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Sobre la detención de Remedios García, acusada de miembro de las FARC

Matar un ruiseñor

Fuentes: Rebelión

La detención de Remedios García Albert me recuerda a la película «Matar un ruiseñor». Ella es el negro en una sociedad corrupta hasta la náusea, racista -quitad la referencia al color y poned a la protagonista involuntaria de esta dramática película la etiqueta de «terrorista»- y donde el odio al disidente se ha convertido en […]

La detención de Remedios García Albert me recuerda a la película «Matar un ruiseñor». Ella es el negro en una sociedad corrupta hasta la náusea, racista -quitad la referencia al color y poned a la protagonista involuntaria de esta dramática película la etiqueta de «terrorista»- y donde el odio al disidente se ha convertido en el paradigma que un comportamiento supuestamente democrático convierte en su objetivo alienador. Hay un refrán castellano que dice «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Es algo que hay que aplicar, a pies juntillas, tanto a la sociedad colombiana como a la española. Esa que sale a las calles en contra de las FARC mientras se calla ante la muerte de sindicalistas, luchadores sociales, periodistas o cualquier otro disidente del sistema capitalista.

Como en «Matar un ruiseñor», en Colombia y en España hay personajes públicos, amparados por su pertenencia a las, supuestas, diferentes esferas de poder de las que hablaba Montesquieu que actúan sin prejuicio y sin moral alguna a la hora de elegir a sus víctimas. Da igual que se sea, como Remedios, una cooperante preocupada por la paz con justicia social, o un sindicalista, como Guillermo Rivera, el penúltimo muerto por defender a los trabajadores. A fin de cuentas, ellos son como los negros que retrata esa película, gente a la que no hay que creer puesto que su palabra no vale nada comparada con la de un prohombre defensor de la religión, la ley y el orden. Ya lo dice quien acusa: «lo hizo, sólo sé que lo hizo», y el testimonio acusatorio de una computadora milagrosa hace que el populacho sea víctima de su propia y cruel pobreza e ignorancia.

Como en «Matar un ruiseñor», aquí el juez que ha encausado a Remedios tiene una imagen impoluta, intachable puesto que fue el hombre que se atrevió a procesar a Pinochet. Ese caso sirvió para lavar su imagen de censor, puesto que dicho juez fue

quien cerró el diario Egin, y quien se caracteriza por ser un pésimo instructor de causas. Pero es el tipo de juez que nunca, jamás, acaso, ni se atrevería a iniciar causa alguna contra cualquier diario, español o colombiano, de los que hacen constante apología del golpismo en Venezuela o alientan el racismo en Bolivia. Esto es libertad de prensa, por supuesto. Faltaría más.

Como en «Matar un ruiseñor» la policía aparece como la simple cumplidora de la ley aunque las pruebas se hayan conseguido al margen de la ley que dice defender y con muertos a quienes se remató para que quedasen bien muertos, aplicando la tan conocida ley de fugas, no fuese a ser que contasen la verdad. Por eso persiguen a las guerrilleras que sobrevivieron y a la estudiante mexicana. Porque, como decía un viejo pensador, «la verdad es revolucionaria». Y ya se sabe que la revolución es peligrosa para el sistema que con tanto ardor y dedicación defienden políticos, jueces y policías de países como España o Colombia.

Como en «Matar un ruiseñor» a Remedios ya la han linchado mediáticamente quienes defienden una supuesta objetividad e independencia informativa, la han marcado con el hierro candente con el que los esclavistas identificaban a los negros que eran de su propiedad y luego iban a misa y hacían generosas dádivas para los pobres como buenos amantes de la ley, la religión y el orden. De eso saben mucho los españoles que se lucraron con el comercio de esclavos en países como Cuba, por ejemplo, y criollos que se mantuvieron en el poder en Colombia luego de la independencia de la metrópoli.

