnicas de producción capitalista conquistó un nuevo nivel de intimidad entre todos los combatientes de todos los bandos del conflicto durante la Segunda Guerra Mundial: mientras los líderes corporativos aprendían la importancia de la planificación gubernamental, aprendían que los planes confiables requieren de flujos predecibles de todos los factores de producción, incluida la variable llamada mano de obra, un flujo que podría facilitarse gracias a las fuerzas armadas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los beneficios macroeconómicos de la producción bélica planificada se generalizaron rápidamente y se convirtieron en elementos estabilizadores del plan económico nacional. Específicamente, el ejército usamericano y sus dóciles clientes en otras latitudes se convirtieron en los compradores más confiables de productos para la guerra. Las relaciones entre el gasto militar y la expansión corporativa internacional, vinculadas a la estabilidad de la economía nacional, se mostraron absolutamente evidentes. Cada vez que el gasto de los consumidores se rezagaba, el brazo militar encontraba la forma de necesitar nuevos camiones, aviones, armas y otros pertrechos. En cada recesión económica sucesiva desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se descubrieron o inventaron enemigos nuevos dentro y fuera del país, y se multiplicó la producción industrial de equipos militares. La evocación del factor miedo y los supuestos enemigos que acechan por doquier ha demostrado bastar para movilizar los fondos públicos a favor de los capitalistas y la iniciativa privada. Desde 1945, la demanda de equipos de guerra ha sido insaciable y la cada vez más profunda simbiosis material ha fomentado un vínculo operativo capaz de generar normas culturales que derivan en mitología popular.

El mito de la eficacia corporativa, siguiendo la orientación del proceso del mando corporativo civil, se sincroniza con los correspondientes mitos de la eficacia del mando militar. Se hizo caso omiso de los costos excesivos, los retrasos en la producción y los equipos de mala calidad, hasta que los recientes alardes corporativos en torno a la entrega puntual coincidieron con la propaganda de los «bombardeos de precisión, ahora llamados «bombardeos quirúrgicos». A pesar de las inoportunas y ocasionales contradicciones que representa la información de fallas en los equipos, los mitos ganan terreno al tiempo que la potencia militar más importante del mundo se alimenta del complejo corporativo más grande del planeta. La organización corporativa, profundamente enraizada en el proceso de producción del capitalismo unitario, repite y alaba la estructura de mando de la cultura militar. La legendaria noción de poderío militar como mediador absoluto del conflicto político también apoya y se combina con la capacidad depredadora de las corporaciones trasnacionales para emprender aplastantes invasiones de capital. En cada uno de los crecientes niveles de inestabilidad macroeconómica y contracciones de la economía usamericana durante la segunda posguerra, se incrementó el gasto militar a modo de preparativos para la guerra, generando aquella noción de «destrucción creativa» de Joseph Schumpeter, un contexto explícito y doloroso que encuentra su mejor demostración gráfica en la escalada corporativa de contratos de guerra otorgados de manera preferente a privilegiados capitalistas usamericanos en Irak. (transcriptions.english.ucsb.edu/archive/courses/liu/english25/materials/schumpeter.html)

Hoy en día, la necesidad del capital trasnacional de protección militar intense y coordinada a fin de hacer cumplir su exigencia de inversión ilimitada no sólo amplía las estrechas relaciones materiales entre el capital corporativo y el ejército nacional; además, promueve una norma cultural de mando autoritario y de apoyo mutuo, basada en el uso directo de la fuerza o la amenaza de su uso dentro y fuera del país. A medida que el aparato represivo del Estado policíaco extiende sus tentáculos para controlar la posible interferencia nacional en la conducta internacional de las corporaciones, hay un despliegue de fuerzas armadas usamericanas con el propósito de asegurar y controlar las regiones donde se encuentran los recursos naturales de importancia estratégica, así como los canales de distribución de mano de obra, productos y operaciones financieras capitalistas. Conforme otros pueblos resisten la invasión del capital en sus múltiples formas, se aplica el garrote de la fuerza armada con mayor o menor intensidad. Las grandes y abiertas operaciones militares usamericanas y las encubiertas campañas de desestabilización en o cerca de importantes ubicaciones económicas significan una presencia militar usamericana prácticamente mundial que tiene rasgos de dominación de todo el planeta. Evidentemente, la globalización del capital requiere de un tinglado de represión globalizada. Como lo señaló Smedley Butler, no era sino un gángster del capitalismo. Durante este proceso, el brazo militar del capital se convierte en el garante de la agresión económica corporativa. Las circunstancias actuales de dominación internacional por parte del Estado con mayor poder militar del mundo exige plantear la siguiente pregunta: ¿qué tipo de Estado nacional imperialista se está formando?

¿Una visita al pasado?

