Sobre la necesidad de concienciacion y rechazo social de la violencia machista.
Pues sí, 1.022 mujeres han sido asesinadas desde 2003 en España, año en el que se creó el registro oficial. Temo que al publicarse este artículo sean más. De esa cantidad, que grita dolor y rabia, medio centenar pertenecen al año en curso.
Parece que los asesinatos de mujeres es como un mal sueño que continúa a manos de hombres cobardes que, tal vez, viven disimulados socialmente como buenos vecinos y mejores compañeros sentimentales. Estos hechos de terrorismo machista, parece que no preocupen demasiado socialmente. No estoy diciendo que la convulsión que se produce cuando ocurren estos crímenes de violencia machista pase desapercibida socialmente, no.
Sentimos cada muerte, nos cabreamos y tal vez hasta nos conmovemos, pero que ese espasmo es más coyuntural que una real toma de conciencia social es lo que, a veces, da a entender esta sociedad atrofiada y ocupada en otros menesteres que no molestan a su conciencia, y así el sueño de la misma se hace profundo y el despertar tranquilo y relajado.
El drama social, la sacudida de cada golpe, de cada cuchillada, en el cuerpo de la mujer maltratada y asesinada se presiente como un terremoto desconsolador que se prolonga en el tiempo. Es una bofetada a nuestro rostro, es la obscenidad social como modelo. Las autoridades y la gente, al menos alguna gente, nos manifestamos.
Las sedes institucionales, son el lugar elegido preferentemente para manifestar ese dolor y desasosiego por tales muertes; el feminismo hace declaraciones llenas de sincera y justa rabia; se arbitran campañas de sensibilización; se diseñan planes e implementan oficinas de atención a las víctimas; se programan protocolos de atención y recursos técnicos.
La escuela se hace eco y trata de educar y de concienciar al alumnado sobre el respeto entre las personas. Hasta existe una ley. Todo es necesario y así debe de ser y de continuar. Pero a estas alturas del crimen y del terror que anida en algunos hogares y lugares, que tal parece no tendrá fin, nos obliga a pensar y a preguntar qué hace falta para superar este estado de excepción, sí, digo bien, » de excepción», sin parangón histórico contra las mujeres.
Que la mayoría de la gente basemos nuestra relación en el amor, la afectividad y el compromiso, no implica que la dominación hegemónica del patriarcado sobre la mujer desaparezca y así permita vislumbrar una salida en el túnel de la violencia machista.
Las preguntas se hacen necesarias: qué falta; qué está fallando; por qué no se avanza en la erradicación de la violencia de género; por qué continúa el terror entre las mujeres que sufren el acoso perverso del hombre. Una respuesta, entre otras, a estas preguntas es buscada en la estructura de valores de la familia patriarcal como el terreno abonado y propicio para que el machismo se asiente y consecuentemente desarrolle su poder.
De ahí, que el problema de la violencia machista, con todo lo que conlleva, haya que atacarlo en el poder del hombre en todos los ámbitos de la sociedad, y muy particularmente en el hogar familiar. Obviamente, estoy pensando en un plano general porque sabemos, por estudios sociológicos, que en la mayoría de familias el hombre , hoy, actúa más como compañero que como «macho alfa».
Sin embargo, en otros análisis, se capta el repunte, entre jóvenes, de una incipiente violencia hacia la compañera o amiga. No es, pues, solamente un tema individual, sino que este gravísimo problema de la violencia contra la mujer hay que enfocarlo desde una perspectiva socializadora del problema, es decir, que está incrustado en la estructura social. Si esto es así, lo que urge es caminar hacia estrategias de transformación sociocultural.
Para que el camino se desbroce de cobardes y asesinos y se pueda caminar hacia el norte transformador se necesitan dos pilares imprescindibles: la familia de iguales en la que la preeminencia del hombre se diluya e implique en el grupo familiar y que el sistema educativo, en todas sus etapas, aporte algo más que buenas intenciones. Sin olvidar que la política como ética de lo colectivo, deberían de ser el ámbito desde donde se implementara una real ambición de lucha sobre este cáncer social.
Así, en estos momentos, en que las mujeres continúan sufriendo la violencia inusitada y el asesinato en manos de hombres, resulta patético y malicioso que desde ciertos sectores de la política haya personas que pontifiquen sobre el feminismo para menospreciarlo e insultarlo.
Son variopintas esas despreciativas opiniones; van desde autores de libros, algunos premiados y recomendados por la crítica, hasta aquellos que desde el púlpito eclesiástico o desde la tertulia televisiva babean, micrófono en mano, insultando a las mujeres y profetizando sobre la peligrosidad de la «ideología feminista» La lucha de las mujeres por la igualdad no es sólo de ellas.
Es también asunto de los hombres. De toda la sociedad. Hay que decir ¡Basta! Ni más ni menos.
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