Aunque veo poca televisión, a fines de año, tomo la precaución para evadirme de esa parafernálica estupidez llamada Teletón, convocada como evento solidario para ir en ayuda de los niños minusválidos. Simplemente no enciendo la pantalla, o bien opto por los programas de la televisión por cable, o bien avanzo y profundizo en mi nuevo […]
Aunque veo poca televisión, a fines de año, tomo la precaución para evadirme de esa parafernálica estupidez llamada Teletón, convocada como evento solidario para ir en ayuda de los niños minusválidos. Simplemente no enciendo la pantalla, o bien opto por los programas de la televisión por cable, o bien avanzo y profundizo en mi nuevo ensayo. En fin, cualquier cosa con tal de no prender el televisor. Una muy sana medida que recomiendo para aquellos que privilegian el buen gusto por sobre la chabacanería. Y si ese es mi estado de ánimo para esta fecha es porque, simplemente, no tengo estómago para aguantar tanta hipocresía, mal endémico pegada a la piel de la sociedad chilena los 365 días del año y que alcanza su clímax en esas publicitadas «48 horas de amor» que opera como eficiente narcótico, en este año, durante el 1 y 2 de Diciembre próximo.
Debo dejar claro que mi fastidio para no poder soportar esta verdadera pesadilla no tiene nada que ver con el fondo subyacente que motiva a la Teletón, esto es, una obra de beneficencia solidaria en pos de niños enfermos a los que sin duda la sociedad debe tender la mano y ayudar. Mi fastidio y reparo apunta contra aquellas multinacionales y empresas criollas que en incestuosa relación con personalidades del mundo político, artístico y de la televisión, convierten la solidaridad -aquella que debe nacer espontáneamente del espíritu de quien la entrega,- en una grotesca y rimbombante escenificación exhibida majaderamente y en cadena, en las pantallas de la televisión abierta, durante 48 insoportables horas seguidas. Una especie de cadena nacional obligatoria, como si fuera el máximo deber patrio con el cual obligadamente hay que estar.
«Está bueno el cilantro pero no tanto», dice un refrán popular, y «Nunca segundas partes fueron buenas» son las palabras inteligentes que encontramos en «El Quijote». Sin embargo, en una sociedad como la chilena, tan inequitativa, tan injusta, y socialmente tan poco solidaria, y últimamente, tan corrupta, personajes como Don Francisco le vienen como anillo al dedo a poderes fácticos, y no tan fácticos, para introducir en el imaginario social la idea de que las multinacionales y empresas involucradas en la Teletón, junto a una fauna de personajes de dudosa calidad ética y moral, son dadivosos y solidarios con el prójimo.
De otra parte, este año más que nunca, la Teletón servirá como lavado de imagen también al poder político, para tapar o hacer olvidar, aunque sea por algunas horas, una escandalera de actos corruptos nunca visto antes en la historia de nuestro país. Y como Chile se ha convertido en un país «cara de palo», en donde todo pasa y todo se aguanta, no sería nada de extraño ver en el maratónico circo de trasnoche, bailar tango o cumbia a connotados legisladores y hombres de gobierno como Guillermo Díaz, Guirardi, Bitar, Flores, etc., con alguna modelo con generosas curvas, pechugas incluidas.
Total todo sea para que el final resulte como en las películas hollywoodenses, esto es, un happy end que deje a todos contentos por haber logrado la cifra puesta como meta, cifra alcanzada coincidentemente, en los últimos minutos de cierre, producto de un ajustado cálculo ya estudiado y anticipado para darle así mayor emotividad a esa maratónica jornada en que Chile se pone de pie tras la Teletón.
No necesito mucho describir el de cómo viven los momentos de cierre el público asistente, aquellos que han tenido el privilegio de estar presentes en la sala. Se pondrán de pie, entre un mar de globos multicolores, todos aplaudiendo a rabiar, momento que tendrá su punto de cristalización en el instante que aparezca la niña/o símbolo de la Teletón, avanzando dificultosamente hacia donde «Don Francisco» para fundirse en un fuerte y profundo abrazo, con lágrimas incluidas, rubricando así el éxito de una campaña en donde la solidaridad chorreó por todos los poros. Una escena demasiado ensayada y repetida, pero no por ello menos efectiva para arrancar emocionados y entrecortados sollozos del público asistente, y por cierto, en miles de ojos de aquellos que ven este emocionante momento a través de las pantallas de la televisión. No por nada es en ese momento cúlmine cuando los indicadores del rating llegan a su punto más alto.
Sin embargo, tras estas patéticas imágenes, que como ritualidad se repite año tras año, la idea que se logra insertar en el imaginario social, respecto de las bondades de tal empresa, esconden en su fondo un gran engaño y tras el cual se ocultan muchas y variadas oscuridades que distan mucho de los preceptos básicos que se encuentran subyacentes en un acto real y de genuina solidaridad.