En artículos concisos y con excelentes argumentos (www.counterpunch.org/petras09052006.html, www.zmag.org/ZMag/articles/jul01petras.htm y otros materiales interesantes en la ciberpágina de James Petras), James Petras delimita claramente la versión neoconservadora de la estrategia neoliberal para la construcción del imperio usamericano en el transcurso de la próxima década y años subsiguientes. A partir de los argumentos de Harry Magdoff, bien definidos en el texto Imperialism without Colonies (Imperialismo sin colonias) y convincentemente retomados por John Bellamy Foster en Naked Imperialism (El imperialismo desnudo), Petras subraya dos de los argumentos primordiales tanto de Magdoff como de Foster: que el intento supremo de los últimos treinta años por trasladar la riqueza y los ingresos de la población pobre y de ingresos medios de USA tenía el objetivo de aportar la liquidez financiera esencial para tener una mayor presencia allende las fronteras mediante la inversión extranjera directa. Al tiempo que identifica con toda claridad las estrategias neoconservadoras para hacer más magros los ingresos de la gran mayoría de los trabajadores e incrementar los costos de los programas sociales internos, como los intentos por privatizar la seguridad social, a fin de movilizar la liquidez financiera y concentrarla en manos de quienes, de por sí, ya poseen una riqueza extrema, Petras añade una lógica extensión al argumento de Magdoff al introducir la idea de un nuevo tipo de mercantilismo que se convierte en objetivo político de los diseñadores usamericanos de la dominación intercontinental. A la luz de las recientes revelaciones de una Unión Norteamericana, dirigida por USA (www.sourcewatch.org/index.php?title=North_American_Union) y su mecanismo de apoyo, la «Alianza para la Seguridad y la Prosperidad» (www.spp.gov/), la idea de una posible regresión a prácticas mercantilistas con un nuevo matiz es perfectamente consistente con el impulso actual hacia un control más integrado y corporativo de las economías norteamericana, lo que llevaría al TLCAN y al CAFTA, de un solo gran movimiento, a otro nivel.

Como analistas críticos, debemos tener cuidado de no descartar rápidamente la posibilidad de una regresión a una estrategia imperialista y mantener el ojo alerta para detectar los hechos que así lo indicaran. Si bien puede argumentarse que el capital del monopolio, en su modalidad hiperfinanciera más reciente, hace mucho que dejó atrás sus prácticas mercantiles primitivas, el capitalismo corporativo suele conservar vestigios funcionales en sus nuevas estructuras organizacionales más sofisticadas. Ciertamente, la tecnología actual ha permitido el desarrollo y el despliegue de estrategias e instrumentos de inversión más novedosos; al mismo tiempo, el surgimiento de conglomerados corporativos como resultado de las fusiones ha dotado a las empresas del control de las instituciones bancarias, y algunas empresas han desarrollado sus propias unidades financieras. Todo ello favorece una integración más estrecha de inversión, producción y redes de distribución. Como quedó demostrado en dolorosas lecciones del pasado, las crisis periódicas del capitalismo no siguen una línea recta ni una dirección definida. Por lo tanto, en la situación actual de crisis galopante, más nos vale seguir de cerca la posibilidad de una regresión que aparentemente no lo sea. La creciente tendencia corporativa hacia un control más rígido de todos los insumos y la clara tendencia hacia la dominación económica regional apoyada en un brazo militar posicionado a escala mundial, implican todos los indicadores de un control corporativo que cuenta con la asistencia del Estado y está perfectamente integrado con una fuerza armada, un control que haría a los mercantilistas españoles y británico revolcarse de envidia en su tumba.

Las necesidades operativas del gigante que es el capital multinacional y trasnacional tienen tres condiciones irreductibles e inevitables de producción y distribución: la obtención continua de materiales de bajo costo, mano de obra barata y la venta ininterrumpida de productos con tasas de ganancia cada vez mayores. Traducido a los términos concretos de la administración del mercado del trabajo y los recursos materiales, el capital, en cualquiera de sus modalidades, necesita constantemente ganar y, en el nivel óptimo de sus capacidades, controlar los insumos productivos, las vías para su comercialización y todas las líneas de comunicación entre ambos factores. Hoy, conforme la escala y el carácter internacional de la producción corporativa crecen, el flujo de insumo debe ser regularizado.

En el marco objetivo de incrementar la competencia internacional forzando el largo declive de la dominación económica usamericana de la producción mundial, cuyo punto máximo de aproximadamente 60% después de la Segunda Guerra Mundial y su actual 23%, no es de sorprender que seamos testigos del incremento en la aplicación de la fuerza armada como instrumento para la penetración económica del capital usamericano en regiones ricas en recursos y en áreas de oferta de mano de obra migrante. Actualmente, en medio de este período marcado por el capital financiero depredador, parece haberse formado una relación más estrecha entre la creciente militarización de la economía nacional e internacional, y las aspiraciones de instituciones de inversión que movilizan fondos a fin de inversión extranjera directa por parte del capital corporativo nacional y trasnacional. Hasta hace poco, los efectos de mediano plazo de las inversiones rapaces en el extranjero, apoyadas en la siempre presente amenaza de medidas militares punitivas, se han conjugado para estimular la economía usamericana de por lo menos tres importantes maneras vinculadas entre sí: el gasto militar ha complementado el consumo interno, fomentado una mayor concentración y acumulación de riqueza, y movilizado el reflujo de dólares usamericanos a través del factor miedo.

