Desde que a las nueve de la noche la inconfundible voz de Silvio Rodríguez estremeció a los setenta mil asistentes, evocando a «la siempre bien amada Violeta Parra», hasta que cinco horas después todos bailaban con el ritmo caliente de Juana Fe, la celebración del centenario del partido de Recabarren tuvo de todo y demostró […]
Desde que a las nueve de la noche la inconfundible voz de Silvio Rodríguez estremeció a los setenta mil asistentes, evocando a «la siempre bien amada Violeta Parra», hasta que cinco horas después todos bailaban con el ritmo caliente de Juana Fe, la celebración del centenario del partido de Recabarren tuvo de todo y demostró a sus enemigos que los comunistas que «vos matásteis» gozan de envidiable buena salud…
Nunca imaginó el entonces joven de 18 años Jaime Gajardo, uno de los miles de prisioneros en el campo de concentración en que Pinochet transformó el Estadio Nacional tras el golpe de estado de 1973, que 39 años después, convertido ya en presidente del Colegio de Profesores, líder gremial y connotado dirigente político, sería partícipe de una fiesta tan profunda y emotiva para celebrar los cien años de su partido como la del sábado pasado.
Así lo atestiguaron este sábado miles de hombres, mujeres y jóvenes que desde muy temprano esperaron impacientes que se abrieran las puertas del estadio para repletar tribunas y galerías y hacer desaparecer la cancha, con sus gritos, sus cánticos, su entusiasmo y sus miles de banderas rojas, chilenas, cubanas y palestinas.
La fiesta tuvo de todo, ya que, como desde esas enormes piñatas de los festejos infantiles, fue cayendo alegría, euforia, emoción, música, baile y lágrimas. La celebración no estuvo solamente en el gigantesco escenario, que cambiaba de colores, en el cabezal sur del estadio, con dos pantallas en sus costados, sino en todo el recinto, en las tribunas y en la cancha, con una multitud que reivindicaba a lo largo de la noche su grito de guerra: «El pueblo unido, jamás será vencido…».
En el estadio no había sólo comunistas o jóvenes de amaranto de la Jota, sino también miles de asistentes que, aunque no tienen carnet de militante y hasta pueden discrepar de determinadas estrategias puntuales del partido, sienten respeto y admiración por la colectividad de Recabarren y por su indesmentible lealtad con la causa de los trabajadores.
A las nueve de la noche con dos minutos, los primeros rasgueos de la guitarra del cantautor cubano marcaron el comienzo de la fiesta, bajo el recuerdo de la matriarca de la música chilena: «¿Y que dirá mi siempre bienamada Violeta Parra?».
Silvio Rodríguez, que siempre nos acompañó en los peores momentos del terror fascista y que estuvo prohibido por la dictadura de Pinochet, desgranó lentamente sus palabras: «Gracias por invitarme, estoy aquí porque conocí a una persona que se llamaba Víctor Jara, porque conocí a Gladys Marín, a Isabel Parra…».
Y antes de despedirse, logró que la temperatura de la cálida noche santiaguina llegara al delirio: «No quiero terminar sin rendirle un homenaje a la juventud chilena, a la aguerrida juventud universitaria y secundaria». La canción, que todos coreaban, no pudo estar mejor elegida: «Si saber no es un derecho/ seguro será un izquierdo…».
Actuar después de Silvio era un desafío contundente. Pero el colectivo «Cantata rock», que debutaba esa noche a nivel masivo, integrado por algunos artistas que colaboran con Chancho en Piedra y Los Bunkers, además del aporte en la lectura del texto, del popular Pato Pimienta, presentó una novedosa versión en ritmo de rock de la famosa «Cantata Santa María de Iquique», de Luis Advis, que recuerda las luchas sociales y las masacres de los trabajadores, en el Norte Grande a principios del siglo veinte.
Después, el público se estremeció cuando la inconfundible voz de Salvador Allende, cuya imagen aparecía en las pantallas gigantes, llenó el estadio y la noche, con parte de sus famosos discursos: la noche del triunfo, el 4 de septiembre de 1970, en los balcones de la FECH; y en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1971.
No terminaron ahí las emociones. El Inti Illimani, reforzado por Nano Stern, cantó a voz en cuello una versión actualizada del famoso tema «Venceremos», el remecedor himno de la Unidad Popular, apoyado por un coro gigante de setenta mil voces.
Grupos emblemáticos en tiempos de la dictadura siguieron tallando en la veta de la nostalgia. El Illapu, expulsado por Pinochet en 1976, con su clásico «Vuelvo», y Sol y Lluvia, con su «Tour por Pudahuel y el irónico «Adiós, general», que nuevamente concitó al coro espontáneo de los miles de asistentes.
Tras Sol y Lluvia, el público contempló intrigado que subían un piano hasta el tablado. Entonces, suavemente, casi acariciando las teclas, en medio del silencio de la noche santiaguina que ya refrescaba, la concertista en piano Lucia Uribe interpretó los acordes inmortales de «La Internacional».
Se apretaron los corazones y el locutor recordó a algunos de los caídos, cuyos rostros aparecían en las pantallas, mientras cada nombre era coreado por un retumbante y estremecedor «¡Presente!» Imposible nombrarlos a todos, pero Víctor Díaz, Marta Ugarte, Fernando Ortiz, entre otros, subieron al escenario del recuerdo y la admiración.
Faltaban las cuecas.
Tras la intervención del presidente del partido, el diputado Guillermo Teillier, se hicieron presentes el grupo Aparcoa y Los Republicanos de la Cueca, que estrenaron un tema al Partido Comunista, bailado por Sigrid Alegría y su padre, que es el director del Aparcoa, y Teillier con la secretaria general de la Jota, Karol Cariola. Fue el delirio, los gritos y las palmas ayudaron a relajar tantas emociones anteriores.
Ya era más de la una de la madrugada. Y le correspondía su turno al cantautor Manuel García, que además fue el director artístico de todo el espectáculo, con el «Viejo comunista» y que hizo subir al tablado a Chinoy y Lulo de los Legua York, ratificando su liderazgo en la actual música chilena.
Sólo faltaba el cierre, con el más clásico exponente de los ochenta, el rítmico y popular conjunto Juana Fe. Eran más de las dos de la madrugada, el acto había partido a las nueve de la noche y a la gigantesca piñata ya no le quedaban regalos que repartir…
Nada de nostalgias ni de tristezas, sino esperanza y alegría al mirar los rostros de Gladys Marín, Víctor Jara, Ernesto «Che» Guevara, Pablo Neruda, Violeta Parra, Víctor Díaz, Fernando Ortíz, y tantas y tantos que construyeron la historia para que la historia siguiera construida.