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Las novelas del autor ruso retrataron la pobreza del proletariado urbano a principios del siglo XX

Máximo Gorki: un clásico del realismo socialista

Fuentes: Rebelión [Imagen: Maximo Gorki. Wikipedia]

Escritor, político y activista ruso, que se identificó con el movimiento revolucionario soviético; con esta nota biográfica caracteriza Marxists Internet Archive a Máximo Gorki (Nizhny Nóvgorod 1868-Moscú 1936); autor de cuentos, obras teatrales y novelas, “en San Petersburgo estableció contacto con revolucionarios marxistas que lo motivaron hacia la revolución socialista”, destaca el Archivo electrónico.

Gorki pasó siete años en la isla italiana de Capri (1906-1913), antes de retornar a Rusia, donde estalló la Revolución en 1917; allí trabajó –en el frente cultural- hasta que se trasladó en 1921 a Alemania; regresó a la URSS y, en el periodo 1934-1936, presidió la Unión de Escritores Soviéticos.

Con la traducción de Nolito Ferreria, el Marxist Internet Archive reproduce el texto de Máximo Gorki titulado Nicolai Lenin-El Hombre (1924), publicado por primera vez en el periódico The Daily Herald; el narrador inscrito en el realismo socialista escribía sobre el líder bolchevique:

“No puedo imaginar a ningún otro hombre que, estando tan por encima de la gente, supiera protegerse tan bien de las tentaciones de la ambición y no perdiera el interés vital por la gente ‘sencilla’ (…)”.

El nombre auténtico del también dramaturgo y ensayista era Alexéi Maximóvich Peshkov; de familia humilde y huérfano de padre, sus escritos –en los principios del siglo XX- se conocían en toda Europa; a este periodo corresponden algunas de sus obras principales, La Madre, de 1907; Los bajos fondos (1903) y asimismo Los vagabundos.

La enciclopedia cubana EcuRed resalta otras dos piezas literarias: La vida de Klim Samgin, novela en cuatro volúmenes que escribió entre 1925 y 1936; o la trilogía biográfica formada por Días de infancia; Entre los hombres y Mis universidades; en 1902 vio la luz su primera obra de teatro, Los pequeños burgueses.

“Gorki introduce por primera vez, en la literatura rusa, historias de vagabundos (que conoció de primera mano), pequeños ladrones o retazos de los abusos a los que son sometidos los trabajadores de las fábricas”, valora EcuRed.

Parte de la narración de su niñez apuntaba –en Días de infancia– a lo que el escritor denominó impresiones angustiosas, en el estrecho y sofocante mundo en el que vivió durante aquellos años; y, agregaba la autobiografía, “en el que todavía vive hoy el pueblo ruso” (la novela vio la luz en 1913, cuando gobernaba Rusia el zar Nicolás II).

Hijo de un tapicero, el niño Aleksei procedía de la ciudad de Astrakán; “la casa de mi abuelo estaba llena de una sofocante bruma formada por el odio que cada uno de los componentes de aquella familia sentía por los otros”, recordaba el autor de Días de infancia.

El infante fue víctima de los azotes del abuelo, al igual que los sargentos de vigilancia –en Astrakán- pegaban a los persas; y sus tíos propinaban a los primos manotazos en la frente o el cuello.

Alexéi Maximóvich Peshkov tenía 17 años cuando llegó a la localidad de Uste; reinaba el zar Alejandro III, y Gorki escribió: “En la cultura actual es más fácil satisfacer el hambre del alma que el hambre del cuerpo” (en Los vagabundos). ¿Un reflejo de su situación personal? “Caminaba y caminaba por la fría y húmeda arena, arrancando con los dientes gorjeos en honor del frío y el hambre”, recordaba el escritor.

Además las 400 páginas de La Madre permiten acercarse a la situación de pobreza en que vivía –a principios del siglo XX, en Rusia- el proletariado urbano.

Entre los personajes de la novela figura Pelagia Nilovna, madre del joven obrero revolucionario Pavel Mikhajlovitch; Pelagia está casada con un hombre que se alcoholiza y la somete a maltrato; madre e hijo son objeto de persecución policial por sus ideas, y sufren la represión en forma de cárcel (por difusión de propaganda) o el destierro a Siberia.

En el periódico Rebelión puede leerse la edición de La madre publicada por el Proyecto Espartaco, que comienza del siguiente modo:

“Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugía y temblaba. Y de las casuchas grises salían apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en los músculos”.

Asimismo Rebelión incluye en su página Web varias aproximaciones a la obra de Gorki; por ejemplo la reseña, firmada por el Subcomandante Marcos, de la compilación de relatos La ciudad del diablo amarillo (Ed. Sequitur); el revolucionario ruso llegó a Nueva York en 1906 (pasó unos meses en Estados Unidos), con el fin de recabar ayudas para el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).

Así, después de escribir Los dueños de la vida; El sacerdote de la moral o Uno de los reyes de la república, Máximo Gorki afirmó: “Quien quiera hacerse rápidamente socialista, que viaje a los Estados Unidos”.

En Rebelión, El Viejo Topo y La Haine, el historiador y ensayista Higinio Polo publicó en 2014 el artículo El lápiz de Gorki; recuerda cómo, en 1898, la policía zarista capturó a Alexéi Maximóvich Peshkov por su activismo político; ya entonces era reconocido por su condición de escritor; en marzo de ese año se constituye en Minsk el POSDR, partido en el que Gorki militó, además de relacionarse con Antón Chéjov y León Tolstoi.

Asimismo en el periódico Rebelión, el escritor y autor de poesía Jesús Aller reflexionaba en 2007 sobre la actividad literaria de Gorki (Máximo Gorki, un escritor entre dos mundos).

Según la reseña, “en el filo del nuevo siglo, (Gorki) inaugura una etapa en su producción con piezas teatrales y relatos más extensos (…); novelas como Tomás Gordeiev, La madre, Los tres o Mis confesiones presentan un retrato de la sociedad rusa que va de la pequeña burguesía al lumpen y los mujiks” (campesinado ruso sin propiedades).

¿Qué puede hallar el lector en las narraciones del autor socialista? “Solemos encontrar personajes autobiográficos marcados por una obsesiva búsqueda del sentido de la vida”, resume Jesús Aller.

En enero de 1991 se representó en la Sala Mirador (Madrid) la obra teatral de Gorki titulada Los Veraneantes (1904), dirigida por Ángel Gutiérrez.

La reseña crítica del periodista Eduardo Haro Tecglen en el periódico El País, titulada La depuración de Gorki, destacaba su participación en las revoluciones de 1905 y 1917; las consideraba “una especie de redención de los bajos fondos, a los que había retratado en otra de sus obras fundamentales”. Gorki aspiró a una democracia comunista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.