Carmen Cañada Gallego es psiquiatra de Hospitalización Domiciliaria y trabaja en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares.
Déjame felicitarte (y agradecerte) por un texto tuyo -«Volverán los abrazos” (https://rebelion.org/volveran-los-abrazos/)- que ha interesado y emocionado a mucha gente. También a mí desde luego.
Eres psiquiatra de Hospitalización Domiciliaria. ¿En qué consiste tu trabajo? ¿Hospitalización domiciliaria no es un oxímoron?
Lo primero darte las gracias a ti, Salvador, por la propuesta. Mi trabajo consiste en acompañar a personas con sufrimiento psíquico en su domicilio. La Hospitalización Domiciliaria surge como alternativa a la hospitalización tradicional. Las unidades de psiquiatría son espacios difíciles, cerrados, rígidos en cuanto a normas y salidas, en ocasiones traumáticos para mucha gente. Se necesita un cambio radical en esos lugares. A día de hoy, la Hospitalización Domiciliaria podría considerarse un oxímoron porque en el imaginario colectivo los tratamientos intensivos sólo pueden hacerse en el entorno hospitalario. La medicina ha solido excluir de sus diagnósticos aquello que transciende de lo puramente orgánico, pero tratar las crisis en la comunidad ayuda a entender el sufrimiento desde una mirada amplia hacia lo social, lo cultural, la historia, la vivencia personal. Esto nos ayuda a incluir el paro, los desahucios o la violencia machista como determinantes de las crisis personales y como camino hacia la recuperación. Un día de ingreso en la planta de psiquiatría cuesta 400 euros y un día de ingreso en nuestro programa cuesta 50. El cambio en el tipo de intervención es una cuestión ideológica y política de introducir lo comunitario como origen y como elemento curativo de la locura.
¿Tenéis resultados? ¿Habéis visto mejoras en la situación de los pacientes?
En las encuestas de satisfacción que realizamos, el 90% de las personas dice que prefiere este tipo de ingreso en lugar de hacerlo en una planta de psiquiatría y prácticamente todos refieren encontrarse mejor en el momento del alta que al inicio del ingreso. La gente se muestra muy agradecida con el tipo de intervención y la realidad es que la práctica diaria nos enseña también a nosotros que tratar las crisis en el domicilio no sólo es posible, sino que además disminuye significativamente las intervenciones coercitivas y es más respetuoso con los derechos de las personas. Nos damos cuenta del poder que nos confiere la mesa, la bata, la consulta, la jerarquía, y aprendemos a trabajar desde un lugar distinto, de mayor horizontalidad y respeto a la mirada del otro. Al fin y al cabo pasamos de un rol de experto a un rol de invitado, y en ese momento todo cambia. Tengo la sensación de haber tenido que deconstruir gran parte de lo aprendido y haber empezado a caminar desde otra base en la que me siento mucho más cómoda, y también más libre.
Trabajas en el Hospital Universitario de Alcalá de Henares. ¿Cuál es vuestra situación en estos momentos?
Alcalá está siendo una ciudad muy azotada por el coronavirus. En las últimas semanas ha habido ingresadas en el hospital diariamente más de 400 personas por este motivo. Durante varios días ha habido más de 100 pacientes en la urgencia pendientes de ingreso, se han desalojado plantas y se han habilitado varias zonas del hospital para alojar a más pacientes como el área de rehabilitación o la biblioteca, porque la gente estaba literalmente muriendo en los pasillos. Todo el hospital se ha volcado en tratar esta crisis sanitaria.
Dices en tu escrito que se ha cerrado la planta de psiquiatría. ¿Por qué? ¿Y las personas enfermas que allí estaban? ¿Dónde están ubicadas ahora?
Se han cerrado varias plantas para poder utilizarlas para ingresar a pacientes con coronavirus. La emergencia es de tal calibre que la gente está viviendo situaciones impensables actualmente para nuestro sistema sanitario, de tener que elegir qué personas tienen mayor oportunidad de sobrevivir y son subsidiarios de conseguir una cama en planta o en UCI, de decidir acerca de la vida de unos o de otros, a veces desconocidos y a veces tras hablar con sus familias. La única forma de humanizar esta tortura era darles al menos un lugar a las personas infectadas por el virus y que tuvieran un sitio en el que estar y ser cuidados. Los pacientes de psiquiatría se han reubicado y centralizado en unidades monográficas de Salud Mental en otros hospitales de Madrid, teniendo que vivir situaciones también complicadas, traslados, horas infinitas en las urgencias, poca comunicación con familiares, aislamientos.
¿Cómo está afectando la situación que estamos viviendo a las personas que sufren alguna enfermedad mental? ¿No es especialmente duro para ellas el confinamiento, por ejemplo?