La continuación de las agresiones militares en el exterior, aunada a una mayor contracción de la economía nacional, resulta en un índice creciente de pobreza dentro del país que también podría detonar un aumento en la represión social. Al mismo tiempo que la clase gobernante necesita del amplio consentimiento de la población para su proyecto imperialista de largo plazo, surgen inseguridades sociales y económicas que generan ansiedades sociales que hacen de contrapeso y debilitan el apoyo popular para las guerras de expansión corporativa. La profundización del estancamiento económico dentro del país y alrededor del mundo causa la estrepitosa caída de las ventas y los precios de los bienes raíces, el recorte o la desaparición de las pensiones, el incremento de los costos de la atención médica y la reducción de los servicios de salud, factores que se combinan para acentuar la inseguridad interna, hecho que erosiona la base de apoyo consensual necesaria para sostener las aventuras imperialistas.

El incremento de los medios y métodos de coerción y control de la población anunció las consecuencias de la reducción planificada del gasto social interno. La inmensa transferencia de riqueza e ingresos usados para aumentar el gasto militar y policíaco constituye un medio más para apoyar un proyecto militar contundente de corte keynesiano. Tras abandonar la política de «armas y mantequilla» de la época de la Guerra de Vietnam, los únicos instrumentos políticos que quedan, mientras se erosionan los ingresos y recompensas sociales de los que menos tienen, son diversos métodos de distracción, léase entretenimiento, y la creciente represión de un disenso popular que tiene todas las probabilidades de profundizarse y extenderse.

Cada vez son más las personas que advierten, dentro de USA, que las necesidades sociales y de asistencia de la población han caído en el abandono. Los efectos acumulativos de la privatización en general, los ataques sin tregua contra la mano de obra organizada, la contracción del gasto en salud, educación y las necesidades generales de asistencia social de la población usamericana que se traducen en una transferencia masiva de riqueza de las clases medias a las clases altas a través de las reducciones fiscales para los obscenamente ricos significa transferir la riqueza nacional de quienes están más necesitados a quienes no necesitan nada. El uso de la riqueza y los ingresos transferidos del 80% de las familias trabajadoras usamericanas al 1% que representan las familias más acaudaladas, tal como lo reporta Jack Rasmus en un artículo publicado en Z Magazine, febrero de 2007, implica pasar el costo directo de las aventuras imperialistas a aquellos que se verán obligados a pelear y pagar con sangre, a obtener ingresos más magros y pagar más impuestos por las futuras guerras de conquista que nos reprimen a todos.

Si bien la tasa actual de transferencia de riqueza e ingresos de las familias trabajadoras usamericanas menos favorecidas hacia el 1% de familias acaudaladas podría estar alcanzando su límite político al situarse en un billón de dólares usamericanos al año (www.zmag.org/ZMagSite/Feb2007/rasmus0207.html, www.zmag.org/ZMagSite/May2007/rasmus 0507.html), un cambio en el equilibrio de poder político entre las dos alas del imperialismo capitalista usamericano no significará sino un modesto ajuste a la distribución del ingreso que no afectará gran cosa el nivel actual de concentración de la riqueza, necesario para preservar la inversión extranjera directa. Tal vez Petras no se equivoque al proyectar el efecto de futuros ajustes fiscales y monetarios: aliviar las tensiones sociales y económicas internas más acuciantes. Pero debemos de reconocer que el rango de flexibilidad económica es reducido y está en proceso de contracción. El nivel actual de deuda masiva, pública y privada, ha eliminado muchas opciones sociales de corte keynesiano.

En un contexto marcado por desafíos económicos cada vez más intensos para la dominación usamericana de los recursos y los mercados del mundo, y las evidentes limitaciones de su impotente capacidad militar, debemos considerar la visión de Petras respecto al posible surgimiento de una nueva forma de mercantilismo como táctica para disponer temporalmente de los recursos necesarios para sostener el consumo interno a un nivel capaz de mantener el cumplimiento popular pasivo con un programa continuo orientado a consolidar el poder usamericano en Norteamérica. Si bien aún no hemos llegado a la etapa históricamente condicionada de arrebatiña de colonias comparable a la fiebre imperialista que marcó la segunda mitad del siglo XIX, ciertamente observamos un nuevo desarrollo de «esferas de influencia económica» a través de las reglas de la OMC y las prácticas del FMI y el Banco Mundial. El efecto combinado de la dependencia económica y financiera de otros estados nominalmente independientes, reforzado por el posicionamiento estratégico de las fuerzas armadas usamericanas que alientan y hacen valer tratados bilaterales, puede obviar la necesidad de una dominación colonial directa y costosa, pero en caso de que la rivalidad interimperialista gane ímpetu en medio de un largo período de contracción económica, la renovación del desafío directo por adquirir colonias podría traer de vuelta aquella historia reciente de imperialismo.