Sí, porque el acto solidario para que sea tal, debe ser un verdadero acto de amor por el prójimo, pero sin que de ello se persigan réditos personales. Desde este punto de vista el acto solidario más genuino es aquel que se hace en forma anónima. Hay varios casos que dan cuenta, por ejemplo, de algunos connotados deportistas que en forma silenciosa han tomado como hábito de vida ayudar a determinados grupos que lo necesitan. Es decir, solidaridad no al estilo de la que entrega Iván Zamorano, que cuando apadrina a un club de niños, o entrega implementos deportivos a determinado club, va acompañado por una nube de fotógrafos cuyas fotos sirven para llenar portadas de diarios del día siguiente. Este tipo de solidaridad me repugna, por desviar la esencia misma del acto de desprendimiento puro y real, que debe ser en beneficio exclusivo para quien se destina, pero en ningún caso un rédito o beneficio para quien lo entrega.
Y si el caso simple de Iván Zamorano sirve de ejemplo para adivinar hacia donde apunta mi crítica, no necesito explayarme mayormente para el caso de las empresas criollas y multinacionales que participan de este engañoso juego. A saber, no es que estas empresas saquen plata de sus bolsillos para que mediante un acto de desprendimiento se lo traspasen al prójimo. No nada de eso, sus aportes se encuentran en relación directa con las mayores ganancias obtenidas por las empresas auspiciadoras, gracias al bombardeo propagandístico a que somos sometidos por la televisión. En efecto, gracias a los cálculos que de antemano hacen los expertos, avalados por sesudos y previos estudios de marketing, todo se encuentra listo y preparado para comenzar el gran show y entrar en escena. Bien sabemos por los cursos más elementales de la economía, que el mayor o menor éxito en la venta de un producto se encuentra relacionado en proporción directa a la cantidad de propaganda publicitada. Esto sin tomar en cuenta que las empresas caritativas, solidarias y buenas que «donan» (¿) grandes sumas de dinero a la Teletón, son las mismas que al Lunes siguiente, siguen explotando a sus trabajadores los 365 días seguidos del año ayudados por una generosa flexibilización laboral.
¡Ah!, y por cierto, no olvidar que coincidentemente las empresas hacen su publicidad en una empresa cuyo dueño es el solidario de Don Francisco. Una denuncia que se ha hecho pública y sobre la cual no ha habido respuesta como se acostumbra en este hipócrita país. ¿Cuánto gana Don Francisco y los rostros más emblemáticos que aparecen en la Teletón?. Yo no lo se, pero si se que la revista «Que pasa» en un artículo muy documentado, en su momento, incursionó por estos oscuros laberintos con resultados sorprendentes de millones y más millones.
Por cierto, que al circo no podrían faltar los «piérdete una» de la televisión, caras visibles de artistas y personajes afines (muchos rostros fachos), incluida esa curiosa y reciente fauna aparecida que se hacen llamar opinólogos, y también esos «inteligentes periodistas» que nos describen diariamente en detalle el de cómo son las pechugas y los traseros de la fulana tal o cual, o bien revelan con minucia actos infieles de amoríos, no importando que tan rascas o menos rascas sean los personajes sobre los cuales recaen sus sesudas reflexiones.
En fin todo un menú abierto de personajillos de tercera o cuarta clase que sirven para atosigarnos de mugrerío, estarán ahí presentes también en la Teletón. Eso se lo doy por escrito y firmado. Todo vale en la televisión, todo aquello que sirva de bálsamo eficaz para adormecer y adocilar los subconscientes, de acuerdo a los parámetros más avanzados que entregan los modernos estudios de las ciencias sociales: olvidar el mundo real para sumergirnos en un gran letargo y en un profundo sueño. Así y todo, sea como sea, al día siguiente, después de vivir las 48 horas de amor, tendrán que aceptar entre resignados y mascullantes su vuelta al trabajo, lugar en donde cada vez son más explotados que antes gracias a una generosa flexibilización laboral, legado por la dictadura y que ha profundizado más aún la Concertación
Ahora bien, si esta Teletón tiene tantos engaños y lados oscuros…¿a qué se debe su tan sonado éxito?… A decir verdad, somos muy pocos los que públicamente osamos criticarla, por la simple razón que todo el mensaje mediático tiene convencida a la gente que hay que estar ahí, casi como un imperativo patriótico y moral de primer orden. Si te atreves alzar la voz en contra, eso está muy mal y te miran muy feo. No te dan ni la hora, te hacen el vacío, te apartan. Como muy bien lo apunta en un artículo el sociólogo de la Universidad ARCIS, Eduardo Santa Cruz, «Aquí también hay un ‘aporte’ de las figuras televisivas, que no es gratuito. Se ha ido remarcando que la Teletón se asocia a una movilización nacional, en función de resaltar una cierta identidad, y esto es muy manipulado. Es este discurso del que somos los campeones mundiales de la solidaridad, un discurso que es bastante vacío, muy retórico y que además es muy efímero porque sólo dura dos días. Se crea un ambiente un poco desagradable, en torno a que se crea un ambiente ultra emocional, un ambiente muy cargado melodramáticamente, en el que no puede haber voces disonantes, no puede haber diferencia, todo Chile y todos los chilenos tienen que estar dispuestos a cualquier cosa. Si se dice que 10 gallos tienen que tirarse del Mapocho, allá tienen que ir y hacerlo. Se genera un ambiente de cierta intolerancia. El que no está ahí: está contra los niños, contra la patria, contra todo… es el gallo más malo que puede haber, no tiene sentimientos».
Hernán Montecinos es Escritor-ensayista (Valparaíso, Chile)