El pasado 24 Marzo las redes sociales se despertaron inundadas de mensajes en contra de la conocida como gestación subrogada bajo el hashtag #MiVientreNoSeAlquila, que se convertió en Trending Topic.
El 24 de marzo, mis compañeras y hermanas feministas se unieron para llevar a las redes sociales el debate sobre el alquiler de úteros, ese fenómeno de regresión social que las creencias patriarcales, potenciadas en un contexto socioeconómico en el que todo es susceptible de ser comprado o alquilado, publicitan bajo el término «Gestación Subrogada».
La campaña, que ha abierto una web para seguir recabando apoyos www.nosomosvasijas, fue un exitazo rotundo, con eco los siguientes días en bastantes medios de comunicación.
Hasta que llegue ese hito necesario, seguiremos moviendo la misma pelota interminable, seguiremos tratando de concienciar y de formar a mujeres y hombres educados en la normalización del sexismo y el machismo. Seguiremos explicando lo mismo una y otra vez, sin concluir en ningún sitio concreto, ya que hoy en día siguen naciendo españolas y españoles que, con el paso de los años, llegarán al convencimiento de que defender la legalización de la violencia sobre las mujeres -prostitución y úteros de alquiler, entre tantas de las barbaries que nos esperan- es defender la libertad de las personas.
Así que, con el hashtag #MiVientreNoSeAlquila, encontré alusiones y afirmaciones retrógradas que me gustaría responder aquí para aportar la pequeña parte que me toca en esta lucha. Este tipo de respuestas que se tejen desde el movimiento feminista «son lágrimas en la lluvia», como rezaba aquel guión, si no conseguimos una educación comprometida, que lleve a las aulas el origen de nuestro sistema social y nos dé la capacidad real de cambiarlo con base en el conocimiento profundo del mismo y en la oportunidad de plantear, desde el sistema que nos oprime, un sistema que nos permita «ser» a todas y todos en las mismas condiciones. Por supuesto, ese sistema no interesa. Los poderes llevan años disfrutando de los beneficios que les genera la existencia de una masa de hombres concentrada en someter a las mujeres y una masa de mujeres concentrada en salir a flote y escapar de la opresión asfixiante y antinatural.
Por otro lado, si la molécula de la sociedad está compuesta por una pareja que convive en desigualdad, es muy sencillo que esta desigualdad y sistema primario de explotación se extrapolen al resto de formas de convivencia al rezo de: «Los seres humanos somos así, las desigualdades e injusticias forman parte de nuestra esencia». Dado que esta educación y esta formación acerca del patriarcado no existen dentro del sistema educativo, sino que cada cual se tiene que buscar las peras en caso de que desee conocer, deconstruirse y aportar al cambio, partiré de una premisa que, si te parece, como estoy harta de repetirla, copio y pego del artículo Un café con Kim Pérez: hablamos de Sexo, Sexualidad y Género, punto 1: Un poco de historia. ¿De dónde venimos?. Este es el extracto: La sociedad del Neolítico, cuando las mujeres crean la agricultura, es matrilineal: la línea de descendencia, que es segura, la marca la madre. Se sabe que los hijos son de su madre y la madre, que está emancipada del varón, elige cómo criarlos y educarlos.
En la sociedad de la Edad de Hierro, de los nómadas herederos de los cazadores, que son dueños de ganados y edifican su sociedad sobre este modelo, empieza a desarrollarse la patrilinealidad para gestar la línea de descendencia que es insegura, la del padre. Para asegurarse el control de los hijos, los hombres tienen que asegurarse el de las madres; los hombres se apropian de las mujeres y de sus cuerpos, que entienden como vasijas para gestar su simiente. Otras fuentes convergentes suman a esta visión la aparición de los conceptos adulterio (vientre adulterado), primogénitos (hijos del padre) y vástagos (hijos no reconocidos por el padre).
Aquí el valor de la mujer como individuo emancipado desaparece y en lo sucesivo se desarrollan numerosas herramientas sociales que consolidan la creencia de que la mujer es una cosa a disposición del hombre. Añado aquí que esta creencia arraigada se manifiesta en la separación entre madres y putas: las primeras proveen a los hombres de cuidados e hijos, porque la paternidad se considera un derecho del hombre, «la mujer ha de darle hijos, si no, no sirve como mujer». Las segundas proveen al hombre de sexo cada vez que lo solicite, porque el sexo se considera el derecho del hombre sobre la mujer, «el hombre tiene unas necesidades sexuales que la mujer ha de satisfacer».
