La candidatura de Piedad Córdoba ha hecho emerger lo peor de Colombia. Cuando todos querían a la Selección Colombia en el Mundial, a Montoya ganando en la Nascar y a cualquier colombiano que se destacara en el mundo, se alzaron las voces para decir que sería un descrédito para la patria si a esa colombiana […]
La candidatura de Piedad Córdoba ha hecho emerger lo peor de Colombia. Cuando todos querían a la Selección Colombia en el Mundial, a Montoya ganando en la Nascar y a cualquier colombiano que se destacara en el mundo, se alzaron las voces para decir que sería un descrédito para la patria si a esa colombiana se le daba el Premio Nobel de la Paz. Con nuevo ímpetu se desató una campaña de odio hacia la senadora, que debe hacer reflexionar a los que tienen hiel por sangre y vinagre en las neuronas. Porque el odio sin fin, sin contraste, sin medida, solo es el resultado del prejuicio y la ignorancia. Es más fácil odiar que pensar. Queda demostrado que en nuestro país no se analiza, se prejuzga. Las posiciones tomadas están por encima del razonamiento y la argumentación. Esta es la manera de hacer política que nos han impuesto en los últimos años.
Es así que se ha asentado el infundio, sin fundamento real, de que Piedad Córdoba representa a las Farc. Han prosperado los esfuerzos del Gobierno y de sus ideólogos para confundir a los colombianos con la idea de que el que no esté de acuerdo con el presidente Uribe es de las Farc o es favorable a ellas, o es un idiota útil que les hace el juego. Los altoparlantes del uribismo califican a los opositores como socialistas o comunistas, iguales a las Farc; son terroristas a los que hay que acabar por las buenas o por las malas. Especialmente, por las malas.
La indiferenciación entre demócratas y terroristas se la ha tragado la masa y la ha llevado a la ingenuidad y a la incultura política. Cuanto más ciegos y borregos sean, más útiles serán para los propósitos de un poder autoritario. Quien mire el panorama internacional, por encima de la barda de esta provincia en la que quieren mantenernos encerrados, se dará cuenta de que, en muchos países, los socialistas o comunistas también son demócratas y no son iguales a terroristas. Tampoco los defensores de los derechos humanos son instrumentos del terror.
En nuestro país hay defensores del irracionalismo político, que ven mal cualquier opinión distinta a la del régimen. JOG, Londoño y Plinio acuden a argumentos bizarros para defender los abusos de las Fuerzas Armadas y atacar y desacreditar la acción de la justicia y sus magistrados cuando no responden a los intereses del Gobierno.
En una mezcolanza oprobiosa de frases e ideas a medias, todo ha venido a caer en la idea de que el intercambio humanitario es un instrumento de la guerrilla, que las acciones que buscan la entrega de los secuestrados de las Farc es una manera de reforzar el secuestro. No importa la suerte de los secuestrados, pues hay que entrar a saco, a sangre y fuego, para rescatar a los encadenados que las Farc tienen como a bestias. Importa más la entelequia de la seguridad democrática.
Por supuesto, Piedad Córdoba es la antítesis de la dictadura civil que compra conciencias, quiebra instituciones y sobrepone la sinrazón por encima de la condición humanitaria. La senadora Córdoba ha dado muestra de un interés real por salvar a los colombianos secuestrados y buscar la paz para este país. Paz que seguramente es incómoda y molesta para los que toman posiciones intransigentes. La paz implicaría ceder en muchas cosas: poder inmerecido, riqueza mal habida, y habría que cambiar costumbres y prejuicios sociales, como el racismo, que alimenta el odio que se le tiene a Piedad Córdoba.
Los que han usado los medios electrónicos para vilipendiar e insultar lo han hecho amparados por el principio democrático de que la red es de todos. Otra cosa es pensar que lo que han dicho es cierto. La carta dirigida a los miembros de la Academia Sueca, y muy difundida por Internet, no solo es provinciana y ridícula. Muestra la incapacidad de análisis que tienen sus autores, y muestra su profundo sentido antidemocrático. Tampoco representan a todos los colombianos.