El 1° de mayo es el día internacional del trabajo. Esta conmemoración, surgida a propósito de la lucha de los mártires de Chicago –trabajadores ejecutados en 1886 por reclamar una jornada de 8 horas–, es el día que la clase trabajadora eligió a fines del siglo antepasado para reivindicar en todo el mundo su posición en la sociedad moderna.
Este año, el carácter internacionalista de la lucha de los trabajadores es más actual que nunca. Como consecuencia de las restricciones al movimiento de las personas que impuso la pandemia, quedó en evidencia la importancia de la fuerza de trabajo para el capital. Sin los trabajadores no es posible producción alguna de bienes y servicios. Se ha visto que, pese a la gravedad de la situación y las dificultades sanitarias, son los trabajadores los que han sostenido materialmente la vida y la salud del conjunto de la población.
Ha quedado en evidencia cómo, a pesar de la importancia del trabajo, las burguesías han sometido a sus respectivas clases trabajadoras a crecientes grados de explotación, generado situaciones de riesgo para la vida ellas, anteponiendo su compulsión por las ganancias. Precisamente en ese delicado equilibrio entre la salud de la población y la del capital los Estados burgueses y sus representantes enfrentan la pandemia.
La realidad local no dista de mucho de este escenario. La precariedad laboral característica del capitalismo chileno es ahora más intensa que a inicios de la pandemia. Mayor desocupación, menores salarios, informalidad laboral, agotamiento físico y mental, expulsión de trabajadores migrantes son la tónica. Es por lo mismo que la lucha de los trabajadores impone tareas urgentes.
En lo que a condiciones laborales y de subsistencia se refiere, el objetivo inmediato no es solo frenar el deterioro de las condiciones en que se desempeñan los trabajadores, sino también por la de asegurar un mínimo para la gran masa de desocupados, convertida en población sobrante y carente de ingresos, así como de la población migrante amenazada de ser expulsada del país. La solidaridad internacional de clase es una tarea vital para enfrentar los embates del capital.
Sin embargo, no es sino en el plano político donde se presentan los mayores desafíos para la clase trabajadora. La crisis del bloque en el poder ha abierto un nuevo período caracterizado por agudas contradicciones al interior de la burguesía local. Están por definirse la fracción hegemónica de la burguesía, los mecanismos políticos por los cuales se resolverán sus disputas internas y la construcción de las alianzas sobre las cuales se apoyará el bloque en el poder en las próximas décadas.
Los trabajadores han comenzado a levantar cabeza frente a los fenómenos políticos. Así lo demostró su participación tanto en las jornadas de octubre del 2019 como en el pasado plebiscito. En ambas situaciones la decisión de la población obrera fue determinante para ahondar la crisis del bloque en el poder.
Sin embargo, los trabajadores han entrado a la disputa política carentes de organización y programa político propio. En ese sentido, la oportunidad que tiene la clase trabajadora de tornarse protagonista de la lucha política puede diluirse y terminar convertida en masa de maniobra de las fracciones burguesas en disputa. El objetivo de lograr su independencia y autonomía política se torna más complicado porque quienes debiesen acompañar el desarrollo político actúan de forma en extremo voluntarista. Su crítica al capitalismo se funda en el romanticismo –y a ratos incluso en el oscurantismo–, lo que repercute en las distintas tácticas frente a las distintas coyunturas, las que van desde un ramplón oportunismo electoral, pasando por un localismo apolítico, hasta un radicalismo de tintes moralistas.
Como Revista Confrontaciones, espacio con perspectiva socialista que busca aportar desde una mirada cuyo centro es la clase trabajadora y sus luchas, en este 1° de mayo insistimos en resaltar la oportunidad que tienen los trabajadores de avanzar en su tarea histórica y la necesidad de generar los instrumentos para ello.
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