1. La gestación no es una decisión de la mujer sino una realidad de índole social que se lleva a cabo, inexorablemente, en el cuerpo de la mujer. Esto es: una vez que la mujer se queda embarazada, su útero y su cuerpo pasan a ser bienes sociales y no es ella la que tiene plena decisión sobre este proceso, sino también los demás. Así, nos sumergimos en charlas interminables, con personas que buscan en las mórulas, embriones y fetos vida autónoma, con alma, sentimientos e inteligencia, que se sitúen por encima de los derechos de la mujer embarazada. Somos incapaces de considerar persona a la mujer embarazada; la consideramos vasija que se debe a ese ser que carece de autonomía y aún no es ni será hasta respirar fuera del útero. Esto último lo escondemos bajo alfombras de moral difusa y religiosa. «Pues haber cerrado las piernas», rezan algunas personas, y se quedan tan anchas defendiendo a capa y espada que obligar a gestar a una mujer es completamente legítimo.
2. La gestación no es el resultado libre de una relación social libre entre dos personas o del deseo de una sola, que solicita óvulos o esperma (sin que esta solicitud afecte en absoluto a la vida y salud de la persona donante -y sobre esto profundizaremos más adelante- porque donar óvulos sí afecta a la salud pero no a la identidad ni a la dignidad de la mujer). Sino que la gestación es un proceso necesario para llevar a cabo un derecho, que es la maternidad o la paternidad. Así que serían comparables, bajo esta creencia, afirmaciones del tipo: «Quiero darle hijos a mi pareja, que tiene derecho a ser padre», «Mi pareja tiene que darme hijos porque tengo derecho a ser padre», «Las personas que no puedan gestar de manera natural tendrían que tener derecho a alquilar mi útero», «Tengo derecho a usar el útero de una mujer que se preste a ello, ya que mi pareja y yo no podemos gestar de manera natural». Si analizamos bien estas dos cuestiones, concluimos en que no son dos cuestiones separadas o contradictorias, nada más lejos de la realidad. Su base es la misma: considerar el útero de la mujer y la gestación como bienes colectivos que son usados por y para otras personas, llámense parejas de esta mujer, clientes, sociedad, religión o lo que sea.
La expresión «Nosotras parimos, nosotras decidimos» es un eslogan surgido de la lucha feminista por el derecho al aborto y se refiere al hecho de que se deje de considerar al útero de la mujer y la gestación como bienes sociales o bienes para otros. ¿Qué significa «decidir» en este contexto? Significa integrar la gestación como una realidad tuya, como mujer, que solo te atañe a ti, por tanto incompatible con el hecho de que tu útero pueda ser utilizado por otras personas, ya sea porque se te presione, porque quieras o necesites dinero o porque se te haga entender que donar tu útero para el uso de otras personas sea altruista.
Defender aquí el uso de vientres de alquiler en nombre de la libertad es como defender que deje de prohibirse en el ámbito laboral sobrepasar cierto número de horas extra, trabajar sin medios de seguridad, rechazar vacaciones, etc. Esta comparación me la comentó mi pareja hablando de prostitución y aquí también es aplicable: legislamos en función de la dignidad humana, excepto en el caso de las mujeres «que podemos elegir no tener dignidad». Qué majos sois con nosotras, ¿eh, que sí? Con defensores así, ¡quién necesita enemigos! «¿Recuerdas cuando los curas te decían qué hacer con tu cuerpo?». Esta frase generalizada trata de comparar a las feministas con los religiosos. Es una comparación falaz, por supuesto: «Los curas nos dicen qué hemos de hacer o no hacer con nuestros cuerpos» porque la religión, en este caso, se adueña de nuestros cuerpos (de hecho, una de las funciones de la religión es someternos y considerar asuntos divinos las decisiones que toma el patriarcado sobre nosotras).