En el ínterin, conforme los capitalistas corporativos de diversas naciones se disputan las posiciones más ventajosas, a veces de manera individual y otras con modalidades de cooperación, podemos anticipar que las maniobras harán chocar los intereses de las corporaciones y, dependiendo de la percepción de los niveles de poder relativo, las tendencias hacia la cooperación o el conflicto influirán en las percepciones políticas condicionadas por las relaciones objetivas de fuerza interior y exterior. Un elemento crucial de la proyección y la protección de una potencia mundial es la capacidad del país para comprar paz interna y conformidad popular. El esquema neomercantilista inherente a la iniciativa usamericana de formar la Unión Norteamericana puede verse como un esfuerzo por asegurarse el acceso a los recursos estratégicos de la región a fin de adquirir un mínimamente necesario grado de consentimiento popular internacional ante la idea de ampliar el dominio hemisférico de USA.

Vivimos un momento de grandes contradicciones. Sin embargo, en el contexto actual de mayor competencia internacional, combinada con estancamiento económico en la economía nacional, los capitalistas usamericanos podría reconocer una desviación menos onerosa en la promoción de una zona comercial mercantilista controlada por un Estado corporativo en Norteamérica. Para seguir pagando el costo de la paz social interior el capital corporativo usamericano podría ver en la Unión Norteamericana una vía para la reducción del gasto militar a fin de ampliar modestamente el gasto social y así apoyar la expansión económica mundial dirigida por la dupla militar-corporativa.

En el estado actual de crisis internacional del capital, la necesidad continua de buscar vías de inversión exige incrementar la presencia militar para asegurarse la disponibilidad de materias primas, mercados para los productos y control de los flujos de la mano de obra. En esta etapa de estancamiento económico que bien podría ser de largo plazo y alcance sistémico, el capital intenta, una vez más, resolver el problema de absorción del excedente mediante el gasto militar que apoya la inversión extranjera directa. Los fondos necesarios para la expansión de estas empresas interrelacionadas sólo pueden movilizarse a partir de tres fuentes básicas: préstamos internos e internacionales, una opción que parece haber superado el punto de saturación; transferencias continuas de riqueza e ingresos a los obscenamente acaudalados mediante políticas fiscales, al tiempo que se limitan los servicios sociales y se reduce el nivel general de los salarios. Dentro del país, cada una de estas estrategias enfrenta una resistencia social nada desdeñable. Por lo tanto, si Petras está en lo cierto, el plan neomercantilista para formar una Unión Norteamericana bien podría ser una alternativa de transición a bajo costo para sostener la expansión económica corporativa sostenida por el rubro militar.

Sin embargo, de manera incongruente, dos recientes avisos por parte del presidente Bush y el nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto, el almirante Mike Mullen, parecen indicar que el gobierno de Washington se prepara para enfrentar la creciente resistencia a sus planes expansionistas mediante la intensificación, no la reducción, del gasto militar frente a la posibilidad de más guerras regionales con contrincantes más imponentes. Según Reuters, el 22 de octubre pasado G. W. Bush solicitó incrementar el gasto militar actual en alrededor de 200 mil millones de dólares, al tiempo que el New York Times reportó, el mismo día, que el almirante Mullen había argumentado a favor de un incremento de largo plazo en los presupuestos militares durante una entrevista en el Pentágono. Cuando recordamos que el plan para formar una Unión Norteamericana es iniciativa del gobierno de Bush, no podemos sino concluir, a partir de estos llamados a incrementar las asignaciones presupuestales al rubro militar en el largo plazo, que este gobierno se está preparando para asegurar su enfoque táctico hacia la dominación económica mediante la consolidación de su poderío militar. Cuando además tomamos en cuenta que cualquier oponente a la expansión usamericana es considerado como enemigo, queda claro que el gobierno actual no cuenta con una transición del todo suave hacia ninguno de sus proyectos imperialistas. Si bien puede recurrirse al uso de la fuerza en cualquier momento y su costo actual, calculado oficialmente en 4% del PIB, ya está drenando la economía nacional, el impacto de un incremento en el gasto militar augura una contracción aún mayor del gasto social interno.

