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Memoria histórica como identidad social colectiva y eje político transformador en el proceso de paz colombiano

Fuentes: Cronicón.net

Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada. El lenguaje oficial había suplantado el lenguaje real. El lenguaje oficial había suplantado el lenguaje real. En la calle y en los papeles las palabras vivían bajo sospecha, muchas cosas parecían no tener nombre, porque nadie […]

Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada. El lenguaje oficial había suplantado el lenguaje real. El lenguaje oficial había suplantado el lenguaje real. En la calle y en los papeles las palabras vivían bajo sospecha, muchas cosas parecían no tener nombre, porque nadie jamás se atrevía a nombrarlas, otras se habían vuelto decididamente equívocas y apenas podía uno reconocerlas.

– Juan Marsé, discurso Premio Cervantes, 2008.

 

Dentro de los múltiples desafíos que enfrenta la paz en Colombia que comenzará a construirse a partir de que se suscriban en La Habana los acuerdos entre el gobierno de Santos y la insurgencia de las Farc, urge la posibilidad de construcción colectiva de memoria histórica como mecanismo reparador de una sociedad mellada por tanto dolor. Al fin y al cabo, «la memoria no solo es desafío al olvido, es también sanación y reparación. Y el primer elemento que permite una reparación es la verdad». (1)

Se trata, como bien lo ha señalado el profesor Alfredo Gómez Müller, de responder ética y políticamente a una exigencia de las víctimas, y en general de la sociedad-víctima por décadas de conflicto, destrucción del tejido social y desgarramiento humano, consistente en «una apropiación narrativa del pasado de inhumanidad, en la cual lo narrativo no se disocia de la verdad factual, ni lo político de lo simbólico». (2)

Según diversas investigaciones sobre este complejo tema, sociedades desestructuradas como la colombiana que han padecido por años los rigores de la guerra y de la violencia endémica, requieren para enfrentar su dolor y su alta carga de sufrimiento, la elaboración de un duelo que tiene que ser social y colectivo, y ello puede lograrse mediante la resignficación del sentido de la memoria histórica de cara a un futuro diferente, que conlleva las garantías de no repetición de los hechos atroces cometidos y padecidos en el pasado.

En su artículo para la edición en español de Le Monde Diplomatique correspondiente al mes de marzo, su director, el semiólogo y periodista hispano-francés, Ignacio Ramonet, explica que el proceso reparativo a las víctimas «no es sólo un asunto jurídico». Lo que está en juego es su derecho «a una reparación moral, el derecho colectivo a la memoria», y pone de presente el acuerdo entre el gobierno de Colombia y las Farc para «la creación de una Comisión de la Verdad para ‘esclarecer’ y ‘explicar’ el conflicto que -desde hace más de medio siglo- desgarra ese país sudamericano».

«La reconstrucción de la identidad social es un trabajo colectivo que supone poder realizar un relato fidedigno de los crímenes perpetrados desde el autoritarismo. Ese relato resulta indispensable para las nuevas generaciones que se acercan a conocer su pasado. Para que la memoria no se degrade, es necesario ejercerla en relación con el presente y de cara al futuro», explica Ramonet. (3)

A partir de la memoria, transitando hacia una paz posible

En Colombia se vienen desarrollando, tanto en espacios sociales como académicos, ejercicios interesantes que posibilitan entender la importancia de la función reparadora y transformadora de la memoria en una sociedad violentada como la de este país. Uno de ellos es el Costurero de la Memoria que dirige la psicóloga Uniandina, Claudia Girón Ortiz, que además es Magistra en Derechos Humanos y aspirante al Doctorado en Estudios Migratorios de la Universidad de Granada (España). El espacio del Costurero de la Memoria es un escenario de encuentro basado en una metodología participativa de apoyo psicosocial, fundamentada en las narrativas y relatos creativos a partir de la costura y el tejido, y enmarcada en acciones reparadoras de diversa índole -jurídica-política, simbólica, cultural, económica- donde la elaboración de las memorias del dolor y la esperanza contribuye a que las víctimas directas e indirectas del conflicto político, social y armado, trabajen de manera conjunta en la construcción de la paz en Colombia.

A mediados del pasado mes de febrero, junto a su colega, el también psicólogo y docente universitario Alejandro Hernández Buesa, implementaron un novedoso taller de carácter lúdico y experimental, denominado, «Transitando hacia una paz posible», en el que un grupo de alrededor de veinte personas lograron elaborar sus relatos en torno a la historia de la violencia sociopolítica en Colombia, mediante una dinámica interactiva y pedagógica, a partir de la cual reflexionaron acerca de las posibilidades de transitar hacia la reconciliación y la Paz, tomando como elemento esencial la construcción de la verdad histórica; lo cual no es nada fácil en un país como Colombia, afectado por múltiples fenómenos de violencia e impunidad que se han naturalizado y normalizado.