Efectivamente el confinamiento está siendo muy duro. Esta pregunta me hacía pensar en el propio concepto de locura, en las situaciones que nos llevan a encontrarnos con ella; la soledad, la violencia familiar, la violencia machista, la pobreza, la desigualdad. La locura no es más que la expresión de aquello que nos oprime y que no podemos digerir. El confinamiento agrava todas estas circunstancias. Hay casas en las que se respira mucha violencia y en las que nadie desearía estar encerrada. Hay personas muy solas. Hay gente en situaciones de extrema pobreza y gente que la ve venir por la ventana. También se agudizan las diferencias de clase, no parece bueno para la salud mental confinarse en una casa pequeña, sin calefacción, sin luz, o teniendo que compartir habitación con varias personas. Tampoco podemos contar con las redes comunitarias de apoyo y lo que más se acerca a la comunidad es el saludo a los vecinos desde el balcón a la hora de los aplausos. Es la preocupación por el vecino que un día dejó de salir a la ventana. De ahí su especial dificultad, es una situación enloquecedora en sí misma.
¿Y podéis estar por ellos en estas condiciones? ¿Cómo lo hacéis? ¿Les visitáis?
Eso intentamos, aunque todos estamos sufriendo mucho. Contactamos con historias muy duras y tenemos que tomar decisiones muy rápidas y difíciles en equipos cambiantes, con muchos compañeros que se infectan y tienen que darse de baja y con el temor al contagio propio y de personas cercanas. En estos días creo que la frase que más repetimos entre los compañeros es que “hacemos lo que podemos”. Imagino que para calmar nuestra propia angustia y la del que tenemos enfrente, porque hay una sensación general de que el sufrimiento que esto está produciendo es inabarcable. Visitamos a la gente en sus casas y les escuchamos, intentamos acompañarles, dar sostén. Sufrimos y lloramos como todos. Diría que en este momento me sostiene mi equipo de trabajo, saber que formo parte de una red que curiosamente está más conectada que nunca. Compartir nuestros temores y lo agotador de la situación. Me calma saber que de esta sólo podemos salir caminando juntos. Y a pesar de lo mucho que echo de menos los abrazos, hay personas a las que siento muy cerca y su compañía también me sostiene. Pero por encima de todo, me calma el murmullo de las casas de las personas a las que visitamos y un cálido “menos mal que habéis venido”. Eso le da sentido a todo.
¿La situación que vivimos puede enfermar o pueden desencadenar enfermedades en personas que están viviendo situaciones muy duras? ¿Tenéis nuevos ingresos?
Tenemos bastantes nuevos ingresos. A medida que avanza el estado de alarma también aumenta el sufrimiento y el miedo hacia lo que pueda pasar. Se prevé que continúen en aumento porque esta crisis social deja heridas profundas abiertas. Muchas muertes inesperadas y sin posibilidad de despedidas. Mucha gente sumida en la pobreza. Se ha puesto en quiebra el sistema económico y el estado de bienestar de nuestro mundo capitalista hace aguas. Como hace aguas el individualismo, la competitividad, la ley del más fuerte. Estamos pagando caro la destrucción neoliberal de los vínculos, el intento de atomizar nuestras vidas y de hacernos supuestamente independientes, autosuficientes, gestores de nuestra propia precariedad, y personas absolutamente solas. Nos vienen tiempos difíciles y hoy más que nunca tenemos que tejer redes comunitarias, tender la mano, confiar en la sororidad, buscar cobijo en los afectos.
¿Es posible eso que señalas?, ¿se pueden tejer esas redes comunitarias a las que aludes en una situación como la que vivimos?
La verdad es que a pesar de lo difícil que parece, mi sensación es que ya se están tejiendo. Hemos necesitado vernos completamente solos y aislados para que se ponga en marcha una respuesta comunitaria muy potente. La crisis del coronavirus nos ha situado frente a nuestra propia vulnerabilidad, y eso ha activado nuestra necesidad de estar con el otro, de sentirnos acompañados en este proceso. Son muchos los vecinos que dejan notas en sus bloques ofreciéndose a hacer la compra a personas mayores que no pueden salir, o las redes de cuidados que se están organizando. Hay un especial interés en volver a construir la tribu que nos ha arrebatado la cultura neoliberal con sus valores. Preguntamos con mayor naturalidad a los compañeros y amigos cómo están, cómo se encuentran sus familiares, si necesitan algo. No creo que antes no tuviéramos vecinos con dificultades, pero llevamos el individualismo inserto en lo más hondo. Creo que esta crisis nos está enseñando muchas cosas, sobre todo que el capitalismo ha demostrado ser un sistema destructivo para la vida y es por definición contrario a lo comunitario, a lo vincular, al ecologismo, al feminismo, a la unidad popular. Es el momento y la oportunidad de cambiar de horizonte y empezar a construir distinto, sin miedo.
¿La situación afecta de manera especial a las mujeres que sufren estas enfermedades?