Aquí radical el dilema de la élite en el poder: continuar con la expansión imperialista sin provocar una reacción social más amplia en el interior e incluso en el resto del continente. Sin la expansión económica internacional, la contracción económica dentro de USA causará más manifestaciones de descontento social y tal vez la «insurgencia social» que anticipa el informe del Ministerio de Defensa británico. No obstante, también debemos tomar nota de que un plan militar y corporativo neoliberal de menor envergadura para la integración política y económica de Norteamérica podría dar paso, en las condiciones actuales, a la modesta expansión del gasto social, lo que tranquilizaría, temporalmente, la creciente ansiedad de los pueblos de los tres países. Si bien la apertura política hacia la configuración de una Unión Norteamericana, formada por la fusión económica de Canadá, USA y los Estados Unidos Mexicanos, podría sugerir una transición de terciopelo a la integración política y económica continental, las recientes propuestas de incremento del gasto militar indican que se está cocinando la opción de recurrir a las fuerzas armadas. Además, cada vez resulta más evidente, como lo demuestra la historia reciente, que los planes económicos se conciben en términos militares.

Ahora que USA tiene acceso prácticamente ilimitado a los recursos y la oferta de mano de obra en Norteamérica, el paso hacia la unión política (que ha despertado la resistencia popular en los tres países, particularmente si se niega a la mano de obra el libre movimiento transfronterizo) no resolverá los problemas internos; al contrario, los difundirá en una zona geográfica más extensa. Podemos anticipar que la consecuente expansión de la deuda a escala continental y el creciente desempleo aumentarán el potencial de expansión de cualquier movimiento social insurgente a través de un campo más amplio de explotación económica. En un contexto de fronteras militarizadas y marcadas con muros, como es el actual, y de planes anunciados de incrementar los presupuestos militares, la idea de una Unión Norteamericana debería ser vista como una iniciativa política del ejecutivo a favor del control del capitalismo corporativo de la producción industrial en el continente, una idea que, sin duda, despertará la oposición popular. Conforme los mandos militares y el capital corporativo luchan por dar seguimiento a la apropiación de espacios y recursos públicos, y por controlar la mano de obra con métodos autoritarios, la conclusión de que se requerirá de una fuerza militar más intensa es prácticamente innecesaria. Los mecanismos de control social, más difundidos e intensificados, exigidos por el proceso interno dirigido por el sector corporativo difuminarán con mayor rapidez las normas culturales corporativas de regimentación industrial en la sociedad. La influencia cultural totalizadora del capital corporativo y armado usamericano, tanto en lo regional como en lo internacional, acelerará aún más el control descendente de las familias trabajadoras en USA y el resto del continente a menos que pronto se desarrolle un verdadero movimiento de resistencia popular capaz de generar las condiciones para la insurgencia social anticipada en el documento del Ministerio de Defensa del Reino Unido arriba citado. Por ende, el costo de consolidar la dominación usamericana de la región de Norteamérica es muy alto. Si bien puede añadirse un elemento democratizador a la iniciativa del ejecutivo de formar la Unión Norteamericana, en este momento el enfoque del ejecutivo, apoyado en el reciente anuncio de incremento de gasto militar, parece rechazar la posibilidad de participación popular en el proyecto de consolidación económica regional.

El objetivo neomercantilista de los actuales acuerdos comerciales ya es bastante obvio, pero la meta objetiva del capitalismo usamericano de sostener la «…posición de disparidad…» argumentada por George Keenan en 1948 es más difícil hoy en día y también más necesaria que nunca desde fines de la Guerra Fría para sustentar el proyecto imperialista usamericano de gran alcance. Si bien es muy poco probable que USA pueda expandir su tasa actual de consume de los recursos mundiales, también es realista suponer que la actual tasa de consumo de dichos recursos no puede contraerse sin el descontento interno y regional. De hecho, el plan de formar la Unión Norteamericana bajo control militarizado y corporativo reducirá los niveles generales de los salarios a lo largo y ancho del continente. El plan neomercantilista no puede aportar suficientes recursos para la expansión continua del consumo usamericano, mucho menos para las familias trabajadoras de todo el continente; si se le suma una agenda nacional de control de los ingresos de los trabajadores mediante un programa de trabajadores temporales, el consiguiente doble estatus incrementará la competencia por empleos cada vez más escasos, lo que con toda probabilidad acabará por causar un ciclo deflacionario que podría convertirse en una poderosa fuerza económica de transición a fin de coaccionar la reducción de los salarios en el largo plazo en la zona mercantilista de Norteamérica tal como está planteada. No debemos albergar ilusiones en cuanto a la razón por la que se preparan simultáneamente los instrumentos de la policía estatal militarizada.

¿El neomercantilismo aunado al feudalismo industrial?

