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México: La actualidad del pensamiento de Rosa Luxemburgo

Fuentes: La Jornada

En febrero de 2004 se publicó en San Paulo, Brasil, la segunda edición, ampliada y revisada, del excelente estudio de Isabel Maria Luoreiro Rosa Luxemburg: os dilemas da ação revolucionária. Su lectura, en el contexto del debate mexicano originado por la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la propuesta de la otra campaña, plantea […]

En febrero de 2004 se publicó en San Paulo, Brasil, la segunda edición, ampliada y revisada, del excelente estudio de Isabel Maria Luoreiro Rosa Luxemburg: os dilemas da ação revolucionária. Su lectura, en el contexto del debate mexicano originado por la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la propuesta de la otra campaña, plantea la pertinencia y actualidad del pensamiento luxemburguista.

No se trata de una biografía más de la singular revolucionaria de origen judío polaco, fundadora junto con Kart Liebnecht (y sus compañeros de la Liga Comunista Espartaco) del Partido Comunista Alemán en enero de 1919, asesinados ambos por las fuerzas represivas en ese año. La obra, más bien, se concentra en cuatro temas fundamentales para el largo proceso de emancipación social por la vía socialista: historia y revolución, las polémicas del socialismo democrático, la integración del proletariado y la crisis de la socialdemocracia y la revolución alemana.

Sólo mencionaré en la brevedad de este espacio, aquellas ideas que puedan ser útiles en la actual discusión que a lo largo y ancho del país se está dando en los intersticios de una sociedad hastiada de vaciedad de la clase política en campaña.

Con toda certeza Loureiro identifica el encuentro intergaláctico del verano de 1996, organizado por el EZLN, como la primera reunión de militantes de todo el mundo contra la globalización, en la que «quedó claro para la izquierda que un gran cambio táctico y estratégico estaba en curso», a partir de una idea rectora de la obra luxemburguista que tiene trascendencia innegable: «Para Rosa Luxemburgo, así como para los movimientos sociales de nuestra época, es la participación de los de abajo de la que proviene la esperanza de cambiar el mundo… No debemos esperar nada de hombres providenciales. Cualquier cambio radical, en el sentido de un proyecto emancipador, sólo puede resultar de la presión social de abajo a arriba».

Destacan las conocidas aportaciones de Luxemburgo en su visionaria crítica a la concepción del partido jerarquizado y centralizado, del partido-vanguardia que Lenin y los bolcheviques pusieron en práctica, y se pronuncia a favor de la auto-emancipación de los trabajadores. Para ella «lo que importa es la transformación económica, política, cultural de la sociedad llevada a cabo por la acción (organizada y conciente, pero también espontánea, inconciente) de las masas populares.»

En el prefacio de la obra, Michael Brie, del Instituto Rosa Luxemburgo de Alemania, señala que la cuestión entre reforma y revolución es resuelta por Rosa en el sentido que «la transformación socialista deja de ser pensada exclusivamente como un ‘día decisivo’, y pasa a ser un proceso que puede comenzar aquí y ahora, por el cambio en la correlación de fuerzas, en las estructura de poder y de propiedad, en la innovación institucional. No toda reforma social democrática rechaza al capitalismo, pero hay reformas que tienen por naturaleza un potencial ‘trasformador’, revolucionario».

El socialismo -afirmaba Luxemburgo- no puede ser realizado por decretos ni es un cambio de gobierno llevado a cabo por una minoría, sino una trasformación radical de la antigua sociedad, en todos los planos, por la acción autónoma de las masas. Advirtió y criticó enérgicamente los procesos de burocratización de la socialdemocracia partidaria y los sindicatos: «las masas, en vez de ser instrumento de producción, se tornen en dirigentes autónomos de ese proceso, libres, pensantes». En esta perspectiva, Luxemburgo se opone a la idea del socialismo como estatización de los medios de producción sin control de los trabajadores, camino para una inevitable burocratización. Con la revolución alemana en marcha, «la democracia socialista pasa a significar concretamente, para Rosa Luxemburgo, un gobierno consejista. Los consejos, organismos de base electos por los obreros y soldados, de acuerdo al programa de la Liga Espartaco, serían la nueva forma de poder estatal para sustituir los órganos heredados de la dominación burguesa». En suma -afirma Loureiro- «democracia socialista significaba en aquel contexto el autogobierno de los productores.»

La llamada Rosa Roja hace una defensa de las culturas originarias indicando que tienen mucho que enseñar por sus tendencias colectivistas, por una vida más armónica de la organización social que ella identifica con el comunismo primitivo. No obstante, en comparación con éste, el comunismo del futuro «conservaría la propiedad colectiva de los medios de producción, la planeación de la economía, el trabajo y la administración colectivos, base de la transparencia y de la armonía social, pero se incorporarían los derechos humanos, tomaría en cuenta una adquisición indispensable de la humanidad, la noción del individuo como portador de derechos, superando así al comunismo primitivo. El comunismo futuro no aniquilaría al individuo en nombre de la colectividad, sino permitiría su efectiva realización como individuo libre e igual en el interior de la colectividad».

Es conocida la crítica luxemburguista a los bolcheviques por pretender instaurar el socialismo desde arriba y eliminando la democracia, misma que pasados los años es de una clarividencia extraordinaria: «Si la vida pública de los estados de libertad limitada es tan mediocre, tan miserable, tan esquemática, tan infecunda, es justamente porque, excluida la democracia, se obstruye la fuente viva de toda riqueza y de todo progreso intelectual.»

Rosa Luxemburgo debe ser fuente de inspiración de la otra campaña y de todo movimiento anticapitalista y por el socialismo.