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Más continuidad que cambio en la Iglesia chilena

Fuentes: Punto Final

Luego de una larga y tensa espera, por fin se ha producido la designación del nuevo arzobispo de Santiago. En 2008 el cardenal Francisco Javier Errázuriz cumplió 75 años y, reglamentariamente, presentó su renuncia ante el Vaticano. Tras la designación del nuevo arzobispo, se han tejido las más diversas intrigas y presiones, que han cruzado […]

Luego de una larga y tensa espera, por fin se ha producido la designación del nuevo arzobispo de Santiago. En 2008 el cardenal Francisco Javier Errázuriz cumplió 75 años y, reglamentariamente, presentó su renuncia ante el Vaticano. Tras la designación del nuevo arzobispo, se han tejido las más diversas intrigas y presiones, que han cruzado las elites políticas y económicas del país y las tendencias intra-eclesiales. Los «candidatos» que informalmente se identificaron fueron varios: el ex presidente de la Conferencia Episcopal, Alejandro Goic; el obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González Errázuriz; el obispo de Los Angeles, Felipe Bacarreza; el arzobispo de Antofagasta, Pablo Lizama y el arzobispo de Concepción, Ricardo Ezzati.  

El 25 de noviembre la Conferencia Episcopal ya había dado una señal al escoger a Ezzati como nuevo presidente, a la vez que se daba un claro reconocimiento a la labor de Goic, designándole en la vicepresidencia. Una opción lógica ya que Ricardo Ezzati es una figura de continuidad directa del actual cardenal Errázuriz. De hecho, entre 1991 y 1996 trabajó como su colaborador en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, en Roma. Una vez que Errázuriz volvió a Chile, Ezzati prontamente regresó al país como su obispo auxiliar entre 2001 y 2006. Luego fue designado arzobispo de Concepción. Este estrecho vínculo biográfico con el actual arzobispo, su edad adecuada, su conocimiento de la Arquidiócesis de Santiago y su propio peso en el episcopado nacional lo hacían el candidato obvio en esta sucesión. Sin embargo, por diversos motivos su designación estuvo en varias ocasiones a punto de fracasar, lo que explica el largo retraso con que se ha hecho pública.

 

El 17 de mayo pasado el más connotado vaticanista, el periodista de L’Espresso , Sandro Magíster, había insinuado que Ezzati podría ser designado interventor de los Legionarios de Cristo, con el encargo de refundar la congregación iniciada por el pederasta Marcial Maciel. En el mismo artículo, Magíster afirmaba que Ezzati había sido designado arzobispo de Santiago, pero como la designación no se había formalizado, se podría revertir para que Ezzati se ocupara de la Legión. Finalmente el delegado pontificio de los Legionarios pasó a ser el arzobispo Velasio De Paolis. La lenta y anticuada burocracia vaticana, que tan bien han descrito los documentos revelados por WikiLeaks, podría explicar este intríngulis eclesial.

Sin embargo no es todo. Las razones más obvias que complicaron la elección de Ezzati radican en la presión impúdica de los actores fundamentalistas, que impulsaron abiertamente el nombre del Opus Dei Juan Ignacio González Errázuriz. Ante signos de abierta resistencia a esta designación en amplios sectores eclesiales, reflejados por ejemplo en las declaraciones del jesuita Felipe Berríos del 5 de junio de este año, se comenzó a notar un repliegue de esa candidatura. En ese momento, un sector del ala integrista reaccionó proponiendo el nombre de Felipe Bacarreza. Una propuesta impresentable ya que este prelado proviene de la Pía Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón de Jesús, liderada por el presbítero Fernando Karadima, hoy en proceso de cisma interno, intervención episcopal y bajo sospecha de financiamiento irregular. Los otros candidatos, Goic y Lizama, podrían haber significado un ligero giro liberal en la diócesis, acentuando un perfil si no más abierto, al menos más tolerante y políticamente más transversal. En cambio Ezzati representa una postura claramente conservadora, pero consciente del peso y el rol institucional de la Iglesia Católica, distante del integrismo incendiario de Bacarreza y González. Ezzati ha sido un hábil negociador en el Parlamento y sabe hacer sentir su peso en la DC, lo que hubiera sido imposible para los integristas.

 

Otro factor que retrasó la designación de Ezzati fue el estallido del caso Karadima. En 2005 Ezzati, entonces obispo auxiliar de Santiago, recibió una denuncia por abusos sexuales en contra del párroco de la iglesia del Sagrado Corazón, de El Bosque, a través de una carta firmada por Juan Andrés Murillo. En ella el denunciante afirmaba que fue víctima de acoso e intentos de abuso sexual cuando tenía entre 18 y 20 años. Aunque Ezzati ha señalado que se reunió con él y le indicó el camino para que hiciera la denuncia, los hechos han mostrado que la investigación canónica se estancó por años. Al estallar el escándalo, Murillo criticó el accionar de la Iglesia de Santiago afirmando: «Encubrir la realidad (abusos) para defender a la institución es un error en todos los planos, un error que puede constituir un crimen tan grave como el abuso mismo, puesto que acepta y legitima lo inaceptable». Y agregó: «No se han adoptado las medidas necesarias para detener estas agresiones contra menores de edad o jóvenes, ni tampoco para ayudar a las personas afectadas». Ezatti había quedado en entredicho. ¿Cómo se enfrentará ahora a las secuelas de esta crisis? Se trata de la primera misión a la que se deberá abocar y en la que se jugará la credibilidad de su ministerio al frente de la principal diócesis del país.

 

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 725, 23 de diciembre, 2010)

 

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