En el tráfico de esclavos y explotación de los trabajadores está el origen de las fortunas y de los emporios comerciales de quienes reclaman la restitución de sus propiedades en Cuba esperando el momento del fin de la Revolución o quienes controlan Colombia -no en vano cuando se abolió la esclavitud los terratenientes que tenían esclavos fueron indemnizados por el Estado ya independiente- y siempre se han opuesto a cualquier medida de paz que incluyese reformas estructurales en la política económica. Porque eso, y no otra cosa, era lo que reclamaban las FARC en los diálogos del Caguán. ¿O hace falta recordar lo que se publicó entonces y se dijo por parte de esta gente y su frente mediático? ¿Hace falta recordar a diarios claramente exponentes de los intereses oligárquicos colombianos como «El Tiempo» o revistas como «Semana» lo que publicaban esos días y cómo se hacían eco del rechazo, que alentaban, a las conversaciones de paz por parte del «sector empresarial colombiano»? Remedios estaba allí, y muchos otros que, tal vez de forma cándida, apostábamos por la paz con justicia social.

El comportamiento de los nuevos esclavistas, de cuerpos y mentes, es muy similar al de sus antepasados. Ellos siguen basando su fortuna en el trabajo de esclavos (más horas semanales, aumento de la edad de jubilación, nada de sindicación combativa y sí esa parodia de sindicato dócil con el patrón al estilo de los capataces de los ingenios y esclavos de confianza de las haciendas, pérdida de conquistas sociales adquiridas a base de lucha, sangre y latigazos) y siguen calmando su conciencia con las dádivas que hoy dan a través de Fundaciones y Organizaciones No Gubernamentales. Atender al pobre, no atender a las causas que generan la pobreza, como si la pobreza y la miseria no fuesen generadas por un sistema económico concreto.

Por eso hay que ser críticos sin pausa con quien habla de paz en su vertiente negativa, es decir, paz igual a ausencia de conflicto. Por eso hay que repetir hasta la saciedad que ese concepto de paz negativa no nos interesa, sino el de la vertiente positiva: paz igual a resolución de las causas que generan los conflictos. La paz en Palestina es el reconocimiento de los derechos nacionales de un pueblo a quien se le vienen negando desde hace 60 años. Por eso en Palestina hay organizaciones armadas. La paz en India es cambiar un sistema económico que arroja a la miseria a 750 millones de personas mientras una minoría ve las películas de Bollywood, emigra a Occidente y negocia acuerdos nucleares. Por eso en India hay organizaciones armadas. La paz en Colombia es iniciar la reformulación de la política económica y su consecuencia más inmediata: una mejor distribución de la riqueza y la finalización de la injusticia social. Por eso en Colombia hay organizaciones armadas. La paz en otras partes del mundo pasa por el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Como en «Matar un ruiseñor» a Remedios la han matado mediáticamente (y a Guillermo físicamente), todos y cada uno de quienes están interviniendo en esta película que rueda el juez español Baltasar Garzón con el guión que le llega desde Colombia y que, publicado a modo de folletón por los periódicos y emitido a modo de serial por las radios y/o televisiones, evita que la población se haga preguntas sobre por qué se detiene a una mujer por el simple hecho de cartearse con alguien, sea guerrillero o no, o por qué las FARC son malas y por qué el gobierno colombiano, arropado por su homólogo español, es bueno matando (sí, matando) a sindicalistas, luchadores sociales, periodistas y dirigentes políticos año tras año.

Nosotros somos como los niños de la película «Matar un ruiseñor». Hemos intentado ver el mundo con otros ojos y hemos perdido de golpe nuestra inocencia. Como dice la niña protagonista de «Matar un ruiseñor», no se conoce realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos. Yo he llevado los zapatos de Remedios y he caminado con ellos los mismos caminos en México, en Irak, en Colombia, en Cuba, en …

Y como en la película, matar a un ruiseñor es algo que no se permite porque es un ave buena que no hace daño a nadie: «no hace otra cosa que cantar [escribir] para regalarnos el oído [la mente], no picotea los sembrados [no roba], no entra en los graneros a comerse el trigo [aunque tenga hambre]; no hace más que cantar con todas sus fuerzas para alegrarnos [el fin de la injusticia social]».

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