Durante los primeros 8 años consecutivos de la seguridad democrática se destruyeron herramientas valiosas de la democracia, se cambió la constitución en más de 30 artículos, se incorporó la reelección a partir de un fraude colectivo del que participó todo el gobierno y otros poderes del Estado, se cometió el mayor número de crímenes de Estado jamás padecido en América toda, se cooptaron las cortes de justicia y se realizaron cientos de consejos comunitarios (306), de 8 horas cada uno, trasmitidos en directo por todos los canales públicos en horario sabatino, con participación semanal del “consejo de ministros”, enjambres de escoltas, alcaldes, autoridades y, decenas de partidarios del régimen perfectamente seleccionados para decir, hacer y asentir su conformidad, sin objeción (un par de veces hubo reclamos y tiempo después asesinatos, alcalde del roble, otros). En todos los consejos, sin excepción, se repetía un eterno “Sí, presidente”, con el que ministros y funcionarios acataban con aparente temor cualquier palabra dicha por él. Todos los temas eran cuidadosamente libreteados, no había espacio para objetar, contradecir, ni controvertir, la orden estaba dada: “Sí, presidente”. El país fue acostumbrado de esta manera a la conformidad, al silencio democrático, al secretismo, que luego refundó el presidente de la era covid-19, con cientos de horas de “prevención y acción” (una hora nacional diaria con más de 200 emisiones) como fórmula de reeducación para la mediocridad, no para la democracia, ni la participación. La seguridad democrática instaló mediocridad en su partido, militancia y funcionarios ciegos, sordos y oponentes a las demandas sociales por cambios urgentes.
La mediocridad indica falta de desempeño o calidad que no se destaca, es un estadio medio (medius) de insuficiencia, con connotación negativa. Es conformismo, desgano intencional, por el que entre 2002 y 2008 pasaron casi 4000 masacres, asalto al erario, exilios, migraciones, destierros, falsos positivos, funcionarios entregando listas de jóvenes para ser asesinados y de niñas para ser violadas, se desestructuró la democracia y persiguió la participación, la autonomía, la independencia e hizo carrera el miedo que ahondó la mediocridad. El mediocre pierde los valores y fines del actuar humano, es ególatra, en todo se pone de primero, rechaza la racionalidad, es superficial, banaliza lo esencial, cree que nada ocurrió ni ocurrirá sin él, no le importa ética alguna de convicción o responsabilidad y de lo que ocurra mal nunca supo. Mediocridad es irrespeto por el otro, insuficiencia de calidad, de talento, compromiso y disposición para ejecutar algo. El mediocre, arma narrativas, a su medida, suma palabras carentes de contenidos, de historia, de significado, invoca una cosa, pero hace la contraria, llama a la solidaridad, pero promueve competitividad. Dice que respeta, pero ataca.
Hay personificaciones de la mediocridad reconocibles en sus modos y sus esencias. Congresistas que revictimizan a las víctimas y se jactan por redes de sus injurias fascistas, otros que se congratulan desafiando la verdad lograda por la comisión de la verdad, periodistas que fabrican falsas noticias funcionarios que ofrecen ventajas en nombre de una justicia imparcial o que colocan barreras para burlarse de los ofendidos, empresarios de doble contabilidad y expertos que lo reafirman y grandes mediocres y gentes de bien saqueando el erario. La mediocridad impide el desarrollo colectivo y destruye fortalezas colectivas de la sociedad y de las instituciones, limita libertades, apoya clientelas y truculencias que les generan protección y privilegios personales por ser mediocres
La mediocridad incuba adicción al conformismo, al sometimiento y obediencia, contribuye a paralizar los cambios y transformaciones urgentes que exige la sociedad, las instituciones y la dignidad colectiva. La mediocridad deja profundas consecuencias de desconfianza, de dilación, de confusión, de demoras, de insatisfacción, de desgaste social y está enraizada en causas observables como los sistemas de corrupción, el clientelismo político reafirmado por clanes, familias y grupos de poder, y carencias y faltantes de otros sistemas como el educativo, cuando forma profesionales alejados de su contexto, apáticos a los problemas de sus gentes, aumentando las brechas generadas por la desigualdad económica y social. Las carencias de escucha y de lectura critica de la realidad alientan la tolerancia a la mediocridad o induce a ser mediocres, cuando no se trabaja para superar los niveles básicos de comprensión lectora (solo se está logrando el 40% global, UNESCO, 2023).
Otra causa de la mediocridad es la falta de un liderazgo con legitimidad, comprometido con las demandas de la gente desde cargos, posiciones y capacidad de decisión y ejecución. El 85% de los empleados en el mundo no se sienten comprometidos con su trabajo debido a una dirección ineficaz (Gallup, 2022), que para sostenerse tiende a premiar la mediocridad (cooptarla o comprarla), normalizar al mediocre que impide el desarrollo de valores asociados al bienestar colectivo, la cooperación, confianza y meritocracia y castigar al eficiente y crítico. La mediocridad es un fenómeno que representa un freno a los cambios, a la verdad, a la superación de las violencias, a la transformación de las organizaciones e instituciones, a la creatividad, a la inteligencia colectiva, a la tranquilidad, al bienestar general, al progreso. A la mediocridad hay que combatirla con más y mejor educación y ciencia, con luchas continuas por derechos, con liderazgos legítimos, con solidaridad y confianza colectiva, con menos líderes mediocres perpetuados en cargos, posiciones, direcciones, sin ideas, ni resultados, ni programas. Los mediocres tienen la tendencia a viralizar contenidos superficiales, vacíos y, selfies de su ombligo, replicados por seguidores de slogans y memes, que estimulan degradaciones e injusticias. Detener la mediocridad no es una cuestión individual, es un compromiso por una sociedad más justa, libre, creativa, innovadora, a pesar de que las estructuras hegemónicas hayan impuesto lógicas que privilegian a los mediocres y castigan a los demás.
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