En los últimos 40 años, a través de grandes movilizaciones populares, se han abierto coyunturas que han tensionado la orientación de la historia de Chile, provocando la reacción de las elites políticas, quienes a través de acuerdos nacionales han buscado continuamente re-oxigenar el orden constitucional vigente y así esconder las crisis políticas, sociales, económicas, y ahora también sanitarias.
Si bien estos acontecimientos han posibilitado la formación de nuevos actores sociales, los consiguientes acuerdos que surgen como reacción –de una u otra forma- han truncado la capacidad de estos actores para producir y consolidar proyectos propios de sociedad, permitiendo que las elites políticas sigan encauzando los destinos del país sin mayor contrapeso.
Durante la dictadura, estas elites condujeron las protestas populares hacia un “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia” en 1985, incluso antes de que se cerrara el ciclo de movilizaciones. Algo similar ocurrió tras el “Mochilazo” de 2001 y con la “Revolución Pingüina” de 2006, proceso sellado con la firma del “Acuerdo Nacional por la Educación” que maquilló la LOCE con la LGE. El “Gran Acuerdo Nacional por la Educación” (GANE) también buscó, sin lograrlo, acabar con la Primavera de 2011, mientras la revuelta social iniciada en octubre de 2019 pretendió clausurarse con el gran “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, donde al igual que en los 80s, las elites políticas suplantaron el protagonismo del pueblo y sus demandas. Pero más allá de los resultados prácticos, luego de cada uno de estos pactos no debemos olvidar que la represión y el castigo se dejó caer una y otra vez sobre las poblaciones, donde históricamente han tenido un mayor asidero los intentos de proyectos sociales alternativos.
Las elites políticas saben que para las y los protagonistas de dichos ciclos de protestas, estas pueden significar verdaderos acontecimientos, es decir, sucesos importantes con los que advienen nuevos sujetos históricos y nuevas interpretaciones de la realidad, cuyas apuestas tienen la potencialidad de cambiar el rumbo de la historia, y que en el caso del escenario actual aún está en desarrollo. Así es como, las protestas por el hambre iniciadas el 18 de mayo en la comuna de El Bosque, estallan como un rebrote de la revuelta de octubre, sólo que esta vez con un elemento nuevo, como lo es la ampliación de la politización a la esfera de la subsistencia, abriendo nuevas posibilidades históricas. Por eso la elite busca con urgencia otro “Acuerdo por la Paz”.
Ese 18 de mayo, tal como iniciaron los ciclos de protesta en 1983, 2001, 2006, 2011 o 2019, la subjetividad hegemónica del neoliberalismo, esa que proclama al sujeto individualizado e imposibilitado de convertirse en sujeto colectivo, se fisuró, abriendo el camino para el advenimiento de nuevos sujetos históricos y políticos que de a poco van retomando la iniciativa y fortaleciendo su potencialidad histórica hacia la constitución de un proyecto colectivo que dispute los destinos del país. Es precisamente la formación de ese sujeto colectivo al que le teme la elite. Es justamente ese miedo el sustento de este nuevo acuerdo por la paz.
No olvidemos que luego de cada gran acuerdo nacional el castigo recae sobre los sectores críticos y más radicales de la sociedad, es decir, en las y los trabajadores organizados y en los barrios populares cansados de la miseria. Por lo tanto, es al desarrollo político de estos sectores a lo que debemos poner atención y fortalecer –lo que no ocurrió en los 80s-, ya que son ellas y ellos quienes realmente buscan que Chile sea la tumba del neoliberalismo. En ese marco, hoy es imposible negar los múltiples imaginarios que han surgido tras un sinfín de experiencias colectivas, retomando no sólo las prácticas históricas que viven en su memoria, sino también explorando nuevas posibilidades que requieren ser fortalecidas.
Sin ir más lejos, tras la revuelta de octubre y ahora mientras vivimos esta epidemia, en las poblaciones urbanas se habla abiertamente de que la clase media no existe, y que en realidad hay gente rica y gente pobre. Y es ahí donde se mantiene viva la memoria de las mutuales, las mancomunales, y sobre todo de las tomas de terreno, lugares donde las personas históricamente han ejercido la solidaridad con ollas comunes para saciar el hambre a quien lo necesite. A esas experiencias hay que poner atención, ya que son grupos humanos que sin el apoyo de partidos o grupos politizados, están generando una respuesta práctica a la miseria desde su memoria histórica.
Otro ejemplo que hoy en día es realmente interesante, es la aparición de las redes de abastecimiento que están problematizando la soberanía alimentaria, para que así ya no sea el mercado quien controle lo que comemos y sus precios, sino que sean los territorios los que elijan qué comer y a quiénes comprar. Estos espacios están pensando cómo evitar que las empresas dueñas de camiones, las principales intermediarias en la cadena de distribución de alimentos, dejen de empobrecer a las y los pequeños productores pagando precios irrisorios por grandes cantidades de productos, quedándose con la mayor parte de las ganancias, por un lado, y cobrando altas sumas de dinero a los consumidores, por otro.
Estos gérmenes de protagonismo popular son los que permiten afirmar que sólo con comunidades organizadas fuertes, y no con la suplantación del pueblo a través ONGs y partidos políticos supuestamente progresistas, se podrá poner fin al capitalismo y al extractivismo, pudiéndose proyectar la vida y la naturaleza en todo su esplendor.
Simón Timichelle Monarde, historiador titulado en la USACH y miembro de Red de Abastecimiento Territorial de La Pincoya, correo: [email protected]