Confieso que me resulta complicado encontrar cosas positivas en el presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez, ni en su gestión. No una, si no dos, hasta tres y más de cuatro veces he escrito de manera directa o indirecta sobre el mandatario neogranadino en estas páginas, donde dejo claro lo que opino sobre él y su […]
Confieso que me resulta complicado encontrar cosas positivas en el presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez, ni en su gestión. No una, si no dos, hasta tres y más de cuatro veces he escrito de manera directa o indirecta sobre el mandatario neogranadino en estas páginas, donde dejo claro lo que opino sobre él y su gobierno.
Pero hay una manera en la que consigo mirarlo con otros ojos, y hasta considerarlo, si no algo positivo para su país y la región, por lo menos un mal menor. La táctica milagrosa que sigo para conseguir esta óptica es fijarme en las personas que lo rodean. La familia Santos (Juan Manuel, ministro de Defensa; Francisco, vicepresidente de Colombia; Rafael y Enrique, directores del principal periódico de esa nación, El Tiempo, etc.), el jefe de la policía Óscar Naranjo y el asesor presidencial José Obdulio Gaviria, hacen que Uribe parezca, por momentos, y en comparación, una mezcla entre la Madre Teresa de Calcuta y Mahatma Gandhi.
De entre las personas que lo rodean, en mi opinión el más siniestro, peligroso y probablemente poderoso en exceso sea su Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos.
Se ha hablado mucho de las presiones externas e internas de la que es supuesta víctima y seguro responsable (esos cargos son nombrados por él mismo en persona) el presidente colombiano. Hace unos días, el ex vicepresidente venezolano José Vicente Rangel afirmó que las relaciones entre Santos y Uribe están algo tensas, y el presidente Chávez ha hablado de una «doctrina Uribe» y una «doctrina Santos», debido a que el primero pseudoacató -no le quedaba otro remedio- lo acordado en la Cumbre del Grupo de Río del día 7 en Santo Domingo, reafirmado diez días después ante la OEA, mientras que el segundo ha insistido en que el ataque fue completamente legítimo y se reservó el derecho a repetirlo cuando así lo considere oportuno. Chávez, por esto, solicitó a Uribe que pusiera a Santos «en buen recaudo«.
Yo no creo que haya tanta diferencia entre uno y otro, pero que Santos es una versión más guerrerista y derechizada de Uribe, lo que ya es decir, no me cabe la más mínima duda. Por eso me inquieta el que se hable de él como posible sucesor al cargo en el 2010, si no se vuelve a presentar Uribe en uno de sus hábiles malabarismos legales en el Congreso (nada de referendos, eso es cosa de dictadores comeniños como Chávez).
Y más me inquieto si me interno en el campo de las hipótesis y la conspiranoia. Porque si Uribe toma un rumbo, aunque sea ligeramente, distinto al que se ha autoimpuesto interna y externamente, por sus alianzas con estos tenebrosos aliados, no sería de extrañar alguna reacción por parte de estos. A Santos, en particular, lo creo capaz de cualquier cosa. De cualquiera.
En un país donde los falsos positivos, los magnicidios (Jaramillo, Galán, Pizarro, Leal…) y los autoatentados han sido casi una rutina desde el asesinato de Gaitán (del que se cumplen 60 años en dos semanas), no se puede descartar nada.
Si este desvío de la doctrina guerrerista e imperialista por parte de Uribe se produjera, al ceder más a las posiciones de sus vecinos latinoamericanos que a sus inversores de Washington, podemos imaginar que algo monstruoso, maquiavélico, astuto y con sello de la CIA entraría en el campo de lo posible, que no probable.
Imaginen que Uribe es asesinado mediante lo que llaman un inside job, un trabajo del propio gobierno colombiano, que obviamente achacarían a las FARC, organización guerrillera que actualmente no tiene ni la capacidad operativa ni la imbecilidad suficiente para realizar un asesinato del que serían los más perjudicados (después del propio occiso). Con un acto así, los sectores más guerreristas y fanáticos del uribismo matarían dos pájaros de un tiro: se desharían de su sorpresivamente díscolo líder, y justificarían de cara a la opinión pública todo lo que se les ocurriera (más guerra, más exterminio legal y físico de toda oposición a sus designios, mayor presupuesto militar, total libertad para llevar su violencia sin ataduras de ningún tipo, etc.). La opinión pública colombiana y en parte mundial se volcaría de su lado, sin dudarlo. «¡Los terroristas mataron al presidente! ¡Todo vale! ¡Todo se justifica!».
¿Fantasías? ¿Conspiranoia? Seguramente, no le doy ni un 1% de probabilidad a que algo como esto ocurra, pero por otro lado… ¿por qué no? Antes de que asesinaran a Kennedy, antes de los ataques del 11 de septiembre… ¿alguien predijo algo de ese tipo? Si alguien lo hubiera hecho, ¿habrían dicho que deliraba? Más que probable.
De todos modos no creo ni que Uribe se aparte de la doctrina que con tanta sangre, sudor y lágrimas (en su mayor parte sangre, sudor y lágrimas ajenas) ha impuesto en Colombia, ni que en el improbable caso de que lo hiciera, ocurra lo que con buena dosis de imaginación planteo aquí.
Pero conociendo a través de la historia cómo funcionan las mafias de algunos clanes oligárquicos colombianos, no me sorprendería.