Girón y Hernández consideran que en Colombia se ha creado un lenguaje de la guerra que impacta en forma directa el comportamiento de sus habitantes, pues su psiquis está militarizada, y al mismo tiempo hay guetos identitarios muy fuertes, cuyo resultado es la fragmentación del tejido social y la deshumanización de las relaciones interpersonales en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, tanto privados, como públicos. Esta deshumanización es la expresión de un fenómeno que los psicólogos denominan como el «correlato psicosocial de la guerra», que se manifiesta en el «conjunto de patrones aberrantes de emocionalidad, pensamiento y conducta -individual y colectiva- que operan como mecanismos de defensa frente a las situaciones extremas de barbarie, generando la desesperanza, la indiferencia, la desconfianza, la impotencia, el miedo y la intolerancia, entre otras dinámicas que fracturan y polarizan el cuerpo social. En este sentido, los psicólogos resaltan el nefasto papel que los medios de comunicación tradicionales han tenido en la configuración de una sociedad deshumanizada y enajenada, en la medida en que han logrado imponer un relato acomodaticio de los hechos relacionados con la violencia sociopolítica y el conflicto armado, que responde a los intereses de los sectores hegemónicos.

Necesidad de un relato histórico plural

Por ello, Girón advierte que esta tergiversación del relato histórico constituye un «olvido impuesto que agrieta la piel del alma colectiva de los colombianos». Esta psicóloga, activista de derechos humanos y docente universitaria (4), explica que en la reconstrucción de la memoria en Colombia hay una clara confrontación entre las diferentes versiones de la memoria histórica, donde es evidente que, pese a los avances en materia de políticas públicas de reparación integral para las víctimas del conflicto, todavía existe una discriminación frente a los relatos de las víctimas de crímenes de Estado, en la medida en que dichos relatos dan cuenta de la dimensión estructural del conflicto sociopolítico que dio origen al conflicto armado interno, en tanto involucran la responsabilidad estatal en la violación masiva y sistemática de los Derechos Humanos, y van más allá de las infracciones al Derecho Internacional Humanitario cometidas por las fuerzas armadas legales en el marco de la confrontación armada con los grupos al margen de la Ley. Desde su perspectiva de análisis, Girón afirma que uno de los principales retos del proceso de paz en el actual contexto de transición hacia el post-acuerdo, es el de construir un relato histórico plural. No se trata, enfatiza, de contraponer la verdad hegemónica a una verdad contrahegemónica, sino de lograr construir colectivamente un relato histórico amplio e incluyente «que dé cuenta de la complejidad que encierran las diferentes versiones sobre los acontecimientos violentos, sus causas, consecuencias, efectos e impactos particulares y generalizados».

«A partir de esa comprensión, -agrega- y teniendo en cuenta la permanencia de las dinámicas de exclusión política, económica, étnica, cultural y social que dieron origen al conflicto armado interno, que continua vigente, aunque sus modalidades se hayan ido transformando a lo largo del tiempo, vale la pena seguir indagando sobre las formas en que los discursos y las prácticas de construcción de la memoria -incluidas las prácticas institucionales y sociales, gubernamentales y no gubernamentales- contribuyen o no, a consolidar una verdadera democratización de la sociedad colombiana».

Girón se lamenta porque en la actual coyuntura sociopolítica colombiana de transición política hacia el post-conflicto armado y el logro de la Paz, «a pesar de los avances en materia de derechos de las víctimas, aún no existe la voluntad política suficiente por parte del Estado para construir una memoria histórica que sea producto de una pluralidad de voces en el espacio público acerca de los hechos violentos que han afectado al país desde hace más de 60 años». Explica además que en los «diferentes estratos sociales, las personas no relacionan el conflicto armado con la falta de garantías en materia de derechos económicos, sociales y culturales, civiles y políticos que afectan al grueso de la población colombiana».

Para desatar «las memorias atrapadas en la guerra», frase de la socióloga colombiana Elsa Blair, es prioritario dice Girón, generar y desarrollar «una pedagogía social de la memoria histórica que contribuya a desmarginalizar el discurso de los Derechos Humanos, promoviendo la creación de un consenso ciudadano en torno al sentido de justicia… El compromiso ético es el de tratar de menoscabar la versión oficial que se ha impuesto sobre lo que ha sucedido en Colombia, para plantear otros escenarios y explicaciones de lo sucedido, con el fin de proponer estrategias encaminadas a la búsqueda de soluciones estructurales para garantizar el goce de Derechos Humanos».

En definitiva, como señala el filósofo búlgaro Tzvetan Tódorov, se trata de que la memoria histórica, además de ser colectiva e incluyente, tenga una dimensión pedagógica y un sentido político de futuro, aprovechando el legado ético que se desprende de las lecciones que nos han dejado las experiencias dolorosas vividas por las víctimas, así como sus apuestas de lucha digna y pacifista contra el olvido y la impunidad. 

 

Notas

1.- Maya Sierra, Maureén. La memoria como constituyente de identidad social y colectiva en Memoria, Silencio y Acción Psicosocial. Reflexiones sobre por qué recordar en Colombia, Ediciones Cátedra Libre, Bogotá, octubre de 2010.

2. Gómez Müller, Alfredo. La Reconstrucción de Colombia, Escritos Políticos, La Carreta Editores, Medellín, 2008.

3.- Guerras, memoria y justicia, Le Monde Diplomatique, edición en español, marzo de 2016.

4.- Coordinadora de proyectos pedagógicos de la Fundación Manuel Cepeda Vargas desde 1994 hasta 2008 y directora de la misma desde 2009 hasta el presente.

Fuente original: http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones113/nota11.htm