El movimiento feminista, en cambio, presiona para que el estado y los poderes económicos no se adueñen de nuestros cuerpos y nos digan, cínicamente, que si «nosotras queremos» los demás pueden usarnos. «Se esté a favor o en contra, existe. Así que o se legaliza ya o las mafias seguirán sacando tajada de las más pobres». Esto es como decir «Ya que el asesinato existe desde hace miles de años, mejor legalizarlo o los asesinos seguirán escondiendo cadáveres». Apuntar, por supuesto, que en los países en los que el alquiler de úteros es legal, el tráfico de personas y secuestro de mujeres jóvenes para este fin es imparable. La falacia de que legalizar la violencia contra la mujer reduce la existencia de mafias es bastante común, también en el marco de los debates sobre prostitución. Por más que digamos y demostremos que en los lugares en los que la prostitución es legal se ha duplicado la trata de personas, esta deducción que sale completamente de los límites de la lógica se sigue exponiendo.
«Los que recogen alcachofas o montan ferralla no alquilan los brazos y las piernas, los prestan por amor al arte». Error de base. Los que recogen alcachofas o montan ferralla alquilan su fuerza de trabajo sin que ello afecte de manera inherente a su dignidad (afecta a la dignidad las condiciones en las que se alquila la fuerza de trabajo, no el alquiler de la fuerza de trabajo en sí). Alquilar tu brazo sería consentir que alguien lo «use» a cambio de dinero, esto es, que alguien lo toque, manosee, lo ponga encima de algo, a cambio de dinero, que sí afecta de manera inherente a tu dignidad. Cuando «alquilas tu útero» no alquilas ninguna fuerza de trabajo sino que te conviertes en una vasija al servicio del «arrendador», a lo largo de nueve meses en los que tendrás controlados tus movimientos, salud, relaciones sexuales, etc.
No podemos comparar el hecho de donar células de nuestro cuerpo con el hecho de ceder nuestro cuerpo. Por favor, pisemos tierra y analicemos bien esto: la donación de semen no afecta a la dignidad del donante ni a su salud, ni parte de la creencia de que «los hombres sean fábricas de semen y ésa sea su función más importante y principal en la vida», que es la creencia patriarcal que está detrás de la obligación de gestar y el alquiler de úteros. Las dos caras de la misma moneda, como comentamos antes. La donación de óvulos sí afecta a la salud de las mujeres, pero no a la condición de todas las mujeres ni al concepto social que se tenga sobre todas las mujeres; así que aquí, aunque suponga perjuicios para la donante, sí podríamos hablar de decisiones individuales. Nadie usa tu cuerpo como tal en su integridad, se te extraen células y a correr. Por favor, no podemos compararlo con el alquiler de un útero (mi cuerpo) durante los nueve meses que dura un embarazo, con todo lo que ello comporta.
Me gustaría recomendar los artículos sobre úteros de alquiler que están publicando activamente las compañeras de Tribuna Feminista.
Aquí tienes unos cuantos:
- Feministas europeas contra los vientres de alquiler, de Pilar Aguilar Carrasco.
- Dones Juristes señala los intereses de lobbies económicos en el debate del alquiler de vientres, de Redacción Tribuna.
- Si de verdad fuésemos tan altruistas, habría que legislarlo…, de Pilar Aguilar Carrasco y Macarena Aguilar.
- Explotación reproductiva, de Gloria Fortún.
- Una nueva cláusula del Contrato Sexual: vientres de alquiler, Laura Nuño.
También recomiendo este artículo de Jesús Solís, que empieza así: Soy gay. Lo especifico porque, teniendo como tengo infinidad de círculos sociales en los que participan hombres homosexuales, no sabía que el tema de los vientres de alquiler o gestación subrogada era tan trending topic para los gays. Los vientres de alquiler: la cara más brutal del ‘gaypitalismo’
Y quiero acabar recordando por enésima vez, y perdona que me repita, que debemos reivindicar formación profunda en las aulas. Desconocer de dónde venimos y los orígenes y consecuencias del patriarcado supone ser socializadas con una venda en los ojos que pone muy difícil la capacidad de analizar el sistema de manera crítica y emprender acciones de cambio. Con esa venda en los ojos es muy natural que defendamos aberraciones en nombre de la libertad y caigamos en falacias pesadas como elefantes sin que ni siquiera nos demos cuenta.