A Manuel Fernández-Cuesta «Sabemos qué nos gusta pero no por qué». A nosotros nos gustaba él. Tal vez no supimos las razones hasta que ahora, fulminados por s u pérdida, las planteamos. Manuel Fernández-Cuesta traducía así las contradicciones del gusto, nos llevaba de la mano por los ladrillos que erigían el monumento de la literatura. […]
A Manuel Fernández-Cuesta
«Sabemos qué nos gusta pero no por qué». A nosotros nos gustaba él. Tal vez no supimos las razones hasta que ahora, fulminados por s u pérdida, las planteamos.
Manuel Fernández-Cuesta traducía así las contradicciones del gusto, nos llevaba de la mano por los ladrillos que erigían el monumento de la literatura. Paseaba desenvuelto por esa ferretería donde él decía que estaban las palabras, a la espera para ser usadas como herramientas. Hay que leer a Umbral, a Marsé. A Galdós, a Valle-Inclán, El desierto de los tártaros . Todo está en Cervantes y en Quevedo. Flaubert, Stendhal, Conrad y otros tantos. No podemos olvidarlos.
El primer encuentro fue en Hotel Kafka, al comienzo del que sería su último curso como profesor y guía. A mí me animó ya la primera semana a llevar a cabo un proyecto que determinamos y que ahora, en sus primeros pasos, se queda desamparado . Recomendó varios libros indispensables -más tarde sabríamos que esa era su constante-. Había que arrimarse a él y aprender como si fuéramos a vivir siempre.
Desde el primer momento quiso invitarnos a escribir para la posteridad, como quien se alza con una palabra sagrada. Nos puso en nuestro sitio y aprendimos a ser humildes y ambiciosos. Descolocó nuestras creencias y fundó unas nuevas, más auténticas, con las que perdimos la inocencia -si es que a alguno le quedaba-. Su sonrisa imborrable y complacida, de niño grande y pícaro, regalaba aliento de página. «Escribir es humano», solía sentenciar, «y por eso hay que hacerlo bien. Hay que tratar de parecerse, por lo menos, a Shakespeare. Si no, no merecería la pena». Y aunque se vanagloriaba de no escribir apenas, descubrimos en sus artículos el modelo de excelencia.
Nos despidió con una propuesta, como no podía ser de otro modo: «Si queréis, podemos estar en contacto durante todo el verano y ver cómo avanzan los trabajos». Ahora solo imaginaremos su mirada jovial y azul sobre nosotros cuando pulamos por enésima vez un párrafo.
Es cierto, Manuel, una trama la hace cualquiera, todo acaba en desenlace. Y la tragedia, sin ironía, no te habría alcanzado.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.