El capitalismo corporativo usamericano, bajo la presión actual de los crecientes costos militares del imperio y en el contexto de la formación de una Unión Norteamericana, muestra una tendencia al desarrollo de una especie de feudalismo industrial en el que, con el apoyo de las prácticas comerciales mercantilistas y mayores controles laborales transfronterizos, fácilmente puede acabar en servidumbre industrial. En su calidad de potencia económica y militar dominante en la región, el Estado usamericano intenta asegurarse el control de la oferta de mano de obra, los recursos y los mercados en Norteamérica mediante tratados comerciales regionales diseñados para asignar y distribuir trabajadores y recursos a fin de satisfacer los requisitos de producción del capital trasnacional corporativo en toda la región mediante la administración del movimiento de la mano de obra y los recursos a través de rutas controladas. Siguiendo los convincentes argumentos de Richard Vogel en sus reveladores artículos «The NAFTA Corridors» (Monthly Review No.8, febrero de 2006) y «Transient Servitude»(Monthly Review No.8, enero de 2007), los programas de trabajadores temporales, previamente diseñados para dar a los trabajadores visas de corto plazo, orientados a zonas de producción regional, desarrollarán una mano de obra controlada básicamente dependiente del empleo en corporaciones no sindicalizadas, lo que provocará una modalidad de servidumbre industrial. La propuesta de programas de trabajadores temporales creará un enfrentamiento entre las fuerzas laborales nacionales y depreciará los salarios al incrementar la competencia de los trabajadores por los empleos a lo largo y ancho de las zonas laborales continentales controladas. Libres de obstáculos, la dominación corporativa, la regulación y la ejecución de las condiciones políticas y económicas del empleo consolidarán las condiciones específicas del feudalismo industrial. La reorientación concomitante de una más sofisticada policía pública y también privada, y las fuerzas armadas que monitorean el flujo regional y transfronterizo de mano de obra escalarán la formación de un control de tipo Estado policíaco capaz de reducir la mano de obra «libre» a mera servidumbre del capital corporativo.

Las tendencias de este proceso económico, político y cultural ya son bastante claras: el control político administrativo de las operaciones comerciales complementa el proceso de mando corporativo interno, reflejo de una estructura y unas operaciones de corte militar que actúan como el cemento que une y brinda apoyo mutuo para la acumulación y la concentración de ganancias.

El Estado corporativo por antonomasia, el Coloso del norte, parece estar entrando en un impasse que bien puede describirse como la formación de una crisis de proporciones históricas, derivado de la acumulación de impactos de años de errores de cálculo políticos, manipulación fiscal y monetaria que han limitado profundamente las opciones monetarias y militares en la escala internacional, todos ellos factores aún más complejos debido a una crisis política de credibilidad que empeora con la incapacidad de la oposición dentro del país para actuar con mayor decisión. Por lo tanto, estas condiciones, hoy agravadas por la política suicida en lo político y lo militar del actual gobierno usamericano, se fusionan para moldear las orientaciones políticas y económicas que irán más allá del capital y más allá de la democracia.

A medida que la crisis política y económica se intensifica, la tendencia corporativa autoritaria institucionalizada a controlar administrativamente las variables económicas ganará más impulso hacia la formación de un industrialismo de tipo feudal mediante una economía administrada corporativamente y organizada desde la militarización. La forma de gobierno feudal industrial corporativa resultante constituirá el nuevo fascismo.

¿DE QUIÉN SERÁ ESA GLOBALIZACIÓN?

El primer elemento (de la política) es que, en efecto, hay gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos… (Debemos preguntarnos) ¿es (nuestra) intención que siempre haya gobernantes y gobernados…? Antonio Gramsci, (SPN). p.144.

En la coyuntura actual, nosotros, todas las personas trabajadoras del mundo, contamos con un espacio cada vez más amplio para formar una apertura política en la cual desarrollar alternativas sociales y económicas. La crisis concentradora del capitalismo, particularmente la crisis capitalista corporativa usamericana que no deja de intensificarse, representa la ocasión histórica para cumplir rápidamente dos tareas relacionadas entre sí: realizar un necesario análisis preciso de la situación actual, que nos servirá para después formular y coordinar alternativas estratégicas. Hemos entrado en un período propicio que nos brinda la oportunidad y la obligación de analizar cuidadosamente y evaluar con espíritu crítico las nuevas tendencias del capitalismo del siglo XXI mientras éste sufre las convulsiones internas de sus limitaciones intrínsecas. Otra vez, dichas restricciones implican posibles peligros de gran magnitud para los pueblos del mundo, pero también representan una gran oportunidad para el cambio social positivo. Si nosotros, los pequeños, «los gobernados», no ocupamos ese espacio político, lo ocuparán fuerzas que escapan a nuestro control.