Si, yo diría que la situación afecta de forma especial y global a todas las mujeres. Este momento está poniendo de relieve la tremenda crisis de cuidados que vivimos. Somos nosotras las encargadas de la mayor parte de tareas que sostienen la vida (la casa, los cuidados de niños y mayores), la reproducción social recae sobre nosotras y estamos cansadas de decirlo. Fuimos muchas las mujeres que no podíamos dormir la noche que se decretó el estado de alarma. No por el temor al virus, no por el miedo. Sino porque no sabíamos dónde se iban a quedar nuestros hijos para poder ir nosotras a trabajar. Sólo hay que pararse a mirar quiénes se encargan de sostener lo esencial durante el estado de alarma; la sanidad, la limpieza, los hogares, las tiendas de alimentación, las tareas de cuidados. Somos mayoritarias en todos esos lugares donde los hombres no desean estar. Nosotras somos las imprescindibles y curiosamente siempre las olvidadas, las silenciadas. Sobre nosotras recae el peso fundamental de esta crisis y son nuestros cuerpos los que quedarán especialmente malheridos y llorarán coronavirus a mares. Pongamos de una vez la vida en el centro, el mundo lo está pidiendo a gritos.
Perdona que insista en un punto que ya hemos comentado. ¿Crees que estamos pagando las políticas de (intento de) aniquilación de lo público defendidas por las derechas neoliberales?
Completamente. En Madrid llevamos varios años sufriendo los recortes en la Sanidad Pública y viendo cómo se refuerza la privada y se destina dinero público para generar más y más hospitales concertados. La sanidad privada está siempre muda en las situaciones de crisis, no tiene nada que decir ni que aportar. Esta pandemia ha puesto en evidencia que la sanidad privada y concertada están diseñadas para tratar exclusivamente enfermedades rentables. Siguen la propia lógica capitalista de acumulación de riqueza y utilizan el sufrimiento humano como mercancía de la que obtener beneficios. Como el coronavirus produce muerte, dolor y gasto, ha tenido que intervenir el estado para obligar a que se pusieran al servicio de semejante crisis sanitaria. Es un sinsentido. Es el momento de dar el salto y luchar por la socialización completa de la sanidad, abandonar la lógica parasitaria de la sanidad privada. Ojalá tengamos memoria y los aplausos de las 20:00 nos recuerden cuánto tenemos que cuidar ese bien tan preciado y defendamos lo público como bandera.
¿Cómo estáis todos vosotros? ¿Cómo os quedáis después de vuestro trabajo, después de vuestras visitas?
Dentro de la dureza de la situación, hay una parte enorme de satisfacción por el aprendizaje que nos llevamos y por el reconocimiento de la sociedad hacia la sanidad pública. Si quería resaltar que no somos ni más ni menos que el resto de trabajadores que sostienen la vida, igual de importantes somos nosotros que las cuidadoras de ancianos que no tienen contrato laboral y que se exponen al contagio sin medidas de protección. Como también lo son los jornaleros del campo, los transportistas, todos aquellos que ocupan trabajos duros, precarios, y que lamentablemente también se encuentran en la sombra del sistema. Me gustaría aprovechar este momento para extender mi aplauso de las 20:00 a todos aquellos que están poniendo su vida en riesgo para luchar contra esta crisis y que ocupan ese lugar invisible.
Aplaudimos juntos. ¿Quieres añadir algo más?
Si, me gustaría añadir algo acerca de lo que nos acecha. Vamos a necesitar mucho tiempo para asimilar todo esto. Vamos a tener necesidades materiales, económicas, y vamos a tener que despedirnos de mucha gente. Constatar la pérdida de una parte importante de una generación que aunque hubiera sido condenada al silencio, tenía memoria. Es nuestra labor hacerle hueco a su recuerdo y llevarlo siempre con nosotros, ser altavoz de sus proclamas. Homenajear sus vidas cuando la tormenta amaine. Que la tierra os sea leve compañeros.
Que defendamos lo público con uñas y dientes, que recuperemos la ilusión, la alegría por las pequeñas cosas. Que no dejemos la responsabilidad de sostener la vida sólo en las redes vecinales y que luchemos por una renta básica que nos permita recuperarnos de esta revuelta con unas condiciones de vida dignas. Que aprovechemos la oportunidad que nos da esta crisis de pensar en un horizonte alternativo al capitalismo. De soñar y construir un mundo nuevo, desde otros cimientos, desde otra lógica. Que caminemos de la mano y que asaltemos los parques y las plazas en cuanto sea posible. Que recuperemos la poesía, las miradas cómplices por la calle, y la risa.
Déjame que finalice nuestra conversación con unas palabras tuyas: “A las 20:00 de la tarde aplaudimos con fuerza. Es el momento del día en el que consigo llorar de verdad, os admiro compañeros. Sois enormes, valientes, tenéis un corazón gigante, gracias por todo. Sólo tengo ganas de abrazaros. De llorar con vosotros como llora la gente que se quiere, junta. Sin distancias, sin mascarillas, con menos miedo. Sueño con ello y me tranquiliza pensar que algún día, volverán los abrazos.” Te mando ya uno de esos abrazos.