Ganador del Premio Tusquets 2010 por Todo está perdonado, el novelista dice que su libro es una especie de «profecía» de los tiempos actuales en su país. Y se queja de que muchas de las obras de sus colegas son «historias light». Reig se autodefine como «un artesano».
«La literatura contemporánea sufre de anorexia», dice el escritor español Rafael Reig, autor de Todo está perdonado, la novela con la que ganó el VI Premio Tusquets Editores en 2010, «un retrato realista e irónico de la transición, interpretado desde un punto de vista inédito en la literatura hispana», según determinó el jurado. Para el escritor nacido en Asturias en 1963, muchas de las obras publicadas por sus congéneres «son historias light» que no toman riesgos y, por el contrario, él se define como «un artesano» convencido de que «las novelas se hacen con palabras» que requieren un trabajo intenso.
«Con el mismo dinero te compras un folio y un lápiz y puedes hacer una novela de vaqueros, El Quijote o La Divina Comedia. Desde luego, hay que tener ambición. A mi generación lo que le critico es la falta de ambición; muchos escritores parecen preocupados por hacer las novelas que van a gustar», dice. «Prefiero un fracaso espectacular, es decir, equivocarme en la dirección correcta, que acertar en la dirección equivocada. En ese sentido, yo estoy fracasando cada vez mejor», agrega.
En Todo está perdonado, su prosa abigarrada y barroca narra la historia de una familia a lo largo de 60 años, marcada por lo que se denominó en España la Transición, en la que no faltan intrigas policiales y referencias al fútbol, un deporte al que Reig no le llama mucho la atención, pero que decidió estudiar para escribir su obra. «Mi libro es una especie de profecía y por momentos parece el evangelio de los indignados. Al final, la tortilla puede dar la vuelta, pero arriba siempre están los mismos», explica.
Doctorado en Filosofía y Letras y en Literatura, su novela Sangre a borbotones, de 2002, recibió el Premio de la Crítica en Asturias, al tiempo que fue elegida por la Fundación Lara entre las cinco mejores de España de ese año.
Para escribir, Rafael Reig cree que hace falta una «vanidad absoluta», que nos haga pensar que cuando nos sentamos frente a la máquina «somos capaces de hacer algo comparable con Franz Kafka y James Joyce, esos sueños de grandeza por medio del cual nos preguntamos: ‘¿Llamarán de Suecia este año?'», expresa divertido. «Luego, en ese salto quizá te quedas en mitad del agua y ni siquiera cruzas el río, pero al menos vale la pena intentarlo. Es un traje de superhéroe que te quitas, claro, cuando dejas de escribir y te involucras con la realidad», agrega.
-Todo está perdonado es una frase que viene muy bien últimamente a los españoles, con esta renuncia de ETA a la lucha armada…
-Sí, claro, y aquí no ha pasado nada. La verdad es que es una situación bastante parecida a la de mi novela, que transcurre en la Transición, cuando los españoles también dijeron que todo está perdonado y tengamos la fiesta en paz. Ahora lo estamos pagando con creces. Fíjate que la Ley de Memoria Histórica choca frontalmente con la Ley de Amnistía. Y ése es el gran problema que tiene el juez Garzón, a quien lo persiguen de todos lados, porque francamente se cerró aquello barriendo la basura por debajo de la alfombra. Ahora llegó el momento de mirar un poco atrás. Como dicen en Cuba: uno nunca sabe el pasado que le espera.
-Para colmo de males, cuando hay democracia y libertad, como en España, la debacle económica es feroz. Hay dictaduras como la de Franco, como la de Pinochet, que ostentaron lo que los mercados llaman «bonanza económica»…
-Es verdad. El 21 por ciento de los españoles está ahora por debajo del umbral de pobreza, que es mucho, estamos hablando de uno de cada cinco. Nuestra sociedad es cada vez más de ricos ricos y de pobres pobres, sin ese colchón protector que ofrece una clase media amplia. En los casos de la dictadura uno debe plantearse siempre cuál es el concepto de progreso. Si es sólo el bienestar, la producción industrial, que todos tengamos automóviles y podamos comprar teles de plasma, ropa barata en Zara; o si el progreso es una forma de bienestar más completa que facilite igualdad real de oportunidades: educación pública, sanidad pública, etcétera. En ese sentido, las dictaduras son muy efectivas para crear riqueza material y a la vez propiciar un empobrecimiento humano y espiritual tremendo. La anestesia social en esos casos es enorme.
-Da la sensación de que la peor herencia de Khadafi está expresada en la ferocidad de sus asesinos…
-Exacto. Me asombra ver la euforia que se produce cuando acaban a Hussein, a Khadafi, incluso el juicio a Ceausescu, su fusilamiento y el de su mujer al lado de un cubo de basura… Todo eso es herencia de una dictadura. Hay que plantearse también qué tipo de democracia tenemos en países como México, la Argentina, España… Mi libro es una especie de profecía al respecto. La novela parece el evangelio de los indignados: la tortilla puede dar vuelta, pero arriba siempre están los mismos. Al fin y al cabo, los políticos son empleados.