Mientras que el capital se verá obligado a volver sobre sus pasos y repetir la historia de sus propias prácticas, como lo es la típica opción expansionista y fascista, nosotros, capaces de prever alternativas socioeconómicas con espíritu democrático, enfrentamos una enorme gama de posibilidades. No estamos atados a nuestro pasado, pero podemos basar nuestras futuras decisiones en nuestra rica y multifacético historia como clase trabajadora. Esta contrastante realidad constituye la amenaza más peligrosa para la continuidad del capitalismo. Ahora, al igual que en 1910 ,1917, 1948 y 1959, después de los grandes experimentos de revolución social, los capitalistas del mundo están atemorizados y se preparan para otras amenazas que restringirán su acceso a la mano de obra barata, los recursos naturales y los mercados. Así como celebraron el final de las amenazas «comunistas» a la expansión, tomaron nota, particularmente la élite gobernante del coloso capitalista en USA, de los muchos otros puntos de posible resistencia a su agresión económica militarizada. Tal como lo señalan los editores del Monthly Review, ahora se ve al proletariado de todas las tendencias como al enemigo porque nosotros, los gobernados, tenemos necesidades humanas naturales e históricamente desarrolladas que continuamente plantean demandas sociales justas y desafíos a la codicia insaciable del capital.

Por una parte, los capitalistas están constantemente amenazados por otros capitalistas, pero tienden a manejar sus diferencias dentro del sistema mediante la administración de formas de cooperación a fin de evitar ataques feroces entre sí con demasiada frecuencia. A medida que se debilita el Consenso de Washington y se rechaza la hegemonía usamericana, surgen nuevos peligros en el horizonte. Dejando de lado una guerra masiva y general entre los competidores capitalistas, debemos concentrar nuestro análisis y el desarrollo de un programa alternativo en los ajustes que con mayor probabilidad se llevarán a cabo dentro del marco del capitalismo corporativo real y vigente.

En nuestro análisis no es necesario suponer que se trata del análisis de una formación completamente nueva. El modo de producción capitalista ha alcanzado un estado de madurez considerable en cuanto a sofisticadas innovaciones operativas, pero sus metas y métodos no son nuevos. Aunque nos encontramos en una etapa más madura y omnipresente de mejoras tecnológicas y alcance mundial, el capitalismo en sí no es necesariamente más fuerte. De hecho, pareciera ser mucho más débil. Ciertamente, el capital usamericano no es relativamente más fuerte hoy de lo que fue al terminar la Segunda Guerra Mundial. Como el mago de Oz, es pequeño y se oculta detrás de una atemorizante pero debilitada imagen de fuerza. El capital corporativo ya no puede ser creador; ha entrado en una volátil etapa de la que sólo podrá salir dejando destrucción a su paso: sí, destruyendo a la población, al producto de su trabajo acumulado y a nuestro medio ambiente. Conforme los capitalistas usamericanos enfrentan una mayor oposición a la expansión privada programada, crece su amenaza nacionalista imperialista. Si la amenaza comunista ha sido eliminada, sólo quedan cuatro grandes amenazas a la expansión capitalista corporativa usamericana: la descomposición del sistema, los límites del medio ambiente, los desafíos que representa la codicia de otros capitalistas y las necesidades de los trabajadores. Ahora que enfrenta todos estos formidables obstáculos para continuar su expansión, el ímpetu imperialista usamericano se torna cada vez más peligroso.

Nosotros, «los gobernados», habremos de recordar la posibilidad de organizar la producción a fin de satisfacer las necesidades humanas mediante procesos democráticos con orientación social. Al intentar organizar democráticamente la producción en favor de las necesidades humanas, todos nosotros nos convertimos en la principal amenaza para la tendencia corporativa de privatizar el control de todas nuestras relaciones sociales: en nuestras comunidades, escuelas, lugares de trabajo, lugares de esparcimiento. Por ende, en este período de contracción económica, nuestras necesidades humanas sociales básicas se encuentran en oposición directa a la expansión corporativa.

En esta etapa peligrosamente contenciosa, el capital se acerca a su Némesis interna, el estancamiento: crecimiento cero, seguido de contracción. En la etapa de estancamiento, previa a una grave convulsión económica, tanto los capitalistas como nosotros, los gobernados, entendemos cabalmente el significado actual de los comentarios de Joseph Schumpeter sobre la «destrucción creativa». En la práctica, desde las guerras que destruyen lo material a fin de reemplazarlo hasta la «obsolescencia integrada», el capital crea problemas simplemente para hacerse de dinero resolviéndolos. Los productos tabacaleros bien pueden ser la metáfora política y económica de nuestra era. Las ganancias corporativas derivadas de la creciente producción de carcinógenos que amenazan la vida echan a andar una progresiva serie de producción orientada a otras ganancias para resolver problemas que ni siquiera hacía falta inventar. A su vez, el capital podría haber alcanzado la etapa cancerosa de su propia destrucción, pero podemos estar seguros de que sigue habiendo bastante potencial de destrucción en el interior de esta bestia omnívora mutante.

