«La primera noche ellos se acercan y cogen una flor de nuestro jardín, y no decimos nada. La segunda noche ya no se esconden pisan las flores, matan nuestro perro y no decimos nada. Hasta que un día el más frágil de ellos entra sólo en nuestra casa, nos roba la luna, y conociendo nuestro […]
«La primera noche ellos se acercan y cogen una flor de nuestro jardín,
y no decimos nada.
La segunda noche ya no se esconden pisan las flores, matan nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día el más frágil de ellos entra sólo en nuestra casa,
nos roba la luna,
y conociendo nuestro miedo
nos arranca la voz de la garganta.
Y porque no dijimos nada
ya no podemos decir nada».
Vladimir Maiakovski
Cuando se vuelve a hablar de paz en Colombia se enturbia el panorama social y político del país con los asesinatos, las desapariciones, los hostigamientos y las amenazas de muerte, como parte de la apuesta de los que se lucran con la guerra y, queriendo mantenerla a toda costa, se proponen eliminar a las personas que, con sus ideas y sus acciones, puedan contribuir a construir un país diferente, en paz y con justicia social. Son terroríficas las noticias sobre el asesinato de miembros de la Marcha Patriótica y de organizaciones políticas de izquierda, las amenazas de grupos paramilitares en diversas regiones del país y la detención oficial de militantes políticos.
La universidad pública no está al margen de ese proceso de amedrentamiento como lo pone de presente el asesinato este martes 20 de noviembre en la ciudad de Armenia de Olga Cadena, comunista y profesora de historia de la Universidad del Quindío, quien fuera mi compañera de estudios en la primera promoción de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional y a quien le rindo un homenaje póstumo. En la misma dirección se inscriben las amenazas contra nueve profesores en la Universidad del Magdalena porque denunciaron irregularidades en la elección del rector y las amenazas de muerte que circulan en la Universidad Pedagógica Nacional y que ahora afectan de manera directa al colega y amigo Adolfo Atehortúa.
Era previsible que ante la pasividad de las directivas de la UPN para condenar los panfletos anónimos que circularon en el primer semestre de este año contra mi integridad personal, los terroríficos emisarios de la muerte continuaran con su labor de intimidación, amparados en la impunidad que los cobija, impunidad tanto interna como externa al ámbito universitario. Estos emisarios de la muerte son los que no aceptan que en una institución universitaria se pueda pensar y asumir una postura crítica y deliberante ante las políticas educativas que se impulsan en el seno de las universidades y que finalmente buscan destruirlas. Para esos emisarios resultan muy incomodas las personas como el profesor Atehortúa, tanto por sus investigaciones y estudios como por sus acciones en defensa de la universidad y de sus estudiantes. Al respecto debo recordar su compromiso como Decano de Humanidades en algunos hechos importantes: durante el paro universitario del 2011, con sus contribuciones a la discusión mediante charlas, conferencias y escritos pertinentes sobre la contrarreforma educativa; su solidaridad con las familias de nuestros queridos estudiantes Oscar Arcos, Daniel Garzón y Lizaida Ruíz; sus posturas críticas en el seno del Consejo Académico, en donde ha debido soportar toda clase de insultos y ultrajes por el solo hecho de disentir con las políticas oficiales de la actual administración de la UPN.
La brutal amenaza de que ha sido victima Adolfo Atehortúa es una terrorífica expresión de la ignorancia y la mediocridad que impera en la sociedad colombiana y en la Universidad Pública, convertida en un santuario mercantil, en donde no cabe la reflexión y mucho menos la defensa del derecho a la educación. Y también se enmarca en el contexto nacional, en el cual escribir sobre ciertos tópicos resulta demasiado comprometedor, tal y como sucede con investigaciones que ha realizado Adolfo Atehortúa sobre temas álgidos, como los relativos, para mencionar solo dos, al Palacio de Justicia y a la masacre de Trujillo, en el Valle del Cauca. Con esto se evidencian las tremendas dificultades que rodean la labor intelectual en Colombia, lo que nos recuerda la fragilidad de todos aquellos que solo podemos esgrimir como medio de defensa la imprescindible arma de la crítica y del pensamiento.
Cuando se amenaza de muerte a un profesor universitario, a un investigador y a un administrador académico como se hace ahora con Adolfo Atehortúa queda de presente la brutalidad e ignorancia criminal que nos rodea y que busca imponer el unanimismo en el seno del mundo universitario, para que los proyectos de privatización y mercantilización se consumen de manera definitiva.
Por todo ello, es muy importante que la comunidad universitaria en pleno rechace las amenazas y se solidarice con el profesor Atehortúa, manifestándose públicamente y destacando las contribuciones intelectuales e investigativas que él ha hecho a la comprensión de la realidad colombiana.
Desde la distancia, y con todo el dolor que me embarga, me uno al homenaje y al apoyo que en el día de hoy la comunidad universitaria le ofrece al colega y amigo Adolfo Atehortúa, con quien nos unen varias cosas: ser profesores del Departamento de Ciencias Sociales de la UPN, historiadores y tener una actitud crítica frente a los problemas del país y de la educación. Que tanto él como su familia cuenten con mi fraterna solidaridad.
(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.
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