Un novelista tolerable
Dice Rafael Reig de sí mismo que es un novelista tolerable. Sin embargo, el riesgo literario que asume con cada libro que firma es la expresión de un estilo que requiere muchas horas de estar sentado frente a la computadora. Un modo de entender la literatura bastante contrapuesto a la pluma fácil y liviana que caracteriza a muchas obras en boga. «Soy un artesano, ésa es la verdad», admite sin ponerse colorado. «Creo mucho en esa famosa anécdota del escritor y el pintor. Cuando llega el pintor y dice: ‘Oye, tengo un montón de ideas para una novela’. Y el escritor le contesta: ‘Qué lástima, porque las novelas no se hacen con ideas, se hacen con palabras’. Escribir es un trabajo que consiste en crear una realidad a través de las palabras. Con el mismo dinero te compras unos folios y un lápiz y puedes sentarte a escribir una mala novela de vaqueros, El Quijote o La Divina Comedia. Desde luego, hay que tener ambición. A mi generación literaria, incluyéndome, lo que le he afeado es la falta de ambición. Parece que escriben sólo las novelas que van a gustar. Y la verdad es que prefiero un fracaso espectacular. Prefiero equivocarme en la dirección correcta que acertar en la dirección equivocada. Imagínate, tener éxito con otra novelita costumbrista de jóvenes, sexo, drogas, en el medio un caso policial… no sé, eso no es ni bueno ni malo. Es lo que hay. Era Samuel Beckett el que decía aquello de ‘inténtalo otra vez, fracasa mejor’. Y estoy fracasando mejor cada vez, creo…» (risas).
-Baricco decía aquello de «no escribas si no te sientes realmente especial y si no piensas que vas a decir algo genial, que nunca se dijo antes».
-Totalmente. Hombre, yo soy solamente escritor cuando escribo. El resto del tiempo soy padre de familia, novio, borracho de barra de bar… Cuando me levanto de la máquina, lo de ir de escritor por la vida no me gusta nada. Escribir es una cosa que se hace en casa y a solas, no en el cuarto de baño, pero casi. Eso sí: cuando estás frente a la máquina de escribir tienes que tener una vanidad sin límite. Si no, ¿pa’ qué? Yo tomo carrerilla sólo para hacer algo comparable con Kafka o Joyce. Esos sueños de grandeza que te incitan a pensar: «Mmm, hoy es jueves, ¿llamarán de Suecia este año?». Luego, evidentemente, en ese salto, lo que probablemente pase es que te caigas y quedes en mitad del agua y ni siquiera cruzas el río. Pero de otro modo, no vale la pena intentarlo. No existe eso de intentar ser mediano. Lo que también pienso es que la vanidad es como un traje que te quitas obligatoriamente cuando te levantas del escritorio.
-Baricco también señalaba que los premios a los escritores estaban bien, porque ayudaban a disipar las dudas…
-Mmm, no sé si estoy de acuerdo con él en eso. La verdad es que tengo más dudas conforme voy envejeciendo. Cuando tenía 18 años y todavía no había logrado acabar una novela, tenía fe ciega en mí mismo, cosa que además creo que es necesaria cuando un escritor empieza. Cuando viene un chaval y me dice: «Es que me rechazan la novela, ¿qué hago?». Pues, dedícate a otra cosa. Si no eres capaz de aguantar eso, nunca serás escritor. En esta profesión tienes que tener una fe en ti contra toda evidencia, incluso razonable. Luego pasa que si consigues cierto reconocimiento, te sigue un cierto número de lectores y ganas algún que otro premio. Pero cada vez que empiezo otra novela, me da la sensación de que no he aprendido nada.
-Aunque debe llegar un momento en que uno se asume como escritor, ¿no?
-Sí, hay que aceptarlo. Parece un poco presuntuoso eso de considerarse a sí mismo escritor. En el pasaporte me daría mucha vergüenza poner que soy escritor, así que pongo que soy profesor, algo que no compromete a nada ni a nadie. ¿Sabes? Me gusta mucho fumar y lo hago cada vez que puedo… ya casi no se puede en ningún lado, pero en fin. Total, que hubo una época en que fumaba en pipa y luego pensé: «Hombre, si fuera yo fontanero o electricista, podría fumar en pipa, pero siendo escritor… Me iban a tirar piedras y con razón». Así que dejé la pipa (risas).
El jurado de la sexta edición del Premio Tusquets, presidido por Juan Marsé e integrado por Almudena Grandes, Sergio Olguín, Juan Gabriel Vázquez, Beatriz de Moura y Elmer Mendoza, otorgó el galardón a Reig en 2010, por su novela Todo está perdonado. «La ambición de una novela compleja que, sin dejar de lado el humor, recupera la historia reciente de España y la reinterpreta con un enfoque inédito en la literatura hispana», fue lo que valoró el jurado en su dictamen.