Una evaluación provisional

Las relaciones de las fuerzas políticas y económicas tanto internas como externas influirán en la orientación de las tendencias políticas. Los proletariados de todos los colores deben, una vez más, transformarse en una fuerza política social vital. Si la población usamericana que vive en el país sigue mostrándose pasiva, la apertura hacia un terreno político alternativo, favorable a la justicia social y económica en la escala nacional no será posible. Tampoco tiene posibilidades el regreso a un keynesianismo social o a un capitalismo con estado de bienestar de menor escala como programa nacional propuesto por la izquierda, a menos que los sindicatos se organicen de manera contundente e independiente en los espacios laborales y los vecindarios de sus miembros. Si estas oportunidades no se consolidan, restan dos opciones arriesgadas. Los multilateralistas aseguran un esfuerzo del congreso, liderado por los demócratas y con el suficiente apoyo de los republicanos para regresar a un enfoque equilibrado de capitalismo corporativo con un programa de «armas y mantequilla» que aplaque los temores internos al tiempo que se hacen los ajustes necesarios al gasto militar a fin de apoyar un refrito modificado de la «política del buen vecino» a escala mundial o al menos continental. Así, el puño de hierro volverá a ser un guante de terciopelo y USA volverá a una expansión imperialista más lenta, impulsada por las corporaciones y basada en la consolidación de la administración estatal corporativa de la cultura capitalista. O los neoconservadores unilateralistas seguirán presionando a favor de las opciones militares.

El consenso bipartidista de la clase gobernante en cuanto a la dominación mundial, sino es que interplanetaria, debe de ser claro: las tácticas propias de su enfoque de dos partidos plantean las preguntas que siguen vigentes, pero también podemos proyectar las diferencias, la trayectoria de los posibles resultados y posibles puntos de intervención. Podemos anticipar que la crisis política y económica nacional e internacional será más amplia y más profunda, y el creciente descontento popular podría derivar en la «insurgencia social» del «proletariado de clase media», por no hablar del resto del proletariado. Si bien los temas directamente vinculados con la guerra en Irak y la guerra que se extiende por todo Medio Oriente y ahora dirige los cañones hacia Irán, así como sus consecuencias inmediatas dentro de USA constituyen una de las primordiales preocupaciones para los votantes usamericanos, las ramificaciones de las consecuencias en el largo plazo podrían no ser tan evidentes como sus manifestaciones más obvias.

Hoy en día la flexibilidad de las élites gobernantes para desarrollar cualquiera de las opciones económicas convencionales estará mucho más limitada que en la década de 1930. La economía funciona con una tasa de empleo mucho más alta, la deuda nacional pública y privada es mucho más alta y menos controlable, la tasa de ahorro interno es insignificante y las expectativas sociales son diferentes, incluso irreales. Ante la pobre organización política de las familias trabajadoras después de la Segunda Guerra Mundial, la clase gobernante podría ver la fabricación del miedo y el mayor uso de la fuerza como opciones razonables para controlar a la población usamericana y la base para reanudar la expansión internacional.

Independientemente del resultado del debate entre los dos grandes partidos usamericanos del capitalismo corporativo sobre el mantenimiento y la ampliación de la dominación económica, nosotros, «los gobernados», podemos estar seguros de que la prolongación de semejante proyecto nacional imperialista tan ambicioso exigirá el poder del Estado para movilizar los recursos económicos y la fuerza física de las familias trabajadoras de a pie para librar las guerras de la dominación militar y corporativa a escala mundial.

Tenemos opciones, pero una vez más debemos aprender a desarrollarlas y ponerlas en práctica. Este ensayo pretende ser una modesta aportación a tan vital debate.

El problema de las relaciones entre la estructura y la superestructura debe plantearse y resolverse con precisión si se quiere analizar correctamente las fuerzas activas en determinado momento de la historia y determinar la relación entre ellas. Dos principios deben guiar la discusión: 1) que ninguna sociedad se imponga tareas cuyo cumplimiento exige condiciones necesarias y suficientes que aún no existen o no están, al menos, empezando a surgir y desarrollarse; 2) que ninguna sociedad se desmorone y pueda ser reemplazada hasta haber desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones internas.

Antonio Gramsci, SPN, 177.

Independientemente de las posibilidades de precisión que encierra nuestro análisis e interpretación del proceso histórico, no es sino apenas el punto de partida para inyectar vitalidad a la capacidad de intervención humana en el escenario político.

Arturo Yarish fue líder sindical en USA. Es activista y busca lograr el reconocimiento mutuo entre los trabajadores de uno y otro lado del Río Bravo para desarrollar una lucha común. Este ensayo fue escrito en San Miguel de Allende, México, en septiembre de 2007. El autor lo cede a Tlaxcala como aportación al debate.

Traducido del inglés al español por Atenea Acevedo, miembro de Tlaxcala, red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.

URL de este artículo: http://www.tlaxcala.es/XXXXXXXX

* Según el uso original de Antonio Gramsci: puede consultarse cualquiera de las fuentes en línea para leer las propias palabras de este autor.

** Desarrollaré este punto a lo largo del presente ensayo.