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40 años de El caimán barbudo

Más que una publicación cultural

Fuentes: La Jiribilla

Primero fui la lectora insaciable de aquella revista que en la década de los 70 fue uno de mis primeros vínculos con el quehacer de muchos de quienes llegarían a ser mis compañeros de «promoción». Y no se trataba solo de escritores, sino también de pintores, escultores, trovadores y periodistas, miembros de la gran familia […]

Primero fui la lectora insaciable de aquella revista que en la década de los 70 fue uno de mis primeros vínculos con el quehacer de muchos de quienes llegarían a ser mis compañeros de «promoción».

Y no se trataba solo de escritores, sino también de pintores, escultores, trovadores y periodistas, miembros de la gran familia de El Caimán Barbudo, que había aparecido en 1966 como un suplemento del periódico Juventud Rebelde y que, en la época de mis primeros versos, era ya toda una institución entre los jóvenes que aspirábamos a darnos a conocer en el panorama de la cultura cubana.

Después fui su colaboradora: con mis poemas, con alguna entrevista o algún artículo. Y también como visita frecuente a la vieja casona de Paseo entre 25 y 27 donde leíamos y comentábamos nuestros textos, casi siempre acompañados por las guitarras de los trovadores que seguían la estética y las propuestas conceptuales de Silvio y de Pablo, en un principio, quizá imitándolos un poco, y después, descubriendo, cada vez más, como nosotros mismos, sus propias inquietudes sociales e individuales.

El caso es que El Caimán… no puede separarse de mi vida profesional. Recuerdo especialmente cuando Paquita Armas, su entonces directora, tuvo la «osadía» de publicarme en sus páginas aquel trabajo sobre la muerte de John Lennon («USA es una pistola caliente») que quizá fue el primero en que se hablaba del exbeatle en los predios de la prensa escrita cubana. Era el año 1980.

Después la revista siguió el «desbroce» y contribuyó, con aquella legendaria sección de Guille Vilar, que se llamó «Entre Cuerdas», a barrer con los prejuicios que satanizaban al rock. Informó, valoró y puso en su sitio esa música nacida como expresión de la contracultura en las sociedades de consumo y que hoy tiene su justo espacio en «La cuerda floja», columna dedicada al género en esta última etapa de El Caimán…, a cargo de Humberto Manduley.

Lo cierto es que, con 45 años de existencia, esta publicación de la juventud cubana ha mantenido una sostenida ambición de mantenerse a la vanguardia de la creación literaria y artística cubanas, sin olvidar el pensamiento: eje central de toda actitud rigurosa en cualquier campo de las Humanidades.

Con altas y bajas, con momentos mejores y otros no tan buenos, El Caimán Barbudo, más que una revista es una institución cultural.

Habría que escuchar a Bladimir Zamora, el eterno caimanero, contar cómo en los momentos más difíciles del período especial, funcionarios y artistas entusiastas lo mantuvieron vivo frente a la escasez de papel, organizando inolvidables sesiones orales en la antigua Casa del Joven Creador, sin dejarse amilanar frente a las dificultades materiales.

Los que le reprochan un supuesto «localismo» olvidan que toda revista que se respete siempre ha sido portadora de rupturas o continuidades de una tradición nacional. Además la publicación no dejó nunca de dar a conocer y divulgar a escritores y manifestaciones artísticas de otras partes del mundo. Ya hablamos de su difusión del rock. Y viene también a mi memoria aquella franja del tabloide que, bajo el título de «Los raros», satisfacía la curiosidad de los que, en la década de los 80, perseguíamos ansiosamente cada número de la publicación donde mejor nos veíamos representados.

Mi recuerdo atesora muchos rostros y muchos nombres. Algunos hoy en la cima de nuestra literatura, nuestro periodismo, nuestra música y nuestra plástica. Otros ya desaparecidos o lejanos.

Pero todos, estoy segura, dondequiera que estén, o por muy famosos e importantes que ahora sean, recordarán como yo aquellas horas en que, sentados sobre los mosaicos andaluces de aquella vieja casa de Paseo que ya mencioné, vivíamos y creábamos como si el tiempo no fuera a pasar nunca o como si pasara y nosotros no lo hiciéramos con él.

En este tercer milenio, cuando el legendario tabloide llega ya a sus 45 años y se me hace tan difícil conseguir un ejemplar de la que siempre consideraré como «mi revista», sigo amando a El Caimán… Nostálgica, pero también convencida de que otros jóvenes iguales pero diferentes a los que fuimos nosotros por entonces, «subirán la parada» ante los retos que la vida y la cultura, siempre demandantes, no dejan de proponerles.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2011/n524_05/524_06.html