Todo está perdonado se basa en una investigación policial que deja paso a un retrato realista e irónico de la posguerra, los últimos años de la dictadura y la Transición española, con el telón de fondo de un Madrid insólito y sorprendente.
Laura Gamazo, hija de un empresario enriquecido durante el franquismo, muere por envenenamiento el día de su boda. Su padre, Perico Gamazo, recurre entonces a Antonio Menéndez Vigil, ex guardia civil y agente de inteligencia retirado, amigo de la familia y protegido suyo para que aclare el caso. Así comienza la novela que, merced al premio recibido, dotado con 20 mil dólares, fue editada simultáneamente en la Argentina, México y España.
«Hombre, sí, el Premio Tusquets estuvo muy bien. Es un premio especial. No es de los que más dinero dan, pero es el que más ilusión me hacía ganar. Esos libros negros tan feos que caracterizan a la editorial son los que leía en mi juventud, y entre ellos quería estar. Para mí ha sido como si me dejaran jugar con el Real Madrid un rato. Es uno de los pocos premios que todavía tiene un sello de literatura. Lo que es cierto es que con la obtención del premio lo que he perdido es toda la impunidad. Ahora tengo que empezar a escribir más o menos bien (risas).
Madrid, Madrid
-Todo está perdonado es la más sueca de todas las novelas madrileñas contemporáneas.
-¿Lo dice por el Nobel?
-(Risas) Más por esa atmósfera a lo Wallander (personaje de Henning Mankell), la melancolía de un tipo que vive solo, la grisura de un Madrid inundado… Es una novela gris.
-Sí, y elegíaca. Un lamento por algo perdido a cargo de personajes terminales. La sensación dominante es que todo está por debajo del agua que inunda a la ciudad y, aunque no acaba mal, se trata de una esperanza muy desolada. Lo cierto es que no me entusiasma mucho Henning Mankell, lo que no quiere decir que sea malo ni mucho menos. Con los libros y los autores a veces hay sintonía y a veces no.
-Bueno, algo de novela negra ha leído, aunque no sea sueca…
-(Risas) He leído mucha novela negra norteamericana. Mucho Dashiell Hammett, Raymond Chandler y sobre todo James M. Cain, que es un escritor por el que siento debilidad. De los suecos me gustaron mucho Maj Sjöwall y Per Wahlöö, que en un tiempo estuvieron muy de moda. Ahora los han vuelto a editar. Y en general me gusta el género negro porque te lo da todo muy hecho. Eso de que el lector no pueda parar hasta descubrir qué pasó me parece un arma muy legítima en la literatura. Además, la novela negra, al menos en sus inicios, criticaba mucho al capitalismo y siempre digo que este género, en contraposición al policial, empieza cuando el que ha apretado el gatillo no es el culpable. Cuando el que mata es también una pobre víctima.
-¿Qué es su literatura sin Madrid?
-Todas transcurren en Madrid, y creo que eso pasa porque siempre he vivido fuera de Madrid. Hice mis estudios allí, pero cuando acabé la Licenciatura pedí una beca y me fui al extranjero. Entonces, ver a Madrid desde lejos es como ver un cuadro, y así la ciudad comenzó a ser un mito sentimental. Porque no estaba en ella. Finalmente, el Madrid de mis novelas es el mío, no es el real. Es un Madrid que reconstruyo en cada lugar que piso. Sigo viendo a las mismas chicas con poncho y botas altas que me gustaban cuando yo tenía 18 años. Encuentro Madrid en todos lados. Llevo poco aquí en el DF, pero ya tengo localizados dos o tres bares que son como los de Madrid. Es un territorio sentimental que ya tengo bastante trabajado. Podría situar mis novelas en otra ciudad, pero sería hacer un esfuerzo enorme que ya hice. ¿Pa’ qué? Si tengo Madrid.
-Para un lector contemporáneo, que suele entender España literariamente hablando vía Barcelona, Todo está perdonado resulta muy reveladora.
-Claro, demuestra que Madrid existe (risas). Es verdad que desde Juan Marsé hasta Vázquez Montalbán la literatura española se ha centrado en una definición de Barcelona. Al final, toda la literatura es «paleta», es de pueblo. No había nadie más pueblerino que Marcel Proust. Faulkner, ni se diga. Para tener un impacto universal hay que escribir muy localmente.
-¿Qué es ser español para usted?
-Bueno, en principio para mí ser español no es optativo. Es algo inevitable. La suerte es que carezco de todo espíritu patriótico. Viví en Estados Unidos, en Colombia, es decir, si tengo algo de españolidad, será sin darme cuenta y a mi pesar.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-24025-2012-01-09.html